lunes, mayo 10, 2004
Mi otoño 2004
(el blogger conocido como mvc, solía envíar cada estación una lista de los discos que había escuchado más durante la misma acompañada de comentarios sobre los mismos, le tomo prestada la idea para sacarme la leche de hablar sobre algunas piezas que me tienen medio obsesionado.)
Hace menos de tres meses que tengo ADSL y que puedo bajarme lo que se me cante el culo durante el rato que permanezca cantando, lo cual ha producido que acceda a la mayor cantidad de música que haya accedido en mi puta vida, incluidos el año en el que trabajé también con conexión permanente y aproveché para bajar todo lo que pude. El resultado obvio es que en estos meses escuché posiblemente más grupos nuevos y discos que no conocía que en los últimos cinco años, agudizándoseme una melomanía que hoy en día acumula compulsivamente sin llegar a poder siquiera examinar bien lo que acumula. Muchos de ustedes saben de qué estoy hablando.
De cualquier forma de entre esa maraña de nuevas adquisiciones algunos discos se han destacado a fuerza de poder, belleza o suerte y se han convertido en la banda de sonido de mi vida durante este otoño, filtrándose al equipo de mi cuarto y arrullándome durante las noches, motivo por el cual conozco muchísimo mejor las primeras cinco composiciones de cada disco que las cinco últimas, que suelo roncarlas. Ese es el problema de que el mejor tiempo que uno tiene para escuchar música sea el de irse a dormir.
Pero quería destacar de entre cientos (literalmente) de discos que bajé algunas obras de arte que descubrí este otoño y que me ya pasaron a ser parte de mi discoteca esencial, llenándome de felicidad, inquietud y maravilla. Lo heterogéneo del grupo no es una muestra de esnobismo sino la más pura sinceridad, lo cual prueba lo cascoteado que está mi criterio estético. Estos son los magníficos de la temporada:
Rudimentary Peni – Cacophony: Había escuchado alguna vez decir que el Cacophony era el Trout Mask Replica del hardcore, lo cual es más o menos como decir que cierto delfín es el gorila blanco de los cetáceos; todo bien, pero comparar a una obra con otra que se destaca por su insularidad absoluta es prácticamente no decir nada al respecto de la misma. El Cacophony no se parece en nada al Trout Mask Replica excepto justamente en ese carácter de insularidad total, no sólo no se parece en nada al TMR sino que tampoco se parece a ningún disco de hardcore ni a ningún disco punk, habría que compararlo con algunos discos de rock progresivo pero tampoco porque el sonido y la composición sí es esencialmente punk, puta, ¿por qué no se lo bajan y me evitan el brete de tener que explicarlo? ¿no..? Bueno, la historia es más o menos así: Rudimentary Peni, banda de repelente nombre, eran la contracara arty de los activistas anarco-punks de Crass y sacaron una serie de grabaciones notables y algo excéntricas hasta que el bajista se enfermó de cáncer, lo que los dejó parados un tiempo en el que el guitarrista y cantante (también pintor y escritor) Nick Blinko empezó a pirar lenta pero inevitablemente, locura que lo terminaría internando convencido de que era el Papa (no es un ejemplo humorístico, realmente se creía el Papa) pero que en el medio le hizo pergeñar el excéntrico Cacophony: 30 temas (o 54 dependiendo de qué se tome por “tema” y que no) que versan en su totalidad sobre la obra del escritor H. P. Lovecraft y que “malgastan” cientos de ganchos y melodías con total impunidad, intercalando canciones con recitados en los que Blinko se convierte en Vincent Price con la banda rugiendo atrás. Totalmente inclasificable, totalmente de la cabeza, totalmente genial; uno de los discos más grandes de la historia secreta del rock. (A todo esto, hay una autobiografía de Nick Blinko en la que relata sus problemas psíquicos y su carrera en R.P. que mataría por conseguir, lo mismo que la autobiografía de Joey Shithead que salió recién).
