sábado, abril 02, 2005

Finis

La campana de la iglesia que hay a menos de una cuadra de casa empezó a doblar a duelo, indicando que finalmente el Papa Juan Pablo II había muerto. Tengo una sensación extraña, si un comando maniqueo me forzara a trazar una línea entre los buenos y los malos y me obligaran a decir de que lado colocaría a Karol Wojtyla, seguramente lo pondría del lado de los malos, hay demasiadas cosas imperdonables: su profundo conservadurismo a la prevención de embarazos y enfermedades roza la propaganda genocida, también está el crecimiento del Opus Dei, la persecución a la Iglesia de la Liberación -que alcanzó su punto cúlmine en el aberrante reproche que le hizo a la valiente iglesia nicaraguense-, la indiferencia en sus primeros años de papado ante los criminales que aún gobernaban la mayor parte de Sudamérica, la intolerancia sexual y de costumbres, el machismo, la expansión de la culpa y el pecado como virus contagiosos.. hay muchas cosas y todos las saben, así que no voy a hablar al pedo.

Pero es difícil juzgar a personajes de semejantes dimensiones en términos de blanco y negro y en la balanza tal vez también habría que colocar su innegable actuación heroica durante la Segunda Guerra Mundial, su prédica muy poco amistosa hacia la hegemonía neoliberal, su notoria oposición a la Guerra de Irak -que sirvió para demostrar que la derecha cristiana que apoya a Bush tiene pocos contactos con la Iglesia Católica y que más bien está relacionada con una concepción apocalíptica y fundamentalista de la cristiandad que hace parecer a los católicos unos laicos moderados-, su tolerancia hacia las otras religiones... Y hay otras cosas que son simplemente opinables según de donde se vean; el anticomunismo de Wojtyla, algo inevitable en un polaco del siglo XX, y su papel en la caída del socialismo real son vistos con mayor o menos simpatía dependiendo desde donde se lo mire y dependiendo de lo que se piense de las consecuencias.

Pero es la Historia y la Historia está en movimiento, y este blog no es un noticiero que tenga que dar cuenta de cada cosa que ocurre, sino de lo que me produce impresiones que me hagan escribir, y sobre estas sensaciones inesperadas.



La televisión se llenó de biografías de Wojtyla estos últimos días, tras verlo siempre postrado durante los últimos diez o quince años, resultaba extraño verlo en las décadas anteriores, saludable y derrochando un indiscutible carisma. Particularmente me llamó la atención una brillante filmación que mostraba al viejo esquiador caminando por la ladera de una montaña nevada, vestido con su sotana blanca pero con botas de nieve, una campera inflada blanca y una gorra de esquiador del mismo color. Tras caminar unos pasos se sacaba la gorra, revelando su delgada cabellera del mismo color que la nieve que lo rodeaba. Parecía feliz y sereno como un oso polar.

Me gustaba la voz del Papa, su castellano gramaticalmente excelente que sin embargo uno percibía como extraño a causa de su pesado acento y su peculiar ritmo. Era una forma de hablar cálida y solemne a la vez. De vez en cuando uno captura a algún religioso vernáculo e hispanoparlante imitándolo descaradamente. Me doy cuenta de que no puedo imaginarme a un Papa hablando de otra forma.

Mi mayor recuerdo del Papa es de su primer visita a Uruguay en 1987, yo era alumno de un colegio católico con el que mantenía una sana y persistente oposición ideológica. En aquel tiempo estaba en plena ebullición hormonal, era lector muy liviano de Sade y Bakunin y fan de La Polla Records, por lo que pasaba por mi período de más virulento anticatolicismo. Y parecía que el Uruguay laico y agnóstico se había vuelto loco, con todas las ventanas tapizadas de fotos del pontífice polaco y con un grado de excitación digno de la beatlemanía. La llegada del Papa me servía entonces para vivir enojado y sentirme una especie de ángel anarquista caído en el tonto entusiasmo relgioso de mi colegio. La contrarreforma llegaba a Montevideo y yo no iba a festejarlo y mucho menos ir al monstruoso acto realizado en Bulevar Artigas, acto que -vale la pena recordar- congregó mucha más gente que cualquiera de los actos realizados dos o tres años antes contra la dictadura. Pero por más que no fuera, no pude evitar verlo por televisión; y lo vi al hombre dar un buen discurso, lleno de connotaciones bastante reaccionarias, pero con la suficiente amabilidad y simple sentido común como para hacerlo pasable a los laicos, a menos que uno fuera fan de Kortatu, claro. Pero cuando terminó el discurso, el Papa salió del estrado saludando a una hilera de niños enfermos y criaturas de hospital que habían colocado en fila para que el hombre les diera su bendición. Mientras lo hacía, la cámara capturó, en medio de la fila, a un auténtico hombre-elefante local, un desdichado con una deformación facial extrema y monstruosa, de esas que hacen que hasta el más curtido de los médicos se sobresalten. Cuando el Papa llegó frente a él no se le movió una ceja, lo bendijo y, creo recordar, lo besó en la horripilante mejilla con un afecto que, fuera para la tribuna o no, hizo que este fan adolescente de Eskorbuto dijera: "la mierda, ese tipo realmente hace bien su trabajo".

Ahora Wojtyla sabe algo que nosotros no: sabe si nos estuvo mintiendo durante todos estos largos años y este conocimiento le estará dando su premio o su castigo. El mundo es un poco más salvaje que cuando él asumió el papado y, a pesar de sus formidables poderes publicitarios, la Iglesia Católica sigue cediendo terreno no frente a la ilustración y el racionalismo sino ante los predicadores fundamentalistas, los evangelistas saqueadores y toda una legión oscurantista de cultos furiosos. Desconozco si la muerte de Wojtyla hace mejor o peor al mundo, eso es cosa de la Historia. Pero para mí, desvío herético de una familia nominalmente católica, la religión oficial de mi lado del mundo se quedó sin cara. Son 26 años, más que toda la vida de muchos de los lectores de este blog, y es como si derrumbaran un edificio clásico que, nos gustara o no, formaba parte de nuestro paisaje espiritual.

La CNN y los noticieros locales están soltando la previsible chorrera de datos inútiles, elogios excesivos e imbecilidades totalmente parciales que cabía esperar -escucho en este momento a una pelotuda latina comparar a Wojtyla con el felizmente desaparecido Ronald Reagan, concluyendo que eran una especie de Batman y Robin del anti-comunismo (la muy idiota habla del gobierno sandinista como "régimen comunista")- , y las cámaras reproducen rostros llorosos en la Plaza de San Pedro. Yo también siento una cierta tristeza irracional, pero eso no me preocupa: todas las tristezas son irracionales, de lo contrario razonaríamos su eliminación. Pero además soy consciente de que no es la muerte de este anciano terco, retrógrado y carismático la que me entristece, sino la pérdida de un referente de muchas otras cosas: encuadrado por las estadísticas dentro de los católicos, yo he sido hasta ahora un hombre occidental de la época de Juan Pablo II, y esa época terminó.
.





<< Página Principal

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Suscribirse a Entradas [Atom]