domingo, octubre 03, 2004

Un golpe de dados aboliendo el azar

Ayer vi un muy interesante recital de Travesti, recital algo perjudicado por el hecho de tocar tarde para un público alcoholizado y ruidoso ante el cual ejecutaron música más bien tranquila y en todo caso adecuada para un público entripado y silencioso. Pero hubo un notable aprovechamiento de la situación; en un momento una chica borracha invadió el espacio en el que la banda estaba tocando una base de puro noise rítmico y uno de ellos le cedió su guitarra, instrumento que evidentemente la chica no tenía la más puta idea de cómo tocar, por lo que se dedicó a hacer ruido (con una pequeña ayuda de los de Travesti, que la alentaban a agredir las cuerdas del instrumento), ruido que –enmarcado en el carisma de este inesperado gimmick escénico- combinaba a la perfección con lo que estaba haciendo la banda y terminó siendo un broche perfecto de la actuación.

El atractivo de los sonidos que puede extraer una persona sin conocimientos musicales de un instrumento no es nada nuevo. Cecil Taylor contaba que hacía muchos años se le había sumado a un grupo de músicos con los que hacía una improvisación un contrabajista que comenzó a tocar algo que ni Taylor ni los demás podían seguir y que los sorprendía constantemente, Taylor decía que mientras tocaba intentaba descifrar los patrones del contrabajista hasta que se dio cuenta de que evidentemente el mismo desconocía hasta los rudimentos básicos de la ejecución del mismo y que estaba tratando de inventar su camino hacia la expresión totalmente a ciegas. El pianista decía que fue una de las experiencias musicales más interesantes en las que había participado nunca y que por desgracia el contrabajista se fue antes de que pudieran invitarlo a grabar la experiencia.

Hay algo, como prueba el hecho que hasta el día de hoy se vendan discos de las Shaggs, que ningún músico que haya ido al menos a tres clases puede reproducir y que solo da la ignorancia de la producción de armonía, melodía y ritmo, lo cual espero que no se interprete como que esta ignorancia es una virtud en términos musicales. De hecho solo es relevante cuando se la contrasta con esquemas realizados por músicos o traducidos por éstos. A Travesti le salió bien y probó de paso que su música era de lo más inclusiva, capaz de aprovechar el azar y el caos en su propio beneficio.

Y no pude menos que recordar una experiencia similar a la que asistí en un recital de Chris Knox. El neozelandés se había montado un show unipersonal que realizaba con una máquina de ritmos, una guitarra eléctrica y un micrófono colgado de la cabeza que le permitía deambular por la sala berreando y asustando a la audiencia con su físico de ex jugador de rugby. En un momento, mientras la máquina de ritmos soltaba una bola de sonido nefasto y él repetía un pegajoso estribillo a los gritos sobre cuatro acordes de guitarras, Knox le cedió su guitarra a una chica de lentes que estaba sentada en la primera fila para seguir cantando encima del caos. Y la muy hija de puta la agarró y sin siquiera levantarse empezó a tocar a la perfección los acordes de la canción y dejando a Knox más sorprendido aún que su público. Yo que Knox esa noche me jugaba la recaudación entera del show a un solo número.

PD: Me entero luego que la misma chica que tocó la guitarra no-musical en el show de Travesti fue la misma que terminó armando un bardo de proporciones enormes que vi solo muy lateralmente, produciendo su justificada expulsión del boliche. Tomás Nochteff me comentaba al otro día que le gustaba pensar que el arranque de violencia de la guitarrista naif había sido producido por el trance de la música que tocaron. Puede ser, Tomás, pero yo no descartaría el vino de mala calidad.





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