domingo, octubre 17, 2004
El río de la orilla única
"Yo nunca lo vide al mar / dicen que es hondo y salau / como si usté viera un río / con costa de un solo lau"
(Inodoro Pereyra, obviamente)
Un reciente reportaje a Cesar Aira en Clarín despertó un cierto revuelo en el ambiente literario argentino, que reaccionó un poco como la intelligentzia chilena solía hacerlo cuando el enfant terrible Roberto Bolaño venía a patearles la estantería y el prestigio construido a partir de fellatios recíprocos. Después de haber leído un par de comentarios que hablaban sobre esta supuesta entrevista incendiaria a Aira, la busqué y leí, encontrándome con pocas ganas de escandalizar y, simplemente, con una buena dósis de sentido común y razonable espíritu crítico. En la nota Aira elogia tantos escritores como defenestra, resalta sus fetiches personales (Lamborghini, Pizarnik, Puig, una trilogía bastante indestructible, la verdad), ningunea un poco a Ricardo Piglia, ataca vía Girondo a Lugones y le pega a Ernesto Sábato y Julio Cortázar, quienes, a decir verdad, han sido en los últimos tiempos los payasos de las bofetadas literarias allende el Plata.
En sus crítica al cronopio mayor, Aira no va mucho más allá de lo obvio ("El mejor Cortázar es un mal Borges"), pero destaca algo interesante para resaltar la egomanía -algo bastante evidente en cualquier reportaje que se lea del mismo- de Cortázar, y que es el prólogo que le hizo a una edición de cuentos de mi compatriota Felisberto Hernández.
Dice Aira: "A propósito de una de las cosas más feas que hizo Cortázar en su vida, el prólogo para la edición de la Biblioteca Ayacucho de los cuentos de Felisberto Hernández, un prólogo paternalista, condescendiente, en el que prácticamente viene a decir que el mayor mérito del escritor uruguayo fue anunciarlo a él, cuando en verdad Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos. Sus cuentos son buenas artesanías, algunas extraordinariamente logradas, como Casa tomada, pero son cuentos que persiguen siempre el efecto inmediato. Y luego, el resto de la carrera literaria de Cortázar es auténticamente deplorable."
Es una observación violenta y tal vez algo injusta para con alguien que escribió el sincerísimo "Los monstruos", pero interesante en el sentido de que fuerza a una comparación que tal vez le da la razón, porque echa luz sobre una diferencia esencial entre dos escritores ¿fantásticos? a los que tal vez se pudiera colocar en el mismo estante de la literatura rioplatense. Es decir, es una comparación que -si a uno le interesa- lo obliga a pensar sobre la misma.
Felisberto Hernández se ha convertido en un faro para buena parte de la literatura uruguaya de los últimos cuarenta años. Pero, y a diferencia de un Quiroga que siempre es una buena influencia, es un faro poco digno de confianza que ha hecho que muchos se estrellen contra las rocas. Abanderado de esa corriente literaria denominada "los raros", a estas alturas tan poblada que se le podría llamar "los comunes", los hijos bobos de Hernández se han multiplicado como si hubiera un gen recesivo en su escritura, haciendo un daño en la letras locales similar al que hicieron los Ramones y Mano Negra en el rock charrúa. Pero, como señala Aira, si hay alguien que no es discípulo de Hernández es Cortázar; no me voy a meter en asuntos de calidad que no me corresponden, pero lo que es claro es que los cuentos de Cortázar buscan un efecto y una conclusión clara alrededor de una idea, por el contrario los de Felisberto son como una niebla en la que la intención parece ante todo la creación de una atmósfera en la que las soluciones o desenlaces, si los hay, son irrelevantes.
