lunes, julio 25, 2005

Geografías desconocidas (más allá hay tigres)

No hay nada más aburrido, excepto tal vez para un freudiano algo anquilosado o para un surrealista dogmático, que escuchar los sueños de otras personas. Son algo tan personal e intransferible que aún las construcciones más asombrosas del inconsciente pierden todo interés como anécdota para terceros. Si a eso sumamos que no me parece importante el contar experiencias propias en el blog, sería un despropósito escribir un post que justamente narrara algo que soñé. Esto es exactamente eso, o no.

De vez en cuando sueño con sitios que aparentemente no existen o existen en forma diferente a mi sueño. No suelo tener demasiada memoria para los sueños, excepto para estos sueños. Los recuerdo detalle por detalle y de saber dibujar bien podría reproducir estos lugares como si los copiara del natural. Estos sueños tienen algunas características definidas: siempre son lugares que existen, siempre son lugares que conozco y siempre están alterados en elementos esenciales. Siempre me despierto maravillado luego de uno de estos sueños, y profundamente conmovido sin saber muy bien por qué. Con la sospecha de que se me dijo algo importante, pero nunca supe decodificar ningún mensaje y sólo rescato la belleza de esos paisajes imposibles. Alguna vez no recuerdo nada del sueño al despertar y, días o semanas después, al escuchar o leer el nombre de la locación todo el sueño aparece tan claro como una experiencia de la vigilia.

En ese turismo onírico he visitado una ciudad de San Carlos en la que casas pequeñas rodean a un gigantesco shopping center corroido por el tiempo, he paseado por un Bulevar España en el que los balcones de los edificios fueron diseñados por Gaudí y que se derriten, orgánicos, sobre las ventanas de los pisos inferiores, he descubierto una ciudad de Castillos –tal vez el pueblo más desagradable del interior uruguayo- en el que se pueden hallar misteriosos jardines botánicos rodeados de muros verdes y cubiertos por enredaderas, he visto dólmenes llenos de inscripciones arcanas creciendo como plantas en los baldíos de ese Castillos fantasmal, he estado de parranda por una Nueva York abandonada y derruida en la que se festeja en los pent-houses que aún subsisten, he visto Montevideos y Buenos Aires erizados de cerros y bajadas de casi noventa grados sobre las que bajaban pibes en skate a la velocidad de la luz.

Como dije antes, una característica constante de estos sueños es que casi siempre se trata de lugares que conozco bien, sin embargo hubo una excepción que me quedó grabada en la mente. Una vez soñé con La Barra del Chuy, uno de las pocos balnearios de Rocha a los que no fui nunca pero del que he visto alguna foto. Claro que La Barra del Chuy con la que soñé no se parecía a esas fotos; era una bahía pequeña, de no más de 300 metros de largo, rodeada de montes tropicales y con una hermosa playa en la que se erguía, a muy poca distancia de la costa, un islote de tupida vegetación. Nada muy sobrenatural ni particularmente extraño, pero definitivamente una playa que yo no conocía.

Hace poco más de una semana veo en la televisión una película que me había negado porfiadamente a ver, prejuzgándola con crueldad y certeza. Se trataba de Y tu mamá también, de Alfonso Cuarón, a la que imaginaba como un compendio de todo lo que detesto en cine, pero que, a falta de mejores ofertas en la madrugada de la televisión abierta y con la promesa tentadora de ver en pelotas a Maribel Verdú, decidí verla. Tuve dos sorpresas, la primera fue que, sin ser una buena película y conteniendo varias cosas odiosas, era mucho menos mala de lo que me imaginaba e inclusive tenía un par de escenas logradas. La otra sorpresa fue bastante más impactante para mi.

En un momento de la película, el trío protagonista, que está buscando una playa que no existe, se pierde por un camino de tierra hasta que el auto se les queda atascado en la arena. Al amanecer bajan del auto y descubren que llegaron hasta una playa espectacular. Pude sentir mucha empatía con el asombro de los personajes: la playa a la que llegaron era exactamente igual a la playa que yo había soñado que era la de La Barra del Chuy. La reconocí y asocié inmediatamente aunque mi sueño fue hace siete u ocho años, y me quedé maravillado ante esta correspondencia inesperada. Mientras pensaba esto aparece en pantalla un personaje en una lancha. Se llama Chuy. Entonces me asusto un poco, me da vértigo.

Estuve a punto de llamar a alguien para contarle, pero una llamada a las dos de la mañana para narrar algo tan extraño e incomprobable posiblemente me dejara sin una amistad. Así que decido guardarme esta casualidad inverosímil. Una semana después lo escribo en el blog.





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