jueves, febrero 24, 2005

Benito mira la televisión abierta, lo cual le produce más indignaciones que alegrías

Como suele suceder cuando llega el verano y los canales se quedan sin los ciclos argentinos, estos echaron mano a series clásicas y a películas para rellenar los vacíos. No voy a protestar por esto. Al menos mientras las series a las que recurren son los Archivos X, Los Simpsons y El Chavo del Ocho.

Los méritos de las dos primeras son reconocidos unánimemente, pero la eternamente resucitada serie mexicana suele despertar algunos escozores entre la gente supuestamente culta, posiblemente por su carácter eminentemente popular y definitivamente latino. Yo personalmente me sigo maravillando de las infinitas variaciones encontradas por el elenco para el mismo tipo de situaciones, que combinan la screwball comedy con el slapstick y el teatro popular, y por la capacidad histriónica de todos y cada uno, especialmente de Ramón Valdez, uno de los seres humanos más graciosos que yo haya visto nunca.

Hace unos días vi un capítulo extraordinario: hay una fiesta en la vecindad y deciden hacer una obra de teatro en la que el Chavo iba a personificar al Chapulín Colorado. Imagínense que desafío actoral, hacer un personaje filtrado a través de otro, imagínense a alguno de los mediocres comediantes actuales de la televisión rioplatense intentándolo. No, mejor no se lo imaginen.

Y el Chavo salía al escenario a hacer del Chapulín Colorado y no era Roberto Gómez Bolaño haciendo del Chapulín, ni siquiera era Chespirito haciendo del Chapulín; era el Chavo del Ocho haciendo del Chapulín Colorado. Un genio, un payaso triste de la tradición de los grandes payasos occidentales. Ojalá los canales locales se queden más a menudo sin productos de Pol-Ka e Ideas del Sur.

(dedicado a sigmur, que aprecia a todos los Bolaño)

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Hablando de Pol-Ka, nunca me atreví a ver un capítulo entero de Los Secretos de Papá, ni siquiera por la presencia de Romina Gaetani, mujer que está para darle y para que se lleve, pero inevitablemente he visto desarrollarse el interminable periplo de la misma a través de los innumerables avances y promociones, además del hecho de que es inevitable toparse con ella en el zapping, ya que la dan prácticamente cada puto día. Y siguiendo esos avances me asombro de la tozudez de Adrián Suar & cía. al insistir con personajes que no funcionan. No digo desde un punto de vista artístico, sería una locura buscar pretensiones artísticas en semejante bicho, sino desde el perverso punto de vista que impera en la televisión actual y el auge de la comedia “costumbrista”. Quiero decir, la pareja protagónica no funciona, no tiene química, no es creíble, no tiene tensión erótica y ni Doña Rosa quiere que terminen juntos. ¿Por qué?, bueno, básicamente porque el personaje de Dadi Brieva –a quién le reconozco que tenía sí una excelente comunicación con los niños en Agrandaditos- es un plomazo, un metido que aparece hasta en la sopa y cualquier mujer que no estuviera obligada por los guionistas a enamorarse de un plomo así saldría corriendo en la dirección contraria apenas lo viera aparecer. Basta, es un idiota, es un insoportable, ¿quién puede, o quiere, construir la ilusión narrativa de que puede levantarse a un caballo como la Gaetani? He visto cosas más asombrosas en la vida real, pero la ficción berreta y reaccionaria debe tener una cierta lógica berreta y reaccionaria, así no se puede.

Por otra parte todo lo que vi de la serie tiene un asombroso conflicto entre su tolerante discurso explícito y la asombrosa homofobia que entraña la composición del personaje de Brieva, que es una loca de carnaval exactamente igual a las que componía su ex compañero de Los Midachi, Miguel Del Sel, tal vez el hombre menos gracioso de Argentina.

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Me sigue asombrando el nuevo comercial de cigarrillos Nevada. Les cuento a los visitantes extranjeros de que se trata: abre con el Trío Fattorusso tocando la melodía del jingle de Nevada en el puerto, de pronto la melodía pasa a ser interpretada por los hermanos Ibarburu en una playa que bien puede ser la del Cabo Polonio. Entonces es Jaime Roos el que toma la posta, cantando la canción con su distintivo tono grave mientras rasguea una guitarra por vaya uno a saber qué puente del interior. Acto seguido el canto pasa a manos de un ping-pong, pobremente producido a nivel de continuidad musical (como todo el anuncio) entre la juvenil cantante de tangos Francis Andreu y el grupo pop Cursi, en el que milita uno de los Drexler. La canción es continuada por Ruben Rada, bailando en una avenida entre trazos de luces en movimiento y acto subido sube hasta un edificio desde donde es tocada por Hereford, quienes rockean en las alturas como Guns’n’Roses en el video de ‘Don’t Cry’. Finalmente imágenes de todos estos artistas son proyectadas sobre los edificios que rodean a una Plaza Independencia repleta de ravers que saltan al ritmo de los beats de la DJ Paola Dalto. Es decir, un viajecito por casi todas las vertientes –exceptuando a esa terrajada de la cumbia- de la música uruguaya popular.

