martes, enero 04, 2005

Tres posts que son uno, como la Sagrada Trinidad

La muerte, que anduvo tan inquieta todo el 2004, despidió el año a todo bombo y orquesta. Hace unos meses jodíamos con que éste parecía un annus horribilis ante las sucesivas muertes de personajes entrañables como Marosa Di Giorgio, Líber Seregni, John Peel, Mario Levrero, Ray Charles, Marlon Brando, Arafat o Jacques Derrida, en lo que parecía ser una cantidad excesiva de decesos. Sin embargo esa cantidad se volvió ridícula ante algo como el tsunami del Pacífico.

Tsunami es una palabra atractiva y exótica que suele verse repetida en la jerga indie y, previsiblemente, en la jerga surfista. Ahora es un término popular que describe y connota una desgracia enorme, la más grande no provocada por el hombre que yo haya vivido, y que barrió varios países y 150.000 personas. Ciento cincuenta mil, piensen qué cantidad de muerte que es eso. Un terremoto que mueve el agua y produce una hecatombe, muerte por tierra, muerte por agua.

Días después pasó lo de República Cromagnon, sobre lo cual se ha hablado tanto en la blogsfera, incluyéndome, que no tengo ganas de decir mucho más. Sólo que me sigue llamando la atención el cómo las reacciones automáticas de culpabilizar a los poderes –que no son inocentes, ya lo sé- han suplantado todo tipo de autocrítica y de examen de las conductas que se justifican emocionalmente; cómo si la vida en sociedad fuera un psicodrama en el cual la culpa de todo fuera de los padres y la interrelación con los demás fuera un crimen pasional. La cultura del fútbol es una mierda, chicos (imagínense a Christian Aldana diciendo eso) y su ingreso a todos los ámbitos colectivos de la sociedad tenía que envenenarla y producir algún holocausto horrible, podía haber pasado antes, podía haber pasado después, es espantoso que haya pasado en forma tan drástica, con tantos muertos jóvenes asfixiados entre las llamas, muerte por fuego, muerte por aire.

Hubo una muerte pequeña que no fue en cambio atendida en la blogsfera; en esos mismos días se murió Susan Sontag. La Sontag nunca fue una de mis intelectuales favoritas y leí varias cosas de ella que podrían ser consideradas como boludeces de una mujer obsesionada por ser la intelectual liberal (acentuando la “i”) paradigmática y lista para opinar de todo, todo el tiempo. Pero como a Seregni, la muerte la sorprende en su mejor hora, en la hora en la que su legado es apreciado y digno, recordándonos la importancia de dejar las cosas en orden para cuando nos vayamos. Recordemos, junto a Chomsky, Petras y poca gente más, la Sontag fue una de las únicas voces que se alzaron entre la histeria producida en E.E.U.U. por el 9/11 para exigir que no se perdiera la razón, que había mucho más que perder que lo que se había perdido al caer las torres. En medio de un clima en el que todas las opiniones tenían que, en forma casi obligatoria, incluir algún adjetivo de odio hacia todo lo que no fomentara el odio, Sontag recordó el poder de la razón para pedir que no se hablara de venganza, cobardía u honor sino en términos de vida y verdad, en términos de lo que fuera mejor para el mundo. A causa de esto la gran mayoría de los medios norteamericanos la puso de ejemplo de “idiota”, utilizando el método patentado por Vargas Llosa Junior en su Manual del perfecto idiota latinoamericano, y que es el mejor argumento de la derecha: desde que el muro cayó, las verdades de la derecha mundial son tan verdaderas que cualquier cosa que la cuestione es una idiotez dicha por idiotas, y con un discurso idiota no se debate: se le ignora y se pasa a la acción. Así la intelectual más conocida de Estados Unidos pasó a ser una idiota a ignorar mientras que las pantallas eran llenadas por la ignorante neo-fascista Ann Coulter y personajes de su calaña.

