domingo, abril 24, 2005

Tu madre chupa pijas en el infierno (u "otras pequeñas impresiones cinematográficas")

Por una extraña casualidad, el sábado en la televisión abierta se dieron tres películas legendarias simultáneamente. Se trataba de Rocky (1976, John G. Avildsen), El exorcista (1973, William Friedkin) y El hombre araña (2002, Sam Raimi), es decir, dos películas comerciales emblemáticas de los setenta y una película comercial emblemática de esta década que promediamos. Y en el zapping entre estos tres productos uno podía evaluar todo lo que se ha jodido en la cultura estadounidense al mismo tiempo que esta se ha vuelto hegemónica.

Soy un gran fan del cine norteamericano de los setenta, una década menospreciada a causa de la pérdida del idealismo milenarista de los sesenta y también por algunos notorios excesos de mal gusto individualista, pero que a su manera fue para la cultura de occidente una década más liberal que la que la precedió y no menos revolucionaria, son los ochentas los que fueron una mierda, recuerden. Pero en cine fue realmente una década prodigiosa en la que se depuraron los hallazgos de los años anteriores y, al ser cooptadas algunas de las técnicas de vanguardia por el arte “comercial” (por favor, no departamos sobre este tema en los comments, estoy de acuerdo con todo lo que tienen que decir al respecto) se dio el curioso hecho de que el mainstream yanqui se llenó de elementos experimentales y se hizo borrosa su frontera con el cine arte. Quiero decir, por supuesto que todo el mundo puede valorar y extrañar películas como Eraserhead (1977, David Lynch), The Last Picture Show (1971, Peter Bogdanovich), Apocalypse Now (Francis Cóppola, 1979) o Conocimiento Carnal (1971, Mike Nichols), que a su manera cimentaron y prefiguraron todo el cine independiente estadounidense de las próximas décadas, pero lo que me parece más notable son las películas hechas con un ojo y medio en la taquilla y que sin embargo conservan más personalidad, creatividad y vida que cualquier cosa que venga de allá arriba con chapa de genial en los últimos tiempos. Seguramente sus directores y actores se cagarían de la risa si les hubieran dicho en su momento que estaban haciendo cine arte, pero ¿cuántas estrellitas les darían a películas como Asalto al Precinto 13 (1976), Un puente demasiado lejos (1977), Tiburón (1975), Escape de Alcatraz (1979), Contacto en Francia (1971), La Cruz de Hierro (1977), Saturday Night Fever (1977) o The Texas Chainsaw Massacre (1974)? Para mí son todas un diez perfecto y, más allá de algún peinado y algún pantalón oxford, ninguna se parece entre sí, más que en lo que señalaba al principio: es cine norteamericano totalmente comercial y todas fueron éxitos notables de taquilla.


Yo ya he hablado en posts pasados de mi devoción absoluta por The Warriors (1979, Walter Hill) y Dawn of the Dead (1978, George Romero), lo mismo puedo decir sobre El Exorcista, película que si me apuran nomino como la mejor película de terror de todos los tiempos, y esto a pesar de su perfectamente admisible interpretación como fábula reaccionaria de derecha. No tenía tan buenos recuerdos de Rocky, película guionada –recordemos con un estremecimiento- por Sylvester Stallone, y sin embargo, al verla nuevamente la encuentro espléndida, con algunos golpes bajos (sí, ya sé…) pero fuerte y épica, cagándose en todos los manuales de construcción de tensión que hoy se aplicarían inevitablemente. Vamos, hay sólo dos peleas –una al principio que casi ni es una pelea y la clásica del final que, recordemos, Rocky no la gana- y el resto es una sucesión de detalles de personajes brutos, irritables y tontos que no desentonarían en alguna de las películas italianas de ambiente obrero de la misma época. Es una gran película que no debe ser vista a la luz de sus secuelas, de la misma forma que los Stones del Let It Bleed no deben ser evaluados desde los del Bridges to Babylon.

Tanto la película del boxeador como la de la niña endemoniada aguantan innumerables miradas (creo que es la octava vez que veo El Exorcista –y me sigue asustando- y es la cuarta o quinta que veo Rocky) e inclusive soportan un doblaje nefasto al gallego en el caso de Rocky y al pudoroso en El Exorcista, doblaje infame que sustituye la inmortal línea “tu madre chupa pijas en el infierno” por “tu madre arde con nosotros en el infierno”. No es lo mismo chupar pijas que arder, señor traductor, tengalo presente la próxima vez que vaya a encender la estufa.

