miércoles, diciembre 22, 2004
No New York goes Yes Hollywood
En las últimas semanas hice uno de mis ocasionales raids de cine basura, aprovechando para ponerme al día con todos los placeres culposos (léase: cine atorrante, preferentemente de fantasía y/o terror) que me había perdido en el último semestre. Poca cosa realmente atractiva, la verdad, a excepción de Shaun of the Dead (Edgar Wright), una parodia británica a la saga de George Romero que tiene dos o tres cosas brillantes (hay que saltearse el título imbécil en castellano de "Muertos de risa", que se olvida que hay una película homónima de Alex de la Iglesia todavía dando vuelta por los video-clubs). Pero algunas cosas entretenidas encontré.
Entre ellas la versión cinematográfica de Starsky & Hutch, que recupera con mejores resultados a la dupla de Zoolander (Ben Stiller y Owen Wilson) para dar una mirada burlona y exacerbada de la serie. Me extrañó, dentro del moralismo ya casi delirante que impera en el cine comercial norteamericano actual, un cierto tono libertino -sobre todo dado por el personaje de Wilson (Hutch)- que le venía bárbaro a una película ambientada en los descocados años setenta. Cuando terminó y me di cuenta de quién era el director, todo me pareció más lógico: Todd Phillips es, que yo sepa, el único de los cineastas relacionado con el "cine de la transgresión" neoyorquino de fines de los ochentas que consiguió hacer un razonable pasaje al mainstream hollywoodense. Con Richard Kern volcado a la fotografía y Nikki Zedd, Casandra Stark y Beth B. más o menos olvidados, Phillips parece haber encontrado su nicho haciéndo comedias picarescas como ésta, en la que se puede encontrar a un Starsky colocado de merca y duro como un frasco (aunque por error) y a un Hutch corruptísimo, disfrutando de menages a trois que incluyen a la chica de su compañero (Amy Smart, recuerden ese nombre). Todd Phillips tal vez no sea un tipo tan conocido en términos de transgresión como sus tocayos Todd Solondz y Todd Haynes, pero su debut fue el hoy mítico documental Hated (1994), que describía vida, performances y muerte del punk rocker G.G. Allin, un documental que no emitía juicios sobre la autodestructiva figura del performer y que terminaba siendo un desolado retrato de la Norteamérica fea y que tenía mucho de esa "verdad inconstestable" que buscaba el cine de la trasgresión en la violencia real. Starsky & Hutch, no hace ni falta aclararlo, es otra cosa, pero si se la compara con porquerías como Los Ángeles de Charly o Shaft es evidente que por lo menos Phillips tiene una buena idea de lo que es el lado oscuro. Tal vez su inclusión, por parte del crítico Jack Sargeant, dentro del canon del cine de la trasgresión sea una exageración ya que Phillips no pertenece al mismo grupo etario y cultural que los demás, pero Hated posiblemente vaya a ser la obra más recordada relacionada al movimiento y mientras haya gente como él haciendo cine comercial en Hollywood las películas comerciales van a ser (un poquito) mejores.
Pero en la misma semana me encuentro con otra figura de la oscura New York de los ochentas asomando su cabecita a la luz; saqué con notable atraso Panic Room de David Fincher, director al que las mentes iluminadas de El Amante adoran castigar pero que sigue siendo el lado inteligente del cine comercial yanqui, encontrándome con una película hábil y con una buena dósis de suspenso a lo Hitchcock, además de un curioso final en el que la bondad es castigada. En los créditos de apertura descubro con destaque el nombre de Ann Magnuson, quién a decir verdad tiene un pequeño papel como agente inmobiliaria y el destaque de su nombre se debe esencialmente a lo reducido del elenco de esta película más bien claustrofóbica. Tal vez el nombre de la Magnuson no sea un campanazo ensordecedor, pero, además de actriz y performer, la chica fue la cantante, frontwoman, principal compositora y letrista de Bongwater, gran, gran banda olvidada del indie de fines de los ochentas-principios de los noventas, en la que compartía créditos con su en ese entonces pareja el brillante productor y músico Kramer.
Más allá de que el grupo desapareció junto con la relación sentimental, no sé por qué nunca se le dió más pelota a este dúo que combinaba la poesía modernista a lo Laurie Anderson con el punk cool de la escena noise y los collages sónicos heredados del hip-hop. Yo sigo pensando que The Power of Pussy (1990) es un disco enorme y algún día le voy a dedicar un "Mirando canciones" a la larguísima e impactante "Folk Song" o al menos a su desolado estribillo: "Hello death, goodby Avenue A / I'm getting tired of waiting, tired of being afraid / Joseph Campbell gave me hope and now I have been saved / So I sing hello death, goodbye Avenue A".
