miércoles, julio 13, 2005
We don't need no education (post positivamente reaccionario)
Uno de las cosas más escalofriantes que escuché en los últimos tiempos fue una observación hecha por una amiga y reconocida blogger, quién me contó que cuando Cinemateca Uruguaya hace funciones gratuitas de cine para alumnos de secundaria de liceos públicos -repito de SECUNDARIA-, sus profesoras les pedían que en lo posible fueran películas en castellano ya que sus alumnos, de secundaria, tenían grandes problemas para leer los subtítulos y seguir la trama de la película.
Ayer se derogó la resistida Acta 14, el punto más polémico de la resistida reforma educativa de Germán Rama, un reglamento de carácter estrictamente represivo que, como es lógico, consiguió más perturbaciones educativas de las que evitó. En su lugar se presentó una modificación que elimina los puntos que calificaban la ocupación de los centros educativos como "falta grave", dando la orientación de que en caso de suscitarse alguna ocupación esta sea discutida con las autoridades del colegio y se supere mediante la razón. Rousseau y Pangloss bailan tomados de la mano entre flores de alelí mientras la derecha hace chilenas en el aire estilo Condorito ante la emoción de encontrarse con tantos centros en el área.
Yo no creo que la represión o la pérdida de la la calidad de estudiante sean la solución para enfrentar las inquietudes político-hormonales de los adolescentes, pero apelar al buen juicio de los mismos en relación a las ocupaciones de locales es como apelar al buen juicio de un perro al que se le deja a su lado una bolsa de huesos que no debe comer. Hay que tener no sólo un poco más de seriedad y menos optimismo, sino un mínimo razonable de "calle". El instinto lógico y natural de un adolescente es el de rebelarse contra lo que considera injusto y contra las figuras de autoridad; been there, done that, me parece no sólo lícito sino también natural y deseable que exista esta tendencia; pocas cosas me dan más asco que los estudiantes norteamericanos, felices de ser parte de los engranajes y de reproducir a su nivel las taras de su sociedad, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra, y una de las paradojas más crueles de la adolescencia es la dificultad de diferenciar el ataque hacia los adversarios de los ataques autodestructivos.
Las ocupaciones son un método de protesta complejo; al contrario que a todas esas voces horrorizadas de los eternos defensores del derecho único de la propiedad a mí me parece un recurso legítimo. Y necesario en los tiempos de eso que algunos llaman flexibilidad laboral y otros llamamos explotación descarada. Más allá de algún trasnochado que pueda llegar a considerar que una ocupación de su fuente laboral es una pequeña toma del Palacio de Invierno, lo cierto es que la ocupación es una medida extrema y una de las pocas que tienen efectividad como forma de evitar que los salarios y los puestos de trabajo sean la eterna variable utilizada para reducir costos. Las ocupaciones no sólo evitan el ingreso de carneros sino que también son un seguro contra el vaciamiento físico de las empresas y una medida de gran impacto mediático y -sobre todo- suelen funcionar. Por lo tanto es, para mí al menos, un recurso válido, en el caso, por supuesto, que haya sido votado y aceptado por un gremio representativo. Por otra parte, y a pesar de lo que dicen los defensores de las propiedades, no es una medida simpática para los trabajadores, quienes por lo general saben mejor que nadie el daño real que se le puede hacer a la empresa -su fuente de trabajo- y quienes, lógicamente, preferirían estar en sus casas viendo televisión y dándole a la doña en lugar de estar pasando frío en una fábrica de noche. No es una decisión que se tome a la ligera.
Esto es fácil de ver para un trabajador con años en la máquina de picar carne y con una familia y responsabilidades a cuestas, no para un pendejo entusiasmado. No voy a protestar acerca de los adolescentes ni su estado actual, en verdad lo ignoro, es sólo que hay cosas inmutables como el hecho de que la adolescencia es el período de gracia que uno tiene para tomar todas las decisiones equivocadas que se puedan -inicio de la "experiencia"-, el período en que lo más radical siempre es lo más atractivo y en que a nadie le gusta estudiar. ¿Cómo dejar al arbitrio de alguien que está más cerca de ser un niño que de otra cosa el entrar o no a clase, sobre todo cuando tiene excusas validadas -como mímesis de otros reclamos- para no hacerlo? Al contrario que para un obrero, para un adolescente normal una ocupación es algo más que atractivo, le da atención, aventura, independencia, épica, salida de su hogar y un sitio razonable donde cogerse a alguna compañerita movilizada. Entre eso y una clase de física en realidad no hay opción, no para alguien cuya característica intrínseca, lógica y necesaria es la inmadurez. Por dios, escuchan a Trotsky Vengarán, ¿cómo van a decidir acerca de la interrupción eventual de un plan de estudios?