Pero la gran diferencia, y creo que es eso a lo que iba Aira, es en la intencionalidad expresa. No, guarden los revólveres teóricos que no estoy hablando de la famosa "falacia intencional", sino de esa -por su supuesto una impresión subjetiva- falla de la suspension of disbelief que hace que en los cuentos de Cortázar su intencionalidad narrativa se pueda percibir como parte de la estructura. A eso se refería Aira con lo de "artesanía", hasta en los mejores cuentos de Cortázar uno puede "verlo" tendiendo los hilos, armando las trampas, calibrando la impresión crítica... una tendencia que se agravó cuando su politización volvió a sus cuentos además de artificiales alegóricos. En cambio Hernández es un misterio, uno puede ver una foto de él escribiendo, pongamos, "El acomodador", pero es impenetrable, no se le ven los hilos, no se le ven las intenciones, las trampas, las influencias... no se ve un carajo. Es como una casa sin puertas, con una ventana abierta desde la que nos dejan mirar, pero demasiado pequeña como para entrar por ella. Y en algo de eso, en algo de ese universo cerrado y gratuito, está lo que da la impresión de genio.
Felisberto me ha aburrido varias veces, Cortázar nunca (a excepción de la nefasta Los Premios); no he leído todo Felisberto, sí he leído casi todo Cortázar (hasta la poesía... tuve una larga adolescencia); rara vez me ha conmovido Felisberto -para ser exacto sólo "La casa nueva" me parece realmente emocionante-, he tenido como fetiche al 62/ Modelo para armar de los 18 a los 24 años, más o menos. Y sin embargo Aria tiene razón, tiene esa razón por la que sé que hay muchas más posibilidades de que relea a Felisberto antes que a Cortázar...
Y me doy cuenta, después de todos estos párrafos, que me puse a escribir este post solo para decir que Aria tiene razón, y que me resulta rarísimo el encontrar una comparación entre un narrador oriental y uno argentino que sea positiva para el uruguayo. Y que Felisberto conserva ese núcleo de misterio original que lo separa no solo del intento de Cortázar de inventarlo como predecesor sino también de sus auténticos epígonos, que vienen reproduciendo sus gestos de realidades en metamorfósis como si eso alcanzara. Y que no le perdono a Cortázar el haber confundido la marihuana y la heroína en "El perseguidor".
(Inodoro Pereyra, obviamente)
Un reciente reportaje a Cesar Aira en Clarín despertó un cierto revuelo en el ambiente literario argentino, que reaccionó un poco como la intelligentzia chilena solía hacerlo cuando el enfant terrible Roberto Bolaño venía a patearles la estantería y el prestigio construido a partir de fellatios recíprocos. Después de haber leído un par de comentarios que hablaban sobre esta supuesta entrevista incendiaria a Aira, la busqué y leí, encontrándome con pocas ganas de escandalizar y, simplemente, con una buena dósis de sentido común y razonable espíritu crítico. En la nota Aira elogia tantos escritores como defenestra, resalta sus fetiches personales (Lamborghini, Pizarnik, Puig, una trilogía bastante indestructible, la verdad), ningunea un poco a Ricardo Piglia, ataca vía Girondo a Lugones y le pega a Ernesto Sábato y Julio Cortázar, quienes, a decir verdad, han sido en los últimos tiempos los payasos de las bofetadas literarias allende el Plata.
En sus crítica al cronopio mayor, Aira no va mucho más allá de lo obvio ("El mejor Cortázar es un mal Borges"), pero destaca algo interesante para resaltar la egomanía -algo bastante evidente en cualquier reportaje que se lea del mismo- de Cortázar, y que es el prólogo que le hizo a una edición de cuentos de mi compatriota Felisberto Hernández.
Dice Aira: "A propósito de una de las cosas más feas que hizo Cortázar en su vida, el prólogo para la edición de la Biblioteca Ayacucho de los cuentos de Felisberto Hernández, un prólogo paternalista, condescendiente, en el que prácticamente viene a decir que el mayor mérito del escritor uruguayo fue anunciarlo a él, cuando en verdad Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos. Sus cuentos son buenas artesanías, algunas extraordinariamente logradas, como Casa tomada, pero son cuentos que persiguen siempre el efecto inmediato. Y luego, el resto de la carrera literaria de Cortázar es auténticamente deplorable."
