lunes, febrero 28, 2005
Una oportunidad perdida
Ay la que se viene..., y por momentos ya empezó: Jorge Drexler ganó el Oscar.
Desprecio profundamente la terrajísima ceremonia de los Premios Oscar, la concepción sobre la que se premia, el etnocentrismo que irradia -y que la gran mayoría de los periodistas culturales locales disfruta como un coprófago disfruta una cena marrón-, el carácter mercantilista y las falsas emociones del mismo. Digo, todo el mundo puede equivocarse pero, ¿quién se puede tomar en serio una premiación que en el '98 consideró que la abominable 'Shakespeare in Love' era superior a la excelsa 'The Thin Red Line'? Nah, no vale la pena ni discutir al respecto.
Pero bueno, no seamos guachos y reconozcamos que la nominación de Drexler era algo importante para cualquier artista latino y meritorio más allá de lo que se piense de la canción, que es básicamente una variación del clima y las rimas de 'Yo vengo a ofrecer mi corazón' de Fito Páez. Claro que como la televisión es un monstruo grande, los productores llegaron a la conclusión de que el cantautor uruguayo podía llegar a dormir a los televidentes o, peor, sugerirles que hagan zapping, un miedo más bien justificado teniendo en cuenta la persistente imbecilidad del telespectador yanqui. Así que Drexler fuera y Banderas adentro.
Era un desprecio enorme y que podía haber ameritado un escándalo de proporciones (¿se imaginan si, pongamos, Tricky hubiera tenido una canción nominada y le hubieran dicho "no negrito, la va a cantar Cuba Gooding Jr. que tiene más pinta, es más conocido, es más gracioso y ¡también es negro!"? Me parece que el quilombo habría sido notable). Pero Drexler -si bien todas las referencias personales que tengo de él lo presentan como un tipo ético- no es precisamente un abanderado de las pasiones extremas, así que escogió una protesta tibia: Enrique Iglesias o Chayanne no, Antonio Banderas... sí, pero que conste que estoy enojado.
Ahí se perdió una oportunidad maravillosa de mandar a cagar a la Academia, amenazar con una docena de juicios por discriminación, putear como loco, no ir y hacerle un feo al mundo entero, encontrar otro camino hacia la notoriedad infame... pero bueno, es Drexler el sereno, el ecuánime, el marido perfecto, tal vez fuera mucho pedir.
La tontería de la producción se la puso fácil a Drexler, ya que decidió que tres de las cinco canciones nominadas fueran interpretadas por Beyoncé, una cantante pésima -sí, pésima, no me vengan con que tiene un gran rango o afina bien, es una máquina de hacer clichés vocales, melismas al pedo y es incapaz de transmitir nada excepto el comprensible deseo de verle el culo de más cerca- que se encargó de hacer aún más aburridas las aburridas canciones que competían. El único tema, además del de Drexler, que no cantó Beyoncé lo cantaron los terribles Counting Crows, así que uno no tenía más remedio que ponerse del lado del cantante compatriota. Inclusive a pesar de la versión de Banderas & Santana, un despropósito de entusiasmo al pedo, eso sí, más convencionalmente latino (ustedes saben que los latinos nos agitamos y nos emocionamos como locos, y si hacemos un solo lamentable de guitarra no podemos dejar de tocarlo durante todo el tiempo que dura el tema).
En fin, finalmente ganó (¡Maracaná! ¡Maracaná!), recibió su premio de manos del pigmeo Prince -dos sobrevaloraciones se saludan- y, vengativo e indoblegable, cantó algunos de los versos que los malvados productores le habían impedido cantar originalmente. A Daniel Lucas, y a mi abuelita si estuviera viva, le pareció un gesto gallardo de protesta.
Pensando mal y parafraseando a Milan Kundera, podríamos decir que es el mejor de los gestos de protesta progresistas posible, porque da cuenta de la disconformidad y la disidencia con el estado de las cosas pero al mismo tiempo no aliena a quién lo realiza del medio con el que se enfrenta. Digamos, Drexler marca diferencia con Cristian Castro y R-Way, pero tampoco traiciona su imagen de serena corrección política ambulante, y, esencialmente, no se cierra esa enorme puerta que este diminuto pelado dorado le está abriendo. Es una actitud comprensible.
Claro que tal vez yo hubiera preferido que, en el caso de haber decicido ir y no mandar una legión de abogados, el cantautor uruguayo se subiera al escenario y tras un notorio corte de manga hubiera sí cantado la melodía pero en inglés y sustituyendo sus líricas metáforas por algunos versos crudos tipo "Y ahora me chupan bien la pija / yanquis lambeguascas / viva la barba de Fidel/ la la la la / viva la droga / Aguante Satan..." o algo así.
Pero hubiera sido demasiado pedir, y me hubiera obligado a pegar un poster de Drexler en el living de mi casa, lo cual no pegaría mucho con la decoración ambiente. En el fondo todos tuvimos suerte.
