lunes, setiembre 27, 2004

Mis discos de invierno

Vuelvo a robarle la idea crítico-autobiográfica de mvc de contar, sin preocupaciones de novedad o coherencia ensayística, los discos que más escuché la pasada estación. No sé que gran interés puede tener para los lectores, pero el re-agruparlos me permite, al mirarlos de lejos ver una cierta figura psíquica, una cierta fotografía. Mmmm… me parece que salí medio feo, mucha industrialidad, pocas canciones de amor… Y poco interés por el presente: de todos los diez discos citados sólo uno fue editado este año, y es una recopilación de grupos de los sesenta… Falta uno, que fue el disco que más escuché durante todo el invierno, pero lo que quería escribir sobre él era más largo que lo que escribí sobre los otros, así que haré un post individual sobre el mismo. Los otros, los que me estuvieron entreteniendo en este invierno de mierda fueron estos…


The Dubliners – Best of the Dubliners: Mi renacida obsesión por los Pogues evidentemente me tenía que llevar –sslk mediante- a investigar en la música popular irlandesa y, siguiendo el rastro de whisky, inevitablemente me iba a topar con los Dubliners. Mucho más tradicionales que los comandados por McGowan, los Dubliners tienen similar pedo y un entusiasmo más contagioso que un bostezo. Han editado una cantidad grosera de discos, así que lo mejor para empezar es agendarse alguna recopilación como la presente, que vale por las pintiñas de los dublineses en la tapa. También estas recopilaciones son incontables, lo único que hay que fijarse es que tenga “Whiskey in the Jar”, “Seven Drunken Nights” y “The Rising of the Moon”, todos temas tradicionales que los Dubliners han vuelto propios. Y a partir de ahí comenzar el viaje hacia los demás discos, hacia los Chieftains, los Tim Malloys, los Boys of the Lough y demás borrachos invencibles.


Skinny Puppy – VIVISectVI: Odié con dedicación durante una década a Skinny Puppy, a quienes consideraba la vertiente superficial e imbécil de la música industrial. Apenas los había escuchado, lo que prueba que el superficial e imbécil posiblemente fuera yo, que había sacado la temprana conclusión de que los tipos odiaban a los perros. Re-descubriéndolos ahora me encuentro con que –dentro del panorama industrial- eran casi una banda de rock progresivo. Lejos del minimalismo noise de Throbbing Gristle o de la brutalidad de Einsturzende Neübauten, lo de Skinny Puppy parecía más bien un desarrollo de las vertientes más tecno del género, convirtiéndolas en estructuras complejas y hasta épicas. Muchos de los timbres se han vuelto, por la inclemencia del tiempo, más kitsch que amenazadores, pero siguen siendo una mina de talento e inquietud en la oscuridad. Súbitamente fanatizado me bajé la discografía entera, de ejemplar regularidad, entre la cual destaco este VIVISectVI, tal vez el más oscuro de sus discos, por contener esa pequeña sinfonía industrial llamada “Punk in Park’s Zoo”, pero podría haber elegido el Last Rights, que contiene la balada imposible “The Killing Game”. Si quieren saber de donde los Sonic Youth sacaron su brillante arreglo para el “Into de Groove” de Madonna, cualquier disco de los Skinny Puppy les va a dar más de una pista.


VV.AA. – Hallucinations: Nunca me interesaron mucho las recopilaciones de Nuggets por la simple razón de que nunca me interesaron mucho las bandas de garage de los sesenta (ni las de la presente década, ya que estamos), pero como empresa arqueológica siempre me pareció válida. Al agotarse los grupos garageros era lógico que le metieran mano a otras corrientes underground-vintage como la psicodelia, ya existiendo varios ejemplos de Nuggets + LSD. Hallucinations, publicado este año, debe ser la mejor de estas colecciones, y contiene exclusivamente grupos del catálogo de WEA. De los 24 artistas presentes araño a conocer cuatro (The Monkees, Kim Fowley, The Electric Prunes y The Tokens), mientras que los demás deben ser una experiencia olvidada hasta para los músicos que integraron las bandas. Lo cual no impide que el disco sea una delicia de escalas pseudo-orientales, puentes insólitos, bongos, voces armonizadas y plagadas de eco y demás señales exageradas de lo que estas bestias entendían por psicodelia. Buenísimo para imaginarse chicas bailando "the monkey" sobre tarimas con minifaldas.