Wrens – The Meadowlands: Confieso que, al igual que casi todo el mundo supongo, me perdí a los Wrens en los noventa, aunque parece que eran la hostia (no me bajé el Secaucus así que no lo puedo confirmar). Ahora al parecer están gozando de una sobrevida que compensa la desgracia en la que cayeron por motivos contractuales –otra prueba más, como los Stone Roses, de la máquina de garchar bandas sobre la que se cansó de advertir Albini- que les impidió grabar por casi una década. Los tipos acumularon material que finalmente ve la luz en The Meadowlands, que es un disco estructuralmente raro, que empieza melancólico y delicado y va subiendo presión, presentando varias piezas de new wave after-Pixies por las que Weezer hubiera matado. Un disco que a principios de los noventa hubiera sido leyenda y que ahora parece un disco de género (género indie) sin nada en particular, pero que sucesivas oídas van revelando una cuidadosa perfección producto de una bien madurada veteranía. Hay varias canciones infecciosas como “Shock Rock-Splitter to God”, “Faster Gun” o “Everybody Choose Side”, pero la que me pudo es “This Boy is Exhausted”, canción con la que me siento totalmente identíficado empáticamente por motivos que no vienen al caso.
Wire – Chairs Missing: “Pero más bien, benito, yo te dije, imbécil…” pueden decirme y tienen toda la razón. La primera vez que este disco llegó a mis manos fue hace unos siete años lo escuché una o dos veces y dije “ah, muy lindo, pero ni cerca de los Gang of Four o The Fall”. Hace un par de años lo tuve nuevamente, interesado porque me habían hablado sobre el parentesco del primer Wire con Guided by Voices, lo escuché y dije “ah, muy lindo, pero ni cerca de los GBV”. Hace poco se me ocurrió bajarlo porque estaba escuchando mucho la versión de “Outdoor Miner” que hacen los Flying Saucer Attack y me senté esperando decir “ah, muy lindo pero la versión buena es la de FSA…” y el disco me cortó el cerebro en dos de una forma de la que aún no me repongo. La única excusa que tengo para tantos años de indiferencia es que el primer disco de Wire que escuché (y al que le dediqué más esfuerzo) fue esa cosa tonta que se llamaba Manscape. Sepan disculpar.
Iron & Wine: The Creek Drank the Cradle: lo bajé con la antipatía con la que se baja un disco muy recomendado por Pitchfork, medio al que uno sabe que tiene un 50/50 de encontrar algo bueno (Broken Social Scene, Xiu Xiu, Wrens) o clavarse con algún atorrante sobredimensionado (Dismemberment Plan, TV on the Radio, Franz Ferdinand). En realidad estoy siendo muy gentil con la Pitchfork, porque el porcentaje es más bien de 70/30. Los comentarios sobre el barbudo Iron & Wine eran particularmente dignos de desconfianza, así que me bajé un par de canciones esperando encontrarme con algún estudiante de taller literario, emulo sureño de Will Oldham y poeta atormentado por la inseguridad. No esperaba encontrarme este Sam Beam, alguien con esa capacidad melódica y ese tono de auténtica intimidad con el que sueñan los deprimidos imitadores de Nick Drake. Música hermosa para momentos hermosos, si están con una chica bonita y ponen “Faded from Winter” o “Bird Stealing Bread”, las posibilidades de ganarse un beso se disparan hacia el cielo.
Otomo Yoshihide’s New Jazz Ensemble – Dreams: Una rareza de increíble belleza que el experimentador Yoshihide sacó hace un par de años y que de haber sido editada por un artista occidental habría sido motivo de babeos y ditirambos. El excéntrico Yoshihide presenta en este disco una formación de jazz-pop bastante normal para venir de quien viene, inspirado tal vez en los discos de canciones de Jim O'Rourke –de quien hace una versión asombrosa de “Eureka” en este disco- y demuestra que Yoshihide no solo sabe hacer ruido excéntrico sino que puede hacer lo que se le cante el oriental orto. Vanguardista pícaro, Yoshihide hace bases muy normales y accesibles pero elige para cantarlas a dos vocalistas niponas diametralmente opuestas; por un lado agarra a Phew, que es una suerte de Nico japonesa que suele grabar con los ex Can, quien canta helada, distante y afinadísima. Por el otro hace cantar a Jun Togawa, una cantante inverosímil e hiper-naif, que canta en el estilo aniñado que conocemos en occidente a través de Kahimi Karie, de la que Togawa parece una versión más demente y desafinada. Una horrible/excelente cantante que en combinación con la elegancia gélida de Phew es mortal, especialmente en el dúo que se mandan en “Eureka”. Al final de Dreams Yoshihide no puede con su genio y estalla en un huracán de free-jazz-noise que parece una pesadilla de John Zorn y que cierra con estruendo asombroso este disco lleno de hermosura incomprensible.
