sábado, abril 09, 2005

¿Me lo repite, por favor?

Algunos sabandijas deben haber pensado al ver la tapa de nueva Rolling Stone en la que aparece Jorge Drexler munido de su Premio Oscar y un telúrico mate: "Uy, que banquete que se va a hacer el mala leche de benito con esta tapa, je je je....".

No, cretinos, este blog está rehabilitado y de ahora en adelante se dedicará exclusivamente a apoyar a todos los artistas locales en todas las situaciones y con todos los adjetivos posibles. Así que si se quieren aprovechar de ese centro al área que es la tapa de la RS y hacer comentarios mordaces al respecto, hágan su propio blog venenoso y no dependan de este, que intenta ser un faro de empatía y soporte espiritual a los compatriotas expresivos y sensibles. Fuera bichos....



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(silbido distraído)


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(tarareo casi inaudible, "creo que he visto a un mate, al otro lado de....")



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(largo y prolongado suspiro) Ah, bueno, a cagar... Sí, vi la tapa, sí pensé cosas feas, sí terminé comprando esa revista de mierda y sí leí la entrevista morbosamente y tengo algo que decir, pero en realidad no tanto sobre Drexler sino sobre otro pequeño fenómeno sobre el que me quedé pensando al leer la nota.

En la entrevista, Drexler hablá con Claudio Kleinman sobre la ceremonia de los oscar y sobre la canción ganadora mucho más de lo que ambas cosas merecen, pero era previsible. Luego se dedican a hablar de otras cosas y Drexler da la impresión de ser lo que parece ser: un tipo inteligente, moderado y bastante articulado en su discurso. No hay grandes emociones, no cuenta ninguna orgía salvaje con tres profesoras jóvenes de literatura ni ninguna sobredósis de yerba Canaria, pero está todo bien, es Jorge Drexler, no Iggy Pop.

Sin embargo me llaman la atención unas frases sobre la canción y su premio. En un momento Drexler habla sobre que la película es sobre un viaje de aprendizaje y no una epopeya heroica y hace un paralelismo un poco forzado entre el mensaje de la película y su actitud en cuanto a su triunfo en Hollywood. Así que dice: "De la misma manera yo quiero evitar el 'Maracanazo', o un artículo en Brasil que decía '¡Macho, el uruguayo!', haciendo un paralelo con Obdulio Varela, y la actitud de los uruguayos frente a la adversidad. Yo me reí un poco, pero la mayoría de la gente se lo tomó en serio. Entonces me dije: vamos a reírnos un poco de nosotros mismos, porque la epopeya suele terminar con la muerte del héroe. Por eso entré de canuto en el país, y no quise hacer la caravana con la estatuilla desde el aeropuerto hasta el centro. Quiero recibir todo el cariño, pero no estoy dispuesto a cargar con el emblema".

OK; podríamos discutir un poco sobre "la actitud de los uruguayos ante la adversidad", actitud que a todos nos gusta identificar con la de los recios futbolistas de Maracaná pero que generalmente es la de deprimirse, llorar como una perra y no hacer absolutamente nada por solucionarla (a la adversidad), pero eso es otro tema. También pasemos por arriba el hecho de que la primera persona que yo escuché hablar de Maracaná en relación al oscar de Drexler fue a su propio padre, porque los padres tienden a superlativizar los logros de los hijos. Mi madre por ejemplo cree que yo soy el rey de los idiotas, y yo sé que soy un simple paje. Pero lo que me sorprende es lo de "entré de canuto en el país". ¿Cómo...?

Es cierto que no hizo una caravana desde la rambla y no me extrañaría que algún desequilibrado gerente de publicidad de alguna radio se lo haya propuesto, y si Drexler se negó demuestra que su cerebro aún le funciona correctamente, pero... ¿"de canuto"? Drexler llegó y fue, oscar en mano y con una nube de periodistas alrededor, a saludar a Tabaré Vázquez -por invitación de éste, es cierto- a la casa de gobierno, allí dio declaraciones a siniestra y siniestra, y luego hizo una extensa conferencia de prensa para la que recurrió a un teatro como la Sala Zitarrosa (500 butacas), antes de partir a España tuvo tiempo también para grabar un anuncio de una aerolínea a la que recomendaba por el hecho de que lo dejaban subir con su guitarra, lo cual debe haber puesto nervioso a más de un compañero de viaje. Digo yo, si eso es llegar "de canuto", ¿a qué le dirá el galardonado cantautor compatriota "llegar a lo grande"? ¿una guardia de coraceros con penachos en forma de guitarra que lo escoltan mientras el se pasea saludando como la reina de carnaval sobre un carro alegórico que representa un premio oscar y sobre el cual sobrevuelan jets que dibujan en colores sus inciales sobre el cielo? Si su paso por Montevideo fue "de canuto", le recomendaría a Drexler que nunca intente engañar a su mujer o hacerle una fiesta sorpresa a un amigo.