La música uruguaya y su escena tiene varias características muy propias, algunas muy positivas y otras, er, embarazosas como mínimo. Una de ellas es la plena disposición -tal vez originada por el exceso de convivencia, o connivencia, de los humildes y generalmente pelados músicos locales con el rico medio publicitario- a desdibujar la frontera entre música y publicidad, entre canción y jingle, entre performance y actuación. No sé cuando empezó eso pero es algo bastante insólito, no se trata de la compra de los derechos de emisión de determinado tema para que este acompañe a una publicidad –algo de por sí muy discutible también- sino directamente de la participación directa de músicos populares en la composición e interpretación de las canciones publicitarias realizadas expresamente al servicio del marketing de determinado producto. Y no se trata de la utilización culposa y anónima de las habilidades compositivas de estos músicos, sino la exposición total de dicha participación, dando la cara por el producto y poniendo al servicio de este todos los estilemas propios del creador y aliando su carisma, ganado en los escenarios, con la imagen de lo que hay que vender.

Esto es bastante extraordinario, inclusive en el hiper-marketinizado mainstream mundial, dentro de los artistas que pretenden una cierta credibilidad artística, que tienen un relativo pudor con respecto a estas cosas, tal vez no por ética, sino por la seguridad de lo mal que le caería a sus fans. Es decir, lo puede hacer Britney Spears, lo puede hacer Michael Jackson, lo puede hacer R-Way, lo pueden hacen figuras que son esencialmente fenómenos de masas y como tales fenómenos de marketing, superando ampliamente su carácter de músicos (en el caso de que lo sean) para volverse vendedores privilegiados de imagen, algo en lo que invierten mucho más tiempo que en su producción musical y que es lo predominante en su fama. Entonces no es de extrañar el que participen en la promoción de productos comerciales para los que prácticamente fueron creados. Y de cualquier manera son habitualmente despreciados por cualquier músico que tenga al menos una ligera sombra de credibilidad. Pero en el caso uruguayo no lo hacen efímeros productos de marketing sino algunos de los artistas más asentados y emblemáticos de la música local.

No sé cuando empezó esto, creo que Jaime Roos fue uno de sus pioneros con los jingles que compuso para el diario El País. También fue pionero en el arte de comercializar dichos jingles como si fueran canciones, cosa que hizo con el tema que hizo por encargo para la selección uruguaya, ‘Cuando juega Uruguay’. Laura Canoura, publicitaria de profesión, también puso su inconfundible voz al servicio de varios jingles de diversa factura. Rada le tomó la posta a su eterno enemigo Roos con el asunto de componer canciones glorificando al derechista diario El País, e incluyó la agradable melodía que le hizo dentro de un disco de canciones originales. Algo que también hizo Cursi con la melodía que realizó para el canal TVC. Recientemente también El Club de Tobi y Max Capote fueron vistos interpretando la melodía institucional del Canal 10. Esto, es decir, la sumisión absoluta de la imagen a la venta de un producto, es bastante extraordinario, por más que los canallas de U2 vendan I-Pods, y solo puede explicarse en un país en que la frontera entre arte y publicidad se ha hecho tan borrosa que durante años se emitió la entrega de los premios Clío de publicidad por televisión abierta como si fuera la entrega de los Oscars, donde las bandas se legitiman y saltan al mercado a través de una especie de Operación Triunfo del rock organizada por, uf, Pepsi, y donde prácticamente todas las bandas participan alegremente en los chivos de los más diversos productos que realizan los conductores de los programas televisivos mientras los entrevistan. Porque no hay que ser mala onda loco, y te están dando un espacio, así que colaborá.

No tengo ganas de insistir en cuánto esto degrada la relación entre el consumidor de música –es decir, de un producto artístico que sólo refiere comercialmente a sí misma y, generalmente, a su intérprete- y la misma. Ni decir que por más vacía que esté la mayor parte de la música que se produce actualmente, esto no es excusa para llenarla con la alusión a la loca y emocionante vida que se vive si se consume determinado producto. Pero me deprime particularmente el que sean justamente los que podrían darse el lujo de no degradarse por guita los que lo hagan tan ostensiblemente y que todo el mundo lo de por normal. Me explico: si, pongamos, a una banda de las que conozco, que a veces tienen que suspender ensayos porque no pueden pagar la sala y que tocan con equipos de cuarta y guitarras de segunda, les ofrecieran esa guita por hacer el payaso en un comercial, bueno, no estaría bien pero sería comprensible. Si se lo ofrecieran a Darnachauns, con sus eternos problemas económicos que en ocasiones han afectado a sus tratamientos médicos, me parecería más que razonable que aceptara (aunque conociéndolo me jugaría las bolas de que no aceptaría por ninguna cantidad de dinero, porque el Darno es un tipo que le da mucha importancia a la verdadera elegancia). Pero, obviamente, no se le hacen este tipo de ofertas al Darno o a Guachass, sino que se le hacen a los artistas con más convocatoria, los más populares y los, pocos, que pueden vivir de sus actividades musicales no-publicitarias. Es decir, los que podrían decir que no.

