lunes, agosto 01, 2005
Orgullo nacional
Los consumidores uruguayos de noticias locales se encontraron hace unos días con una simpática nota de color en la cual se constataba que la película Submerged (Anthony Hickox, 2005), película de acción protagonizada por Steven Seagal, presentaba a Uruguay como un país plagado de terroristas peligrosos que mataban embajadores y secuestraban submarinos nucleares. Al parecer la película, además de su curiosa trama, tiene una pobre recreación de lugar (está filmada en Bulgaria) en la que el país, si bien no está presentado como una selva tropical ni como un país artíco, tiene unas cuantas inexactitudes con respecto a la realidad del paisito.
La noticia ameritaba una mención y su pronto olvido con una sonrisa piadosa hacia la ignorancia cocainómana de los guionistas yanquis, pero el ombliguismo nacional siguió dándole vueltas a esta anécdota ridícula y hace un par de días me encuentro en la radio a Martin Papich, director del INA (Instituto Nacional del Audiovisual), malo como una araña y declarando que se pensaba elevar algún tipo de protesta a Columbia, su distribuidora, e inclusive no se descarataba el dificultar la exhibición de la película, que siendo una clase B absoluta, o inclusive una clase V, fue solamente editada en VHS y DVD sin pasar en ningún momento por las carteleras locales. Explicando los motivos del escándalo, Papich -que tenía una de las muletillas verbales más molestas que escuché en mucho tiempo, un recurrente, nervioso e irritante "esteee...." intercalado cada tres palabras- argumentó que películas como esta distorsionaban la imagen del país, que los errores eran enormes e injustificables y, finalmente, terminó afirmándose en el que este era cine muy malo contra el que había que combatir a causa de su pésima calidad y ofrecer otras opciones. Escuchándolo pasé sucesivamente de la sorpresa a la ira, la perplejidad y luego a la profunda vergüenza ajena y propia simultáneamente.
Hoy, martes 2, Papich repitió sus argumentos en el programa de televisión Dicho y Hecho, en el cual, además me entero de la existencia de una carta de presidencia en la cual el gobierno rechaza el modo en el cual se presenta al Uruguay en la película y el "mensaje" de la misma. Genial.
Hace unos meses una importante autoridad del Vaticano salió, evidentemente autorizado por sus superiores, a afirmar a diestra y diestra que El Código Da Vinci narraba hechos que no eran ciertos. El hecho tenía una cierta justificación ya que cabe suponer que, con el éxito elefantiásico del libro en cuestión, debía haber legiones de tarados incapaces de diferenciar una ficción verosímil de la realidad revolviendo cada sitio mencionado en el libraco para encontrar las pistas mencionadas en el mismo. Sin embargo, el tono indignado del vocero convirtió a su protesta en una de las cosas más ridículas de los últimos tiempos. Pero por lo menos el hombre podía alegar que pertenece a una organización que toma como libro de historia irrefutable un texto que alega que las mujeres crecen de las costillas de los hombres, las zarzas ardiendo hablan y los muertos crucificados vuelven a la vida.
El despliegue de idiotez que siguió al descubrimiento del escenario de la película de Steven Seagal, repito: Steven Fucking Seagal, sólo puede explicarse por las desproporciones del ego colectivo, que magnifica fuera de cualquier sentido de la realidad cualquier mención que se hace de esta nación más bien insignificante para los avatares mundiales, cosa que prueba esta detallada enumeración de los contactos de Hollywood con Uruguay, y que dudo que ningún integrante de otra nación menos auto-obsesionada se molestaría en hacer. Convengamos con todo en que el ser presentados como una nación plagada de terroristas, aunque sea en una obra de ficción, no es la cosa más deseable en estos días, pero hay situaciones contextuales. Si, pongamos, Uruguay fuera presentado como una cueva de terroristas (de terrorista bombarderos, quiero decir, porque terroristas de estado abundan y se pasean con alegría por la capital) en un blockbuster multimillonario de Ridley Scott, Mel Gibson o el propagandista de turno, tal vez correspondería que el gobierno o el Ministerio de Turismo mandara una reprimenda burlona y una corrección amable. En el caso de una película de video del decadente Steven Seagal lo único que venía al caso era el silencio y el cambio de tema o, en caso de estar muy al pedo, alguna broma pública.
El comunicado oficial es estremecedoramente estúpido y teñido del tono escandalizado de las ancianas susceptibles. Ojalá Columbia respondiera algo así como: "Señor Presidente No-narcotrafícante de la República No-bananera de Uruguay: Pierda cuidado, nuestra película no afirma que Uruguay sea una cueva de terroristas violentos sino todo lo contrario. Habrá notado su excelencia que para el final de la película Steven los mató a todos..."