Y si a eso sumamos el que, al ocupar un liceo, no sólo están tomando una decisión para la que no están capacitados sino que además la están tomando por los otros -los nerds, los pusilánimes, los freaks a los que les gusta estudiar y los raros ejemplos de lucidez y visión de futuro que hay en todas las generaciones- ya se puede considerar esta posibilidad como equivalente de darle una metralleta Uzi a un chimpancé, dicho esto con todos los respetos a los adolescentes y a los chimpancés. Un adulto puede hacer lo que se le de la gana con su vida y su cuerpo, un adolescente aún no, todavía no vivió cosas que hay que vivir para poder decidir y evaluar antes de hacer cosas irreparables, y sin embargo tiene ya enormes capacidades de autodestrucción. Un organismo de enseñanza no debería facilitar medios para la misma, confiando en que décadas de desprestigio y degradación de la educación y su valor social se van a revertir mágicamente con un simbólico cambio de gobierno. Son pendejos, ya se les va a pasar, ya van a tener tiempo para hacer cosas de adultos. Tienen todo el derecho del mundo a opinar, no lo tienen de decidir, y está bien que así sea. Así van a tener más posibilidades de leer la letra chica de un contrato laboral, un préstamo a sola firma, una reforma constitucional, un tratado de inversión o los subtítulos de una película.
Simultáneamente es de lo más representativo de la presencia de cráneos tonsurados por la calvicie o el cristianismo de la administración actual los puntos sobre los que se mantuvieron o establecieron prohibiciones para los chicos liceales. Entre ellos hay varios muy lógicos como la prohibición de entrar con armas -que cabe suponer que tendría que estar implícita en la prohibición de portar armas-, de hacer proselitismo político y de ingresar con alcohol o drogas. Pero hay un apartado que detalla expresamente que se prohibe la tenencia de "material pornográfico", sea este películas, revistas o simplemente láminas. Genial, "podés bloquear el trabajo de decenas de docentes y otros chicos que sospechan que las clases de filosofía les pueden servir para algo, pero si venís con un poster de Pamela David en pelotas te sacamos del culo".
Sí, ya sé que soy un viejo de mierda, o por lo menos que hablo como uno. Pero a veces tengo la inquietante sospecha de estar siendo gobernado por los Teletubbies.
Ayer se derogó la resistida Acta 14, el punto más polémico de la resistida reforma educativa de Germán Rama, un reglamento de carácter estrictamente represivo que, como es lógico, consiguió más perturbaciones educativas de las que evitó. En su lugar se presentó una modificación que elimina los puntos que calificaban la ocupación de los centros educativos como "falta grave", dando la orientación de que en caso de suscitarse alguna ocupación esta sea discutida con las autoridades del colegio y se supere mediante la razón. Rousseau y Pangloss bailan tomados de la mano entre flores de alelí mientras la derecha hace chilenas en el aire estilo Condorito ante la emoción de encontrarse con tantos centros en el área.
Yo no creo que la represión o la pérdida de la la calidad de estudiante sean la solución para enfrentar las inquietudes político-hormonales de los adolescentes, pero apelar al buen juicio de los mismos en relación a las ocupaciones de locales es como apelar al buen juicio de un perro al que se le deja a su lado una bolsa de huesos que no debe comer. Hay que tener no sólo un poco más de seriedad y menos optimismo, sino un mínimo razonable de "calle". El instinto lógico y natural de un adolescente es el de rebelarse contra lo que considera injusto y contra las figuras de autoridad; been there, done that, me parece no sólo lícito sino también natural y deseable que exista esta tendencia; pocas cosas me dan más asco que los estudiantes norteamericanos, felices de ser parte de los engranajes y de reproducir a su nivel las taras de su sociedad, pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra, y una de las paradojas más crueles de la adolescencia es la dificultad de diferenciar el ataque hacia los adversarios de los ataques autodestructivos.
