viernes, diciembre 10, 2004

Tres cosas tres

No es por dar púa, pero que notable el cartel del próximo mega- recital organizado por el infausto antro W Lounge; en dicho afiche el nombre de una banda de rock aparece arriba en letras unas quince veces más grandes que las de otros tres grupos de igual o superior popularidad y unas veinte veces más grandes que las de las demás bandas presentes en el recital, recital en el que además se bajaron a bandas de trayectoria y tal vez de popularidad apenas media pero que estaban programadas (y obviamente con el calendario ajustado en relación a esa fecha) para programar a bandas de popularidad nula pero afines a la concepción Pepsi del rock . Parece que el síndrome de jerarquías establecido en Durazno se va institucionalizando con violencia. Ya sé, ya sé que recién dije que no iba a hablar más sobre estos temas pero qué curioso, qué curioso….

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Escucho en la radio un reportaje a Ruben Rada que me deja pensando un rato. En el mismo el tipo, tirado de la lengua sobre el tema, confiesa algo que en verdad ya había confesado: que sus últimos tres discos habían sido realizados con la única intención de ganar guita, algo para lo cual contrató como productor a Cachorro López que parece ser un experto en esos menesteres. Rada, que dijo haberse acreditado en esos discos como “Ruben Roba”, describió como se había realizado la más pizarrera de las producciones y cómo su injerencia en la misma había sido nula, limitándose a recoger el fruto de la misma.
No había cinismo en la voz del negro sino más bien resignación, hablando sobre el mismo tema se refirió al hecho de que gracias a esos discos y a su participación como actor en Gasoleros y como conductor en El teléfono se había podido comprar por primera vez en su vida, a los 55 años, un apartamento que podría legar a sus hijos. Y, aún sabiendo que hasta Luis Rial usa a sus hijos como excusa para hacer lo que hace, sonaba muy sincero. Y me quedé pensando que el tipo es el autor de “Las Manzanas”, de “La Mandanga”, de “Candombe para Gardel”, de varias de las canciones más populares de la música uruguaya de los últimos cincuenta años.

(Hace muchos, muchos años y despotricaba con ignorancia contra la música de Rada ante un amigo que apreciaba dicha música. Me hizo escuchar la versión original de “Terapia de murga”, tal vez una de las mejores canciones pop del Río de la Plata, y le tapó la boca a mis prejuicios en forma notable. Desde entonces he escuchado muchas cosas horripilantes compuestas por Rada con las más diversas intenciones, incluyendo aquel jingle infame de El País que luego vendería como canción y que contenía la cuasi fascista línea “y en el zaguán besa a la novia / que un día dará hijos al país”, pero siempre que me tiento de putearlo recuerdo que el tipo compuso “Terapia de murga”, y esta otra canción… y aquella….”)



Pienso entonces en Eduardo Mateo, muerto en el hospital público Pereyra Rossell sin haber vivido prácticamente en otro lugar que en modestísimas pensiones y sin dejar más que una guitarra y una colección de canciones que se cantarán dentro de un siglo o más; en el incorruptible Fernando Cabrera, el único que se negó a tocar en W Lounge luego de la brutal agresión que sufriera en dicho lugar Jorginho Gularte, siendo a la vez el que necesitaba más tocar en boliches que paguen bien como W, en ese Cabrera que ha vivido a salto de mata toda su vida de músico y que tal vez esté empezando a tener suerte ahora gracias a la propaganda que le ha hecho Jorge Drexler (único poroto que le anoto a favor al cantautor políticamente hiper-correcto); en el querido Eduardo Darnachuans, para el que sus amigos músicos han tenido que hacer colectas para pagarle urgentes tratamientos médicos… Todos destinos bohemios, habituales para los músicos uruguayos de profesión e integridad, destinos que son mirados románticamente desde el confort de un living, desde al lado de un buen equipo de música en un departamento ambientado.

Pienso en el diseño de la ética D.Y.S. del punk y en cómo ese tipo de ética sólo es posible en circuitos en los que la suficiencia mínima (comer, vestirse, desplazarse, comprar cuerdas) está asegurada más allá de lo radical de la propuesta. Pienso en Ian McKaye pontificando sobre precios, puritanismos y sistemas paralelos, pero volviendo a comer a la casa de su padre predicador en Washington. Pienso en que las reglas iguales y los juicios inapelables son una necesidad en el plano jurídico, pero que en plano ético o moral hay una medida para cada persona. Y pienso en lo injusto que es medir desde una óptica de clase media universitaria a un músico profesional perteneciente a una minoría discriminada con sordina que llegando a los sesenta años se da cuenta que, aunque lo conozcan cada uno de los taxistas, tiene que pensar en si puede tomarse un taxi o no. Pienso en la alegría que le han dado a miles de uruguayos las mejores canciones del negro y lo poco que le han sido retribuída, pienso en cambio en todo el provecho que se saca de dejar personas tristes. Y bueno, ya pensé demasiado, de cualquier forma, qué atorrantes que son las plenas de esos últimos discos….

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Virginia, la novia de cierto notorio baterista de curiosa barba, me regala esta frase que vio escrita en un muro y que me parece una seria candidata, por contenido y forma, al mejor graffiti uruguayo de todos los tiempos: “Artigas son los padres”.





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