miércoles, setiembre 22, 2004
La convulsión (no) será belleza, etc... etc...
Siguiendo con la ronda de documentales de Ron Mann y entusiasmado por Imagine the Sound, me fui a ver su segunda obra, Poetry in Motion, que recoge lecturas y performances de varios de los principales poetas norteamericanos vivos en el momento de su filmación (1982). Voy en guardia porque aún siendo un lector contumaz de poesía y sabiendo toda la tradición de rapsodas y bardos que sostienen que la poesía es para ser leída en voz alta (tradición que los poetas pelan cada vez que tienen una puta oportunidad), la lectura de poesía me parece en general una cagada y casi siempre una confusión de roles.
Porque de eso se trataba: de "poesía en movimiento", en performance, actividad que depende esencialmente del carisma del poeta y que, en documental, me parece bastante innecesaria ya que sería más útil aprovechar ese carisma entrevistándolos y dejando la poesía de ellos donde debe estar: en los libros (o en revistas o en paredes o donde sea que se escriba).
Las lecturas van de lo bueno a lo vergonzoso y en todo caso el conjunto es un poco abrumador y uno termina convencido que los poetas son los gansos que parecen ser. Así uno ve a Michael Mc Clure y a Gary Snyder haciendo monumentales esfuerzos para parecer las más etéreas y espirituales de las criaturas, a Ed Sanders tratando de recordar sus épocas en The Fugs para terminar haciendo algo así como una poor man's version de Laurie Anderson, a Amiri Baraka (antes Leroi Jones) tratando de ser el negro más negro de los negros, a Anne Waldman recitando con un pianista brillando atrás (más terraja que una remera de Staind), a John Giornio leyendo en forma divertida un texto que sobre el papel debe ser un papelón y a Allen Ginsberg demostrando que no tenía la más puta autocrítica cantando un poema político patético (repito en el mismo tono de Freddy: "patéetico") con una banda de punk espantosa haciendole bochinche de fondo. Si uno no lo hubiera leído, ve esto y decide no leerlo nunca. Para dar una idea: el video de los cartoneros de El Otro Yo es más serio. Y John Cage hace su acostumbrado elogio del silencio más o menos con la mismas palabras de siempre, por desgracia después de haber leído un poema que hubiera sido mejor sustituir por cinco minutos de silencio real.
Pero hay algunas cosas interesantes: en primer lugar está el viejo Bill Burroughs, un maestro en el arte de recitar -como puede confirmar cualquiera que haya escuchado una de sus numerosas grabaciones- al que suma su fantástico carisma personal. Pero seamos sinceros: si Burroughs hubiera aparecido encendiéndose pedos con un encendedor y leyendo a Isabel Allende, igual me hubiera parecido lo mejor. No soy ni remotamente parcial con ese viejo.
También están muy bien Tom Waits (un auténtico performer), el maravilloso tuerto Robert Creeley (mi poeta yanqui favorito, junto al occiso Frank O'Hara, de la segunda mitad del S.XX) y Jim O'Carroll, que no solo lee un texto muy superior al de la mayoría de los que lo precedieron (es la última lectura del documental) sino que demuestra que su pasaje por las tablas no fue en vano, y que es el tipo más parecido a David Bowie -período cocaína- de la Tierra.
Todo se hila con un Charles Bukowski que se niega a leer, que dice las boludeces anti-literarias que todo el mundo le festejaba hace quince años y que sirvieron esencialmente para confundir a la gente y no darse cuenta del exquisito trabajo literario que tiene su obra, que algún día va a haber que reinvindicar. Descubro con sorpresa que el viejo Hank tenía una voz exquisita, bien modulada y mucho más suave de lo que se podía esperar de semejante choborra.
