sábado, junio 26, 2004

Dos años de una foto

Página 12 ilustra su portada de hoy (26/06/04) con la terrible imagen de Darío Santillán muerto, desangrado con las piernas en alto y los brazos abiertos en la religiosa postura que ha convertido ésta fotografía desoladora en un ícono de la resistencia contemporánea.

Me sorprendo conmoviéndome ante la imagen casi con la misma intensidad que cuando me enteré de los pormenores de la represión del Puente Pueyrredón hace dos años. No voy a entrar en detalles sobre los mismos; los visitantes argentinos tienen más que claro lo que pasó, a los visitantes no-argentinos posiblemente les importe un pomo y si no es así vayan y averiguen, que para eso tienen Internet.



Lo que pensaba, y pienso, es que Darío Santillán fue el único que se quedó a ayudar al ya agónico Maximiliano Kosteki -que no era su amigo, era sólo otro piquetero- cuando los demás huían en una fuga absolutamente razonable ya que era evidente que la policía estaba tirando a dar y usando balas de plomo. Es decir, hicieron lo lógico, lo que hubiera hecho yo y lo que hubieras hecho vos. Darío Santillán no, se quedó para ver si podía hacer algo por el otro tipo, o al menos para que no se muriera sólo rodeado de uniformes azules, y por ese gesto de valor asombroso lo mataron como a un perro, dejando que se desangrara apoyado en un pilar.

El policía que mató a Santillán hizo un disparo afortunado, fácil pero afortunado, con el que mató a alguien evidentemente excepcional, a alguien de los que hay uno, tal vez dos, cada mil. Si hubieran podido le hubieran dado una medalla enorme por haber arponeado a tan peligrosa ballena blanca. Uno está acostumbrado al frío distanciamiento del bronce y mármol de los grandes héroes, de las personas que en algún momento -y siempre mediados por la opinión de quienes decidieron subirlos a esos pedestales- trascendieron la materia común y se convirtieron en otra cosa. Pero esta "otra cosa" de Santillán, sin mármol, sin bandera flameando, sin carabina a la espalda y sable en mano, es otra cosa que vemos en vivo y en directo, y que nos obliga a escarbar en el lenguaje para encontrar palabras que les correspondan, que les hagan justicia. Pero no las hay, porque no estamos acostumbrados a ver el heroísmo y el martirio en la televisión, la televisión está hecha para mostrarnos la miseria y la cobardía, así que no entendemos por qué se queda ese peludo cuando vienen a los tiros, por qué se cae, por qué se muere. Y no entendemos porque estamos acostumbrados a lo pequeño, a los pequeños sacrificios, los pequeños valores que son tan pequeños que no los vemos y que sólo podemos creerlos mediante actos de fe, porque todo es tan ambiguo, porque yo hago lo que puedo, che, y yo, yo, yo, yo, yo, yo, yo sólo estoy haciendo mi trabajo, no me rompas los huevos.

La horrible ejecución de Darío Santillán fue al mismo tiempo un momento privilegiado en la historia de los medios, no el único pero ciertamente algo tan raro, tan real, tan unívoco, que si no se saca nada de eso es que estamos realmente jodidos y realmente muertos. No con los brazos en cruz sino con el culo para arriba.

Y, entre tanto obituario de artistas pasados, viejos y agotados, nunca viene de más recordar que Santillán nunca grabó un disco, nunca editó un libro y posiblemente nunca haya dicho nada que puedas anotar entre comillas en tu cuaderno de adolescente retardado. Pero también recordar que a Santillán no lo mató el spleen, no lo mataron las drogas, no lo mató un fan enloquecido, no lo mató un flagelo generacional, no lo mató la velocidad. Lo mataron ellos, como a Kosteki, como a Morroni, cómo al próximo guacho joven al que maten para explicarlo después.





<< Página Principal

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Suscribirse a Entradas [Atom]