Y hay otro detalle con respecto a este comercial: no es precisamente un anuncio de UNICEF o de “conozca al Uruguay y su música”, es de cigarrillos Nevada.

Durante los quince años que fumé, fumé cigarrillos Nevada, los más ricos, los más cool, los más uruguayos y, por lo que sé, los que tienen mayor concentración de nicotina y alquitrán. Los Nevada son tan cool que durante décadas su presupuesto publicitario para televisión fue igual a cero. Como la remera del Barcelona, los Nevada eran tan grandes que no necesitaban publicitarse como las demás marcas inferiores, vos ibas y los comprabas riéndote interiormente de los aspirantes a nuevo rico que fumaban Fiesta Light o los cipayos que fumaban Marlboro (respetemos a Coronado, que es una marca menor pero con personalidad). Los cigarrillos Nevada eran, y supongo que siguen siendo, una delicia de la que eventualmente me acuerdo y con la que de vez en cuando sueño. No dejé de fumarlos porque hubieran bajado de calidad, sabor o carisma, dejé de fumarlos porque soy un compulsivo que si fuma se baja dos cajas por día y que se estaba haciendo mierda físicamente a causa de ese exceso irracional. Si fuera capaz de fumar hasta cinco de ellos por día seguiría fumando, pero no soy capaz, y no les echo la culpa a esos aromáticos cilindros de puro placer y me cago en la cara de los guardabosques que persiguen a los fumadores como si fueran criminales. Dicho sea esto, los cigarrillos son posiblemente la droga más dañina para el organismo que existe, son terriblemente adictivos, no ofrecen ninguna experiencia psíquica notable y matan a sus usuarios casi en forma inexorable. Es decir, algo que un artista de imagen influyente –y en cierta forma modelos de rol- tendría que pensar una docena de veces antes de publicitarlo a los gritos del slogan identificatorio de “así como sos”.

Digo, no habría que extrañarse mucho ya que varios de los presentes en el video ya habían hecho cosas tan dudosas en lo ético como publicitar a un medio pro-dictadura como El País pero ¿cigarrillos? ¿no es un poquito demasiado bajo, digo yo? Toda la flor y nata de la música uruguaya publicitando cigarrillos ante una Plaza Independencia rebosante de fumadores que saltan (la prohibición municipal de fumar dentro de la Intendencia no colisiona, al parecer, con prestar la principal plaza de Montevideo para festejar la vida agitada de la nicotina). Es algo tan exageradamente inmoral y falto de ética que parece parte de un capítulo de los Simpsons.

Sé de buena fuente lo que les pagaron a algunos de ellos, es mucha guita. Es todo un ascenso pasar de hacer de comparsa a los chivos de Va X Vos a cambio de un espacio más o menos privilegiado para tu video a cobrar una bolsa de dólares por convertirse en un cartel animado de cigarrillos.

Entre los que participan en el anuncio hay músicos que me son indiferentes, músicos que me parecen espantosos y músicos de talento asombroso, todos me parecen despreciables en relación a esto. Me parece que en cualquier lugar donde todavía existiera algún tipo de discusión sensata sobre ética artística esto tendría que haber sido tema de discusión, pero claro, capaz que estoy celoso ¿no?

Pueden decirme que es su propia imagen pública y que hacen con ella lo que quieren, y tienen toda la razón del mundo, cada uno hace de su culo un pito, o una orquesta, como suele decir Petru Valensky. Yo no estoy en contra de ese derecho ni lo cuestiono, solo hago uso del mío, como público, de pensar eventualmente en ellos como unos arrastrados y unos miserables capaces de besar un sorete del piso por dinero y promoción. Qué mala onda, ¿no?.

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La versión traducida de Sex & the City, serie que sabiamente había esquivado durante su período de auge, ahora me atrae como un foco a una polilla. Nunca estoy seguro de cual de esas cuatro pelotudas sabelotodo y pseudo-liberadas (a menos que se entienda como libertad sexual la incapacidad de vivir en paz hasta que se encuentre el macho perfecto) me resulta más repulsiva y odiosa. Hoy es Miranda, maldita yuppie clasista cuyo mejor gimmick es poner cara de asombro (¡oh, my god!) ante cada obviedad que se le cruza por el camino. Ojalá que tu guionista se agarre herpes en el recto y que seas sustituída por un personaje con tetas razonables.
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