lunes, junio 27, 2005

Mis discos de otoño

Hay desgracias con suerte, dicen. El haber perdido hace un mes, más o menos, la casi totalidad de mis archivos musicales, hizo que -al no tener muchas opciones- escuchara con particular atención a la escasa música que sobrevivió al desastre informático, y que le dedicara más tiempo a la que empecé a bajar/recuperar de la web. Se supone que el otoño es una estación que suele despertar sentimientos nostálgicos y levemente melancólicos, y revisando la lista de los discos que más escuché o más me impresionaron los últimos tres meses, se podría que es así -hay un par de discos de baladas y todo-, pero a mí me parece simple casualidad.


Judee Sill – Heart Food (Expanded): Hay alguien –posiblemente más de uno- genial trabajando en la página de la portada de All Music Guide, que se encarga de rescatar discos olvidados y notables para destacarlos en ese lugar de privilegio, intercalados con los lanzamientos aunque no hayan sido reeditados. Casi siempre son bandas y artistas tan desconocidos como fascinantes, y recientemente la elegida fue la, para mí, totalmente ignota Judee Sill. Cantante y compositora de desgraciada biografía (una música dotadísima que terminó muriendo presa de una tenaz adicción a las drogas, en los salvajes años setenta), la Sill podría describirse –mutatis mutandis- como una versión yanqui y femenina de Nick Drake, y su Heart Food sería su Bryter Layter. En realidad la comparación, si bien es plausible por el intimismo y melancolía de su música (sin contar la coincidente desdicha biográfica), es muy difícil ya que la Sill es inconfundiblemente norteamericana y su trabajo recuerda también a la mejor Carole King (la baladera de Tapestry) o inclusive al Neil Young de Harvest, agregándoles un inesperada espiritualidad religiosa que no parecería propia de una junkie. La edición expanded de Heart Food es un sueño ya que incluye tanto las versiones oficiales de un conjunto excepcional de canciones, versiones orquestadas por la propia Sill con notable buen gusto, como también los demos de las mismas, en los que la cantante las interpreta sin más acompañamiento que su guitarra o su piano. Así que minimalistas y barrocos pueden quedar contentos con el mismo disco y las mismas canciones. En mi caso, haya el acompañamiento que haya detrás, desde que escuché su voz poderosa y ligeramente nasal cantando “there’s a ragged road / on the praire” me rendí.


Tim Hecker – My Love is Rotten to the Core: Este disco, en rigor un EP de 25 minutos, es una obra tan extraña como brillante y un buen ejemplo de arte conceptual que no reniega de la belleza, lo ilustrativo y lo musical. Tim Hecker, básicamente un músico electrónico especializado en el ambient minimalista, decidió hacer una obra que remite a una banda en las antípodas de su obra musical: Van Halen. Es así que reuniendo algunos samples de la guitarra de Eddie Van Halen y fragmentos de una entrevista a David Lee Roth, Hecker ofrece un ¿retrato? musical que, sin más palabras propias que los nombres de los temas, comenta la carrera y conflictos de la elefantiásica banda heavy. El resultado, sumamente ruidoso pero atravesado por delicados toques melódicos, por momentos parece la reverberación de un concierto de rock escuchado desde un muy mal sitio, y por otros es como las ruinas sonoras de un imperio de poder rockero. Tal vez lo sea, en todo caso es una obra improbable y, teniendo en cuenta de dónde viene, extenta de ironía y plena en cambio de una rara nostalgia y melancolía.


Spell – Seasons in the Sun: Se sabe que Boyd Rice es un tipo jodido, un provocador profesional con una desagradable obsesión por la imaginería –y posiblemente el pensamiento- fascista, pero también es un tipo carismático y talentoso. Ya sea fabricando misteriosos discos de noise o acompañandose en curiosas canciones de pop misantrópico por los no menos polémicos Death In June, la verdad es que Rice siempre es interesante y no pocas veces brillante. Este disco, manufacturado por Rice en compañía de la extrañísima Rose McDowall (que supo ser una breve estrella en los ochentas como integrante de Strawberry Switchblade y ahora es, er…, una bruja satanista, supongo) es una obra conceptual morbosa ya que se trata de Rice y McDowall interpretando exclusivamente canciones pop de los sesenta relacionadas con la muerte, de las cuales la más famosa es la que le da nombre al disco. Más allá de la oscura idea que hay detrás del disco, la verdad es que el resultado es extrañamente disfrutable, conformando un conjunto de temas pop elegantísimos en los que la voz grave, hablada y modulada de Rice se complementa a la perfección con la excelente afinación de la McDowall y su delicada guitarra folk. Fuera del contexto general y de los peligrosos antecedentes de los terroristas culturales que lo pergreñaron, Seasons in the Sun, es un disco asombrosamente accesible y amable que puede dejar contentos tanto a góticos como a amantes del folk de los sesentas, del pop psicodélico o inclusive algunos confundidos chicos indie. En todo caso es un encanto de disco.