:zoviet*france: - Decriminalization of Country Music: Themes for Tramway: Básicamente un trabajo de encargo por parte de un centro artístico de Glasgow, este disco de la más misteriosa de las bandas industriales ha sido definido como un cruce entre una banda de sonido de Brian Eno y una de Ry Cooder. Es una definición adecuada, pero que no describe la síntesis, así como la ecuación Glenn Branca + Black Flag no describe Sonic Youth o Fernet + Coca-Cola no describe agarrarse un pedo en Buenos Aires. Se podría decir que la música contenida en este disco es como una niebla estática detrás de la cual se vislumbran borrosamente algunas melodías y de la cual eventualmente sale una radiante guitarra tocada con bottleneck. Se podría decir también que es un disco hermosísimo, mucho más atractivo y emocionante que cualquier otro disco electrónico promovido por el hype en los últimos años. Se podría decir también que me hace acordar mucho a Godspeed You Black Emperor! y, sin embargo, en lo musical no tiene nada que ver.


Captain Sensible – Live at the Milky Way: Un aparato de lo más curioso; un disco en vivo que hace uso evidente del retocado de estudio pero no para disimular fallos técnicos sino para agregarle más locura y psicodelia a un recital que ya las tenía en cantidades generosas. Perfecto resumen de la carrera del más sesentista de los punks ingleses de los setenta, este disco en vivo incluye sketches grabados a posteriori, chistes on-stage del más diverso calibre, guitarras y órganos en llamas, una selección casi perfecta de los mejores temas del Captain –tanto como solista como de los clásicos de Damned-, y una guía práctica para ver el hilo invisible que va del primer Pink Floyd a sus supuestos antagonistas del ’77. Las versiones de Damned son infartantemente buenas y, para quienes no somos fans de la voz de Vanian, mejores que las originales. Como si fuera poco cierra con la increíble “Glad it’s all over”, canción que habría que recordar en estos tiempos guerreros.


Whitehouse – Another Crack of the White Whip: No puedo decir que la deliberada y estruendosamente misantrópica (y misógina) obra de los terroristas electrónicos de Whitehouse me caiga precisamente simpática, pero tiene ese carisma único de los extremistas absolutos. Hacer una recopilación de ejemplos de los ofensivos y casi insoportables ruidos y zumbidos sobre los que esta banda practica su terrorismo sensorial puede parecer un contra-sentido, pero sin embargo la misma está hecha con mucha inteligencia y prueba que hay muchas más variedades de ruido blanco de las que uno piensa. Los zumbidos sin ritmo sobre los que los Whitehouse elaboran sus textos puede ser considerado una especie de tortura sensorial pero teniendo en cuenta que las primeras palabras que se escuchan son “You don’t have to say please / Get down on your knees / Suck my cock”, el concentrarse en la música puede ser una ventaja. Un tema, “Neronia”, está compuesto a medias con Steve Albini. Sin demasiado misterio es el mejor de la colección.


Alvin Lucier – I Am Sitting in a Room: No debe existir obra de arte más clara y auto-explicativa que este clásico de la música contemporánea: uno aprieta el play y escucha a Lucier contando exactamente dónde está y lo que va a hacer: grabar su relato del plan y luego hacer sonar la grabación en el mismo cuarto, grabándola nuevamente, y así sucesivamente mientras la misma se va deformando por las reverberaciones de la pieza hasta que la propia voz se desintegra en las frecuencias residentes del cuarto hasta que solamente se escuchan dichas frecuencias y los ritmos originales de la voz. Así contado parece la clásica obra experimental sobre la que es interesante leer pero totalmente irrelevante de escuchar –menos teniendo en cuenta que el experimento dura 45 minutos-, sin embargo hay algo, tal vez la clara y eventualmente dubitativa voz de Lucier, tal vez algunas inflexiones poéticas del texto (“I am sitting in a room / different from the one you are in now”), tal vez el indiscutible carisma de la obra, que lo hace misteriosamente escuchable o más, hasta hipnótico en la metamorfosis de una voz en unos misteriosos tonos de curiosa rítmica. Sólo para fans de Steve Reich o del Jesus Blood Never Failed Me Yet de Gavin Bryans, o para practicantes de la paciencia zen.


