domingo, mayo 15, 2005

Lógica pura

Me da pereza escribir este post porque sé que es totalmente previsible que iba a hacerlo, pero bueno para eso es que no me pagan.

Acabo de ver a Aldo Silva en Código País leer una declaración del equipo de su programa en relación al levantamiento del otro programa semanal periodístico de su canal, Lanata.Uy. Un comunicado extraño, del que Silva advirtió que era "para buenos entendedores" y que me dejó convencido de no serlo porque no entendí un carajo. De hecho la declaración era tan ambigua, misteriosa y vaga como un dictamen del I-Ching, y orientada al igual que estos a que uno leyera lo que quisiera leer. Esencialmente (me pareció) se trataba de una defensa del canal y una reivindicación de las libertades que tiene su programa, al mismo tiempo que reconocía la existencia de "presiones" y en definitiva no decía absolutamente nada sobre la censura sufrida por Lanata.

Me parece ocioso y retórico discutir sobre si el programa de Lanata fue censurado, como dicen los anglosajones: "¿cagan los osos en el bosque?". El canal argumentó que fue levantado por falta de auspicios y de rating, pero lo dijo con una pistola humeando en la mano; los dos últimos programas se habían dedicado a investigar las figuras de Paco Casal y de Milka Barbato, dos temas que le hubieran asegurado -especialmente el primero- un rating astronómico y una hilera de agencias intentando pautar en el programa... si lo hubieran publicitado. No hubo avances ni comentarios en los informativos referidos al contenido de los programas que iba a emitir Lanata. De hecho yo por ejemplo me perdí el de Casal, un personaje que me interesa sobremanera, porque no tenía la menor idea de que iba a ser transmitido. Es el método que tiene Canal 12 (¿o debería decir "La Tele"? ¿o debería decir "la versión uruguaya del Canal 9 argentino"?) para presionar el contenido de los programas sin tener que romper contratos y gastos similares. Ya había hecho exactamente lo mismo con el antológico reportaje que Daniel Figares le hiciera al ex presidente Luis Alberto Lacalle, reportaje que Lacalle exigió que no saliera al aire y que finalmente transaron en sacarlo sin publicidad, de tal forma que todo el mundo se perdió la oportunidad de ver el extraño evento de un reportaje de verdad a un político en la televisión uruguaya.

Así con estos hechos a la vista es indiscutible el que el programa fue efectivamente censurado. Recuerdo que en el primer programa del ciclo Lanata había ponderado el arreglo que había hecho con el canal, según el cual le dejaban las manos libres; yo lo escuché y pensé "gordo: o sos un rostro de piedra o no sabés nada". En blogs amigos ya se ha discutido en abundancia sobre la más bien escasa calidad de dicho programa y la falta de interiorización de Lanata sobre los temas tratados, y eso es en realidad irrelevante, salvo el hecho de que hace a la censura aún más patética y lamentable, ya que ni siquiera tenía la excusa del miedo a un juicio que el canal pudiera perder a causa de la poco amistosa legislación existente sobre lo que se puede decir o no. En realidad el programa sobre Casal, por lo que leí, no hizo otra cosa que recoger información impositiva que había circulado en los días anteriores en la prensa y con la que el periodista Ricardo Gabito (que fue invitado al programa) viene jodiendo al empresario desde hace años. El programa sobre Milka Barbato fue esencialmente una glosa de varias notas sobre la administradora colarada que habían aparecido tiempo atrás en Brecha, utilizando inclusive la misma foto que el semanario había publicado en la que se ve a Barbato bailando desenfrendamente con su pareja. Es decir: era toda información disponible y chequeada entre otras cosas por el hecho de que no se había desmentido al aparecer por primera vez. Pero el asunto es otro y según Lanata es la conexión de Casal con Canal 12. Vuelvo a repetir "¿cagan los osos en el bosque?".