Dios mío... empecé a escribir un largo párrafo sobre diferencias entre ficción y representación verosímil, pero me di cuenta de que estaría insultando la inteligencia de cualquiera que leyera este post explicitando algo tan obvio para cualquier persona mayor de doce años. También podría pensarse que se trata de un caso de eventual imbecilidad gubernamental, al fin y al cabo la imbecilidad y la literalidad es una caracaterística muy propia de los gobiernos, sean del signo que sean. Me tranquilizo cuando veo que en un foro local sobre el tema en Montevideo.com, la mayoría de las opiniones parecen ser más sensatas, pero luego entro al más concurrido de los sitios sobre cine, la siempre necesaria IMDB, para cotejar algunos datos de la película, y leyendo la página de los foros sobre la misma me vuelvo a deprimir ante las opiniones de lectores compatriotas, comprobando que por desgracia los gobiernos suelen parecerse a sus gobernados. Leo insultos, pataletas, extrañas reivindicaciones simultáneas de la autonomía cultural nacional y el Oscar de Drexler, y alegatos acerca de que como los uruguayos sabemos como es U.S.A. en U.S.A. tienen que saber cómo es Uruguay (me gustaría hacer una encuesta en Uruguay acerca del conocimiento popular o intelectual de Burundi, país varias veces más grande que Uruguay y con una población muchísimo mayor). Leo a personas despreciar la película por "presentarnos como unos chicanos".
El mismo día veo un excelente capítulo documental de la serie Vidas (de cuyo capítulo inaugural nos reímos con cierta malignidad hace unos meses) en el que Facundo Ponce de León visita el complejo carcelario COMCAR, que alberga aproximadamente cinco veces más de los presos que tendría que albergar. La cámara nos muestra descarnadamente pabellones en los que hace meses no hay luz ni condiciones higiénicas mínimas, las ventanas sin vidrios, policías que con sueldos de 100 dólares tienen que comprar las pilas de las linternas con las que vigilan entre las tinieblas, presos diagnósticados con SIDA desde hace cinco años que nunca han sido medicados, locos, rotos, tristes y un ambiente que recuerda más a un gulag siberiano que a una prisión de un país civilizado. Luego leo en los foros de la IMDB cosas así: "You know, URUGUAY is one of the most culture countries in all America, and we are proud of that. So, we don't like that YOU use our name in a bad film..."
Sic.
Pero tal vez me estoy yendo del tema del que quiero resumir mi opinión en forma breve: Yo dudo que nadie que haga el esfuerzo de ver una película de Steven Seagal, ni siquiera el más palurdo de los rednecks que puedan ver Submerged mientras deciden entre montarse a su hermana y montarse a la chancha, va a llegar a la conclusión de Uruguay -país que le es totalmente abstracto a la mayor parte del mundo- es un peligro para occidente, una cuna de terroristas pastores de cabras y una amenazadora potencia secuestradora de submarinos nucleares. Sin embargo sospecho que si ese mismo palurdo lee las reacciones, oficiales o no, que la película produjo, va a llegar a la conclusión de que tal vez sí sea un país peligroso en el que se desarrolló una extraña forma, virósica y festejada, del retardo mental.
La noticia ameritaba una mención y su pronto olvido con una sonrisa piadosa hacia la ignorancia cocainómana de los guionistas yanquis, pero el ombliguismo nacional siguió dándole vueltas a esta anécdota ridícula y hace un par de días me encuentro en la radio a Martin Papich, director del INA (Instituto Nacional del Audiovisual), malo como una araña y declarando que se pensaba elevar algún tipo de protesta a Columbia, su distribuidora, e inclusive no se descarataba el dificultar la exhibición de la película, que siendo una clase B absoluta, o inclusive una clase V, fue solamente editada en VHS y DVD sin pasar en ningún momento por las carteleras locales. Explicando los motivos del escándalo, Papich -que tenía una de las muletillas verbales más molestas que escuché en mucho tiempo, un recurrente, nervioso e irritante "esteee...." intercalado cada tres palabras- argumentó que películas como esta distorsionaban la imagen del país, que los errores eran enormes e injustificables y, finalmente, terminó afirmándose en el que este era cine muy malo contra el que había que combatir a causa de su pésima calidad y ofrecer otras opciones. Escuchándolo pasé sucesivamente de la sorpresa a la ira, la perplejidad y luego a la profunda vergüenza ajena y propia simultáneamente.
Hoy, martes 2, Papich repitió sus argumentos en el programa de televisión Dicho y Hecho, en el cual, además me entero de la existencia de una carta de presidencia en la cual el gobierno rechaza el modo en el cual se presenta al Uruguay en la película y el "mensaje" de la misma. Genial.
Hace unos meses una importante autoridad del Vaticano salió, evidentemente autorizado por sus superiores, a afirmar a diestra y diestra que El Código Da Vinci narraba hechos que no eran ciertos. El hecho tenía una cierta justificación ya que cabe suponer que, con el éxito elefantiásico del libro en cuestión, debía haber legiones de tarados incapaces de diferenciar una ficción verosímil de la realidad revolviendo cada sitio mencionado en el libraco para encontrar las pistas mencionadas en el mismo. Sin embargo, el tono indignado del vocero convirtió a su protesta en una de las cosas más ridículas de los últimos tiempos. Pero por lo menos el hombre podía alegar que pertenece a una organización que toma como libro de historia irrefutable un texto que alega que las mujeres crecen de las costillas de los hombres, las zarzas ardiendo hablan y los muertos crucificados vuelven a la vida.