Electric Hellfire Club – Kiss the Goat: Sigo desarrollando mi inocente interés en la música satanista, interés que me ha llevado desde los populares grupos de black metal de Noruega o Florida hasta las misas negras leídas por Anton LaVey sobre sepulcrales órganos, la experimentación siniestra de NON, el fascinante hard-rock de Black Widow, el absurdo kitsch de Coven y la fascinante malignidad litúrgica de Jacula (cuyo descubrimiento debo a Cambiasso). De entre todos estos adoradores del ángel caído, los más divertidos -si se descuenta la gracia involuntaria de Coven- deben ser los atorrantes del Electric Hellfire Club, que convierten un aquelarre en una fiesta discotequera donde las invocaciones a Belial y a Charles Manson se entrelazan con alegría. Es bastante difícil defender este disco de tecno-industrial algo barato (pero siempre efectivo) y rituales de película B, pero las canciones gancheras e hipnóticas que repiten estribillos de satanismo explícito tienen todo el atractivo morbo que pueden tener. Si quieren arte o transgresión profunda este disco -con todo uno de los más complejos del E.H.C- no es el indicado, pero si ponen “Hellfire” en cualquier pista de baile me van a ver mostrando el paso.


Lake of Drácula – Lake of Drácula: Un proyecto aparentemente descontracturado entre miembros de Scissor Girls, The Flying Luttenbachers y U.S. Maple que solo llegó a editar un disco en el ’97. Pero qué disco. Yo los había escuchado hacía ya algún tiempo atraído por su sonoro nombre y por una entrevista en la cual su cantante definía su método para escribir letras como “drogarse y cantar la primera pelotudez que me venga a la cabeza” o algo así. Luego me había bajado un tema llamado (otro acierto) “Biographers of Flaming Druglords” y me había fascinado. Pero sólo muy recientemente me lo pude agenciar íntegro y comprobé que era aún mejor de lo que pensaba. Minimalistas al mango, los Lake of Drácula son guitarra, batería y dos voces, y los instrumentos se limitan a hacer figuras repetidas y de encantadora fealdad. Weasel Walter parece un violero de Teenage Jesus & The Jerks que quisiera tocar riffs de Helmet, es decir, suena extremadamente rudimentario, falto de swing y al borde de la afinación, pero con una exactitud milimétrica a la hora de enviar esos riffs deformes y formidables. Los Lake of Drácula fueron de las primeras bandas en reivindicar la herencia no wave, primerando por lo menos en cinco años a todas las bandas de Brooklyn, y lo hicieron mejor que nadie. Divertidos, feos y ofensivos, su epitafio merecería decir: "Intentaron fundar la Chicago No Wave, merecían mejor suerte".


Una elogiosa nota en la PSF me intrigó hasta el punto de querer re-examinar la obra del tipo llamado E, de la que no tenía muy buenos recuerdos y asociaba a gente que siempre me pareció sobrevalorada como Beck, Prince y aquella cosa que se llamaba “rock alternativo”. Pero tuve la suerte de bajarme antes que nada este disco, que no había escuchado, y que, más allá de algún efectismo, contiene una serie de canciones sinceras y profundamente emotivas. Por motivos personales que no pienso explicar la estremecedora y melancólicamente optimista “P.S. You Rock My World” se volvió mi canción fetiche de estos meses y el tema al que vuelvo cuando el día se pone demasiado oscuro.

y eso es casi todo lo que me impresionó este invierno.





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