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Desprecio profundamente la terrajísima ceremonia de los Premios Oscar, la concepción sobre la que se premia, el etnocentrismo que irradia -y que la gran mayoría de los periodistas culturales locales disfruta como un coprófago disfruta una cena marrón-, el carácter mercantilista y las falsas emociones del mismo. Digo, todo el mundo puede equivocarse pero, ¿quién se puede tomar en serio una premiación que en el '98 consideró que la abominable 'Shakespeare in Love' era superior a la excelsa 'The Thin Red Line'? Nah, no vale la pena ni discutir al respecto.
Pero bueno, no seamos guachos y reconozcamos que la nominación de Drexler era algo importante para cualquier artista latino y meritorio más allá de lo que se piense de la canción, que es básicamente una variación del clima y las rimas de 'Yo vengo a ofrecer mi corazón' de Fito Páez. Claro que como la televisión es un monstruo grande, los productores llegaron a la conclusión de que el cantautor uruguayo podía llegar a dormir a los televidentes o, peor, sugerirles que hagan zapping, un miedo más bien justificado teniendo en cuenta la persistente imbecilidad del telespectador yanqui. Así que Drexler fuera y Banderas adentro.
Era un desprecio enorme y que podía haber ameritado un escándalo de proporciones (¿se imaginan si, pongamos, Tricky hubiera tenido una canción nominada y le hubieran dicho "no negrito, la va a cantar Cuba Gooding Jr. que tiene más pinta, es más conocido, es más gracioso y ¡también es negro!"? Me parece que el quilombo habría sido notable). Pero Drexler -si bien todas las referencias personales que tengo de él lo presentan como un tipo ético- no es precisamente un abanderado de las pasiones extremas, así que escogió una protesta tibia: Enrique Iglesias o Chayanne no, Antonio Banderas... sí, pero que conste que estoy enojado.
Ahí se perdió una oportunidad maravillosa de mandar a cagar a la Academia, amenazar con una docena de juicios por discriminación, putear como loco, no ir y hacerle un feo al mundo entero, encontrar otro camino hacia la notoriedad infame... pero bueno, es Drexler el sereno, el ecuánime, el marido perfecto, tal vez fuera mucho pedir.
La tontería de la producción se la puso fácil a Drexler, ya que decidió que tres de las cinco canciones nominadas fueran interpretadas por Beyoncé, una cantante pésima -sí, pésima, no me vengan con que tiene un gran rango o afina bien, es una máquina de hacer clichés vocales, melismas al pedo y es incapaz de transmitir nada excepto el comprensible deseo de verle el culo de más cerca- que se encargó de hacer aún más aburridas las aburridas canciones que competían. El único tema, además del de Drexler, que no cantó Beyoncé lo cantaron los terribles Counting Crows, así que uno no tenía más remedio que ponerse del lado del cantante compatriota. Inclusive a pesar de la versión de Banderas & Santana, un despropósito de entusiasmo al pedo, eso sí, más convencionalmente latino (ustedes saben que los latinos nos agitamos y nos emocionamos como locos, y si hacemos un solo lamentable de guitarra no podemos dejar de tocarlo durante todo el tiempo que dura el tema).
En fin, finalmente ganó (¡Maracaná! ¡Maracaná!), recibió su premio de manos del pigmeo Prince -dos sobrevaloraciones se saludan- y, vengativo e indoblegable, cantó algunos de los versos que los malvados productores le habían impedido cantar originalmente. A Daniel Lucas, y a mi abuelita si estuviera viva, le pareció un gesto gallardo de protesta.
Pensando mal y parafraseando a Milan Kundera, podríamos decir que es el mejor de los gestos de protesta progresistas posible, porque da cuenta de la disconformidad y la disidencia con el estado de las cosas pero al mismo tiempo no aliena a quién lo realiza del medio con el que se enfrenta. Digamos, Drexler marca diferencia con Cristian Castro y R-Way, pero tampoco traiciona su imagen de serena corrección política ambulante, y, esencialmente, no se cierra esa enorme puerta que este diminuto pelado dorado le está abriendo. Es una actitud comprensible.
Claro que tal vez yo hubiera preferido que, en el caso de haber decicido ir y no mandar una legión de abogados, el cantautor uruguayo se subiera al escenario y tras un notorio corte de manga hubiera sí cantado la melodía pero en inglés y sustituyendo sus líricas metáforas por algunos versos crudos tipo "Y ahora me chupan bien la pija / yanquis lambeguascas / viva la barba de Fidel/ la la la la / viva la droga / Aguante Satan..." o algo así.
Pero hubiera sido demasiado pedir, y me hubiera obligado a pegar un poster de Drexler en el living de mi casa, lo cual no pegaría mucho con la decoración ambiente. En el fondo todos tuvimos suerte.
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