viernes, octubre 21, 2005

Mis discos de invierno

Estuve intentando escribir un post sobre el infinito asco que me produce el fiscal Moller y su alegría por haber conseguido cerrar una de las escasas fisuras en la férrea impunidad de los milicos uruguayos, pero realmente no pude, me superó el desagrado humano que me produce el vivir en un país donde la justicia es un chiste. Entonces me di cuenta de que no había hecho mi habitual lista de los discos que más había escuchado la estación pasada y me dije "para qué escribir sobre la mierda en este día tan soleado, escribamos sobre cosas que me gustaron y me gustan". Y estos son los discos a los que le presté más atención el trimestre pasado. Me noto un poco más conservador y rockero que de costumbre, debe haber sido el frío.

Boris – Akuma No Uta: Los nativos del mundo flotante y los representantes de Sony sabrán que carajo quiere decir “akuma no uta”, pero cualquier melomanillo puede darse cuenta del chiste de la tapa, que cita simultáneamente al Bryter Layter y a Jimmy Page. Sin embargo no hay ni rastros de Led Zeppelin ni de Nick Drake en este disco arrollador al que la trillada clasificación de “disco de transición” le viene como anillo al dedo. De hecho es el disco en el que los amos del ambient-metal japonés, caracterizados por un sonido que parecía Melvins pasado a menos revoluciones y sin vocales, comenzaron su camino hacia el rock stoner brillante pero más bien conservador de Heavy Rocks. En este disco hay piezas densísimas y largas como la 'Intro' –que situada, como lo indica su nombre, al principio del disco, engaña con su fantástico clima de drones, acordes gigantes y sonidos lejanos haciendo pensar en una obra más parecida a las anteriores- o la larga 'Anno Ona No Onryou' (a diferencia de otros discos de Boris, todas las letras de este disco están en japonés, lo cual es absolutamente intrascendente, como puede comprobar cualquiera que haya escuchado algo de ellos), pero abundan piezas cortas y salvajes que hacen pensar más bien en grabaciones piratas de los Stooges que nos habíamos perdido.


Alice Donut – Mule: Eran en cierta forma la respuesta neoyorquina a Jane’s Addiction, más punk y más pop a la vez, y sigue siendo un misterio el porque nunca llegaron a nada con el potencial asombroso que tenían, tal vez fue una cuestión de timing. Posiblemente Pure Acid Park, su último disco sea más variado, pero Mule es considerado generalmente como el disco definitivo de Alice Donut y yo estoy de acuerdo. Feroz y sarcástico, contiene el climax de la carrera de la banda en la estupenda balada folk ‘Tiny Ugly World’, en la que un yuppie le suplica a su pareja que se mate en un accidente de auto para darle publicidad y sentido trágico a su vida. Una canción sobre el fin del mundo cotidiano con una melodía tan seductora y emotiva que hace que ya va siendo hora de que la re-descubran.


Robert Rich & Lustmord – Stalker: Con este disco tuve la experiencia ambient perfecta: escuchándolo de noche en mi cuarto hubo un momento en que no podía diferenciar los sonidos que salían del equipo de música de los que se filtraban de la calle por la ventana. Concebido en honor de una de la películas más climáticas de la historia, Stalker reúne a dos potencias en un ejercicio de sutilezas, combinando en forma inmejorable las discretas variaciones de tono de Lustmord con los detalles ruidistas de Robert Rich para crear un paisaje sonoro sereno y extremadamente abierto en el que virtualmente cualquier sonido puede integrarse y colaborar con su hechizo.


Pere Ubu – St. Arkansas: No solo sigue vivo, David Thomas sigue pateando culos desde la oscuridad, en cualquier ámbito, en cualquier estilo. Es realmente emocionante que tras treinta años de fracaso –de fracaso en los términos que el capitalismo y show business ha definido- alguien pueda seguir haciendo canciones tan mágicas, emotivas e incorruptibles. Cierra además con la larga ‘Dark’, una arrebatadora meditación sobre conducir y escuchar la radio en la noche y hacia ninguna parte. La mejor canción de Pere Ubu en muchos años, es decir, la mejor canción en general en muchos años.



The Residents – Demons Dance Alone: Un caso similar al de Pere Ubu en cuanto a heroísmo, vitalidad e independencia. Es tan difícil describir este disco de los cabeza de globo ocular como cualquiera de los que han hecho en los últimos treinta años y sólo puede compararse con otros discos de la banda. Y cabe decir que, estando inspirado al parecer en los Estados Unidos posteriores al 9-11, debe ser el disco más sentimental y pop de la carrera de los Residents, lo cual no evita que parezca hecho en un universo paralelo dónde la música es otra cosa, menos sucia que en este. La edición doble deluxe incluye también los demos de los temas y la comparación es fascinante.


