lunes, julio 11, 2005

Marcianos sí, terroristas no

Hace poco vi una modesta película de artes marciales protagonizada por Jet Li, Born to Defense (1986), aún de la época en la que el gran Jet Li hacía sus asombrosas piruetas marciales y no era digitalizado simulando hacerlas. La película, sin grandes intereses, me llamó la atención por un simple dato: prácticamente todos los villanos de la misma eran estadounidenses; de hecho no había yanquis buenos en la misma y la crueldad abusiva de los presentes era tal que casi podía suponerse una cualidad racial. Algo bastante extraordinario, ya que hasta en las películas de acción producidas lejos de Hollywood siempre hay un yanqui bueno que justifique su cultura en general y deje a sus personajes compatriotas como desviaciones eventuales de la raza humana. Después de cavilar por un rato acerca de la extrañeza de ver al ahora ídolo hollywoodense protagonizando –y dirigiendo- una película de estas características, fui –como debe todo buen crítico- a consultar a la IMDB y me encontré con que la película era una co-producción Hong Kong-China continental lo cual me hizo pensar que tal vez la película estaba concebida como algún tipo de protesta puntual hacia los E.E.U.U. y traté de recordar qué problema había entre ambas potencias a mediados de los ochentas. Después de un rato me di cuenta de que la película, al fin y al cabo una película de acción, no necesitaba ninguna excusa puntual para su distribución de buenos y malos; para los chinos es normal y hasta comprensible que los enemigos extranjeros tengan cara de estadounidenses o de japoneses y la película, ubicada al final de la Segunda Guerra Mundial durante esa suerte de casi ocupación norteamericana que precedió a la revolución maoísta, simplemente recogía el punto de vista más lógico para una película de acción producida en China continental. Tal vez influido por la clara simbología y sorprendente mensaje de la reciente y también protagonizada por Jet Li, Hero, terminé no sólo cayendo en la falacia intencional sino además atribuyéndole más virtudes y pretensiones de las que tenía, que se resumían en un par de buenas peleas.

¿A qué viene todo esto? El fin de semana pasado fui con mi sobrino a ver La Guerra de los Mundos, película sobre la que han corrido regueros de tinta real y virtual en las últimas semanas y sobre la que parecía haber un consenso de que se trataba de la visión de Steven Spielberg sobre la llamada guerra contra el terrorismo y sus consecuencias en Estados Unidos. A partir de esta premisa, diversas plumas de la crítica oficial o de la blógsfera se dedicaron a arrastrar la película por el lodo verbal o a lo sumo defender algunas de sus virtudes renuentemente, es decir, a pesar de su “mensaje” y de la frivolidad y/o superficialidad spielberguiana con respecto al tema.

Bueno, reconozcamos –como ya es tautológico reconocer- que después de Lukacs & cía se acepta que toda película es ideológica y representante de la cultura y clase que la produce y bla, bla, bla, y vayamos al centro de todas estas críticas y miradas que dan por supuesto no la posible simbología de la película, sino de que se trata de una obra que recurre al medioeval recurso de la alegoría, es decir, que Steven Spielberg decidió hacer una película sobre la guerra de las civilizaciones de occidente y medio oriente, y que como no pudo o no se atrevió hizo La Guerra de los Mundos, película explícitamente relacionada a todo esto. Es raro, pero yo esa película no la vi, o al menos no es la que dirigió Spielberg y protagonizó Tom Cruise.

Deliberadamente he evitado leer entrevistas al director porque me interesa la película que hizo, no la que quiso hacer, y en mi opinión se trata de, este…, una adaptación de una legendaria novela de H.G. Wells, y no mucho más. En mi opinión no sólo no es una película alegórica sobre Bush y su guerra al terrorismo, sino que no tiene casi nada que ver con el terrorismo. Y digo “casi” y no “nada” a secas porque hay algo sí que es evidente: que es una película hecha en los tiempos después del 9-11 y en los tiempos de la paranoia hacia el terrorismo, es decir, es algo que no puede dejar de ser.

Hollywood no está listo para hacer películas sobre la guerra al terrorismo, ni a favor ni en contra. Puede hacer documentales y discutir sobre el tema en términos de opinión, pero aún no se atreve a hacer ficción al respecto. Hay referencias groseras como el discutible final de la última Star Wars o la más que dudoso marco histórico de Cruzada, pero esencialmente sigue sin ser un tema tratable. Durante el último gran conflicto en el que Estados Unidos se metió, la guerra de Vietnam, si surgieron un montón de películas –desde La Pandilla Infernal a Pequeño Gran Hombre- que hacían guiñadas acerca de intervenciones bélicas de norteamericanos en territorios extranjeros y monstruosidades que esto producía. Pero a pesar de todo era un tema menos sensible y era otro Hollywood.