Pero, como 100.000 iraquíes muertos saben en silencio, Susan Sontag tenía razón, era la voz del racionalismo occidental en medio de los gritos de venganza y apocalipsis del fundamentalismo cristiano que domina este hemisferio y, aún enferma, se arriesgó al rechazo de su nación para decir lo que creía que era verdad, lo que sabemos que es verdad. Por esto vale la pena recordar a Susan Sontag y las dignas circunstancias de su muerte.

Ahora, toda esta muerte que cierra el año es estruendosa y la escucho, pero está afuera. Adentro mi casa está llena y rebosante de vida, gracias a la llegada tal vez temporaria de Juan Carlos Bartolo, can labrador de mes y medio de vida, hijo del enorme Juan Carlos Benito, y en cuya compañía han convertido mi coqueta casa en un revoltijo de pelos, detritos y objetos desgarrados. Bartolo, una pequeña rata peluda que pesa poco más de un kilo, corre por todos lados, chilla como un bastardo y caga con singular entusiasmo sobre el parquet ante la mirada horrorizada de su perruno padre, quién sabe que si hiciera lo mismo se ligaría por lo menos el que su hocico fuera refregado contra sus deyecciones. Y yo lo miro con admiración, ya que JCB, un macho sumamente dominante al que he visto revolear del cuello a un rottweiler mediano a causa de un simple cruce de miradas, soporta que el pequeño Bartolo –a quién puede reconocer como perteneciente a su raza pero no a su familia- le robe la comida, lo eche de sus lugares favoritos, le muerda la cola con notable energía y le haga todo tipo de maldades mientras él, que podría hacerlo desaparecer de un solo mordisco, lo tolera con una paciencia conmovedora, jugando con el bichito con insólita delicadeza y recordándome por qué Santo Tomás de Aquino decía que los perros eran máquinas de amor. Evidentemente estos animales saben algo que nosotros no sabemos, que yo no sé.

O sí, un día llevé a esta pequeña cría a Amok y vi como los tatuados y feroces rockers de varias bandas locales hacían turnos para rascarle la barriga redonda, a punto de babearse ante este diminuto mamífero mordedor. El hijo de puta es una bomba de carisma, y a juzgar cómo atrae también a las mujeres voy a tener que sacarlo de noche más seguido.

Y nada, no hice listas de lo mejor del año, no hice promesas de fin de año y no les deseé un feliz año nuevo aún a nadie. Este no fue un buen año pero hubo peores, para mí fue un año reflexivo, ahora necesito un año de acción y cambios, necesito cambios, rápidos y notorios. Y esta fue mi canción favorita del 2004, ustedes saben que es verdad porque lo dije varias veces en este blog a lo largo del año. Ahora la re-escucho, la re-leo y me parece tan exacta como la primera vez que la escuché y me parece que habla de cosas que se siguen moviendo mientras la escucho. Ni mi vida ni mi entorno se parecen a cómo me imaginaba de chico que iban a ser en el 2005, esta fecha de ciencia-ficción; ahora quiero imaginarme otras cosas. Que venga lo que venga entonces, desde FYT les mandamos besos y abrazos, mon sembleable, mon frère.

P.S. You rock my world


I was at a funeral the day I realised
I wanted to spend my life with you
Sitting down on the steps at the old post office
The flag was flying at half-mast
And I was thinkin' 'bout how everyone is dying
And maybe its time to live

I don't know, where we're going
I don't know what we'll do

Walked into the Thrif-tee
Saw a man with the hollow eyes
who didn't give me all my change
But it didn't bother me this time
'cause I know I've only got
this moment
And it's good
I went to the gas station
Old woman honked her horn
Waiting for me to fix her car

I don't know, where we're going
I don't know what we'll do

Laying in bed tonight Im was thinking
and listening to all the dogs
and the sirens and the shots
And how a careful man tries to dodge the bullets
While a happy man takes a walk

And maybe it's time to live






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