martes, mayo 11, 2004
Una escena: The Warriors
"This is what we fought all night to get back to?"
(Swan, el lider de los Warriors, al llegar finalmente a Coney Island)
Me entero en una revista que no voy a nombrar que se editó finalmente The Warriors (1979) del genial Walter Hill (Crossroads, Calles de fuego) en DVD, lo cual no es tan lógico como debería ser ya que el cine de los setenta ha sido terriblemente ninguneado en los formatos de video y de DVD. Algo muy triste porque fue una época dorada del cine norteamericano.
Vi The Warriors hace unos diez años, cumpliendo una fantasía que me perseguía desde que de niño había visto (y recortado del diario) el afiche de la película, que mostraba un ejército variopinto de pandilleros neoyorquinos observando con actitud amenazante. Cuando pude verla muchos años después, no sólo me disfrute del placer de la deuda cumplida sino que me encontré con una de mis películas favoritas, una de las cinco grandes. Sigue siéndolo y cada vez que la vuelvo a ver (en una destrozada copia del VideoImagen que posiblemente sea la única copia existente en Montevideo) me gusta un poco más y me vuelvo a maravillar por lo perfecto de su estructura y lo noble de sus valores.
Para quienes no la hayan visto les cuento que se trata de una película bastante oportunista, basada en una novela de Sol Yurick, que aprovecha el aumento de la violencia callejera y la proliferación de pandillas en la Nueva York de los setenta, para construir un relato épico y emocionante que reproduce la historia del ejército griego de Jenofonte y su lucha por atravesar territorio persa y llegar al mar salvador (la "Anabasis").
La historia es la siguiente: Cyrus, un líder carismático de una pandilla del Bronx (The Gramercy Riffs), llama a una reunión de pandillas en su distrito a la cual sólo pueden asistir nueve miembros de cada gang. Una vez allí Cyrus comienza un discurso revolucionario acerca de la capacidad de los 100.000 pandilleros de NY de tomar la ciudad si se unen en contra de la policía y el gobierno. Mientras está hablando suena un tiro y Cyrus cae muerto. Un integrante de la pandilla de The Warriors, de Coney Island, ve al asesino, pero éste, un malandrín medio pirado, reacciona rápido y acusa a los Warriors de ser los asesinos. En el desorden reinante los Gramercy Riffs matan al lider de los Warriors y todos son dispersados por la policía. Pero la versión oficial es que los Warriors rompieron la tregua y deben ser liquidados por eso, y ellos tienen que atravesar toda la Nueva York nocturna para volver a su barrio, Coney Island, donde pueden estar seguros. Es de noche y todas las pandillas de Nueva York están buscándolos y si llegan, llegan a las piñas.
Para que tengan una idea locativa de distancias, ir del Bronx hasta Coney Island es, en términos montevideanos, como ir del Cerro a Solymar. En términos bonaerenses como ir de Martínez a Burzaco.
No voy a ser tan desprolijo de contar toda esta película soberbia, pero quiero evocar la que debe ser una de mis cinco escenas favoritas del cine. En un momento, después de haber pasado las mil y una, los Warriors están en un subte atravesando la coqueta zona de Park Avenue. De pronto se abren las puertas y suben un par de parejas de debutantes borrachos, chicas y chicos de alta sociedad que se quedan de la cara y practicamente se cagan encima al encontrarse en el mismo vagón con semejantes malandras. Obviamente los Warriors, que ya han perdido a tres miembros en el camino, tienen demasiados problemas como para preocuparse por estos conchetos y están completamente agotados, pero el jefe de ellos, el hiper-marcial Swan (Michael Beck) se queda mirándolos de pesado. A su lado está sentada Mercy (Deborah Van Valkenburgh), una chica algo pirada que se les pegó en el camino impresionada por los huevos de esta pandilla, y que desde entonces también las pasó horrible, por lo que está despeinada, mugrienta, sin zapatos. Y queda frente a frente con una debutante vestida de fiesta, maquillada, hermosa. Es el contraste de mayor tensión de clase que yo haya visto nunca en cine, incluyendo el neorralismo italiano entero, el cine proletario y la cinematografía entera de Ken Loach. Después de unos segundos tensos, Mercy, avergonzada de su aspecto, baja la mirada y empieza torpemente a alisarse el pelo con la mano. Pero entonces Swan, con los ojos fijos en los asustados conchetos, le detiene el peinado sujetándole la mano. Las puertas del subte se abren y los debutantes salen despavoridos, durante toda la escena no ha habido ni una palabra, ni hablan después sobre este episodio perfecto.