Flesh for Lulu – Big Fun City: De estos me olvidé en el post de los yetas y ahora compenso sin faltar a la verdad porque estoy escuchando muchísimo este disco. Esta banda y disco vienen directo desde mi pasado más querido, ya que se volvió un disco de culto entre mi grupo de amigos después de que O.S. se lo comprara, impresionado por unas fotos de los FFL en las que se parecían mucho a los Love & Rockets. Pero la pinta de los monos era más que nada producto de la heterogeneidad estética ya que los FFL, aunque habían salido de la Batcave, estaban más cerca de los Hanoi Rocks, de los New York Dolls o de los Scientists que de Bauhaus (aunque son una prueba más del eslabón perdido entre los góticos y los glam). Como los Stones, una de sus grandes influencias, sonaban increíblemente yanquis para ser ingleses y eran una máquina de hacer hits. Big Fun City parece un greatest hits por la cantidad obscena de buenas canciones malignas como “Vaguely Human”, “Cat Burglar” o “Let Go”, en las que brilla la voz del hijo de puta de Nick Marsh, bien apodado como “Nick Nasty”, un maestro en el arte de utilizar la falsa inocencia socarrona. Parecían total e injustamente olvidados, pero Paul Westerberg resucitó en su último disco, “Postcards from Paradise” un temazo del posterior Long Live the New Flesh, que es muy similar aunque con un ojo puesto en el mercado americano. Pero el bueno es Big Fun City. Rock para gente bien, música para champions.
Immortal - Sons of Northern Darkness: Había escuchado un par de discos de Immortal y, si bien me habían parecido excelentes y la banda me caía simpatiquísima (Kiss haciendo música de vikingos en plan saqueo y solemnemente, increíble), no me resultaban ni tan atractivos ni tan oscuramente épicos (en términos de black metal noruego) como Emperor o Darkthrone. Pero no había escuchado éste, el último disco que hicieron antes de disolverse. Sabía que la trilogía final de discos de Immortal era considerada su mejor época, pero no que el Sons of Northern Darkness era posiblemente (¿junto al Anthems for the Witkin at Dusk de Emperor tal vez?) el mejor disco de todo el black metal noruego y uno de los mejores –en este otoño el mejor- discos de metal que haya escuchado. De tempo más lento que los anteriores y, dentro de ciertos márgenes, más melodioso y melancólico, es un viaje a una tierra fantástica y extrañamente deprimida en la que los guerreros luchan con demonios blancos sobre nieves eternamente tristes. Como ya dije antes, la facha de los Immortal en la tapa puede hacer sonreír a más de uno, pero quien se ría de este disco es un gil. Si alguno se intriga y decide bajarlo del Soulseek tenga cuidado, porque algún tarado subió una versión reducida en la que varios de los temas están cortados y desaparecen en un absurdo fade out. Fijense en el AMG la duración real de los mismos y bájense las versiones largas, completas y heroicas de este disco majestuoso.
Xiu Xiu – Fabulous Muscles: Los discos anteriores de Xiu Xiu me producían una gran incomodidad por la manifiesta voluntad de ponerle señales de “arty” por todos lados, por los excesos de histeria de Jamie Stewart y por lo previsible del dibujo (acá viene un ruido absurdo, acá viene un grito desproporcionado…). Pero el Fabulous Muscles no solo está mucho más balanceado sino que también está mucho más inspirado. Sigue siendo una especie de Arab Strap noisy, más histérico y lleno de una homosexualidad torturada y explícita que puede ahuyentar a más de uno, pero con personalidad propia y con esa confianza en su visión que hace a las bandas grandes. En “Support our Troops” estos amaracados demuestran tener los huevos que casi nadie tiene en la escena under yanqui para decir un par de verdades sobre la política exterior de su país; pero lo mejor del disco es “I Luv the Valley. Oh!”, canción de exasperado resentimiento que contiene la mayor cantidad de malos sentimientos que se hayan visto en tres minutos y el primer grito de Jamie Stewart totalmente justificado. Una gran banda valiente que merece a todos los que deserten de Radiohead.
