lunes, abril 26, 2004

Mirando canciones (VII): Doris

Si después de los treinta todavía uno está autorizado a tener ídolos, Steve Albini es mi ídolo y váyanse todos a hacerse dar.

Fácil de admirar pero difícil de querer, Albini se para, socarrón, en un costado del mundo musical (¿del rock?) escupiéndole a la cara desde un punto tan impecablemente técnico que nadie puede acusarlo de disfrazar su incompetencia de agresividad. Tal vez el más radical de una serie extraña de músicos (David Yow, Mark E. Smith, King Buzzo, Shannon Selberg, K.K. Null) capaces de combinar una habilidad musical asombrosa con una obsesión por la fealdad (o por una suerte de belleza en negativo) que solo puede explicarse por una total incompatibilidad con los conceptos estéticos del mundo. Música fea hecha por hombres feos con una furia que la música popular no ha conocido ni antes ni después.

Durante años genio, gurú y press darling de todo el mundo indie, actualmente bastante ninguneado a pesar de seguir sacando discos increíbles como 1000 Hurts y grabando a las pocas bandas interesantes que siguen existiendo; Albini tiene fama de misógino, de intratable, de injusto, de racista, de obseso por la violencia y la oscuridad, de insensible y de imbécil. La mayor parte de esas acusaciones han sido cimentadas por la propia boca enorme de Albini, boca difícil de cerrar o de mantener en los parámetros de lo políticamente correcto, y todas tienen algún que otro argumento válido a su favor. Y sin embargo (vayan a hacerse dar) todas son equivocadas.



En algún momento temprano y genial Albini decidió que la única lírica que combinaba con su más que agresiva concepción musical era una lírica focalizada en lo más feo de la cultura norteamericana (“I am the Ugly American”) y que la forma más inquietante de expresar esa oscuridad era en primera persona y sin inflexiones morales. Es decir, la vieja escuela de Lou Reed y de Genesis P. Orridge, pero mientras que los letristas mencionados participan en cierta forma de la mano izquierda de la lírica, es decir, una oscuridad ligada a lo demoníacamente excepcional -ya sean junkies o satanistas, figuras románticas por definición- las letras de Big Black y Rapeman son una especie de hiperrealismo hiper-sucio, lleno de asesinos psicópatas, pervertidos sexuales, camioneros lujuriosos, padres pedófilos, discriminadores explícitos, campesinos iletrados abominadores de mujeres, negros, gays, punks, vegetarianos… Nada sagrado para el humor feroz de este minúsculo intelectual del Midwest, divertido en poner un poco deseado espejo frente a la cara tanto de los auténticos “americanos feos” como de los indies encarcelados tras los barrotes de la corrección política.

Pero al igual que hay diferencias notorias en lo musical en los tres grupos de Albini, diferencias que para los fans son más que evidentes (yo soy uno, vayan a hacerse dar) pero que pueden pasar inadvertidas para quienes no sean seguidores de su trabajo, las letras de Albini se han ido modificando a medida que el hombre va creciendo. Poco a poco y a medida que Albini ha sentido cada vez menos necesidad de demostrar lo que ya está demostrado, al menos en los discos de Shellac, han aparecido tímidos elementos de compasión hacia sus personajes y hasta de amor hacia ellos, ya sea a la junkie de “Song of the minerals”, la chica ignorada de “Billiard Player Song”, los parientes muertos de “Mama Gina”… o “Doris”:

"None-too-smart to buy books, none-too-pretty, it's kind of a chore to look at
Doris's hands when things go wrong in her little life, and they show her her face.
There are things she doesn't talk about,
There are things she only tells her mom,
There are things she never tells anyone.

There are things in Doris's life, but then there are in everyone's...
then she opens her little mouth,
she sings her little song and like a flag
it folds out across the city,
and it goes:

"The fat man becomes an ice-skater...
Maniac becomes a stepfather...
I watch a policeman's mouth -
out comes an honest word."

Miracles happen when Doris sings,
couples in love stop dead in their tracks,
dishes clatter to the ground (unbroken),
politicians die.

She watches as her son becomes an imbecile,
watches as her son becomes a vegetable,
watches as her son becomes a senator,
watches as her only son becomes an imbecile
(and it makes her cry).

She waves her little song like a flag,
it goes across the city.
Miracles can happen,
but I'm in love with her, so?
"

“Doris” está perdida en Uranus, uno de los dos primeros simples de Shellac, editados en vinilo por Touch & Go y sin, que yo sepa, versión digital oficial (las versiones que se encuentran en la web están claramente digitalizadas del vinilo). Una canción extremadamente angular y llena de cortes, una canción musicalmente “difícil” que solo es suavizada por el extraordinariamente melodioso bajo de Bob Weston, bajo que debe haber dejado la puerta abierta a la no menos extraordinaria letra de Albini, hombre que sostiene que sus letras son elementos totalmente secundarios a la música e irrelevantes. Secundarios, puede ser, irrelevantes… que vaya a hacerse dar, nadie escribe cosas como “Doris” pensando que es irrelevante.

Hay tantas puntas en ella que no quiero desarrollar ninguna porque tendría que escribir un post siete veces más largo que éste, ya bastante exagerado. Repito una estrofa que habla por sí sola.

Miracles happen when Doris sings,
couples in love stop dead in their tracks,
dishes clatter to the ground (unbroken),
politicians die
.”

Pienso en la inexistente posibilidad de escuchar algo así salir de los parlantes de una radio, ya fuera en castellano o en el idioma que fuera, pienso en los milagros que produciría su sensibilidad tímida. Pienso en el desafiante “so...?” que la culmina y pienso en lo poco que me interesa la música que no tiene esta clase de rara intensidad. Pienso en una clase de ternura renuente, que se niega a ser su propia caricatura.

Sí, ya sé que es muy largo, vayan a hacerse dar.





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