domingo, marzo 14, 2004
Bagatelles pour un massacre
El triunfo del PSOE en las elecciones españolas tiene dos lecturas obvias: la primera y más reconfortante es que la gente, aún con los aparatos mediáticos sacando humo por todos sus agujeros, no es tan fácil de engañar y que los obscenos intentos electoralistas del PP para tapar las manchas de sangre con un dedo fueron inútiles, así como va a ser inútil la campaña estadounidense para volcar la situación a favor de su política internacional. La otra, más inquietante, es que, más allá de los discursos casi universales para presentarlo como una filosofía de la maldad pura e inútil, el terrorismo funciona en la práxis política.
No me voy a meter en camisa de once varas politóloga, pero es evidente que en un sentido práctico el atentado del 11-M fue un éxito absoluto y lleno de una lógica cruel pero lógica al fin. Nadie lo va a decir porque es oficialmente indecible, pero es verdad.
Y de una racionalidad escalofriante en este mundo tecnológico en que los conflictos armados democráticos, es decir, basados en el número de personas enfrentadas, ya no existen, creando formas de resistencia inadmisibles para la tradición humanístico-militar occidental pero que solo buscan su justificación en la eficiencia. Ejemplarizo con una conversación reciente que tuve con A.A. guitarrorista con tendencia a la misantropía y a los análisis no convencionales; conversando sobre el 11-M le cuento mi irritación por la brutalidad del atentado y el rechazo que me producía el que el mismo fuera efectuado justamente sobre masas de trabajadores indefensos y no sobre un cuartel o una sede del PP, por ejemplo. A.A. me retruca con el siguiente argumento: "El que el atentado haya sido sobre masas de gente común e indefensa es parte misma de su lógica y su eficacia. No se elige a los sectores de elite, que están mejor defendidos y focalizarían el conflicto en grupos específicos, sino a su sustento, a los ciudadanos comunes. Al panadero que no tiene nada en contra de Irak o el mundo árabe pero que va (iba) a votar a Aznar nuevamente porque durante el gobierno del PP se pudo comprar un auto. Al Qaeda o los árabes que sean le están diciendo a ese panadero: "muy bien, comprate el auto, apoyá a tu gobierno a pesar de su política internacional -que suponés lejana e inofensiva- y pagalo con tu esposa muerta y tu hijita desmembrada, pagá el auto con sangre." Es decir, hacer que la guerra de civilizaciones llegue a casa, no la parte admisible de la guerra -soldados profesionales y con capacidad de defenderse que mueren por error- sino lo inadmisible, niños, bebés, ancianos, embarazadas, etc. Que los votantes de los países involucrados entiendan que sus impuestos matan gente en el mundo árabe, que si no pueden reaccionar por empatía van a hacerlo por identificación, que en las guerras muere gente de ambos lados y que no se va a perdonar a nadie que colabore con el enemigo".
Una argumentación que me recuerda al discurso de "el horror" del coronel Kurtz en Apocalypse Now y que no implica una aprobación de las tácticas terroristas, sino la comprensión de la lógica helada de las mismas. El entender que "terrorismo" no es un insulto abstracto y sustituíble por la palabra "mal", sino que es una táctica explícita desde su nombre; el introducir al terror y al miedo como elemento de negociación política en una mesa política en la cual los únicos argumentos son los de la fuerza. Y la despiadada ley del talión que le dice a Occidente, "vengan a ver cómo se ve sin ojos, sin manos, sin seres queridos; vengan a ver cómo se ve desde acá abajo".
No me voy a meter en camisa de once varas politóloga, pero es evidente que en un sentido práctico el atentado del 11-M fue un éxito absoluto y lleno de una lógica cruel pero lógica al fin. Nadie lo va a decir porque es oficialmente indecible, pero es verdad.
Y de una racionalidad escalofriante en este mundo tecnológico en que los conflictos armados democráticos, es decir, basados en el número de personas enfrentadas, ya no existen, creando formas de resistencia inadmisibles para la tradición humanístico-militar occidental pero que solo buscan su justificación en la eficiencia. Ejemplarizo con una conversación reciente que tuve con A.A. guitarrorista con tendencia a la misantropía y a los análisis no convencionales; conversando sobre el 11-M le cuento mi irritación por la brutalidad del atentado y el rechazo que me producía el que el mismo fuera efectuado justamente sobre masas de trabajadores indefensos y no sobre un cuartel o una sede del PP, por ejemplo. A.A. me retruca con el siguiente argumento: "El que el atentado haya sido sobre masas de gente común e indefensa es parte misma de su lógica y su eficacia. No se elige a los sectores de elite, que están mejor defendidos y focalizarían el conflicto en grupos específicos, sino a su sustento, a los ciudadanos comunes. Al panadero que no tiene nada en contra de Irak o el mundo árabe pero que va (iba) a votar a Aznar nuevamente porque durante el gobierno del PP se pudo comprar un auto. Al Qaeda o los árabes que sean le están diciendo a ese panadero: "muy bien, comprate el auto, apoyá a tu gobierno a pesar de su política internacional -que suponés lejana e inofensiva- y pagalo con tu esposa muerta y tu hijita desmembrada, pagá el auto con sangre." Es decir, hacer que la guerra de civilizaciones llegue a casa, no la parte admisible de la guerra -soldados profesionales y con capacidad de defenderse que mueren por error- sino lo inadmisible, niños, bebés, ancianos, embarazadas, etc. Que los votantes de los países involucrados entiendan que sus impuestos matan gente en el mundo árabe, que si no pueden reaccionar por empatía van a hacerlo por identificación, que en las guerras muere gente de ambos lados y que no se va a perdonar a nadie que colabore con el enemigo".
Una argumentación que me recuerda al discurso de "el horror" del coronel Kurtz en Apocalypse Now y que no implica una aprobación de las tácticas terroristas, sino la comprensión de la lógica helada de las mismas. El entender que "terrorismo" no es un insulto abstracto y sustituíble por la palabra "mal", sino que es una táctica explícita desde su nombre; el introducir al terror y al miedo como elemento de negociación política en una mesa política en la cual los únicos argumentos son los de la fuerza. Y la despiadada ley del talión que le dice a Occidente, "vengan a ver cómo se ve sin ojos, sin manos, sin seres queridos; vengan a ver cómo se ve desde acá abajo".
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