Fennesz – Endless Summer: A mí que me perdonen los enemigos de las habilidades técnicas y los defensores de la democracia creativo-musical que supuestamente ha regalado la tecnología, pero hasta los discos más radicales de música electrónica suelen ser infinitamente superiores cuando el que está detrás es un músico auténtico y un buen instrumentista, aunque no toque nada más que un mouse en dicho trabajo. Esto es algo que se han cansado de probar guitarristas tan talentosos como Jim O’Rourke, Otomo Yoshihide o el austríaco Christian Fennesz, quien consiguió una pequeña revolución cuando sacó hace algunos años este disco que acabo de descubrir. Si bien es un disco compuesto esencialmente por loops, clicks y alteraciones de timbres, de vez en cuando se puede reconocer algún instrumento tocado, una guitarra o un órgano, que repite insistentemente una melodía pop mientras es rodeado por una niebla de sonidos, crepitares y suaves interferencias. A pesar de la guiñada a los Beach Boys del título, no hay referencias musicales a la surf music, pero sí a la generación indie que los reivindicó en los 90. Así, Endless Summer es un disco de ambient electrónico que curiosamente apela más a los admiradores de Ira Kaplan, Kevin Shields o los hermanos Reid que a los de Vladislav Delay, pero que es atractivo para cualquier amante de la música bella y turbia en general.


Led Zeppelin – Led Zeppelin III: Escuché por casualidad ‘Tangerine’ y me vinieron unas ganas irrefrenables de volver a revisar este disco, que nunca fue de los que dominé más de la breve y perfecta obra de Led Zeppelin, que nunca fue una de mis bandas favoritas. Sería redundante describir lo grande que es un disco aceptado como clásico por casi todo el mundo, pero me parece interesante describir la diferencia de escucharlo ahora en relación a cómo lo escuché cuando era un adolescente interesado en el heavy-metal. Para empezar, y a pesar del poder de ‘Celebration Day’ o la ‘Inmigrant Song’, no es un disco de heavy-metal un carajo –como sí es su contemporáneo Masters of Reality-, y posiblemente ninguno de los discos de Zeppelin lo sea. No lo digo peyorativamente en relación a tan noble género, pero Zeppelin no era en absoluto una banda de género aunque hayan sido precursores del mismo. El III en particular está más cerca del trabajo de Richard Thompson que del de Black Sabbath, lo cual tampoco quiere decir gran cosa ya que los discos de Zeppelin no se parecen entre sí, pero en todo caso es un trabajo increíble, que prueba que virtuosismo y estupidez no son sinónimos y que Zeppelin era mucho más experimental que muchas bandas indie autodefinidas como tales. Me gustó tanto re-escucharlo que he descubierto, con algo de preocupación, que la voz de Plant no me molesta tanto como antes. Es, además, un disco ejemplar para confrontar a muchas bandas de la actualidad que se consideran especiales por dedicarse exclusivamente a una sola idea musical.


Ariel Pink’s Haunted Graffiti – The Doldrums: A primera oída parece un experimento de laboratorio orientado a dejar felices a los críticos. Uno podría imaginarse a Ariel Pink, compositor obsesivo que suele grabar cientos de canciones en su cuarto californiano, examinando los gustos de la prensa y el público alternativo y llegando a una cuidadosa fórmula que combina las accesibles melodías setentistas de Magnetic Fields con las letales cantidades de ácido de los primeros EP’s de The Beta Band y la producción deliberadamente berreta del Guided by Voices más lo-fi. Posiblemente haya algo pre-fabricado en el sonido general de Pink, pero no por eso deja de ser atractivo y de tener una cualidad extrañada y de genuina sensibilidad drogada. La producción llega en ocasiones al límite de lo escuchable y algunas de las ideas vocales de Pink –un falsete molesto que utiliza de vez en cuando- no son precisamente geniales, pero los buenos momentos lo compensan. Hay varios discos del hombre dando vueltas por allí, todos son muy parecidos pero este es el más regular y contiene además el tema que le da título, una melodía repetitiva que parece compuesta por alguien que hubiera cambiado los antidepresivos por LSD.