La Guerra de los Mundos no es una película sobre la guerra de las civilizaciones, de la misma forma que Minority Report no era tampoco una película sobre las leyes de seguridad de Ashcroft; son películas basadas en textos clásicos de ciencia-ficción, definitivamente el género preferido de Spielberg, y que en su elemental polisemia se re-significan en relación a los intereses y miedos del inconsciente colectivo. Cualquier película sobre enfrentamientos maniqueos puede ser interpretada como una referencia a la guerra de las civilizaciones actual, desde El Señor de los Anillos hasta Los Cuatro Fantásticos, pero el que uno la ate a un significado simbólico unívoco no la convierte en una alegoría. Más bien habría que hablar de una mirada alegórica, pero eso no es cuestión de Spielberg ni de su guerra de mundos.

Spielberg es, como cualquier otro artista al que el establishment haya convertido en paradigma de artista, el payaso de las bofetadas. Pegarle a Spielberg es como pegarle a U2, casi más una obligación que una opción crítica, y eso, casi inevitablemente, significa subestimarlo. No soy fan de este director hábil pero generalmente frío y con tendencia a perder los estribos e irse al carajo, pero al que reconozco haber hecho películas excelentes (Tiburón, El Imperio del Sol, la saga de Indiana Jones), impresionantes aunque irregulares (Rescatando al Soldado Ryan, E.T., Amistad), legítimamente entretenidas (Parque Jurásico, Poltergeist, Catch Me if You Can) y la película más sobrevalorada de todos los tiempos, La Lista de Schindler. De cualquier forma es un director con evidentes dotes, un virtuoso yo diría, entre las cuales la sutileza no es la principal. Es así que en una película de terror colectivo, como es La Guerra de los Mundos, Spielberg echa mano de la iconografía y los símbolos del terror colectivo más cercano para los estadounidenses, es decir, el de los atentados. Y lo hace en forma por momentos evidente, como lo es cubrir al sobreviviente Cruise de ceniza, igual a los sobrevivientes del WTC, pero mucho menos de lo que cabría esperar de la alegoría que no es.

Spielberg es un hombre dedicado a un trabajo paradójico, el de hacer lo más reales posibles situaciones absolutamente fantásticas. Es por eso que en lugar de hacer una burda maqueta y meter a un chino adentro de un traje de goma se toma los inverosímiles trabajos de animación digital de Parque Jurásico y sus secuelas, o fabrica un tiburón tamaño real (realmente grande), o reproduce un desembarco con tanto realismo que supera los límites de violencia y gore aceptables para Hollywood. Y es por allí que pueden entenderse muchas de los objetos o diálogos que remiten a los ataques terroristas en La Guerra de los Mundos. Se ha señalado que, como redundancia absoluta, hay dos personajes que se preguntan, tras los ataques marcianos, si se trata de ataques terroristas. ¿Qué hubiera sido más creíble, qué se preguntaran si están atacando los extraterrestres? ¿Godzilla? La crítica Stephanie Zacharek se pregunta en Salon qué objetivo puede tener una breve toma de una cartelera con fotos de parientes desaparecidos, similar a las que aparecieron en Nueva York luego de los atentados, que unos refugiados han armado en una carretera. La crítica se pregunta si Spielberg quiere estremecer gratuitamente, si quiere hacer una reflexión y un montón de cosas más, y no se le ocurre responder que simplemente es verosímil.



La Guerra de los Mundos es, más que otra cosa, una película de cine catástrofe y horror, y como tal utiliza la imaginería que sus posibles espectadores asocian con el horror. Algunas remiten a acontecimientos cercanos, la mayoría no. Es más, la mayoría remite lisa y llanamente al libro. El ameno y nunca bien ponderado Roger Ebert, el crítico más conocido de E.E.U.U., dedica gran parte de su no muy amistosa crítica a protestar acerca del absurdo de que los trípodes extraterrestres tengan tres patas (no estoy jodiendo, léanlo acá), ya que orgánicamente es algo muy poco probable –en la Tierra- y que promete más que nada un pobre equilibrio poco creíble en una civilización más avanzada, diciendo que no puede entender qué estaba pensando Spielberg al diseñar esas naves. El buenazo de Ebert no se da cuenta de que su crítica debería mandársela, vía médium, a H.G. Wells, ya que los trípodes son una de las características originales más distintivas de sus agresivos marcianos.

He leído también interpretaciones sobre una ya famosa astilla que la niña que hace de hija de Cruise tiene clavada en la mano y sobre la que, tras negarse a que su padre la cure, dice que su organismo la expulsará naturalmente. Estas interpretaciones se preguntaban si no sería una metáfora de la sana sociedad norteamericana occidental que se enfrenta con la intrusión de los terroristas o de los árabes. Puede, pero ¿no es más fácil pensar que simbólicamente está más bien cerca de la resolución de la historia –también presente en la novela original- resolución de corte expresamente biológico? O pensar simplemente que es una astilla sin pretensiones metafóricas….