Pero en realidad el asunto es más complejo y tiene que ver tanto con la distorsión de la propia imagen ante uno mismo como en el establecimiento de UNA imagen de artista uruguayo, imagen que incluye la humildad y la modestia como elemento tan distintivo como una cuerda de tambores de candombe. Parecería una exigencia para el artista uruguayo internacional el seguir siendo un modesto muchacho de barrio, algo que en verdad es bastante antinatural: para subirse a un escenario frente a 20.000 personas, o ante 20, hace falta una fundamental dósis de inmodestia, de auto-confianza y de convencimiento de que hay una diferencia entre esa persona y su público que hace que los roles no sean reversibles, afirmen lo que afirmen los músicos demagógos. La exigencia de "modestia" es en sí una contradicción y algo hasta contra-producente: está bien que se le exija al performer no ser un idiota y tener los pies en la tierra, otra cosa es que esa persona pretenda no haber cambiado y ser el más normal de los montevideanos cuando toda su vida ha cambiado y se está viviendo circunstancias absolutamente extraordinarias. No sólo es imposible, es mentira.

Hace poco, en una entrevista para un medio argentino que algunos integrantes de La Vela Puerca dieron con motivo del lanzamiento de su nuevo disco, un tercio de la misma estaba dedicada a la importancia que tenía para Sebastián Teysera el seguir siendo los mismos montevideanos modestos a pesar del éxito de la banda. Bueno, en la banda son muchos y puede haber muchos tipos de persona, pero para cualquiera que haya tratado con Teysera es más fácil decir que el cantante es alto antes que afirmar que es humilde o modesto. No sé, tal vez seguir siendo un muchacho común de barrio sea para Teysera el no mandar un esclavo negro al kiosco a comprarle hojillas, pero me parece un sentido más bien amplio del concepto. De hecho, y como ya dije alguna vez en unos comments, alguien que afirma "No soy ningún profeta, soy un simple aguantador" es inevitablemente alguien que se preguntó en algún momento si no es un profeta. Me alegro que haya llegado a la conclusión de que no lo es y que se lo diga al mundo. Estuvimos a punto de confundirnos.

Pero lo importante es que esta auto-exigencia de ser humilde es una concesión más al público local, al que le gusta que los artistas compatriotas no vuelen muy altos del piso, y al público internacional que compra el mito de los uruguayos como criaturas hechas de buenos modales, mate y timidez. Tal vez no sea algo tan terrible, en la música hay muchas fantasías -yo estoy seguro de que los integrantes de Cradle of Filth no son vampiros de verdad-, pero el título de "modesto" contiene la paradoja de que atribuírselo a uno mismo lo invalida. Además no es una tradición de la música uruguaya, al menos no de la que vale la pena; ni Alfredo Zitarrosa, ni Eduardo Mateo, ni Jaime Roos, ni Fernando Cabrera son o fueron personas humildes. De hecho el maravilloso Zitarrosa tenía, por las entrevistas y biografías que he leído, esa característica tan excesiva de los maníacos depresivos que lo llevaba de afirmar que era un pésimo cantante (!!!) a creer que su canto podía ser una fuerza decisiva en asuntos sociales. El propio Mateo, loco y reducido a la mendicidad, seguía siendo porfiadamente orgulloso de sus habilidades musicales, de las que presumía con arrogancia y capricho. Y tenía razón.

A mí no me importa, es más, me gusta un poco de arrogancia maldita en los artistas, un poco de cuasi-desprecio al espectador que de la impresión de que la obra es más una ofrenda a los demonios interiores antes que los posibles compradores de la misma. Por supuesto tampoco me molesta la auténtica modestia de algunos talentos, que existe y la he visto. Pero esa distorsión tan habitual hoy en día y tan absoluta entre el querer ser y lo que se es, entre lo que se afirma sobre uno mismo y lo que irradian todos nuestros actos, entre la auto-percepción y la de los demás, es más bien inquietante. O mejor dicho, es inquietante como mucha gente acepta y reproduce el discurso sin decir: "esperen un momentito...."

Pero bueno, tal vez sea culpa de Charly García, que hace añares que viene diciendo "soy un genio" sin que nada en esta realidad sónica lo confirme o siquiera despierte la inquietud.
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