viernes, julio 16, 2004

Howling at the moon

El acceso eventual a una interesante cuponera de videos me permitió reincidir en uno de mis mayores y más persistentes vicios, el cine atorrante y comercial, dándome un atracón de películas de las que saqué algunas conclusiones que detallo:
 
a)  Agua Viva (Deep Rising, Stephen Summers, 1998) sigue siendo una película buenísima y Treat Williams es un héroe perfecto que no debería ser ninguneado.

b)  Es un misterio por qué El mundo está loco, loco, loco (Rat Race, Jerry Zucker, 2001) no fue el gran éxito que sus productores esperaban que fuera. Es la película más genuinamente alegre que haya visto en mucho tiempo.

c)  Después de ver ambas películas me noto seriamente enamorado de Famke Janssen y de Amy Smart.

d)  Misteriosamente The Rock es bastante divertido y elige (razonablemente) bien sus películas.

e)  Joel Schumacher debería ser ejecutado con crueldad y en público, para que sirva de ejemplo.
 
Pero lo más interesante para un junkie del cine de terror como quién esto suscribe fue descubrir una película de la que había visto las sinopsis y había descartado a priori como una pelotudez más de adolescentes y monstruos peludos. Se trata de Ginger Snaps (John Fawcett, 2000) película canadiense sobre licantropía que presenta sobre este trillado tema una mirada tan refrescante como la que ofrecieron El ansia (The Hunger, Tony Scott, 1983) y Near Dark (Kathryn Bigelow, 1987) al tema del vampirismo. De hecho el asunto de los lobizones sólo tenía como precedentes serios recientes la maravillosa  En compañía de lobos (The Company of Wolves, Neil Jordan, 1984) y la paródica Hombre Lobo americano en Londres (An American Werewolf in London, John Landis, 1981), dos antecesores más que dignos pero muy distintos a la película en cuestión. 
 
 
 
Ginger Snaps está relativamente cerca de The Company of Wolves en cuanto a que al igual que esta relaciona el tema de la licantropía con el despertar sexual, la pubertad y el miedo al cambio físico relacionado con las lunas, pero a diferencia de la encantadora película de fantasía folklórica de Jordan, Ginger Snaps es efectivamente una película de terror, inclusive se puede decir que es una película de horror, diferencia que implica además de la sílaba de diferencia una dimensión trágica, metafórica y existencial. Digámoslo así: Scream es una buena película (horriblemente autorreferente) de terror, cualquier película de Carpenter o de Romero es una película de horror, aunque no asuste. En fin, me estoy yendo por las ramas…
 
La trama de Ginger Snaps no es sencilla de resumir: en una localidad pequeña los perros comienzan a aparecer hechos pedazos, mientras tanto un par de hermanas –de aspecto algo gótico pero con demasiado sentido del humor para serlo- se divierten sacándose fotos cubiertas de sangre, imitando formas grotescas de muerte (las fotos van pasando detrás de los créditos de apertura, probando de saque que la película no es una de esas mierdas para adolescentes imbecilizados que ahora se considera “terror”). Una noche son atacadas por un bicho licantrópico que muerde a una de ellas antes de ser atropellado y reventado por una camioneta. En los días subsiguientes la chica mordida comienza a sufrir algunos cambios físicos simultáneamente a la llegada de su primer período menstrual, produciendo una notoria confusión entre la llegada a la madurez sexual y la metamorfosis en un animal sanguinario. No voy a desarrollar más la trama, que no es demasiado previsible por otra parte, pero voy a señalar algunas características singulares que la destacan dentro del género, o dentro del cine contemporáneo a secas: 



* Los licántropos presentes en la película no siguen ninguna de las reglas de vida/muerte (luna llena, balas de plata, etc.) codificadas por ejemplos poco imaginativos del género.

* La sangre es un elemento esencial de cualquier película de terror que se precie, y aquí hay suficientes litros como para poder incluirla dentro del gore, pero dentro de esos litros hay bastante sangre que corresponde a la hemorragia tradicionalmente no representable en el cine de entretenimiento: la sangre menstrual.

* Se sabe que hay dos clases de muertes que el cine violento de hoy no permite y tácitamente prohibe: las muertes de niños y las de perros. En Ginger Snaps no se matan niños, pero hay un canicidio espectacularmente violento cada diez minutos. Por suerte los canes no le dan pelota al tubo catódico, porque de lo contrario J.C.B., enroscado frente al televisor, la habría pasado horrible.

* Al igual que en The Faculty (Robert Rodríguez, 1998) el mejor aliado de las protagonistas contra la adversidad y el terror es el traficante local de drogas, que es el único que entiende algo de la realidad y la supra-realidad. Y por supuesto es el único que tiene un poco de onda fuera de las hermanas.

* La protagonista no atractiva no sufre cambios “de gusano a mariposa” y culmina la película tan poco agraciada (o no, depende de los gustos) y tan freak como la empezó.
 
Algún preciosismo inútil de cámara y una iluminación no muy climática (aunque hay una genial escena alumbrada solo con una linterna) afean o vulgarizan un poco esta película que no tiene nada de vulgar. Haciendo un pequeño search por la web descubro que los méritos de la película han sido ya descubiertos por cientos de personas que la consideran un pequeño clásico y que de hecho ya existen un par de secuelas que me imagino totalmente innecesarias. El final abierto de Ginger Snaps, si bien podría sugerir la posibilidad de una continuación, en realidad le da ese plus de tristeza e incompletud que hace a las películas serias.
 
Y ahora, cuando estoy a punto de decir alguna idiotez sobre señales de vida auspiciosas en el cine norteamericano, recuerdo que la película es canadiense y que la diferencia entre el arte estadounidense y el canadiense es abismal, como sabe cualquiera que haya escuchado un disco de Godspeed You Black Emperor! o de Propagandhi. Canadá, terror, modificaciones corporales, horror sexual… parece que el virus Cronenberg sigue activo.   





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