lunes, setiembre 05, 2005

Bailando en la tumba de José Pedro

(Ya me está aburriendo el estar comentando, semana a semana, las vicisitudes político-sociales de este país devastado en lugar de estar hablando sobre, pongamos, manga japonés, metal noruego y demás bellezas. Pero entiendan que salgo poco y que me está faltando esa conversación diaria que siempre termina en un "así no sé dónde vamos a parar").

Danilo Astori, el hombre que, como si fuera un cabalísta particularmente obseso, ve un número en todo, ayer estuvo hablando en Código País, esencialmente para aclarar que todo está bárbaro y todo va a estar mejor, como siempre. Como de costumbre volvió a defender la inversión (extranjera, porque no he escuchado una puta medida en favor de las inversiones locales, o facilidades impositivas para las pymes y otros emprendimientos realizados por uruguayos que tal vez no tengan tanto dinero pero que tampoco matan ríos), volvió a explicar que su relación con Vázquez era magnífica, volvió a decir que no hay nada más de izquierda que no hacer nada de izquierda... bueno, lo que hace y dice Astori y que uno tiene que aplicar a la fórmula "tómelo o déjelo". Pero el hombre aportó una novedad con respeto a un tema tabú dentro de la cultura uruguaya e impensable de formular desde la izquierda: la posibilidad de cobrar una matrícula universitaria.

Hay cosas que, como la yeta, empiezan a materializarse a medida de que se habla de ellas, por lo que no me extrañaría que esta simple mención sea el primer paso real en la dirección que significa el fin de la enseñanza a la uruguaya. Es cierto que tal vez sea demasiado idealista el creer que la enseñanza vareliana gratuita e irrestricta tal como la conocemos hasta ahora puede sobrevivir a una destrucción social como la que sufrió Uruguay en las últimas décadas. De hecho puede considerarse a esa institución como una más de los muertos vivientes que siguen animándose a fuerza de dinero que sería más necesario en otras partes, y además es una mentira: la enseñanza en Uruguay no es gratuita desde hace mucho tiempo, tal como prueban los impuestos a los egresados universitarios y tal como sabe cualquiera que haya ido a pagar el brutal impuesto de primaria. Pagan algunos, no todos, pero no es gratuita.

Por otra parte hay algo que no se puede discutir hoy en día, sea por errores programáticos, por falsas expectativas laborales o por simple idiotez, gran parte de las carreras universitarias se encuentran sobrepobladas, lo cual no sólo deteriora la calidad de la enseñanza sino que degrada económicamente a carreras largas y las encarece notoriamente. Todos saben eso, todos saben la mortífera combinación de pobreza y derroche que reina en la enseñanza terciaria pública y que ha convertido a la enseñanza terciaria privada en la única opción para muchas carreras.

Sin embargo el acceso sin restricciones económicas a la universidad sigue siendo algo esencial para mantener al menos la ilusión de movilidad social y una matrícula sigue siendo un factor de discriminación social evidente. Sus defensores sostienen que se podría investigar para que dicha matrícula solo fuera pagada por quienes pudieran, mientras que sería subvencionada en el caso de los estudiantes con menos recursos. Pero cualquiera que haya visto la incapacidad estatal para evaluar la condición social de sus beneficiarios -algo ilustrado a la perfección por la inoperancia asombrosa del Plan de Emergencias- tiene que sentir un escalofrío al escuchar hablar de esto. Además es una hijadeputez de asombrosa hipocresía: tanto Astori como cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que una matrícula terminaría golpeando esencialmente a la gran masa que ha formado tradicionalmente a los profesionales universitarios: los estudiantes de clase media, los que no están tan hechos mierda como para accceder a esa pobreza redentora de cualquier obligación social en este estado de espíritu eclesiástico, pero que a la vez no pueden considerar el desembolso de una cantidad de dinero importante como sería una matrícula. O que pueden hacerlo pero a costas de que sus familias sacrifiquen, una vez más, esas pequeñas cosas sacrificables pero que nos hacen humanos. Es decir, sería una nueva carga impositiva sobre la clase que ha sido víctima hasta el absurdo del peso impositivo estatal en las últimas décadas. Y un nuevo motivo de rencor y división social entre los que pagan y los que no.

Pero teniendo en cuenta de que va a existir una mejora presupuestal considerable para la enseñanza, ¿por qué no aprovechar para recordar el consejo de Seregni acerca de que todo tiene que ser a cambio de algo e introducir una reforma que no sea un nuevo viaje a los bolsillos de la clase media, pero que al mismo tiempo sirva para descomprimir la sobrepoblación universitaria? Esa solución innombrable y que a nadie le gusta mencionar ni defender, tal vez por un problema congénito de pereza e inmadurez, se llama "examen de ingreso". Un examen de ingreso universitario estricto y universal mataría tres pájaros de un tiro: por un lado haría descender la cantidad de alumnos en las carreras sobrecargadas. Esto haría que simultáneamente descendiera el costo de las mismas y aumente la calidad de la enseñanza. Y como si fuera poco re-posicionaría a la enseñanza pública frente a la privada, ya que la volvería una institución tal vez elitista pero cuyo elitismo dependiera exclusivamente de las virtudes y capacidades de los estudiantes, no de sus billeteras.

Estoy seguro que una propuesta así generaría un coro de voces desgarradas que dirían que eso sería un factor de discriminación social, ya que favorecería al que puede tomar clases particulares y que tiene tiempo al pedo para estudiar contra el que estudia en sus ratos libres porque tiene que trabajar simultáneamente, o cuidar a sus hermanitos o sufrir de distintas formas. Pero eso ya ocurre, ocurre en cada examen que se toma en cualquier universidad, y yo quiero creer que, pongamos, en un examen de cirugía los profesores no dicen "ah, si, Rodríguez corto medio metro de mas, pero estuvo trabajando todo el día anterior y no durmió bien, así que vamos a aprobarlo...".

En realidad el único argumento real en contra de un exámen de ingreso es que el estudio no es un valor admirado en el Uruguay de hoy sino que se asimila en el inconciente colectivo con una feroz tortura digna de una dictadura, y a la gente no le gusta estudiar. Ni siquiera menciono el hecho de que tal vez muchos de los enemigos del examen de ingreso estén pensando en esos cuadros militantes universitarios de todos los partidos que jamás han dado un exámen y que están como adheridos a todas las decisiones del gremio estudiantil. Pensar eso sería de malvados y no hay un partido político que especule con esas cosas, ¿no es cierto?

Pero bueno, yo lo único que quería decir es que algunos problemas tal vez tengan soluciones simples, cuyo único pecado sea el de no ser aprovechables económicamente para que cierren números imposibles de cerrar. Sí, ya sé que de esto no sé nada y que mejor que hable de Black Sabbath.





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