El bolo de la Magnuson en Panic Room es intrascendente, pero cuando la misma termina veo en los créditos finales con el nombre de su personaje, que quiero creer elegido por ella, que me produjo una alegría extra y el motivo de escribir este irrelevante post: la agente inmobiliaria interpretada por Magnuson se llama Lydia Lynch.
Entre ellas la versión cinematográfica de Starsky & Hutch, que recupera con mejores resultados a la dupla de Zoolander (Ben Stiller y Owen Wilson) para dar una mirada burlona y exacerbada de la serie. Me extrañó, dentro del moralismo ya casi delirante que impera en el cine comercial norteamericano actual, un cierto tono libertino -sobre todo dado por el personaje de Wilson (Hutch)- que le venía bárbaro a una película ambientada en los descocados años setenta. Cuando terminó y me di cuenta de quién era el director, todo me pareció más lógico: Todd Phillips es, que yo sepa, el único de los cineastas relacionado con el "cine de la transgresión" neoyorquino de fines de los ochentas que consiguió hacer un razonable pasaje al mainstream hollywoodense. Con Richard Kern volcado a la fotografía y Nikki Zedd, Casandra Stark y Beth B. más o menos olvidados, Phillips parece haber encontrado su nicho haciéndo comedias picarescas como ésta, en la que se puede encontrar a un Starsky colocado de merca y duro como un frasco (aunque por error) y a un Hutch corruptísimo, disfrutando de menages a trois que incluyen a la chica de su compañero (Amy Smart, recuerden ese nombre). Todd Phillips tal vez no sea un tipo tan conocido en términos de transgresión como sus tocayos Todd Solondz y Todd Haynes, pero su debut fue el hoy mítico documental Hated (1994), que describía vida, performances y muerte del punk rocker G.G. Allin, un documental que no emitía juicios sobre la autodestructiva figura del performer y que terminaba siendo un desolado retrato de la Norteamérica fea y que tenía mucho de esa "verdad inconstestable" que buscaba el cine de la trasgresión en la violencia real. Starsky & Hutch, no hace ni falta aclararlo, es otra cosa, pero si se la compara con porquerías como Los Ángeles de Charly o Shaft es evidente que por lo menos Phillips tiene una buena idea de lo que es el lado oscuro. Tal vez su inclusión, por parte del crítico Jack Sargeant, dentro del canon del cine de la trasgresión sea una exageración ya que Phillips no pertenece al mismo grupo etario y cultural que los demás, pero Hated posiblemente vaya a ser la obra más recordada relacionada al movimiento y mientras haya gente como él haciendo cine comercial en Hollywood las películas comerciales van a ser (un poquito) mejores.
Pero en la misma semana me encuentro con otra figura de la oscura New York de los ochentas asomando su cabecita a la luz; saqué con notable atraso Panic Room de David Fincher, director al que las mentes iluminadas de El Amante adoran castigar pero que sigue siendo el lado inteligente del cine comercial yanqui, encontrándome con una película hábil y con una buena dósis de suspenso a lo Hitchcock, además de un curioso final en el que la bondad es castigada. En los créditos de apertura descubro con destaque el nombre de Ann Magnuson, quién a decir verdad tiene un pequeño papel como agente inmobiliaria y el destaque de su nombre se debe esencialmente a lo reducido del elenco de esta película más bien claustrofóbica. Tal vez el nombre de la Magnuson no sea un campanazo ensordecedor, pero, además de actriz y performer, la chica fue la cantante, frontwoman, principal compositora y letrista de Bongwater, gran, gran banda olvidada del indie de fines de los ochentas-principios de los noventas, en la que compartía créditos con su en ese entonces pareja el brillante productor y músico Kramer.
Más allá de que el grupo desapareció junto con la relación sentimental, no sé por qué nunca se le dió más pelota a este dúo que combinaba la poesía modernista a lo Laurie Anderson con el punk cool de la escena noise y los collages sónicos heredados del hip-hop. Yo sigo pensando que The Power of Pussy (1990) es un disco enorme y algún día le voy a dedicar un "Mirando canciones" a la larguísima e impactante "Folk Song" o al menos a su desolado estribillo: "Hello death, goodby Avenue A / I'm getting tired of waiting, tired of being afraid / Joseph Campbell gave me hope and now I have been saved / So I sing hello death, goodbye Avenue A".
El bolo de la Magnuson en Panic Room es intrascendente, pero cuando la misma termina veo en los créditos finales con el nombre de su personaje, que quiero creer elegido por ella, que me produjo una alegría extra y el motivo de escribir este irrelevante post: la agente inmobiliaria interpretada por Magnuson se llama Lydia Lynch.
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