Me voy del cine algo aburrido y pensando pestes sobre esa confusión de roles que tienen los bardos que quieren ser actores o rockeros (y de muchos rockeros y actores que quieren ser poetas) y de pronto me doy cuenta que muchos de los principales nombres de este documental (Cage, Bukowksi, Ginsberg, Burroughs) murieron en los veinte años que pasaron desde su estreno. Y me pregunto a quienes podría dar cámara Mann si se le ocurriera hacerlo hoy en día. Bueno, podría llamar a....
Puta, están todos muertos y nadie es joven nunca más.
Porque de eso se trataba: de "poesía en movimiento", en performance, actividad que depende esencialmente del carisma del poeta y que, en documental, me parece bastante innecesaria ya que sería más útil aprovechar ese carisma entrevistándolos y dejando la poesía de ellos donde debe estar: en los libros (o en revistas o en paredes o donde sea que se escriba).
Las lecturas van de lo bueno a lo vergonzoso y en todo caso el conjunto es un poco abrumador y uno termina convencido que los poetas son los gansos que parecen ser. Así uno ve a Michael Mc Clure y a Gary Snyder haciendo monumentales esfuerzos para parecer las más etéreas y espirituales de las criaturas, a Ed Sanders tratando de recordar sus épocas en The Fugs para terminar haciendo algo así como una poor man's version de Laurie Anderson, a Amiri Baraka (antes Leroi Jones) tratando de ser el negro más negro de los negros, a Anne Waldman recitando con un pianista brillando atrás (más terraja que una remera de Staind), a John Giornio leyendo en forma divertida un texto que sobre el papel debe ser un papelón y a Allen Ginsberg demostrando que no tenía la más puta autocrítica cantando un poema político patético (repito en el mismo tono de Freddy: "patéetico") con una banda de punk espantosa haciendole bochinche de fondo. Si uno no lo hubiera leído, ve esto y decide no leerlo nunca. Para dar una idea: el video de los cartoneros de El Otro Yo es más serio. Y John Cage hace su acostumbrado elogio del silencio más o menos con la mismas palabras de siempre, por desgracia después de haber leído un poema que hubiera sido mejor sustituir por cinco minutos de silencio real.
Pero hay algunas cosas interesantes: en primer lugar está el viejo Bill Burroughs, un maestro en el arte de recitar -como puede confirmar cualquiera que haya escuchado una de sus numerosas grabaciones- al que suma su fantástico carisma personal. Pero seamos sinceros: si Burroughs hubiera aparecido encendiéndose pedos con un encendedor y leyendo a Isabel Allende, igual me hubiera parecido lo mejor. No soy ni remotamente parcial con ese viejo.
También están muy bien Tom Waits (un auténtico performer), el maravilloso tuerto Robert Creeley (mi poeta yanqui favorito, junto al occiso Frank O'Hara, de la segunda mitad del S.XX) y Jim O'Carroll, que no solo lee un texto muy superior al de la mayoría de los que lo precedieron (es la última lectura del documental) sino que demuestra que su pasaje por las tablas no fue en vano, y que es el tipo más parecido a David Bowie -período cocaína- de la Tierra.
Todo se hila con un Charles Bukowski que se niega a leer, que dice las boludeces anti-literarias que todo el mundo le festejaba hace quince años y que sirvieron esencialmente para confundir a la gente y no darse cuenta del exquisito trabajo literario que tiene su obra, que algún día va a haber que reinvindicar. Descubro con sorpresa que el viejo Hank tenía una voz exquisita, bien modulada y mucho más suave de lo que se podía esperar de semejante choborra.
Me voy del cine algo aburrido y pensando pestes sobre esa confusión de roles que tienen los bardos que quieren ser actores o rockeros (y de muchos rockeros y actores que quieren ser poetas) y de pronto me doy cuenta que muchos de los principales nombres de este documental (Cage, Bukowksi, Ginsberg, Burroughs) murieron en los veinte años que pasaron desde su estreno. Y me pregunto a quienes podría dar cámara Mann si se le ocurriera hacerlo hoy en día. Bueno, podría llamar a....
Puta, están todos muertos y nadie es joven nunca más.
Suscribirse a Entradas [Atom]