sábado, julio 31, 2004

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Sigmur me escribe en un comment: “murió Seregni”.

Gracias al abyecto escandalete de los últimos días -motivado por la reposición de una fotografía de Seregni a la galería de generales comandantes de la 2ª División, de donde había sido bajada durante la dictadura y recién fue repuesta casi 20 años después del regreso de la democracia- Seregni había sido noticia y se habían hecho algunas menciones a la enfermedad, cáncer de páncreas, que finalmente lo mató. La reposición de la foto produjo un comunicado de protesta por parte de un grupo de generales que, en un país donde la justicia no fuera una farsa patética estarían colgando de los árboles, pero que ni siquiera significó la destitución del Comandante en Jefe. Las menciones respecto a la gravedad del estado físico de Seregni me hizo pensar en que, a los 88 años, la muerte debía estar rondando al general.

Qué figura incómoda Seregni; representante de el ala centrista del Frente Amplio y responsable de algunas jugadas polémicas, que tal vez le costaron las elecciones del 2000 al FA, era sin duda un dirigente moral, consciente de su poder simbólico, políticamente pragmático pero principista, al que le encantaba hacer de disidente dentro del partido que comandó durante muchos años. Milico hasta el fin, Seregni no llegó a ser el Perón que Perón nunca fue, pero posiblemente haya sido el último gran hombre de la política nacional. En tiempos en que los presidentes huyen en helicópteros de la debacle que cultivaron o practican el terrorismo ideológico desde fuera de fronteras a uno le resulta casi inverosímil el gesto de Seregni que, sabiendo que se enfrentaba a la cárcel, la tortura y tal vez la muerte, decidió conscientemente no escaparse de Uruguay después del golpe porque le parecía que el líder de la izquierda no podía huir ante la barbarie. Así fue torturado y luego encarcelado durante diez años y así adquirió una autoridad que nadie podía discutirle en lo moral, aunque sí en la praxis política, lo cual motivó algunas de las mayores pequeñeces de la historia reciente de la izquierda.

Rara vez estuve de acuerdo con Seregni, cuya voluntad conciliatoria produjo aberraciones como el Pacto del Club Naval. Yo estoy a favor de lo irreconciliable, de la justicia de sangre y fuego, del fin de la impunidad congénita y de un brumario de furia jacobina. Pero tal vez para el mundo sea mejor que haya políticos como Seregni y que yo me dedique a hacer catársis en un blog.

Es triste que el co-fundador del FA y su figura histórica indiscutible muera a meses de que dicho partido –posiblemente- llegue al gobierno por primera vez. Su último acto político, el discurso que dio en el homenaje que le hicieron en el Paraninfo universitario, fue extrañamente hermoso. Ahora sé que el hombre ya estaba marcado para la muerte cuando le hicieron ese homenaje, ese conocimiento hace brillar aún más su discurso.

Después de leer la noticia fui caminando hasta la casa de mi vieja, pensando en la muerte de Seregni, y pasé por el cruce de los bulevares, donde vivía el viejo general. Y me vino una tristeza enorme, una tristeza de recuerdos revueltos. Porque recuerdo cuando el nombre de Seregni se decía en voz baja y reverente, aún entre cuatro paredes, porque afuera estaba el infierno. Recuerdo el sonido subversivo y prohibido de su apellido, recuerdo la diferencia entre decir “Seregni” y decir “teta” o “culo”. Recuerdo una pared encalada en la que aún se podía leer su nombre escrito en una pintada abolida. Recuerdo preguntarle a mi tía o a mi madre sobre Seregni y por qué estaba preso y no entender la explicación. Recuerdo otro Uruguay, que agonizaba mientras pensábamos que estaba sanándose y que podemos enterrar con el cuerpo de Seregni. Recuerdo...

(entro al flog de Camila y, en lugar de encontrar uno de sus habituales autorretratos softcore-punk, me encuentro con una foto del General. Camila debía ser una bebé de semanas cuando lo soltaron, si había nacido, pero escribe que tiene un nudo en la garganta. Escucho a Gargano mientras se le quiebra la voz en la radio al pedir que vayan al velorio con las banderas. Escucho a Rosencof que recuerda que Seregni renunció al ejército en el 69 diciendo que "el ejército no fue creado para reprimir obreros y estudiantes". Yo tengo la sensación de estar viendo un enorme dirigible hundiéndose en el agua marrón del Río de la Plata. Escucho a Zitarrosa que en la radio canta el "Adagio en mi país". Yo veo colecciones de Mafalda incendiándose y creando espirales de humo. Yo veo un puño final sobre la garganta de un fantasma. Yo no reconozco esta sensación, este país atragantado.)

Y recuerdo cuando lo soltaron, en el orwelliano Montevideo de 1984. Recuerdo que fui a la manifestación espontánea que se formó ahí, en los bulevares, y recuerdo el rayo de electricidad que cruzó a la multitud cuando el tipo salió al balcón. No recuerdo nunca haber vuelto a sentir una vibración tan fuerte en una multitud. Recuerdo el silencio con el que se escuchó su discurso, recuerdo que su voz sonaba muy feliz. Recuerdo que me encontré con mi madre, que nunca fue frenteamplista. Recuerdo que el haber ido fue mi primera decisión política. Recuerdo que Seregni no parecía poderoso. Recuerdo banderas que nunca había visto ondear hasta ese momento. No recuerdo con quién fui. Recuerdo días después hablar sobre haber estado ahí con Jimena, de quién estaba enamorado por primera vez y sin mayores esperanzas. Ella también había estado ahí, pero no nos habíamos visto. Recuerdo esa charla y como le brillaban los ojos. Recuerdo que era muy linda. Recuerdo mi, en aquel entonces extraordinario, pin del Ché. Me recuerdo a mí.

Pero (cuando cruzo los bulevares veo gente mirando hacia arriba, hacia el balcón) sé que ese yo se murió hace tiempo, y ahora sigmur dice que se murió el General.





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