"If you're in your autumn sweater"
Hace menos de tres meses que tengo ADSL y que puedo bajarme lo que se me cante el culo durante el rato que permanezca cantando, lo cual ha producido que acceda a la mayor cantidad de música que haya accedido en mi puta vida, incluidos el año en el que trabajé también con conexión permanente y aproveché para bajar todo lo que pude. El resultado obvio es que en estos meses escuché posiblemente más grupos nuevos y discos que no conocía que en los últimos cinco años, agudizándoseme una melomanía que hoy en día acumula compulsivamente sin llegar a poder siquiera examinar bien lo que acumula. Muchos de ustedes saben de qué estoy hablando.
De cualquier forma de entre esa maraña de nuevas adquisiciones algunos discos se han destacado a fuerza de poder, belleza o suerte y se han convertido en la banda de sonido de mi vida durante este otoño, filtrándose al equipo de mi cuarto y arrullándome durante las noches, motivo por el cual conozco muchísimo mejor las primeras cinco composiciones de cada disco que las cinco últimas, que suelo roncarlas. Ese es el problema de que el mejor tiempo que uno tiene para escuchar música sea el de irse a dormir.
Pero quería destacar de entre cientos (literalmente) de discos que bajé algunas obras de arte que descubrí este otoño y que me ya pasaron a ser parte de mi discoteca esencial, llenándome de felicidad, inquietud y maravilla. Lo heterogéneo del grupo no es una muestra de esnobismo sino la más pura sinceridad, lo cual prueba lo cascoteado que está mi criterio estético. Estos son los magníficos de la temporada:
Rudimentary Peni – Cacophony: Había escuchado alguna vez decir que el Cacophony era el Trout Mask Replica del hardcore, lo cual es más o menos como decir que cierto delfín es el gorila blanco de los cetáceos; todo bien, pero comparar a una obra con otra que se destaca por su insularidad absoluta es prácticamente no decir nada al respecto de la misma. El Cacophony no se parece en nada al Trout Mask Replica excepto justamente en ese carácter de insularidad total, no sólo no se parece en nada al TMR sino que tampoco se parece a ningún disco de hardcore ni a ningún disco punk, habría que compararlo con algunos discos de rock progresivo pero tampoco porque el sonido y la composición sí es esencialmente punk, puta, ¿por qué no se lo bajan y me evitan el brete de tener que explicarlo? ¿no..? Bueno, la historia es más o menos así: Rudimentary Peni, banda de repelente nombre, eran la contracara arty de los activistas anarco-punks de Crass y sacaron una serie de grabaciones notables y algo excéntricas hasta que el bajista se enfermó de cáncer, lo que los dejó parados un tiempo en el que el guitarrista y cantante (también pintor y escritor) Nick Blinko empezó a pirar lenta pero inevitablemente, locura que lo terminaría internando convencido de que era el Papa (no es un ejemplo humorístico, realmente se creía el Papa) pero que en el medio le hizo pergeñar el excéntrico Cacophony: 30 temas (o 54 dependiendo de qué se tome por “tema” y que no) que versan en su totalidad sobre la obra del escritor H. P. Lovecraft y que “malgastan” cientos de ganchos y melodías con total impunidad, intercalando canciones con recitados en los que Blinko se convierte en Vincent Price con la banda rugiendo atrás. Totalmente inclasificable, totalmente de la cabeza, totalmente genial; uno de los discos más grandes de la historia secreta del rock. (A todo esto, hay una autobiografía de Nick Blinko en la que relata sus problemas psíquicos y su carrera en R.P. que mataría por conseguir, lo mismo que la autobiografía de Joey Shithead que salió recién).