El despliegue de idiotez que siguió al descubrimiento del escenario de la película de Steven Seagal, repito: Steven Fucking Seagal, sólo puede explicarse por las desproporciones del ego colectivo, que magnifica fuera de cualquier sentido de la realidad cualquier mención que se hace de esta nación más bien insignificante para los avatares mundiales, cosa que prueba esta detallada enumeración de los contactos de Hollywood con Uruguay, y que dudo que ningún integrante de otra nación menos auto-obsesionada se molestaría en hacer. Convengamos con todo en que el ser presentados como una nación plagada de terroristas, aunque sea en una obra de ficción, no es la cosa más deseable en estos días, pero hay situaciones contextuales. Si, pongamos, Uruguay fuera presentado como una cueva de terroristas (de terrorista bombarderos, quiero decir, porque terroristas de estado abundan y se pasean con alegría por la capital) en un blockbuster multimillonario de Ridley Scott, Mel Gibson o el propagandista de turno, tal vez correspondería que el gobierno o el Ministerio de Turismo mandara una reprimenda burlona y una corrección amable. En el caso de una película de video del decadente Steven Seagal lo único que venía al caso era el silencio y el cambio de tema o, en caso de estar muy al pedo, alguna broma pública.
El comunicado oficial es estremecedoramente estúpido y teñido del tono escandalizado de las ancianas susceptibles. Ojalá Columbia respondiera algo así como: "Señor Presidente No-narcotrafícante de la República No-bananera de Uruguay: Pierda cuidado, nuestra película no afirma que Uruguay sea una cueva de terroristas violentos sino todo lo contrario. Habrá notado su excelencia que para el final de la película Steven los mató a todos..."
Dios mío... empecé a escribir un largo párrafo sobre diferencias entre ficción y representación verosímil, pero me di cuenta de que estaría insultando la inteligencia de cualquiera que leyera este post explicitando algo tan obvio para cualquier persona mayor de doce años. También podría pensarse que se trata de un caso de eventual imbecilidad gubernamental, al fin y al cabo la imbecilidad y la literalidad es una caracaterística muy propia de los gobiernos, sean del signo que sean. Me tranquilizo cuando veo que en un foro local sobre el tema en Montevideo.com, la mayoría de las opiniones parecen ser más sensatas, pero luego entro al más concurrido de los sitios sobre cine, la siempre necesaria IMDB, para cotejar algunos datos de la película, y leyendo la página de los foros sobre la misma me vuelvo a deprimir ante las opiniones de lectores compatriotas, comprobando que por desgracia los gobiernos suelen parecerse a sus gobernados. Leo insultos, pataletas, extrañas reivindicaciones simultáneas de la autonomía cultural nacional y el Oscar de Drexler, y alegatos acerca de que como los uruguayos sabemos como es U.S.A. en U.S.A. tienen que saber cómo es Uruguay (me gustaría hacer una encuesta en Uruguay acerca del conocimiento popular o intelectual de Burundi, país varias veces más grande que Uruguay y con una población muchísimo mayor). Leo a personas despreciar la película por "presentarnos como unos chicanos".
El mismo día veo un excelente capítulo documental de la serie Vidas (de cuyo capítulo inaugural nos reímos con cierta malignidad hace unos meses) en el que Facundo Ponce de León visita el complejo carcelario COMCAR, que alberga aproximadamente cinco veces más de los presos que tendría que albergar. La cámara nos muestra descarnadamente pabellones en los que hace meses no hay luz ni condiciones higiénicas mínimas, las ventanas sin vidrios, policías que con sueldos de 100 dólares tienen que comprar las pilas de las linternas con las que vigilan entre las tinieblas, presos diagnósticados con SIDA desde hace cinco años que nunca han sido medicados, locos, rotos, tristes y un ambiente que recuerda más a un gulag siberiano que a una prisión de un país civilizado. Luego leo en los foros de la IMDB cosas así: "You know, URUGUAY is one of the most culture countries in all America, and we are proud of that. So, we don't like that YOU use our name in a bad film..."
Sic.
Pero tal vez me estoy yendo del tema del que quiero resumir mi opinión en forma breve: Yo dudo que nadie que haga el esfuerzo de ver una película de Steven Seagal, ni siquiera el más palurdo de los rednecks que puedan ver Submerged mientras deciden entre montarse a su hermana y montarse a la chancha, va a llegar a la conclusión de Uruguay -país que le es totalmente abstracto a la mayor parte del mundo- es un peligro para occidente, una cuna de terroristas pastores de cabras y una amenazadora potencia secuestradora de submarinos nucleares. Sin embargo sospecho que si ese mismo palurdo lee las reacciones, oficiales o no, que la película produjo, va a llegar a la conclusión de que tal vez sí sea un país peligroso en el que se desarrolló una extraña forma, virósica y festejada, del retardo mental.
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