En fin, me parece que la lectura alegórica (dejemos el término simbólico de lado) de la película es un exageración algo paranoica ante una adaptación razonablemente fiel a la novela original por parte de un director al que indudablemente le gustaban las adaptaciones de novelas de ciencia-ficción mucho antes de que ningún avión se diera contra las torres gemelas. Es más, inclusive carece de algunas de las características etnocéntricas habituales en el cine de ciencia-ficción norteamericano. De hecho la agresión no comienza en E.E.U.U. (las primeras noticias del ataque vienen de Ucrania), no es el primer país donde se les hace frente (hay rumores de que en Osaka consiguieron destruir varios trípodes antes de que Cruise haga lo propio), hay rumores de que E.E.U.U. no es el país más devastado por el ataque y, definitivamente, no es E.E.U.U., ni su cultura, ni su presidente, los que derrotan la invasión. Sí, la película está ubicada en New Jersey en lugar del Londres original pero es una adaptación, de eso se trata, de adaptar una historia a otro país. Y a otro tiempo, a un tiempo en el que se han sufrido ataques terroristas y la imaginería de estos ataques son parte de la concepción de horror en general.

Me molesto en escribir toda esta divergencia bizantina con gran parte de las críticas que he leído (Ronald Melzer en Brecha es una inteligente excepción) esencialmente por un motivo: mientras uno se queda discutiendo desde prejuicios, pre-lecturas o bobadas puede terminar perdiéndose una de las buenas películas de Spielberg, una película que hasta la mitad es lisa y llanamente magnífica, con varias de las escenas visualmente más espléndidas del cine contemporáneo (y no, no estoy hablando de los efectos visuales), y que cuando se mete en un sótano cae (en esto coincido con todos los adversarios de la película) y cae en muchos de los vicios de Spielberg, como llenar la pantalla de marcianos innecesarios (aunque el juego de escondidas está tan bien diagramado que parece de Brian de Palma), pero que se redime razonablemente al final. Y que, como plus, tiene personajes bastante menos unidimensionales que lo habitual en Hollywood, haciendo soportable la presencia de un Cruise mucho menos molesto que de costumbre.

Y también escribo el post para destacar el dato para mí más inquietante de cuantos remiten en la película a la actualidad de los Estados Unidos de Bush, dato en el ninguno de los críticos parece haber reparado y sobre el cual la señorita Zacharek podría haberse interrogado con muchos más fundamentos. Cuando al principio de la película la ex esposa de Cruise deja a sus hijos con este, le encarga a su hijo adolescente que no se olvide de hacer su tarea, que consiste en escribir un informe sobre la ocupación francesa de Argelia. Desconozco los programas de historia de las secundarias estadounidense pero, ¿no suena extraño que un tema propio apenas de la historia de un país europeo sea curricular e importante como para escribir un informe? Spielberg no explica absolutamente nada y tal vez el dato esté sólo como un elemento más del entorno after 9-11, pero el hecho es un podria interpretar que la ocupación de Argelia por parte de Francia podría ser un tema de estudio como ejemplo de combate occidente-oriente o como ejemplo de una ocupación brutal –ejemplo que deja mal parados a los franceses, ciudadanos poco simpáticos por recordados motivos para la administración Bush- por parte de una nación supuestamente civilizada. Pero hay otra posibilidad incómoda; tal vez realmente los programas educativos estadounidenses le estén dando espacio a dicha ocupación, pero no por motivos de hostilidad a Francia sino por una polémica mucho más siniestra. Luego de los atentados se discutió abiertamente en los medios yanquis acerca de la utilización de torturas en los interrogatorios y sobre en qué situación podía justificarse (el ciclo de 24 horas de esa temporada giró alrededor de esto). Fue un tema que se debatieron argumentos aterradores para alguien de estas latitudes y que de hecho terminaron siendo los cimientos de los hechos acontecidos en Abu Ghraib y Guantánamo. El eje de estas discusiones fue la ocupación francesa de Argelia, país donde se emplearon por primera vez los modernos métodos de tortura en contra de fuerzas insurgentes, o terroristas, dependiendo de quien los nombre. Los torturadores franceses de Massu, que en algún momento dieron clases a atentos alumnos rioplatenses, no sólo perfeccionaron los métodos aprendidos de la ocupación alemana en su tierra, sino que los convirtieron en una práctica generalizada y casi científica. Y por desgracia efectiva, en un primer momento, como técnica represiva. Uno se queda pensando de qué se tratarían las clases recibidas por el adolescente –que luego se desvive por ir a luchar contra los invasores-, pero Spielberg lo deja como otro misterio más de la galería de horrores de la película.





<< Página Principal

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Suscribirse a Entradas [Atom]