Evidentemente no es un personaje delicado ni que se preocupe por el qué dirán este Casal, a estas alturas ya muchísimo más que un contratista de fútbol, inclusive podría aventurarse que parte de su gran poder proviene justamente de su descaro en ejercerlo sin intentar guardar siquiera las mínimas formas de decoro. La teoría de su fuerza parece provenir no sólo de su capacidad para poner de rodillas a cualquier poder local y hacer que éste se la chupe, sino que además hace que se la chupen públicamente, frente a todo el mundo, como el poronga de una cárcel que quiere que los demás reclusos aprendan del ejemplo del humillado eventual. Para la lógica Casal el anular y/o castigar a un programa de televisión en el que van a denunciarlo es tan natural como para Joe Bizera fulminar de un patadón homicida a algún nueve talentoso que se escape a su torpeza. Es la ley pragmática de lo ya aceptado, de lo que no tiene consecuencias negativas; para un político en pose demócrata es incómodo que lo atrapen digitando el discurso supuestamente público y supuestamente libre, para un dueño de seres humanos como Casal es más bien una medalla.

Otra cosa indiscutible a estas alturas (aunque sus empleados siguen elaborando complejas teorías al respecto) es que el fútbol uruguayo comenzó un período de decadencia casi terminal en perfecta sincronía con la aparición de Casal, que modificó drásticamente la relación de los jugadores con sus clubes -en algunos aspectos eliminando abusos de éstos-, y con el propio deporte. Su lógica -mitad de fraternidad mafiosa, mitad de especulador de bolsa- cimentó un grupo sinérgico de acumulación de poder y dinero que en cierta forma podría ser estudiado en la Universidad de Ciencias Económicas como ejemplo perfecto de administración neoliberal. De hecho su sistema opera de la misma forma que opera el capitalismo actual: un empobrecimiento general de una gran mayoría -y el subsecuente agotamiento de recursos- sustentado por la zanahoria del enriquecimiento de unos pocos y la promesa implícita de que todos pueden llegar a ser parte de esos pocos si obedecen ciegamente las reglas del juego. Un juego extraño en el que debería ser el empleado de los jugadores pasó a ser un dueño material y espiritual capaz de excomulgarlos a la menor deslealtad, es decir, a la menor divergencia.

Mientras tanto el fútbol uruguayo pasó de ser una de las tres grandes potencias del continente a disputarle a duras penas puestos en la tabla a Venezuela o Ecuador, y sus dos mayores cuadros, que ostentan una cantidad de títulos internacionales capaz de hacer enrojecer de vergüenza al Barcelona o al Flamengo, se han convertido en rivales fáciles que no consiguen desde hace años pasar a la segunda ronda de la Libertadores. Y cuadros que llenaban el Centenario festejan si venden 500 entradas. Pero la prensa sigue dudando si hay una conexión y preguntándose si cagan los osos en el bosque.

Lo cual también es lógico ya que, como todos sabemos, lo primero que hizo Casal cuando armó su productora Tenfield fue contratar a todos los periodistas de fútbol más conocidos, que siguen sus reglas con la misma obsecuencia que los jugadores. Fue notable en el reciente enfrentamiento entre Casal y Peñarol como al no poder éstos defender abiertamente (en su mayoría, algún sicario hubo igual) la indefendible posición de Casal y sus jugadores-apoderados-siervos que sabotearon deliberadamente las posibilidades de conciliación con el cuadro. La actitud de Scelza, Muñoz, Kesman y demás empleados fue optar por la teoría de los dos demonios, sosteniendo que había similares cuotas de culpa de ambos lados y que ambos tenían que ceder, cuando en verdad el único lado que podía ceder era Peñarol, que por otra parte tenía razón por donde lo miraran. Lo más notable del asunto fue de pronto encontrarme en la misma vereda que ese personaje terrible que es el contador Damiani.

En verdad no; a mí me importa un carajo, yo espero que esa gallina de huevos de oro estrangulada que es el fútbol uruguayo de su último estertor y estire la pata de una puta vez para que pueda re-fundarse, si vale la pena. Pero su agonía parece interminable y las sanguijuelas todavía tienen mucha sangre que sacarle al fiambre. Personalmente dejé de interesarme en el fútbol local hace tiempo y decidí conscientemente no volver a ir a ver a la celeste desde que vi ese monumental dedo en el culo colectivo que fue el cartel de "¡GRACIAS PACO!" en el tablero eléctrico del Estadio Centenario cuando Uruguay ganó la clasificación al Mundial de Japón-Corea, algo que un extranjero no puede creer ni aún si se lo explican, y que aquí apenas fue considerado como un exceso de entusiasmo de algún integrante de la cohorte ("Paco es inocente" dijo la prensa deportiva local, y no hay mierda de plantígrado en ningún bosque).