Es una observación violenta y tal vez algo injusta para con alguien que escribió el sincerísimo "Los monstruos", pero interesante en el sentido de que fuerza a una comparación que tal vez le da la razón, porque echa luz sobre una diferencia esencial entre dos escritores ¿fantásticos? a los que tal vez se pudiera colocar en el mismo estante de la literatura rioplatense. Es decir, es una comparación que -si a uno le interesa- lo obliga a pensar sobre la misma.
Felisberto Hernández se ha convertido en un faro para buena parte de la literatura uruguaya de los últimos cuarenta años. Pero, y a diferencia de un Quiroga que siempre es una buena influencia, es un faro poco digno de confianza que ha hecho que muchos se estrellen contra las rocas. Abanderado de esa corriente literaria denominada "los raros", a estas alturas tan poblada que se le podría llamar "los comunes", los hijos bobos de Hernández se han multiplicado como si hubiera un gen recesivo en su escritura, haciendo un daño en la letras locales similar al que hicieron los Ramones y Mano Negra en el rock charrúa. Pero, como señala Aira, si hay alguien que no es discípulo de Hernández es Cortázar; no me voy a meter en asuntos de calidad que no me corresponden, pero lo que es claro es que los cuentos de Cortázar buscan un efecto y una conclusión clara alrededor de una idea, por el contrario los de Felisberto son como una niebla en la que la intención parece ante todo la creación de una atmósfera en la que las soluciones o desenlaces, si los hay, son irrelevantes.
Pero la gran diferencia, y creo que es eso a lo que iba Aira, es en la intencionalidad expresa. No, guarden los revólveres teóricos que no estoy hablando de la famosa "falacia intencional", sino de esa -por su supuesto una impresión subjetiva- falla de la suspension of disbelief que hace que en los cuentos de Cortázar su intencionalidad narrativa se pueda percibir como parte de la estructura. A eso se refería Aira con lo de "artesanía", hasta en los mejores cuentos de Cortázar uno puede "verlo" tendiendo los hilos, armando las trampas, calibrando la impresión crítica... una tendencia que se agravó cuando su politización volvió a sus cuentos además de artificiales alegóricos. En cambio Hernández es un misterio, uno puede ver una foto de él escribiendo, pongamos, "El acomodador", pero es impenetrable, no se le ven los hilos, no se le ven las intenciones, las trampas, las influencias... no se ve un carajo. Es como una casa sin puertas, con una ventana abierta desde la que nos dejan mirar, pero demasiado pequeña como para entrar por ella. Y en algo de eso, en algo de ese universo cerrado y gratuito, está lo que da la impresión de genio.
Felisberto me ha aburrido varias veces, Cortázar nunca (a excepción de la nefasta Los Premios); no he leído todo Felisberto, sí he leído casi todo Cortázar (hasta la poesía... tuve una larga adolescencia); rara vez me ha conmovido Felisberto -para ser exacto sólo "La casa nueva" me parece realmente emocionante-, he tenido como fetiche al 62/ Modelo para armar de los 18 a los 24 años, más o menos. Y sin embargo Aria tiene razón, tiene esa razón por la que sé que hay muchas más posibilidades de que relea a Felisberto antes que a Cortázar...
Y me doy cuenta, después de todos estos párrafos, que me puse a escribir este post solo para decir que Aria tiene razón, y que me resulta rarísimo el encontrar una comparación entre un narrador oriental y uno argentino que sea positiva para el uruguayo. Y que Felisberto conserva ese núcleo de misterio original que lo separa no solo del intento de Cortázar de inventarlo como predecesor sino también de sus auténticos epígonos, que vienen reproduciendo sus gestos de realidades en metamorfósis como si eso alcanzara. Y que no le perdono a Cortázar el haber confundido la marihuana y la heroína en "El perseguidor".
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