Afortunados poseedores de reproductores de DVD's, si no la vieron alquilen esta película inmediatamente, o mejor cópienla o incluso cómprenla. Ya no se hacen cosas así.
PD: Estando en NY conocí a un músico experimental, cuñado de una amiga mía, con el que casi no cruzamos palabra durante la mayor parte de una noche en la que salimos con ambas hermanas. De pronto hice una referencia a The Warriors y el rostro se le iluminó y toda la falta de sociabilidad que había demostrado hasta el momento se transmutó en la verborragia feliz de quien reconoce una profunda afinidad espiritual. El hijo de puta, que resultó también ser un fan de Black Flag (es decir, gente fina), se sabía de memoria todos (y cuando digo todos es todos) los diálogos de The Warriors y me indicó cada una de las paradas de subte en las que acontecen las principales escenas de la película. Me enteré por él que la devoción total a The Warriors, que yo consideraba una perversión personal mía, es bastante común y que, al menos en NY, ciudad de la que la película es en cierta forma una radiografía, la película es un objeto de culto total. El tipo se emocionó tanto evocando de The Warriors y bebiendo Wild Turkey que cuando salimos del bar del Lower East Side donde habíamos estado bebiendo no tuvo mejor idea que la de meterle el peso al mejor estilo Warriors a una panda de morochos que nos perdonaron la vida y la honra demostrando una piedad única. Pero eso es otra historia.
(Swan, el lider de los Warriors, al llegar finalmente a Coney Island)
Me entero en una revista que no voy a nombrar que se editó finalmente The Warriors (1979) del genial Walter Hill (Crossroads, Calles de fuego) en DVD, lo cual no es tan lógico como debería ser ya que el cine de los setenta ha sido terriblemente ninguneado en los formatos de video y de DVD. Algo muy triste porque fue una época dorada del cine norteamericano.
Vi The Warriors hace unos diez años, cumpliendo una fantasía que me perseguía desde que de niño había visto (y recortado del diario) el afiche de la película, que mostraba un ejército variopinto de pandilleros neoyorquinos observando con actitud amenazante. Cuando pude verla muchos años después, no sólo me disfrute del placer de la deuda cumplida sino que me encontré con una de mis películas favoritas, una de las cinco grandes. Sigue siéndolo y cada vez que la vuelvo a ver (en una destrozada copia del VideoImagen que posiblemente sea la única copia existente en Montevideo) me gusta un poco más y me vuelvo a maravillar por lo perfecto de su estructura y lo noble de sus valores.
Para quienes no la hayan visto les cuento que se trata de una película bastante oportunista, basada en una novela de Sol Yurick, que aprovecha el aumento de la violencia callejera y la proliferación de pandillas en la Nueva York de los setenta, para construir un relato épico y emocionante que reproduce la historia del ejército griego de Jenofonte y su lucha por atravesar territorio persa y llegar al mar salvador (la "Anabasis").