Wrens – The Meadowlands: Confieso que, al igual que casi todo el mundo supongo, me perdí a los Wrens en los noventa, aunque parece que eran la hostia (no me bajé el Secaucus así que no lo puedo confirmar). Ahora al parecer están gozando de una sobrevida que compensa la desgracia en la que cayeron por motivos contractuales –otra prueba más, como los Stone Roses, de la máquina de garchar bandas sobre la que se cansó de advertir Albini- que les impidió grabar por casi una década. Los tipos acumularon material que finalmente ve la luz en The Meadowlands, que es un disco estructuralmente raro, que empieza melancólico y delicado y va subiendo presión, presentando varias piezas de new wave after-Pixies por las que Weezer hubiera matado. Un disco que a principios de los noventa hubiera sido leyenda y que ahora parece un disco de género (género indie) sin nada en particular, pero que sucesivas oídas van revelando una cuidadosa perfección producto de una bien madurada veteranía. Hay varias canciones infecciosas como “Shock Rock-Splitter to God”, “Faster Gun” o “Everybody Choose Side”, pero la que me pudo es “This Boy is Exhausted”, canción con la que me siento totalmente identíficado empáticamente por motivos que no vienen al caso.
Wire – Chairs Missing: “Pero más bien, benito, yo te dije, imbécil…” pueden decirme y tienen toda la razón. La primera vez que este disco llegó a mis manos fue hace unos siete años lo escuché una o dos veces y dije “ah, muy lindo, pero ni cerca de los Gang of Four o The Fall”. Hace un par de años lo tuve nuevamente, interesado porque me habían hablado sobre el parentesco del primer Wire con Guided by Voices, lo escuché y dije “ah, muy lindo, pero ni cerca de los GBV”. Hace poco se me ocurrió bajarlo porque estaba escuchando mucho la versión de “Outdoor Miner” que hacen los Flying Saucer Attack y me senté esperando decir “ah, muy lindo pero la versión buena es la de FSA…” y el disco me cortó el cerebro en dos de una forma de la que aún no me repongo. La única excusa que tengo para tantos años de indiferencia es que el primer disco de Wire que escuché (y al que le dediqué más esfuerzo) fue esa cosa tonta que se llamaba Manscape. Sepan disculpar.
Iron & Wine: The Creek Drank the Cradle: lo bajé con la antipatía con la que se baja un disco muy recomendado por Pitchfork, medio al que uno sabe que tiene un 50/50 de encontrar algo bueno (Broken Social Scene, Xiu Xiu, Wrens) o clavarse con algún atorrante sobredimensionado (Dismemberment Plan, TV on the Radio, Franz Ferdinand). En realidad estoy siendo muy gentil con la Pitchfork, porque el porcentaje es más bien de 70/30. Los comentarios sobre el barbudo Iron & Wine eran particularmente dignos de desconfianza, así que me bajé un par de canciones esperando encontrarme con algún estudiante de taller literario, emulo sureño de Will Oldham y poeta atormentado por la inseguridad. No esperaba encontrarme este Sam Beam, alguien con esa capacidad melódica y ese tono de auténtica intimidad con el que sueñan los deprimidos imitadores de Nick Drake. Música hermosa para momentos hermosos, si están con una chica bonita y ponen “Faded from Winter” o “Bird Stealing Bread”, las posibilidades de ganarse un beso se disparan hacia el cielo.
Otomo Yoshihide’s New Jazz Ensemble – Dreams: Una rareza de increíble belleza que el experimentador Yoshihide sacó hace un par de años y que de haber sido editada por un artista occidental habría sido motivo de babeos y ditirambos. El excéntrico Yoshihide presenta en este disco una formación de jazz-pop bastante normal para venir de quien viene, inspirado tal vez en los discos de canciones de Jim O'Rourke –de quien hace una versión asombrosa de “Eureka” en este disco- y demuestra que Yoshihide no solo sabe hacer ruido excéntrico sino que puede hacer lo que se le cante el oriental orto. Vanguardista pícaro, Yoshihide hace bases muy normales y accesibles pero elige para cantarlas a dos vocalistas niponas diametralmente opuestas; por un lado agarra a Phew, que es una suerte de Nico japonesa que suele grabar con los ex Can, quien canta helada, distante y afinadísima. Por el otro hace cantar a Jun Togawa, una cantante inverosímil e hiper-naif, que canta en el estilo aniñado que conocemos en occidente a través de Kahimi Karie, de la que Togawa parece una versión más demente y desafinada. Una horrible/excelente cantante que en combinación con la elegancia gélida de Phew es mortal, especialmente en el dúo que se mandan en “Eureka”. Al final de Dreams Yoshihide no puede con su genio y estalla en un huracán de free-jazz-noise que parece una pesadilla de John Zorn y que cierra con estruendo asombroso este disco lleno de hermosura incomprensible.
