miércoles, febrero 02, 2005

Quienes fueron y quienes deberían

La oposición de la Iglesia Católica a la eutanasia es, obviamente, una oposición hipócrita por parte de una organización caracterizada por quemar a sus disidentes, puede explicarse a partir de ese moderno culto a la vida que es en realidad un culto a la opresión mediante el control sexual, pero sobre todo tiene que ver con la disposición de seguir siendo quién administre los horarios de ingreso por las puertas celestiales. O tal vez sea mera crueldad y estupidez, todo puede ser. De cualquier forma hay que decir que esta oposición, que ha contagiado a la hegemonía cristiana -inclusive a los que apoyan la pena de muerte a personas saludables- y que condena a la tortura a miles y miles de agónicos enfermos en el mundo, tal vez termine debilitándose gracias a la prolongada exposición de su deterioradísima primera figura, Karol Wojtyla. Afectado por el Alzheimer, hecho trozos por la edad y los problemas pulmonares, la Iglesia sigue paseándolo como ejemplo de fuerza vital y haciéndolo leer los papelitos que le dictan sus lugartenientes del Opus Dei y de la Iglesia alemana, aquella que le dio un par de manos a cierto cabo austríaco y que hoy en día se encuentra con una deserción record de creyentes, lo cual no impide que sea una de las fuerzas más poderosas y reaccionarias dentro del Vaticano. Pero mientras se arregla la sucesión, Wojtyla sigue siendo útil como emblema viviente del conservadurismo católico y como vistoso títere -mientras pueda leer al menos- que reproduce las habituales condenas al condón y etcéteras. Pero, a la fresca que está hecho mierda el hombre, si esa es la condena a la vida que la Iglesia propone como ejemplo están en problemas, porque al menos a mí me dan ganas de matarme al cumplir los sesenta. Pero al menos les sigue sirviendo de excusa para llenar nuevamente las iglesias, esta vez de religiosos que rezan por su recuperación. O eso parece.

Hablando de la parca; hace algunos días murió Johnny Carson, conductor radial que se convirtiera en el primer anfitrión del exitoso Tonight Show estadounidense. La noticia, lógicamente, ocupó la primer plana de todos los diarios de aquel país, con menos lógica, también tuvo un destaque en las portadas de los principales diarios del Río de la Plata. No tengo nada en contra de Johnny Carson, no tengo nada a favor tampoco, no tengo nada de nada porque -al igual que, supongo, el 99% de los rioplatenses- nunca lo había visto, ya que su éxito televisivo fue anterior a la globalización y la hegemonía de la televisión del gran país del norte, y practicamente no tuvo ninguna participación cinematográfica. Es decir, Johnny Carson era sin duda una figura importante para los yanquis, pero para nosotros no era nadie, entonces ¿a santo de qué todos los noticieros de Uruguay y los diarios argentinos (los medios que yo vi, pero tal vez haya habido más) le dedicaron notorios espacios a informar sobre su muerte? ¿Se imaginan al New York Times destacando la muerte de Silvio Soldán y su peluca? Quiero decir; era una noticia irrelevante para cualquiera que no fuera norteamericano o no hubiera crecido en E.E.U.U. a fines de los sesenta y principios de los setenta, pero acá, como monitos mímicos, los periodistas reprodujeron la información sin siquiera preguntarse su relevancia, solo porque en E.E.U.U. había sido una noticia importante. Era como para poner una nota en la sección de espectáculos e ignorar totalmente la noticia en la televisión, pero no, monkey sees monkey does, los mismos conmovidos periodistas que jamás se acercarían a ver algo de verdad que pasa a tres cuadras de sus casas informaban sobre la muerte de un conductor televisivo que ya está siendo olvidado hasta por los gusanos que se lo comieron, y que para el público de sus diarios y noticieros era nadie. Y de la misma forma en que estos vagos reproducen por pereza noticias irrelevantes, también reproducen en forma acrítica la agenda moral y política de los medios de los que se alimentan, reproduciendo los puntos de vista de una nación de puritanos sodomizadores de parientes que creen que Satanás hace crecer la marihuana y que Saddam demolió las torres gemelas.

En cambio el que siguió siendo nadie al morirse fue alguien que representaba lo mejor de E.E.U.U., Hubert Selby Jr.




Estaba leyendo una nota reciente a Henry Rollins, y el musculoso se lamentaba por la muerte de Hubert Selby Jr. en abril del año pasado. Yo me quedé pensando "esperen un cacho, es Hubert Selby Jr., ¿cómo puede ser que no haya salido nada en ninguna parte y yo me entere casi un año después?" Bueno, tal vez por el mismo motivo que la muerte del fucking Johnny Carson fue noticia, tal vez porque Selby era realmente un autor importante.

Selby, al igual que William Burroughs, autor con el que lo emparentan varias cosas, incluídas las prohibiciones de sus principales obras, vivió mucho más de lo que esperaban sus detractores. Dedicado a la escritura a partir de una tuberculosis que lo afectó de joven y que lo dejaría respirando por un pulmón el resto de su vida, Selby coqueteó con la autodestrucción tóxica con dedicación y esmero, y de esa experiencia sacó una serie de libros durísimos, de belleza áspera y casi insoportable para los estómagos sensibles. Su opera prima, Última salida para Brooklyn (1964) es uno de esos libros que merecen pasar al canon de las obras de arte malditas. Un clásico absoluto, escrito a lo largo de diez años con la paciencia de un joyero loco que estuviera tallando una pieza obscena e impresentable en el más hermoso de los diamantes. Un libro que inspiró una película homónima bastante fiel, un excelente capítulo de los Simpsons y el nombre del mejor disco de los Smiths (The Queen is Dead), inspirado en la sección del mismo libro en la que se relata la muerte de un homosexual drogadicto. Un texto lleno de mugre, traiciones, violencia, adicciones y sexo lumpen más allá de cualquiera de los standards del realismo sucio, al que precede y supera; en él el Brooklyn de los años cincuenta se revela como un infierno de degradación y abuso que Selby suaviza con infinita (aunque asordinada) piedad y con una novedosa concepción de la novela proletaria que sustituye a los obreros de bronce monumental por gente de carne y hueso. Última salida para Brooklyn es un libro muy triste y con una fuerza arrolladora, algo así como la fusión imposible entre los ambientes de Burroughs y Bukowski con el Emile Zolá de La Ralea y el Dos Passos de Manhattan Transfer.

Insisto con este título porque es el único que se consigue con cierta facilidad en castellano. Autor más bien parco y en permanente estado de nocaut por su frágil salud, Selby dejó muy pocas novelas más, pero entre ellas están las claustrofóbicas y obsesivas The Room y The Demon, casi insoportables en su recalcitrante viaje a la falta de aire metafórica y real, y la poderosamente oscura Requiem for a Dream, que fue llevada al cine por Darien Aronofsky en una versión estéticamente polémica pero fiel a la negrura de la novela. Cualquiera de ellas tiene su lugar en la literatura norteamericana del siglo XX, y un lugar mucho más grande del que le dieron los periodistas a la muerte de su autor.

Y yo hago lo que puedo, que es muy poquito, para subsanar semejante ninguneo. Consigan los libros de Selby Jr. Léanlos. Están vivos y queman.





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