Antony & the Johnsons – I Am a Bird Now: Y sí, ¿por qué voy a hacerme el raro y negarme a incluir dentro de los discos que más estuve escuchando en el otoño al disco que estuve escuchando más en dicha estación? ¿sólo porque parece haber sido el hit de la temporada entre los bloggers? Bueno, esa es una excelente noticia, mal que le pese a los corazones snob. Si bien no tiene la fantástica ‘Hitler in my Heart’, el segundo disco de Antony & the Johnsons es abiertamente superior a su debut. Bien aconsejado, Antony dejó de lado algunos barroquismos grandilocuentes a lo Meat Loaf de su primer disco y le dio más lugar a su mayor virtud: su voz increíble. Acompañado de arreglos sencillos y cabareteros, algo jazzeros y basados en el piano, Antony es capaz de conmover a una piedra colocada de morfina. Tal vez desde la aparición de la malgastada Macy Gray que no se escuchaba una voz tan distintiva, poderosa y conmovedora, pero Antony, travesti, bizarro y misterioso, es una estrella mucho más improbable que la enrulada morena. Cada una de las canciones de I am a Bird Now tiembla de emoción en el vibrato de este cantante que prueba que el despliegue vocal no tiene por qué estar peleado con la emoción, como parecen creer todos los instructores de canto actuales. Lo he escuchado al derecho y al revés, agradeciendo en cierta forma no estar pasando por un período muy emotivo que me haga demasiado sensible a la enorme tristeza y humanidad de estas grabaciones. Esto es lo que tendría que ser una estrella, que Dios bendiga su enorme corazón de puto sentimental.


Merzbow & Christoph Heemann – The Sleeper Awakes at the Edge of Abyss: El japonés Masami Akita (Merzbow) me parece un personaje más que respetable pero absolutamente imposible de disfrutar. Sus experimentos de agresión sonora pueden ser, sin duda, fascinantes para los buscadores de timbres y frecuencias, para quienes estén particularmente interesados en los límites de la tolerancia auditiva o simples masoquistas, pero esencialmente –dentro de lo poco que me he aventurado en su infinita cantidad de grabaciones nocivas para los tímpanos- es inescuchable. Sin embargo, haciendo un search de música del alemán Christoph Heemann (H.N.A.S.), me encontré con este disco hecho a medias que me intrigó, y lo anoté en el sslk para bajarlo. Varios días después (este tipo de cosas es realmente una forma nueva de escuchar música) bajaron un par de temas, pero sin más datos que el nombre de los mismos. Sin saber lo que era me puse a escucharlos para ver si los podía identificar y me quedé hechizado por la calidad de la música que encontré. Intrigado, busqué en el Google hasta identificar la procedencia de estas composiciones, y me quedé asombrado al descubrir al criminal de Akita detrás de estas combinaciones de sonidos y paisajes auditivos. El secreto, por supuesto, está en las manos del alemán, quien trabajó durante seis años en unas cintas que Merzbow le mandó hasta volverlas un ambient de inesperada emotividad y belleza convulsiva, pero que sin embargo conserva trazas de la ferocidad sónica de su fuente. Este disco es como ver a un tigre jugando o retozando en la selva, como ver el resplandor lejano de una tormenta desvastadora desde un sitio (relativamente) seguro.


The Rough Guide to Sufi Music: Era lógico que colgado como estoy de Muslimgauze terminara examinando sus fuentes de inspiración. Las recopilaciones de world music de Rough Guide pueden despertar algo de desconfianza por su carácter muy genérico, pero cotejando las que uno tiene alguna idea (las de tango, música argentina o música brasileña) se puede ver que son perfectamente válidas como introducción grosso modo a un género. No voy a caer en la grosería de especular sobre si la Rough Guide to Sufi Music es representativa o no ya que no tengo la más puta idea, pero sí puedo decir que de las recopilaciones de Rough Guide que he escuchado es la que me ha resultado más atractiva y por momentos estremecedora. Esta es música religiosa, música que le habla a Dios desde otras escalas, otros lenguajes y otras sensibilidades armónicas, pero cuya espiritualidad se derrama por fuera del idioma y la costumbre. Música muy hermosa, quiero decir, y que le produce a uno unas enormes ganas de agarrar un sampler y producir una serie de discos con espíritu de Muslimgauze, como si uno se hubiera olvidado que Muslimgauze no es solamente eso.


The Pogues – Rum, Sodomy & the Lash (bonus tracks): Desde que lo escuché por primera vez hace unos diez años tengo cíclicos ataques de amor hacia este disco que se niega a aburrirme y del que sospecho que tal vez sea mi disco favorito (así, en general, de toda la música). Hace algún tiempo perdí mi copia original en manos de una chica que no se la merecía, pero fue de lo primero que me preocupé en recuperar al volver a bajar música de la web. Ahora me encontré con esta versión que le agrega varios simples de la época difíciles de conseguir y que demuestran que como buena banda de las Islas Británicas, los tipos respetaban el formato del simple y le reservaban varias de sus mejores canciones. Así, este Rum, Sodomy & the Lash no termina con la monumental ‘And the Band Played Waltzing Mathilda’, sino que sigue con seis temas más, entre los cuales se halla ‘Rainy Night in Soho’, una de las mejores baladas de toda su carrera. Y nada, no tengo forma de escribir en forma proporcionada sobre este disco que, como dije arriba, sospecho que es mi favorito de todos los tiempos. Si no lo estoy escuchando, si lo escucho la sospecha se convierte en inmediata seguridad.





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