La historia es la siguiente: Cyrus, un líder carismático de una pandilla del Bronx (The Gramercy Riffs), llama a una reunión de pandillas en su distrito a la cual sólo pueden asistir nueve miembros de cada gang. Una vez allí Cyrus comienza un discurso revolucionario acerca de la capacidad de los 100.000 pandilleros de NY de tomar la ciudad si se unen en contra de la policía y el gobierno. Mientras está hablando suena un tiro y Cyrus cae muerto. Un integrante de la pandilla de The Warriors, de Coney Island, ve al asesino, pero éste, un malandrín medio pirado, reacciona rápido y acusa a los Warriors de ser los asesinos. En el desorden reinante los Gramercy Riffs matan al lider de los Warriors y todos son dispersados por la policía. Pero la versión oficial es que los Warriors rompieron la tregua y deben ser liquidados por eso, y ellos tienen que atravesar toda la Nueva York nocturna para volver a su barrio, Coney Island, donde pueden estar seguros. Es de noche y todas las pandillas de Nueva York están buscándolos y si llegan, llegan a las piñas.
Para que tengan una idea locativa de distancias, ir del Bronx hasta Coney Island es, en términos montevideanos, como ir del Cerro a Solymar. En términos bonaerenses como ir de Martínez a Burzaco.
No voy a ser tan desprolijo de contar toda esta película soberbia, pero quiero evocar la que debe ser una de mis cinco escenas favoritas del cine. En un momento, después de haber pasado las mil y una, los Warriors están en un subte atravesando la coqueta zona de Park Avenue. De pronto se abren las puertas y suben un par de parejas de debutantes borrachos, chicas y chicos de alta sociedad que se quedan de la cara y practicamente se cagan encima al encontrarse en el mismo vagón con semejantes malandras. Obviamente los Warriors, que ya han perdido a tres miembros en el camino, tienen demasiados problemas como para preocuparse por estos conchetos y están completamente agotados, pero el jefe de ellos, el hiper-marcial Swan (Michael Beck) se queda mirándolos de pesado. A su lado está sentada Mercy (Deborah Van Valkenburgh), una chica algo pirada que se les pegó en el camino impresionada por los huevos de esta pandilla, y que desde entonces también las pasó horrible, por lo que está despeinada, mugrienta, sin zapatos. Y queda frente a frente con una debutante vestida de fiesta, maquillada, hermosa. Es el contraste de mayor tensión de clase que yo haya visto nunca en cine, incluyendo el neorralismo italiano entero, el cine proletario y la cinematografía entera de Ken Loach. Después de unos segundos tensos, Mercy, avergonzada de su aspecto, baja la mirada y empieza torpemente a alisarse el pelo con la mano. Pero entonces Swan, con los ojos fijos en los asustados conchetos, le detiene el peinado sujetándole la mano. Las puertas del subte se abren y los debutantes salen despavoridos, durante toda la escena no ha habido ni una palabra, ni hablan después sobre este episodio perfecto.
Afortunados poseedores de reproductores de DVD's, si no la vieron alquilen esta película inmediatamente, o mejor cópienla o incluso cómprenla. Ya no se hacen cosas así.
PD: Estando en NY conocí a un músico experimental, cuñado de una amiga mía, con el que casi no cruzamos palabra durante la mayor parte de una noche en la que salimos con ambas hermanas. De pronto hice una referencia a The Warriors y el rostro se le iluminó y toda la falta de sociabilidad que había demostrado hasta el momento se transmutó en la verborragia feliz de quien reconoce una profunda afinidad espiritual. El hijo de puta, que resultó también ser un fan de Black Flag (es decir, gente fina), se sabía de memoria todos (y cuando digo todos es todos) los diálogos de The Warriors y me indicó cada una de las paradas de subte en las que acontecen las principales escenas de la película. Me enteré por él que la devoción total a The Warriors, que yo consideraba una perversión personal mía, es bastante común y que, al menos en NY, ciudad de la que la película es en cierta forma una radiografía, la película es un objeto de culto total. El tipo se emocionó tanto evocando de The Warriors y bebiendo Wild Turkey que cuando salimos del bar del Lower East Side donde habíamos estado bebiendo no tuvo mejor idea que la de meterle el peso al mejor estilo Warriors a una panda de morochos que nos perdonaron la vida y la honra demostrando una piedad única. Pero eso es otra historia.
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