domingo, marzo 21, 2004

Qué carajo se lee en verano.

Me quedo pensando después de escribir el post anterior en cómo la lectura de vacaciones tiene sus propias reglas, estudiadísimas por expertos en marketing editorial. Hay un consenso de que en verano todos los lectores se vuelven unos pajeros incorregibles que solamente pueden soportar la lectura más imbécil y pasatista para no cansarse el cerebro que deberían estar reposando. En mi modesta opinión lo que pasa es más sencillo y es que en verano personas que no leen nunca deciden leer, y como habitualmente no leen lo que los atrae es Tom Clancy, Coelho y símiles. En general la gente que conozco y que lee habitualmente sigue leyendo lo mismo que en invierno, inclusive en ocasiones textos más difíciles y extensos que tenían atrasados y que necesitaban su tiempo.

En mi caso se da que leo poco en vacaciones (leía poco, cuando me iba de vacaciones...), pero he descubierto dos cosas:

a) Soy incapaz de leer ficción narrativa en verano, sólo soporto textos de ensayo o poesía. Lo cual quedaría muy culto y re-snob sino fuera por el punto "b".
b) La mitad de los libros de esta clase que llevo pasean sin que los abra durante toda mi estadía vacacional. Y si son abiertos son más bien hojeados en lectura asistemática y liviana.
c) Insisto con porfía supersticiosa y fetichista con los mismos libros, mechados apenas con algunas novedades (que generalmente son los que termino leyendo).

Nombro algunos de mis clásicos libros viajeros

Four Quartets, T.S. Eliot: No es mi texto favorito de Eliot y en realidad suelo llevarlo exclusivamente como cábala. Supongo que por este conocido verso que contiene: "So Krishna, as when he admonished Arjuna / On the field of battle / Not farewell, / But fare forward, voyagers".

El viajero y su sombra, F. Nietzsche: Esto es bien de pelotudo, pero evidentemente es la palabra "viajero" la que ha llevado a este libro conmigo al menos un par de oportunidades. Al igual que Humano, demasiado humano, jamás pude leerlo, ni siquiera lo intenté.

La inteligencia de las flores, M. Maeterlinck: Ya hablé sobre este libro en el post anterior. Lo he leído varias veces, ninguna de ellas en vacaciones.

El cementerio marino, Paul Valery: Este sí suelo leerlo, recuerdo largas tardes ecstáticas en una hamaca paraguaya en Punta del Diablo, yéndome al carajo colgadísimo de una edición bilingüe de este texto que si algún día llego a perder voy a ser muy desdichado.

The Wild Boys, William Burroughs: Siendo un fan perdido del viejo Bill, he rebotado incontables veces con este texto abstruso que nunca pudo atraparme. Se le puede considerar un texto de ficción, lo que iría en contra de mi tésis de que no leo ficción en verano, pero como jamás pude leerlo en realidad la confirma.

The Collected Poems of Frank O'Hara: Puede ser un acto de irresponsabilidad llevar este texto a la playa, ya que O'Hara murió justamente atropellado por un buggy en una playa de Long Island, por lo que no se me ocurre mejor forma de atraer una yeta irreversible. Pero es uno de mis poetas favoritos y esta colección es tan inmensa que meterse a leerla es como meterse en el mar.

Podría agregar una antología de Pessoa, el Collected Poems de Ginsberg y el Sexual Personae de Camille Paglia, del que nunca pude atravesar el primer capítulo ni en vacaciones ni fuera de ellas, no por dificultad sino por aburrimiento (algún día Camille, perra conservadora, voy a terminarlo, lo juro).

Esto es para hacer catársis del hecho de que este verano no llegué ni a cruzar el Arroyo Carrasco. " A miserable son of a bitch", diría Zappa.





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