miércoles, agosto 31, 2005

Modelo de rol

En el suplemento El País de los Domingos del diario El País del 21/08/05, se publica como nota de tapa una fascinante -lo digo sin ironía aunque tal vez con morbo- entrevista a Freddy Nieuchowicz, mucho más conocido por su alter ego de "Licenciado Orlando Petinatti" (no, nada que ver con Roberto Petinatto), conductor del programa Malos Pensamientos y el conductor de radio más exitoso de la historia de la radio uruguaya. La nota se titula con una cita desinhibida de Nieuchowicz (a quién llamaré de ahora en adelante "Petinatti" por motivos obvios de comprensión y facilidad digitativa), que reza: "A los que me critican les gustaría ser Petinatti".

A la fresca, arrancando la nota así no hay dudas de que tiene que estar buena... y realmente lo está. Transcribo algunos fragmentos:

"Nunca fui un comunicador tradicional. No cualquier programa cierra el centro, traba la rambla, provoca reuniones en el exterior. Soy consciente del poder y soy muy responsable del mismo. Soy creíble".

"No le doy bolilla a las críticas porque no vienen de la gente. La gente sigue el programa. Lo escucha, lo disfruta y se entretiene. Las críticas vienen de gente que le gustaría hacer Malos Pensamientos, porque transformó el lenguaje de la comunicación".

"Yo siempre priorizo lo artístico antes que lo económico, tanto en radio como en televisión".

(con respecto a la gente del programa Justicia Infinita) : ". .. han hablado mal de mi públicamente sí, pero cuando me tuvieron enfrente eran los más tiernos del mundo. Y creo que en el fondo son tiernitos".

(con respecto a la gente del programa Planta Baja) : "Escuché que alguien definió a ese programa como el piloto mal hecho de Mar de Fondo , con los conductores que no quedaron. Me reí mucho con esa definición".

(ante la pregunta sobre si el programa expone las miserias de la gente) : "¿Es tu opinión o lo que escuchás? Esas críticas vienen de gente que le gustaría haber creado Malos Pensamientos. Transformamos la comunicación de la radio."

"Cuando un programa genera tanto, cuando El Correo saca un sello de Malos Pensamientos que dice 'el programa de mayor audiencia de la radio uruguaya', hay gente que eso le pega en el forro de las pelotas. El medio está lleno de mediocres y resentidos."

" (...) por mi audiencia podría perfectamente llegar a ser senador."

"Me interesa trabajar en un éxito, en una propuesta que me seduzca y lamentablemente Canal 12 no ha sabido ofrecerme nada parecido".

"Solo Malos pensamientos puede hacer determinadas cosas en lo que tiene que ver con la comunicación y si seguimos haciendo lo mismo es eso: pudiendo hacer cosas que otros no pueden".

"Todos me han escuchado alguna vez y yo no escuché a ninguno de ellos".

"Antes Malos pensamientos era el programa más escuchado de Montevideo, ahora es el más escuchado del país. Me escuchan arriba de un tractor, en la frontera, en todo el interior".

"En el fondo, aquellos que critican mi propuesta, hubieran querido hacer un programa como Malos Pensamientos y les hubiera gustado ser un poco Petinatti".

No es todo, tendría que transcribirla íntegra e incluír los fragmentos en los que se compara con Pelé, Maradona, Eric Clapton, Paul McCartney y B.B. King para dar una cabal idea del tono real de la misma, e incluir la foto en la que aparece rodeado de sus premios Iris, pero supongo que esto da una idea. Realmente la entrevista me parece fascinante por varios lados, pero principalmente por dos enormes transgresiones que Pettinati se manda con respecto a lo acostumbrado en los medios de comunicaciones y entretenimiento locales.

En primer lugar se pasa por los huevos el pacto de no-agresión pública que está implícito entre todos los comunicadores. Es cierto que el medio radial siempre ha sido menos diplomático que la televisión o la prensa (una buena prueba es esta entrevista a Daniel Figares, culpable de haber descubierto a Pettinati pero que hace tiempo que intenta redimirse a fuerza de sinceridad y huevos), pero el grado de sarcasmo y ninguneo que despliega el Licenciado es totalmente inédito. El otro tabú transgredido es el de la humildad extrema que el público uruguayo reclama hasta el absurdo a sus figuras notorias; el ego de Pettinati es elefantiásico y el hombre no hace nada por disimularlo, lo cual en otros momentos habría sido considerado un pecado capital para un comunicador uruguayo, pero Pettinati -tras 15 años de éxito- evidentemente se siente inimputable.

Ninguna de las dos cosas me parecen malas; la política corporativista de "entre bueyes no hay cornadas" que ha primado públicamente entre los comunicadores (y los artistas) nacionales no ha hecho más que eliminar la autocrítica, enquistar a figuras mediocres en puestos importantes, y formar suertes de mafias en las que los favores prevalecen sobre cualquier consideración de calidad o mérito genuino. Un poco de sangre ayuda a descubrir quién es quién y la ausencia de ropas de varios emperadores. Por otra parte la exigencia de "humildad" por parte del público ha sido tan neurótica y superficial que ha generado multitudes de artistas y comunicadores que se desviven en agradecimientos y demagogías varias para ser recompensados con el más barato de los aplausos. Artistas y periodistas que se suponen obligados a agradecer hacer lo que hacen y ser lo que son y a los que la sociedad les niega derechos que son inalienables para las legiones de mediocres burócratas y cobardes de toda clase.