Pero estas películas aguantan y se vuelven clásicas por motivos que hoy serían considerados debilidades por los productores de la actualidad, están llenas de cabos sueltos, sus personajes tienen más secretos que los de cualquier película minimalista inspirada en Carver, sus ritmos narrativos son asimétricos, no tienen miedo a matar o ver derrotados a sus principales personajes, las jerarquías de dichos personajes son poco previsibles (El Exorcista termina dándole un inusual destaque a un cura que casi no había aparecido en la película y a un policía que nunca se supo en realidad para que estaba, más allá de para hacer referencias cinéfilas), la homogeneidad estética está a veces cascoteada, las frases rimbombantes son escasas y el mensaje ideológico nunca explícito (aunque sea bastante unívoco como en el caso de la película de Friedkin). El resultado es que uno se sigue asustando con la cabeza rotada de Regan aunque el efecto visual no esté del todo logrado. Y uno sigue queriendo que el semental italiano gane a pesar de que Stallone hizo Rambo III.

En la otra punta estaba la película de Raimi sobre el arácnido favorito de todos los que alguna vez fuimos lectores compulsivos de la escudería Marvel. Sam Raimi es un buen director que ha hecho películas brillantes como la claustrofóbica Evil Dead (1981) o la negrísima A Simple Plan (1998). Inclusive hace un par de meses vi nuevamente The Quick and the Dead (1995), que en su momento me pareció una explotation al pedo del éxito de Sharon Stone, y la encontré mucho más interesante y divertida de lo que recordaba. Pero Spider-Man… la concha de su madre, deben haber estado dos años haciendo el diseño de producción de los efectos visuales y otro año más borrando las Torres Gemelas de los fotogramas y no deben de haber pasado más de media hora haciendo el guión, o peor, parece que se lo hubieran dado a terminar a los expertos de marketing. No voy a hablar sobre los errores de casting (¿Tobey Maguire como Peter Parker…? ¿y por qué no Pablito Rago? Sáquenmela un poquito…) o sus aciertos saboteados (como señalaba sigmur, encontraron la mejor cara de Duende Verde de Hollywood, Willem Dafoe, y la escondieron bajo una careta absurda), sino del error fundamental que la hace representativa de la estética actual y la hace una mierda, y que es muy sencillo: ¿qué es lo que sabemos sobre Peter Parker, Mary Jane o Norman Osborn luego de ver la película? Todo, absolutamente todo. Yo sé más sobre Peter Parker que sobre mi madre. Y eso es más increíble que verlo trepado del Chrysler Building.

Cuando Stan Lee creó Marvel su objetivo y su fuerte era el de ofrecer superhéroes menos unidimensionales que los popularizados por su competencia, superhéroes que tenían que laburar, que tenían familias y dudas. Esto era considerablemente revolucionario para los primeros años sesentas, no para una película del S.XXI. Todo en el Spider-Man de Raimi tiene causa y efecto evidente, todos los dispositivos psicológicos se detonan en forma directa y todos los personajes pueden ser descriptos en su carácter y evoluciones en una o dos frases. Intenten hacer lo mismo con el padre Karras o inclusive con Rocky Balboa. Se me puede decir que Spider-Man es una película orientada a un público más joven que El Exorcista o Rocky. La verdad eso me chupa un huevo, Babe 2 está orientada hacia un público aún menor que el de Marvel y cualquiera de sus animalitos tiene más relieve que la planicie total de Parker & cía, planicie en la que todo es más explícito y redundante que una película de Silvia Saint. Spider-Man no está orientada hacia un público más joven, está orientada hacia un público más pelotudo, para el que todo tiene que cerrar y que necesita una inyección de adrenalina visual cada quince minutos para no dormirse babeándose sobre sus bateas de popcorn.

Me quedé tarareando el Tubular Bells de Mike Oldfield un buen rato, pocas melodías han estado tan bien elegidas para un soundtrack. También podía haberme quedado tarareando la rimbombante, más bien fea pero infecciosa melodía de Rocky. Tendría que hacer memoria para recordar algún soundtrack tan notorio y efectivo en el cine comercial de los últimos diez años. Pero bueno, Danny Elfman era horrible cuando estaba en Oingo Boingo, ¿quién fue el idiota que pensó que se metió en una crisálida sónica y salió convertido en Ennio Morricone?



Debe haber sido el mismo idiota que hizo al Duende Verde agonizante suplicar a Parker un “no se lo digas a Harry” (su hijo y el mejor amigo de Parker), para redundar verbalmente en una obviedad vergonzosa. Supongo que si ese idiota hubiera estado a cargo de El Exorcista, el padre Merrin se la hubiera pasado diciendo “estoy demasiado débil y cansado para enfrentarme con semejante diablo” y el padre Karras gritaría “¡estoy volviendo a la fe a través del horror!”, y Rocky ganaría con la última piña. Puta madre, que vuelva la música disco, la heroína, las orgías y los quaaludes. Evidentemente era una sociedad más sana.
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