Murder City Devils – Thelema: Qué banda y qué desapercibida que pasó. Posiblemente la más rockera de las bandas punk contemporáneas, los Murder City Devils sonaban como debería sonar una banda de garage en la actualidad. Un sonido que recuerda por momentos a unos Fuzztones actualizados sobre los que estuviera berreando un predicador exasperado. Spencer Moody es uno de los mejores gritadores del punk y recuerda por momentos a Dennis Lyxzén de Refused, pero con la diferencia de que es mucho más expresivo y melodioso que el sueco. El EP Thelema fue la última grabación de los MCD y, junto al disco In Name and Blood, su pico creativo, dejándolo a uno pensando cómo mierda puede separarse una banda después de semejante disco. A pesar del nombre ocultista, es una breve colección de canciones de rock directas y emotivas que combinan la brutalidad del cantante y las guitarras con soberbias melodías de órgano. Cierra con ‘364 days’, una pieza sorprendente sobre San Nicolás que suena como si los Pogues hubieran echado a McGowan y puesto en su lugar a un político furioso.

Genesis – Seconds Out: Si uno lo piensa este disco tendría que haber sido una porquería; registro en vivo de la última gira de Genesis con Steve Hackett, el Seconds Out presentaba el escasamente atractivo Wind & Wuthering e intentaba demostrar que Phil Collins podía encarar los viejos clásicos que cantaba Peter Gabriel. Misteriosamente es exitoso en semejante objetivo y más: no sólo Collins canta a la maravilla y en forma casi indistinguible los temas de Gabriel, sino que inclusive lo supera en feeling y afinación en temas como ‘Carpet Crawl’ y el final de ‘The Musical Box’ mientras la banda levanta vuelo con un empaste muy superior al de sus algo mecánicos discos de estudio. Y como si fuera poco tiene a ‘Supper’s Ready’ íntegra, canción en la que me gusta meterme como en una piscina, como un libro.


Cromagnon – Orgasm: Debe ser uno de los discos más misteriosos y extraños de la historia de… (iba a escribir “del rock” pero sería abusar de la flexibilidad del término) la música de las últimas décadas, y llegué a él por una entusiasta recomendación hecha en un reportaje por William Bennett, el infame lider de Whitehouse. Publicado en 1969 por el hiper-extraño sello neoyorquino ESP, Orgasm es obra de un par de compositores comerciales profesionales que decidieron, junto a una comuna de pirados, dar rienda suelta a la experimentación más desaforada. Hay desde temas que parecen black metal con gaitas (25 años antes de que existiera el black metal), ruidismo que parece sacado de lo más extremo de Throbbing Gristle, drones exasperantes, gritos animales y un montón de sorpresas asombrosamente coherentes entre sí. El nombre de la banda está pleno de resonancias siniestras en estas latitudes, lo cual no hace más que agregar significados a un disco rebosante de ellos.


Turbonegro – Ass Cobra: La edición del lamentable Party Animals, un disco tan malo que hace falta escucharlo para creerlo, me dejó pensando en si era posible que la banda hubiera caído tanto o que simplemente era que se me había pasado el deslumbramiento que me produjo hace algunos años. Como consecuencia estuve escuchando nuevamente este disco y confirmando que sigue tan enérgico, venenoso y peligroso como cuando salió. Otras épocas, en las que Hank Von Helvete gruñía como si fuera el hijo leather de Lemmy y Danzig, y Euroboy estaba controlado en sus excesos terrajas con la seis cuerdas. Una ráfaga de gloria que resulta difícil de creer que pudiera degenerar en tan poco tiempo.


Low – Things We Lost In The Fire: El ascenso de Low, hace ya unos cuantos años, coincidió tanto con un desinterés por mi parte (y por parte del mundo) en la escena indie norteamericana y una escucha superficial por mi parte me hizo descartarlos como otra banda tristona perdida en algún lugar entre Catpower y los Pixies. Gran error que he corregido en los últimos tiempos, en los que me deslumbré con la banda. Este es el gran disco de Low, cosa que puede adivinarse desde el magnífico título y por el hecho de que esté Steve Albini detrás de la consola, haciendo uno de los mejores trabajos de su carrera, además. Pero la estrella son las canciones, cuya lentitud y poder desolado no se confunde nunca con la depresión. No, este es un disco sobre maravillas emotivas y sobre el entumecimiento de los reflejos que produce el asimilar tanta belleza.





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