De cualquier forma yo no soy futbolero y no estaba escribiendo sobre fútbol sino sobre poder y censura, y sobre la falacia absoluta de la libertad informativa en Uruguay. Ante el levantamiento del programa de Lanata, la posición de la prensa fue similar a la de los periodistas deportivos en relación al enfrentamiento Casal-Peñarol, es decir, la teoría de los dos demonios. En nombre de la ecuanimidad se habló sobre la posición del periodista argentino y la posición de la empresa, sin dar preferencia a ninguna de las dos versiones. Esto se hizo en nombre de la ecuanimidad, pero con la misma lógica con la que los cristianos norteamericanos exigen que se enseñe por igual la teoría de la evolución y el creacionismo "y que cada uno decida cual es verdad". Y el profundo olor a caca que viene del bosque puede ser cualquier otra cosa excepto producto de los osos.

Pero no fue todo esa supuesta imparcialidad que se saltea evidencias y solidaridades laborales, también hubo algunas tomas de posición que son significativas de la pequeñez, en todo sentido de la palabra, del medio periodístico nacional. Me dolió escuchar, por ejemplo, a Marcelo Pereira, uno de mis periodistas preferidos, hablar sobre el caso en La Tertulia, programa de debates de Radio El Espectador. Pereira, tal vez molesto por la apropiación no reconocida de la investigación de Brecha sobre Barbato, se dedicó exclusivamente a criticar al periodista argentino y a sus pretensiones, apoyando la excusa del canal sobre el mal rating del programa. Y La Tertulia es un programa de debate, no de investigación, pero el asunto del mismo no era la (real) soberbia de Lanata y su poca preparación, sino los motivos de su precipitada cancelación de su programa, algo que a Pereira no sólo no le pareció ni siquiera preocupante, sino que discutió el que pudiera considerarse un retroceso para la libertad de prensa. Otro de los panelistas, (¿Petit? ¿Hughes?, lamentablemente no pude identificar la voz), aprovechó la situación para burlarse de Lanata en relación a que no sabía con quién se había metido al meterse con la Barbato. Genial, me encanta el piso de autonomía que se reconocen los periodistas locales, dando como lógico el que una funcionaria pública con una sospecha de corrupción similar al de la sospecha de que algún mamífero defeque en la naturaleza tenga la capacidad -sin siquiera amagar un juicio- de bajarle el pulgar a un periodista reconocido regionalmente.

Pero no todo fue así, un par de horas más tarde Gerardo Sotelo, periodista más inteligente de lo que suele concedérsele y coherente defensor de las libertades individuales (que por desgracia incluyen para Sotelo la libertad de mercado), entrevistó a Lanata, quién se había contactado con el periodista en relación a esta nota realizada por Sotelo y publicada en Montevideo.com
, y que a diferencia de las otras opiniones, había por lo menos investigado al respecto. En el diálogo con Sotelo, Lanata explicó en forma creíble algunas zonas borrosas que se preguntaban en la nota, y volvió a mostrar el revólver humeante: la ausencia de publicidad previa en beneficio de un programa que supuestamente tenía problemas de rating. Y agregó una serie de datos, algunos de ellos ya presentes en la nota de Sotelo, de los cuales el más significativo es la lista de los próximos investigados que el canal le había pedido a Lanata, y que le devolvió con nombres tachados y con nuevos nombres sugeridos. Teniendo en cuenta la conexión de Casal con el canal no es de extrañarse que uno de los nombres sugeridos para ser investigado fuera el del contador Damiani, pero más extraordinarios aún son los nombres vetados, entre los cuales estaban los de Oscar Magurno, Julio Luis Sanguinetti, Eddie Espert y Gregorio Álvarez. Cuando un canal se preocupa por resguardar el buen nombre de alguien como el Goyo Álvarez, uno sabe que todo se fue a la mierda, y no la de osos en el bosque, sino una más humana, más pestilente y sanguinolenta.

