jueves, agosto 26, 2004

Olympia

David Wojnarowicz, actor, cineasta, escritor y autor de comics, cuenta en su autobiografía Close to the Knives, que -más allá del simple morbo y las ganas de hacer quilombo- el interés de los autores del "cine de la transgresión" por la violencia y el derramamiento de sangre tenía que ver con el convencimiento de que estos contenían algún tipo de "verdad incuestionable" en un tiempo en que todo se ha vuelto borroso, relativo e irreal. Yo, más pacífico, siempre he sentido lo mismo en relación a las Olimpíadas.

Hay algo imposible de fingir, un grado de exigencia casi abstracto en el que los deportistas se enfrentan contra el tiempo y la medida, es decir, contra dioses no contra simples contrincantes eventuales, que hacen de los juegos olímpicos un muestrario asombroso de emociones y actos de grandeza en estado puro. Sucesiones de triunfos físicos y espirituales que no pueden bastardearse ni aún debajo de kilos de sponsors y etiquetas. Un mundo de individuos en los que se ven hechos asombrosos y planos extraños en los que africanos humillan yanquis y milagros similares.

Cualquiera que haya sido afecto en su infancia o adolescencia (o madurez, qué también) a los comics de superhéroes, tiene también que sentirse atraído por estas personas que desarrollan poderes especiales, evidentes en los generalmente asimétricos desarrrollos de sus cuerpos, casi inevitablemente desbalanceados en casi todas las disciplinas, a excepción tal vez del decatlón. La diferencia física entre un velocista competidor de los 100 metros y uno de los 1.500, por ejemplo, dice más sobre la utilidad y el sentido de la fibra muscular de lo que yo aprendí en todas las clases de biología de la secundaria. La única constante es que todavía no se ha encontrado, lamentablemente, ninguna disciplina deportiva en la que las mujeres con buenas tetas tengan alguna ventaja, motivo por el cual las tetas (los colas no, que son músculo al fin y al cabo) son las grandes ausentes de las Olimpíadas.

Otras grandes ausentes en estos juegos son las libertades. A pesar de su belleza, las Olimpíadas no pueden evitar ser un curioso espacio disciplinario en que sus participantes aceptan no solo seguir reglas estrictas referidas a su actividad atlética específica, sino también reglas de conducta y prohibiciones que no corren para el resto de los mortales. No solo en referencia a estimulantes o calmantes, sino inclusive de simple expresión. Hoy leo con infinito desagrado que se le ha prohibido a los atletas escribir en páginas personales o weblogs dando testimonio de su experiencias únicas. El motivo que aducen es que sería una suerte de "competencia desleal" hacia los medios que cubren los eventos, es decir, a los patrocinadores.

Por desgracia la naturaleza misma de la disciplina y la competencia hacen casi imposible el pensar en una rebelión de atletas que mandara a cagar con total justicia a estos medios que se creen con el poder suficiente como para exigir el monopolio de la expresión, el monopolio de la experiencia. Es algo tan absurdo que da miedo: los atletas pierden el derecho a relatar en sus propios términos lo que tal vez sea el momento más importante de sus vidas. Por desgracia la gente está tan acostumbrada a relegar libertades en favor de los poderes económicos que posiblemente a nadie se le ocurre decir la obviedad de que "esto es una mierda".

Hoy escucho esa noticia y a continuación otra que dice que la junta departamental aprobó una serie de resoluciones restrictivas con respecto a los perros. Supongo que a partir del tremebundo informe de Zona Urbana sobre el peligro y el horror de los abundantes perros montevideanos, los ediles decidieron sacar una serie de reglamentaciones para las cuales no recuerdo que me hayan consultado, o que hayan consultado al peludo JCB. Lo primero que pensé es lo lamentable que es cómo los poderes políticos y judiciales de Uruguay vienen dejando que un programa de televisión les marque la agenda de prioridades, ya que a cada informe de ZUR le sigue una resolución judicial o legislativa orientada en la dirección de la mirada de dicho informe.

Lo segundo que pensé es que la verga le voy a poner un bozal a este pacífico labrador porque algún chupapijas paranoico quiera hacer demagogia hacia los idiotas perrofóbicos. Yo no pienso torturar a un bicho apacible e inofensivo haciendolo sentir indefenso y limitando su capacidad de refrigeración. No señor, ¿quieren ponerle un bozal al JCB? Vengan y pónganselo ustedes, y vengan varios porque yo sé de que lado estoy y lo que no voy a permitir de ninguna manera que le hagan a mi perro. Sí, ya sé que me fui del tema. Después hablo sobre Yelena Isinbayeva.





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