lunes, julio 04, 2005

All time low

Cuando era niño, muy niño, mi padrino -alarmado por mi indecisión en cuanto a qué cuadro de fútbol le iba a dedicar mis afectos- decidió llevarme al Centenario para que me hiciera hincha de su cuadro, Peñarol, que era el cuadro del que mi padre me hubiera hecho hincha de no haberse muerto. Era una buena oportunidad ya que el poderoso Peñarol de fines de los setenta se aprontaba a darle una paliza al modesto y molesto Defensor (que aún no era Defensor-Sporting) algo que sin duda iba a capturar la fidelidad eterna de mi corazón infantil. Por desgracia para sus planes Defensor le hizo cinco goles a Peñarol, le pasó por encima en forma humillante y yo me hice hincha del cuadro de Punta Carretas para siempre. No siempre los planes salen como uno quiere.

Probablemente el calificarme como "hincha" sea exagerado y la palabra más indicada sea el eufemismo de "simpatizante". He ido muy contadas veces a la cancha del Parque Rodó a ver a mi cuadro y, genes mediantes, reconozco haber seguido alguna campaña de Peñarol en la Libertadores con entusiasmo digno de un manya. Pero bueno, ante la pregunta acerca de qué cuadro soy la respuesta siempre fue la de "Defensor".

Debe haber pocos cuadros tan poco queridos como Defensor-Sporting, en un principio ya carga con el karma de ser el único cuadro de la primera del fútbol uruguayo situado en una zona de clase media, media-alta, lo cual no ayuda mucho a la imágen de autenticidad de su aguante, lo mismo que la actitud uniformemente pacífica de sus seguidores, a los que yo recuerde no se les puede atribuír ningún desmán (ni siquiera los casi inevitables actos de vandalismo en los alrededores del estadio, doy fe porque viví siete años frente al mismo). Como si esta falta de hombría futbolística fuera poco, Defensor le ha hecho honor a su nombre, siendo durante décadas el cuadro más representativo del catenaccio italiano, táctica aburrida con la que se las arreglaron para arruinarle varios campeonatos a los cuadros grandes.

En su haber cuentan los activos, generalmente menospreciados en el mundo del fútbol, de ser una institución ejemplar, libre de deudas, capaz de oponerse a la omnipotencia de Paco Casal & cía, y de preocuparse efectivamente por la preparación intelectual y el futuro de sus deportistas luego de que abandonan las canchas. También es el cuadro "chico" que más títulos cuenta en su haber, entre ellos el que fue el primer equipo fuera de Nacional y Peñarol que ganó un campeonato uruguayo, rompiendo una hegemonía de décadas. También están misteriosamente ausentes en sus directivos los apellidos mafiosos y de ultraderecha como Damiani, Delavalle o Sanguinetti Jr.. También es el equipo dueño de la más hermosa canción que se haya dedicado a un cuadro de fútbol uruguayo, 'Cometa de la Farola' de su conocido hincha, Jaime Roos.

Y también es el cuadro que ganó el campeonato "especial" del decadente fútbol uruguayo en julio del 2005, sin embargo eso estadísticamente no sucedió. Y no sucedió porque Gustavo Méndez, un árbitro cuestionado por sus vinculaciones con la mafia Casal y por su supuesta (pero casi probada) injerencia para hacer bajar a Rivera a la B hace algunas temporadas, adicionó sin ningún motivo seis minutos al segundo tiempo e inventó la sucesión de faltas más groseras que se hayan visto contra Rocha y a favor de Nacional, culminando por cobrar un penal absurdo contra Sebastián Abreu en el minuto 50 -repito, en el minuto 50- cuando Abreu hizo contacto visual con el árbitro y, mientras Rocha despejaba esa pelota final, se dejó caer con la verosimilitud de las últimas cámaras ocultas de Tinelli. Y así Nacional ganó, lo que lo llevaría a disputar dos finales con Defensor-Sporting, que le había ganado a Cerrito jugando al fútbol.

Creo, y no soy el único en sentirlo así, que este fue un robo diferencial, distinto; yo he visto muchos partidos afanados, flechados, corruptos, juzgados al grito y devaluados en su credibilidad hasta lo más indignante, pero nunca vi algo como lo del otro domingo. Olvídense de la introducción y de mis simpatías por Defensor y créanme si les digo que practicamente me importaba un carajo si Defensor ganaba o no. Hace tiempo que me niego a darle, no solo dinero, sino la más mínima energía emocional a ese negocio monopólico y decadente que es el fútbol uruguayo en la era Casal. Pero nunca había visto algo tan descarado. Todo el campeonato venía viciado de nulidad, con los dos cuadros grandes arremetiendo contra el Colegio de Arbitros cada vez que tenían un resultado adverso y dejando en claro que cualquier error en contra de ellos podía fulminar la carrera de cualquier juez, obligándolos a arbitrar bajo una presión contra la que la ridícula AUF no hizo absolutamente nada. Pero lo del domingo fue caricaturesco, fue como si Willam Boo se hubiera vestido de negro y hubiera salido a hacer el payaso a la cancha del Parque Central. Fue demasiado. Llegué a escuchar a un hincha aún pensante de Nacional decir que Abreu tendría que haber tenido la dignidad de tirar ese penal para afuera, una opinión lógica que sin embargo fue recibida como un disparate por muchos hinchas a los que no les importa más el sentido original de una competencia deportiva, sino que solo les interesa que les den algún tipo de victoria simbólica que los incluya de alguna forma. Perdedores tan perdedores que son capaces de alegrarse con el simulacro de victoria de pésimos deportistas que ni siquiera conocen el más burdo concepto de ética.

Inclusive algunos de los habituales opinadores al servicio de Tenfield tuvieron que admitir que ya no se estaba hablando de fútbol ni de nada, que eso era mero tráfico de influencias, lo dijeron por un rato hasta que luego pensaron un poco y empezaron a hablar de lo electrizante que había sido el partido y a estudiar las jugadas del final para evaluar las posibilidades de equivocación del árbitro como si se tratara de algún tipo de equivocación. Como si se tratara de fútbol.

Pero sin embargo al final hubo algo de fútbol, de fútbol auténtico, y no pasó en una cancha sino en la sede de Defensor, donde su presidente, un Fernando Sobral al que se vio al borde del llanto de rabia en todas sus intervenciones televisivas, en unanimidad con todo el consejo directivo y con cuatro ex dirigentes históricos de la institución, anunció esta noche que Defensor no se iba a presentar a las finales del campeonato, que no iba a colaborar con la farsa y que le iba a pagar los premios a sus jugadores como si hubieran salido campeones. Todos los comentaristas pensaban que el cuadro iba a utilizar la autoridad moral que les otorgaba el robo alevoso para exigir alguna ventaja -ya sea de fecha, locación o, por qué no, árbitro- para las finales, pero los tuertos decidieron cortar por lo sano y hacerle un sano corte de manga a un deporte que no es tal sino una representación, una ilusión en la que supuestos deportistas cumplen con un guión que los hace parecer jugadores de algo.

Y ahora nadie sabe que hacer, dentro de la lógica mafiosa del fútbol uruguayo ante un gesto de tan inédita dignidad, y que los va a hacer acreedores de una serie de castigos extraordinarios por parte de la AUF además de perder las apreciables ganancias que le hubieran significado el seguir en el tinglado a costa de eso tan raro que se llama honor. Pero al menos a mí, me significa mucho más que el que hubieran levantado cualquier copa. Por lo menos me significa el recordar y poder escribir que soy hincha de Defensor.





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