lunes, agosto 09, 2004

Carne quemada

Hace días que estoy por escribir algo sobre el asombroso “accidente” del supermercado (que por tamaño y características era casi un shopping) paraguayo que se incendió quemando vivos a 500 de sus clientes, de los cuales muchos se habrían salvado de no ser porque los dueños del supermercado dieron la orden de bloquear las puertas para que la gente no se fuera sin pagar o para que no entraran saqueadores. No porque me interese particularmente escribir sobre monstruosidades horribles sino porque me interesan las monstruosidades horribles simbólicas, las que revelan mucho más que los vericuetos de la fatalidad y el azar. Pero el tema es largo y por suerte para mi pereza me encontré con este artículo de José Pablo Feinmann que dice exactamente lo que yo quería decir, solo que con mayor claridad expositiva y autoridad filosófica, así que vayan, léanlo y sepan que Fuck you, Tiger piensa lo mismo.


De cualquier forma agrego que no me extrañó la noticia, así como no extrañaron las torturas en Irak, es algo que está en la naturaleza de la situación planteada, como si fuera la famosa fábula del escorpión, la rana y el río. Los supermercados han sido totalmente funcionales al capitalismo neo-liberal más salvaje y a la concentración de capitales multinacionales, cumpliendo un papel similar en la economía local al de las divisiones panzer en la blitzkrieg. Bienvenidos con los brazos abiertos por todos los gobiernos de estas –y todas, me temo- regiones durante las últimas tres décadas, un supermercado es una bomba de fragmentación de las estructuras productoras y laborales que existían a su alrededor antes de su llegada. Ante la inversión, la capacidad de contrato y supongo las coimas que ofrecen los establecimientos comerciales de grandes superficies, los gobiernos aplauden y los ponen como símbolos del futuro y el progreso. No me voy a meter en todas las connotaciones simbólicas de un hipermercado, que ya hay gente que lo ha estudiado en detalle –desde George Romero hasta Beatriz Sarlo-, solo voy a que la característica principal de los supermercados es, además de la competencia desleal con los pequeños comerciantes, el deprimir instantáneamente el mercado laboral sin exterminarlo. Es decir; un supermercado genera una cantidad importante de puestos de trabajo, pero a la vez todas las grandes cadenas impiden cualquier intento de sindicalización de sus empleados -lo cual es posibilitado por la vista gorda que se hace, gracias a las legislaciones laborales "flexibilizadas para alentar la inversión extranjera"- con la excusa de abatir ligeramente los índices de desempleo. Las empresas, por supuesto, contratan por lo general en forma precaria y por el salario mínimo. Así el comerciante menor independiente, que por supuesto no puede competir en precios ni puede contratar personal para cubrir una cantidad de horas de servicio competitiva, desaparece o engrosa la legión de empaquetadores permanentes que trabajan en el desamparo solidario más absoluto. Y todo esto sin mencionar las técnicas de extorsión a los proveedores locales y demás. Mientras tanto los presidentes hacen cola para cortar las cintas de inauguración de los supermercados porque a los presidentes cuanto más grande es algo, mejor, porque se ve más.

Wal Mart, la mayor cadena de supermercados del mundo y la mayor empleadora de E.E.U.U., ha perfeccionado los sistemas que son copiados por todas las demás cadenas, basándose como condición sine qua non de su establecimiento la imposibilidad de estructurarse sindicalmente, y consiguiendo hace dos años la curiosa paradoja de que sus dueños llegaron al puesto nº 1 de las fortunas mundiales, al tener bienes productivos por un valor quince veces mayor al PBI de Uruguay en un año, y al mismo tiempo pagar los peores salarios en promedio de las grandes empresas de su país. Aquí el lider de la izquierda denunció en un discurso tener información acerca de que algunos supermercados de esta ciudad obligaban a sus cajeras a trabajar con pañales para evitar el tiempo perdido de trabajo que les implicaba ir al baño. Esta versión tenía sus aspectos dudosos (señalados por algunos atrevidos cálculos en un post de Ghetta), pero produjo las iras de los líderes de derecha, ofendidos acerca de cómo iban a decir esos disparates sobre empresarios tan necesarios y humanitarios.


Después del incendio en Paraguay, algunos osados periodistas locales fueron a entrevistar al Jefe de Seguridad del supermercado Géant, el mayor de Montevideo, que explicó en detalle cómo eso nunca pasaría acá ya que en este local había muchas más puertas, de mejor señalización, etc. Nadie le preguntó de qué carajo serviría el que hubiera más puertas si se les diera la orden de bloquearlas para evitar un saqueo o para ver cómo se quema gente o lo que fuera. A nadie se le ocurrió preguntar que la seguridad de un local así depende más del prontuario, los antecedentes y la ideología de sus responsables que de otra cosa.

No sé por qué, o sí, me acuerdo de un hecho real sucedido en el Zoológico del Bronx hace ya varios años. Un día de calor unos niños decidieron irse a nadar a una de la piscina que rodea la jaula de los osos polares. Lógicamente un oso agarró a uno, lo despedazó y se lo comió. Los responsables del zoológico argumentaron con razón de que bueno, eso es lo que hacen los osos, matar y comerse a los animales que tienen cerca. Investigando luego a los niñós supervivientes se descubrió que los mismos, tras años de ver a los osos polares de Coca-Cola, al oso Yogi, a Baloo y demás osos bondadosos y ficcionales, habían ya perdido –o tal vez nunca habían adquirido- el conocimiento de que un oso es un animal peligroso. Tal vez lo único bueno que se pueda rescatar del incendio de Asunción entre las góndolas humeantes y los niños convertidos en carbón sea la re-afirmación de que un supermercado también es un animal sanguinario.





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