(Veo en
Intrusos algo aparentemente no relacionado pero que me deja pensando en cosas patéticas. Las ladillas mediáticas conducidas por Jorge Rial decidieron intentar entrevistar a Eunice Castro, la modelo uruguaya cuyo esposo andaría, al parecer, con Susana Giménez, motivo más que suficiente para que los chismosos argentinos persiguieran a la modelo hasta abajo de la cama. Pero curiosamente, y supongo que por no conocer mucho el medio o por respeto a la reserva montevideana, el equipo de Rial estuvo bastante comportado, no obstante lo cual fueron borrados sin mucha ceremonia por alguien que remarcó que "los uruguayos somos distintos", y luego, otro día, terminaron llamando a la policía para echar a un equipo del programa que montaba guardia fuera de la casa de la madre de la modelo. Una situación graciosa porque los pobres canas no sabían ni que hacer ante una situación tan ridícula, pero que al fin y al cabo resulta de lo más representativa de lo que es Uruguay: un país en el que hasta Eunice Castro se siente con el derecho y el deber de correr a los ponchazos a los periodistas)

Lamento suponer que si se sigue hablando sobre esto, cosa dudosa ya que se ha dejado de hablar de escándalos periodísticos y violaciones a la libertad de prensa aún peores, de lo que se hable en realidad sea del sueldo de Lanata, de lo poco de investigaba, de lo argentino que era o de lo mucho que puteaba. Y en ningún momento sobre el auténtico tema que es un tema de poder. Me hace recordar, mutatis mutandis, a la despreciable discusión previa a la invasión de Irak, en la cual se debatía acerca de si Saddam Hussein tenía o no armas de destrucción masiva cuando el tema a debatir era si países como E.E.U.U. , Inglaterra e Israel -que efectivamente sí las tienen- podían opinar al respecto. Lo que quiero decir es que el tema acá es la imposibilidad de hacer periodismo de denuncia en medios masivos y la falacia de la libertad de opinión, no el sí el programa de Lanata era bueno o malo, o si tenía más o menos rating.

Y el otro tema es dónde se paran los periodistas locales cuando se plantea este tipo de conflictos, y la ausencia de la más mínima solidaridad laboral que ha hecho de APU el más impotente de los gremios. Ultimamente lo que más veo es la especulación más absoluta y el miedo de quien no se atreve a criticar a fuerzas para las que tal vez termine trabajando, prefiriendo por el contrario poner en entredicho el trabajo de los colegas. Lo que me viene bien para recordar que, lo mismo que los hinchas de Nacional que festejan el chantaje al que Casal está sometiendo a Peñarol y que lo mantiene en el fondo de la tabla, muchos periodistas se alegraron y escribieron odas a la persecución que Sonia Breccia y Federico Fasano -dos empresarios periodísticos- emprendieron contra Ignacio Álvarez y Gustavo Escanlar -al fin y al cabo dos periodistas- a causa de un chiste grosero, de un puto chiste grosero sin mucha gracia, y que posiblemente sea-a causa de esas ramificaciones sinergicas del poder- el motivo real de la reciente defenestración laboral de Escanlar, a quién nadie que haya leído medio renglón de Fuck You Tiger puede pensar que este blog le tiene simpatías pero cuyo derecho a hacer chistes, aunque sean groseros y malintencionados, es el mismo que cualquier periodista tendría que defender a capa y espada, venga de donde venga. Vale la pena recordar también que el único que esbozó una defensa de este derecho en este caso fue también Gerardo Sotelo, lo cual le valió una enorme e injuriosa tapa de La República en su contra, lo cual a nadie le pareció digno de mención o crítica tampoco.

Ya sé que son muchos temas y mucha letra para un sólo post, pero en el fondo el asunto es sólo uno: Uruguay cambió, me dicen y me repiten, me festejan y me incluyen, me recuerdan y me ejemplifican, y mientras tanto nadie, nadie de los que festejan y se esperanzan y se conmueven, dice una sóla palabra, una sóla puta palabra en favor de la libertad, ya sea de opinión o de autodeterminación, esos lujos al parecer tan sacrificables y que siempre pueden esperar.
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