martes, mayo 18, 2004

4 postales del sur (bonus track agregado)

En la ciudad fronteriza del Chuy un joven de 17 años bebió en exceso y decidió que quería tener relaciones sexuales con una vecina, lejana pariente, de 14 años. Frustrado por la negativa de ésta, fue a buscar un martillo con el que la agredió. A continuación hizo lo mismo con el hermano de la misma, de 7 años y con la hermana menor, de 2. Ésta última falleció casi de inmediato a causa de la pérdida de masa encefálica, sus hermanos están hospitalizados en estado desesperante. El menor agresor fue recluído en el Iname. Los vecinos del Chuy se juntaron frente al juzgado a reclamar la pena de muerte para el martillero. La nota policial comentaba con una cierta alegría que por lo menos allí iba a estar en compañía de los menores más peligrosos del país.

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Bajando en dirección al Shopping de Punta Carretas me cruzo con un anciano barbudo, en “situación de calle” (eufemismo que parece hacer menos desesperante la situación de los linyeras), rodeado de perros y evidentemente ebrio. Tras de él corren dos o tres niños mendigos de los que suelen pedir en los semáforos de Ellauri y Sosa. Le tiran naranjas y el gritan “chupapijas”. El viejo intenta reaccionar pero está demasiado en pedo. Putea algo que no se entiende y amaga dar la vuelta, los niños se parapetan atrás de unos autos estacionados y siguen lanzándole naranjas.
Reconozco al viejo, es el legendario bichicome de Punta Carretas llamado Galeano, inspiración de la canción “El viejo”, de La Vela Puerca. No sé a donde iba el “viejo divino”, sé a dónde lo estaba mandando una agresiva nueva generación de desahuciados.

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Hace un rato escucho esto; un sordomudo discutió a causa de unas facturas de luz con su concubino, otro sordomudo, después de haber estado fumando pasta base todo el día. Lo mató y lo trozó en quince pedazos que tiró por el ducto. Luego se presentó a la comisaría donde estuvieron un buen rato tratando de saber por qué carajo estaba tan agitado. Al final le acercaron papel y lápiz y el hombre escribió lo que había hecho. Toda una sorpresa en la comisaría.

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En la desolada y helada Playa Ramírez veo a una señora con un detector de metales trillando las arenas de este a oeste, buscando objetos metálicos perdidos por los visitantes. No hubo nadie en esa playa ayer, no hay nadie hoy. La imagen me hace pensar en J. G. Ballard y me hace pensar en la Segunda Guerra Mundial. Nada de presente en la playa barrida por el viento. No sé que carajo la señora espera encontrar entre esas sucias arenas cribadas todas las mañanas por enormes aplanadoras de la Intendencia. No es que me importe pero espero que lo encuentre de una puta vez.





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