viernes, junio 10, 2005

A esta altura

En la edición de Brecha de hoy se encuentra un breve reportaje a uno de mis ídolos, el gran cantante y mejor bebedor Pepe Guerra, ex parte del dúo Los Olimareños, dato que aclaro para los lectores no uruguayos porque para estos es una obviedad total. En dicho reportaje, el legendario músico habla del proyecto "La canción de nosotros", auspiciado por Coca-Cola y que le significa un homenaje a su carrera y una difusión extraordinaria de su música. También habla de algo que la capital sigue ninguneando, y de lo que he sido afortunado testigo, que es la persistente popularidad del folklore y el canto popular en el interior, donde a pesar de las numerosas giras de promoción del rock y del trabajo de erosión de las FM y su basura internacional esta noble forma de música sigue siendo la que tiene mayor éxito.

Hasta allí todo bien y en todo caso es una buena noticia ya que al menos por Montevideo el Pepe estaba un poco olvidado -recordemos que el hombre supo llenar el Estadio Centenario y últimamente sus presentaciones se realizaban en la Sala Zitarrosa-, pero al final de la nota el anónimo/a entrevistador/a le comenta si no piensa que puede resultar un poco incómoda para algunos la alianza entre una figura tan emblemática de la izquierda como él y la empresa-símbolo del imperialismo estadounidense, a lo que el Pepe responde "Escuchame... ¡A esta altura!", clausurando la posibilidad de discusión de un tema tan baladí y arcaico.



Pero, ¿era una pregunta irrelevante u obsoleta? ¿fue un error de la entrevista...? ¿o simplemente otro tema de discusión cerrado por el pensamiento único y/o el cinismo universal?

Hace poco, cuando todo el mundo hacía fila para putear al músico Fernando Ulivi y su "manifiesto" en el que rechazaba las características foráneas de gran parte del exitoso rock nacional y bogaba por una mayor identidad local en el sonido del mismo, me llamó la atención una irritada crítica del ahora defenestrado periodista Gustavo Escanlar. Al parecer lo que desesperaba al periodista no era la ingenua redacción del manifiesto, lo subjetivo y primario de sus ejemplos o lo débil de su planteo sino que el tema del mismo. Escanlar decía "¿Será posible que en pleno siglo XXI se siga discutiendo esta pelotudez de la identidad?". En verdad era un tema sobre el que hacía alrededor de veinte años que no se discutía, a excepción de alguna nota furiosa de Coriun Ahanourian, y que de hecho, es totalmente relevante en relación a algo -el rock- que se está proponiendo, voluntaria o involuntariamente, como música ejemplar y representativa socialmente. Pero uno no discute en el siglo XXI si la Tierra es redonda o, según algunos, si determinado género musical no originario del país en el que tiene una explosión de popularidad ha sumoado, o no, características propias en dicha adaptación. Es decir, si ha habido un sano proceso de canibalización o un patético ejemplo de cipayismo. Pero discutir eso es discutir la legitimación exclusiva a partir del desempeño en el mercado y discutir la hegemonía de la cultura occidental anglo-sajona, entonces, para alguien de derecha o simplemente para alguien que considere que la libertad de mercado es la más importante de las libertades (o simplemente que la considere una libertad), discutir de eso es una pelotudez.

Es un fenómeno interesante, del que ya hable en otros posts: la costumbre actual de los comunicadores de derecha, de los postmodernos o de cualquier persona que tiene que justificar una conducta injustificable, el declarar al discurso que lo critica un discurso idiota que no se puede desarrollar ni darle espacio. El pensamiento único capitalista ha declarado agotada, en virtud de su triunfo mundial, cualquier alternativa a su modelo de economía de mercado y falacia democrática, que, a pesar de lo que diga la realidad y el apocalípsis en ciernes, es el mejor de todos los sistemas y el único posible. Quién disienta no es ya un utópico, es un idiota, palabra que fue utilizada -desde su popularización por Vargas Llosa Jr. en el Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano (que extrañamente no listaba ni su nombre ni el de su padre)- para exponer generalizando una serie de ejemplos que prueban la imbecilidad de cualquier discurso disidente, venga de quién venga. Y el ejemplo cundió, no en vano durante los meses previos a su muerte, la palabra "idiota" pareció convertirse en un prefijo del nombre de Susan Sontag, tal vez la mayor intelectual norteamericana de las últimas décadas, cuyo discurso crítico hacia la políticas de Bush (al que la izquierda suele calificar, con idiotez, como un idiota) la convirtió en el ejemplo de idiota absoluta, insultada por gente generalmente incapaz de comprender el más sencillo de sus ensayos. A lo que voy es: la cultura de la economía de mercado y sus bajezas se ha vuelto incuestionable y sus recetas, como sostiene Carlos Maggi, "inevitables". Cualquier regreso a esa discusión es sesentista o setentista y ha desaparecido como tema de debate válido en todo occidente, donde sí hay tiempo para debatir cosas más polémicas y con admiten muchos más matices y opiniones, como el cambio climático que algunos niegan a pesar de vivirlo. O la Teoría de la Evolución de Darwin.

Me fui por las ramas como un mono entusiasmado, pero vuelvo a la banana original. Yo convengo en que el Pepe Guerra no es, ni nunca fue, el más politizado de las figuras emblemáticas del canto popular. El haber aceptado el patrocinio y el dinero de Coca-Cola en este proyecto no es tan chocante como si lo hubiera hecho, pongamos, Daniel Viglietti. Pero al mismo tiempo es imposible ignorar que gran parte del éxito de Los Olimareños en la capital se debió a su adopción inmediata por la cultura de izquierda. Mientras que figuras de igual importancia en el interior como el genial saravista Carlos María Fosatti (nada que ver con el enterrador de la selección uruguaya) o el colorado Santiago Chalar fueron y son ninguneadas en Montevideo La Roja a causa de su afinidad con los partidos tradicionales, Los Olimareños tuvieron otras facilidades gracias no sólo a su innegable talento sino también a proclamas emblemáticas como 'Cielo del 69' y símiles.

Lo que quiero decir es: la pregunta con respecto a esta conjunción algo rechinante de folklore de izquierda y burbujas imperialistas era, especialmente viniendo de un medio progresista como Brecha, totalmente relevante en un reportaje actual a Guerra. Le correspondía justificarse o fracasar en el intento, no desechar el tema con un "¡a esta altura!", que por otra parte podría interpretarse también como una confesión de degradación ética. Porque lo que es cierto es que a esta altura Coca-Cola sigue siendo una multinacional feroz que no ha modificado su espíritu general a pesar de lavados de cara como este proyecto. El que a esta altura la gente considere como normal el que Guerra cante para Coca-Cola, o que las bandas de discurso más radical y latinoamericanista sean empleados de esa máquina de triturar que es Universal, puede probar que a esta altura a la gente le importa todo un carajo o que a esta altura cualquier pregunta incómoda y que no funcione a favor de la difusión del próximo producto de un artista es una pregunta improcedente y estúpida. En lo que a mí respecta esa altura me parece una altura más bien baja, esperemos que se vuelva a hablar y pensar a otra altura.
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