Flesh for Lulu – Big Fun City: De estos me olvidé en el post de los yetas y ahora compenso sin faltar a la verdad porque estoy escuchando muchísimo este disco. Esta banda y disco vienen directo desde mi pasado más querido, ya que se volvió un disco de culto entre mi grupo de amigos después de que O.S. se lo comprara, impresionado por unas fotos de los FFL en las que se parecían mucho a los Love & Rockets. Pero la pinta de los monos era más que nada producto de la heterogeneidad estética ya que los FFL, aunque habían salido de la Batcave, estaban más cerca de los Hanoi Rocks, de los New York Dolls o de los Scientists que de Bauhaus (aunque son una prueba más del eslabón perdido entre los góticos y los glam). Como los Stones, una de sus grandes influencias, sonaban increíblemente yanquis para ser ingleses y eran una máquina de hacer hits. Big Fun City parece un greatest hits por la cantidad obscena de buenas canciones malignas como “Vaguely Human”, “Cat Burglar” o “Let Go”, en las que brilla la voz del hijo de puta de Nick Marsh, bien apodado como “Nick Nasty”, un maestro en el arte de utilizar la falsa inocencia socarrona. Parecían total e injustamente olvidados, pero Paul Westerberg resucitó en su último disco, “Postcards from Paradise” un temazo del posterior Long Live the New Flesh, que es muy similar aunque con un ojo puesto en el mercado americano. Pero el bueno es Big Fun City. Rock para gente bien, música para champions.
Immortal - Sons of Northern Darkness: Había escuchado un par de discos de Immortal y, si bien me habían parecido excelentes y la banda me caía simpatiquísima (Kiss haciendo música de vikingos en plan saqueo y solemnemente, increíble), no me resultaban ni tan atractivos ni tan oscuramente épicos (en términos de black metal noruego) como Emperor o Darkthrone. Pero no había escuchado éste, el último disco que hicieron antes de disolverse. Sabía que la trilogía final de discos de Immortal era considerada su mejor época, pero no que el Sons of Northern Darkness era posiblemente (¿junto al Anthems for the Witkin at Dusk de Emperor tal vez?) el mejor disco de todo el black metal noruego y uno de los mejores –en este otoño el mejor- discos de metal que haya escuchado. De tempo más lento que los anteriores y, dentro de ciertos márgenes, más melodioso y melancólico, es un viaje a una tierra fantástica y extrañamente deprimida en la que los guerreros luchan con demonios blancos sobre nieves eternamente tristes. Como ya dije antes, la facha de los Immortal en la tapa puede hacer sonreír a más de uno, pero quien se ría de este disco es un gil. Si alguno se intriga y decide bajarlo del Soulseek tenga cuidado, porque algún tarado subió una versión reducida en la que varios de los temas están cortados y desaparecen en un absurdo fade out. Fijense en el AMG la duración real de los mismos y bájense las versiones largas, completas y heroicas de este disco majestuoso.
Xiu Xiu – Fabulous Muscles: Los discos anteriores de Xiu Xiu me producían una gran incomodidad por la manifiesta voluntad de ponerle señales de “arty” por todos lados, por los excesos de histeria de Jamie Stewart y por lo previsible del dibujo (acá viene un ruido absurdo, acá viene un grito desproporcionado…). Pero el Fabulous Muscles no solo está mucho más balanceado sino que también está mucho más inspirado. Sigue siendo una especie de Arab Strap noisy, más histérico y lleno de una homosexualidad torturada y explícita que puede ahuyentar a más de uno, pero con personalidad propia y con esa confianza en su visión que hace a las bandas grandes. En “Support our Troops” estos amaracados demuestran tener los huevos que casi nadie tiene en la escena under yanqui para decir un par de verdades sobre la política exterior de su país; pero lo mejor del disco es “I Luv the Valley. Oh!”, canción de exasperado resentimiento que contiene la mayor cantidad de malos sentimientos que se hayan visto en tres minutos y el primer grito de Jamie Stewart totalmente justificado. Una gran banda valiente que merece a todos los que deserten de Radiohead.
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