Pero asombra que Petinatti, justamente alguien que se ha destacado por tener en claro cual es el mínimo denominador común de la mayoría de los uruguayos, se anime a trasgredir semejantes tabúes populares. No parece algo inteligente y cabe suponer que Petinatti es un hombre inteligente o por lo menos astuto. Puede ser que se le haya ido la moto y que esté en una nube de pedo tan densa que no sea capaz de darse cuenta; podría pasar, al fin y al cabo 15 años de éxito no le hacen bien al sentido de proporciones de nadie. Pero también podría ser algo más grave y menos individual, algo ya asumido en las grandes sociedades de consumo posmodernas pero que es relativamente reciente en estos países latinos: el número 1 como justificativo de todo.

Cada vez más seguido escucho al número 1 como motivo y excusa de todo. El número 1 tiene la razón (por eso es número 1), el número 1 no habla de los otros (regla que es enunciada pero es sistemáticamente violada), el número 1 no necesita explicar y tiene un grado de autenticidad y veracidad indiscutible ya que es el producto más consumido, lo que en definitiva es el número 1. Las valoraciones son subjetivas, el número 1 es indiscutible, está recubierto de fría matemática a pesar de que se hable de entretenimiento y arte. No hay relatividad cuando se está en el número 1: hay aparente democracia, consenso y verdad pura, absoluta. Y Orlando Petinatti es el número 1, ergo, habla.

(El aparentemente caprichoso tema de Shellac, compuesto por su baterista Todd Trainer, 'New Number Order' discute el asunto en su letra, limitándose a hacer un conteo imposible, digno de El idioma analítico de John Wilkins, en el cual no hay sucesión numérica lógica. Como si fuera poco, la música se mete con otro supuesto absoluto como es la unidad de tempo de un fragmento musical, apurándo y enlenteciendo el tema deliberadamente a lo largo de su complejísimo minuto y medio de duración)

Sería ocioso y necio ponerse a discutir sobre los méritos o deméritos de Petinatti y su programa; yo sólo puedo decir que consiguió algo sorprendente: hizo que me bajara de un ómnibus tres paradas antes por no poder soportar más la gigantesca vergüenza ajena que me producía un puterío telefónico entre el conductor y un muchacho argentino que fue degenerando en una acumulación de muestras de imbecilidad nacionalista, ampliamente festejadas por el conductor y parte del pasaje, que me produjeron un enorme deseo de ser birmano o lapón. No estoy hablando en sentido metafórico ni exagerando, literalmente tuve que bajarme del ómnibus antes de tiempo. Ese es un poder a respetar.

Pero no estoy de acuerdo en absoluto con la acusación de que Petinatti y su programa exploten la miseria de las personas; Petinatti y su programa no la explotan, son su espejo. Son el espejo más fiel de la miseria cultural y ética del país, e inclusive del país culposo que vive fuera de frontera. Son un síntoma, no una causa, no hay que confundirse. No hay ninguna directiva de CUTCSA que obligue a los conductores a escucharlo, ni a los pasajeros a fumarselo imperterritos (o a bajarse en lugar de decirle al conductor que tenga un poco de elemental decencia y no fuerce a sus pasajeros a escuchar semejante mugre auditiva). Petinatti cumple una función triste e interesante: la de recordar lo que realmente es, y sobre todo dónde está, a cada uruguayo que se jacta de pertenecer a una sociedad culta y diferente de la del resto de esos indios latinoamericanos. Este es tu número 1, ésta es tu cultura, macho, vayan a presumir al Guggenheim.

Sólo un par de observaciones: en primer lugar que me parece que el éxito de Malos Pensamientos se debe, contrariamente a lo que parece sostener su autor, no a sus supuestos elementos transgresivos sino a su profundo conservadurismo. Lo que ofreció el programa fue un medio ideal no para que la gente se sincerara con respecto a su intimidad, sino una ventana a la intimidad de otras personas, de freaks que llamaban y constituían un porcentaje ínfimo de la audiencia. Malos pensamientos es un vaso apoyado contra la pared del vecino, en el que la permanente sorpresa "pícara" de Petinatti re-afirma la absoluta otredad de la privacidad ventilada. Son los otros los que llaman a Petinatti, no Petinatti, no los conductores de CUTCSA, no los pasajeros que se aguantan la risa. No hay transgresiones ni apoyos a esta intimidad desvelada, solo un juicio burlón emitido por una voz sucia, que suena como si fuera la más obscena de las llamadas aunque solo esté diciendo "¿cómo estás?".

En segundo lugar, reproduje deliberadamente las tres veces que, en un reportaje no demasiado extenso, Freddy-Orlando-Nieuchowicz-Petinatti repite que todos los que lo critican lo hacen porque les gustaría haber hecho Malos Pensamientos y por ende ser Orlando Petinatti. Bueno, no puedo hablar por otros comunicadores, pero no hay ninguna señal de que los programas que han intentado competir con su programa lo hayan tomado de ejemplo de otra cosa que no sea lo que no quieren hacer. Y en lo personal, y habiéndolo criticado aunque sea desde este blog rotoso, tengo que decirle a Freddy que no, que no me gustaría ser un poco Petinatti, ni un poquito. De hecho, creo que preferiría untarme mi miembro más sensible de mermelada e introducirlo en un nido de ratas noruegas antes que vivir un día como Orlando Petinatti y cumplir con su trabajo. Preferiría que la gente que me quiere me desprecie e imite arcadas al escuchar mi nombre, preferiría ver a un médico asustarse mientras ve mi radiografía, preferiría vivir en un país donde no hubiera plantas ni pájaros.

Así que, Freddy, los número 1 también tienen verdades relativas. No generalicemos.





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