Las ocupaciones son un método de protesta complejo; al contrario que a todas esas voces horrorizadas de los eternos defensores del derecho único de la propiedad a mí me parece un recurso legítimo. Y necesario en los tiempos de eso que algunos llaman flexibilidad laboral y otros llamamos explotación descarada. Más allá de algún trasnochado que pueda llegar a considerar que una ocupación de su fuente laboral es una pequeña toma del Palacio de Invierno, lo cierto es que la ocupación es una medida extrema y una de las pocas que tienen efectividad como forma de evitar que los salarios y los puestos de trabajo sean la eterna variable utilizada para reducir costos. Las ocupaciones no sólo evitan el ingreso de carneros sino que también son un seguro contra el vaciamiento físico de las empresas y una medida de gran impacto mediático y -sobre todo- suelen funcionar. Por lo tanto es, para mí al menos, un recurso válido, en el caso, por supuesto, que haya sido votado y aceptado por un gremio representativo. Por otra parte, y a pesar de lo que dicen los defensores de las propiedades, no es una medida simpática para los trabajadores, quienes por lo general saben mejor que nadie el daño real que se le puede hacer a la empresa -su fuente de trabajo- y quienes, lógicamente, preferirían estar en sus casas viendo televisión y dándole a la doña en lugar de estar pasando frío en una fábrica de noche. No es una decisión que se tome a la ligera.
Esto es fácil de ver para un trabajador con años en la máquina de picar carne y con una familia y responsabilidades a cuestas, no para un pendejo entusiasmado. No voy a protestar acerca de los adolescentes ni su estado actual, en verdad lo ignoro, es sólo que hay cosas inmutables como el hecho de que la adolescencia es el período de gracia que uno tiene para tomar todas las decisiones equivocadas que se puedan -inicio de la "experiencia"-, el período en que lo más radical siempre es lo más atractivo y en que a nadie le gusta estudiar. ¿Cómo dejar al arbitrio de alguien que está más cerca de ser un niño que de otra cosa el entrar o no a clase, sobre todo cuando tiene excusas validadas -como mímesis de otros reclamos- para no hacerlo? Al contrario que para un obrero, para un adolescente normal una ocupación es algo más que atractivo, le da atención, aventura, independencia, épica, salida de su hogar y un sitio razonable donde cogerse a alguna compañerita movilizada. Entre eso y una clase de física en realidad no hay opción, no para alguien cuya característica intrínseca, lógica y necesaria es la inmadurez. Por dios, escuchan a Trotsky Vengarán, ¿cómo van a decidir acerca de la interrupción eventual de un plan de estudios?
Y si a eso sumamos el que, al ocupar un liceo, no sólo están tomando una decisión para la que no están capacitados sino que además la están tomando por los otros -los nerds, los pusilánimes, los freaks a los que les gusta estudiar y los raros ejemplos de lucidez y visión de futuro que hay en todas las generaciones- ya se puede considerar esta posibilidad como equivalente de darle una metralleta Uzi a un chimpancé, dicho esto con todos los respetos a los adolescentes y a los chimpancés. Un adulto puede hacer lo que se le de la gana con su vida y su cuerpo, un adolescente aún no, todavía no vivió cosas que hay que vivir para poder decidir y evaluar antes de hacer cosas irreparables, y sin embargo tiene ya enormes capacidades de autodestrucción. Un organismo de enseñanza no debería facilitar medios para la misma, confiando en que décadas de desprestigio y degradación de la educación y su valor social se van a revertir mágicamente con un simbólico cambio de gobierno. Son pendejos, ya se les va a pasar, ya van a tener tiempo para hacer cosas de adultos. Tienen todo el derecho del mundo a opinar, no lo tienen de decidir, y está bien que así sea. Así van a tener más posibilidades de leer la letra chica de un contrato laboral, un préstamo a sola firma, una reforma constitucional, un tratado de inversión o los subtítulos de una película.
Simultáneamente es de lo más representativo de la presencia de cráneos tonsurados por la calvicie o el cristianismo de la administración actual los puntos sobre los que se mantuvieron o establecieron prohibiciones para los chicos liceales. Entre ellos hay varios muy lógicos como la prohibición de entrar con armas -que cabe suponer que tendría que estar implícita en la prohibición de portar armas-, de hacer proselitismo político y de ingresar con alcohol o drogas. Pero hay un apartado que detalla expresamente que se prohibe la tenencia de "material pornográfico", sea este películas, revistas o simplemente láminas. Genial, "podés bloquear el trabajo de decenas de docentes y otros chicos que sospechan que las clases de filosofía les pueden servir para algo, pero si venís con un poster de Pamela David en pelotas te sacamos del culo".
Sí, ya sé que soy un viejo de mierda, o por lo menos que hablo como uno. Pero a veces tengo la inquietante sospecha de estar siendo gobernado por los Teletubbies.
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