sábado, noviembre 12, 2005

Buena televisión

Aquejado por una tenaz, profunda y extrañamente alegre resaca doy vueltas por la televisión abierta del mediodía del sábado (me gusta escuchar la televisión, sin mirarla, cuando estoy de resaca), cayendo en uno de esos pozos de la programación de fin de semana en los que no hay nada siquiera tolerable. Recalo entonces en un programa que suelo evitar, esa versión uruguaya de Almorzando con Mirta Legrand que es Puglia Invita. Me doy cuenta de que el invitado único de ese día es Fernando Peña, y como Peña suele ser un entrevistado muy divertido dejo la televisión en el 10 sin prestarle demasiada atención. Al rato no puedo sacar mis ojos de la pantalla, convencido de estar viendo algo extraordinario desde todo punto de vista.

A posteriori es inevitable darse cuenta de que era un programa fascinante: una entrevista mano a mano entre dos personajes en cierta forma arquetípicos y opuestos de la homosexualidad culta: por un lado Sergio Puglia, el chef educadísimo, afeminado pero asexuado en su discurso, sereno, superfluo y sibarita, el anfitrión perfecto que combina con cualquier situación social. Por el otro lado Fernando Peña, el transgresor del under, totalmente explícito y exhibicionista con respecto a su sexualidad pero marcadamente masculino a la vez, nihilista, puteador e impresentable. A priori era prepararse para ver a Puglia pasarla muy incómodo y a Peña jugando con dicha incomodidad para llamar la atención de todas las formas posibles, pero fue algo mucho más interesante.

Uno está malacostumbrado a ver conductores obsesionados por el reloj de la entrevista y por hacer sus dos o tres preguntas "candentes" a sus entrevistados, mientras estos aceptan contestar a cambio de poder pasar el chivo de su actividad más reciente, conformando un intercambio comercial envuelto en ostentosas demostraciones de afecto mutuo que festejan el estar en esa maravilla que es la televisión. Ante tanta porquería, uno puede olvidarse el que es en teoría posible el dos personas entablen una auténtica comunicación en el aire, y que esas dos personas se tengan además una simpatía no fingida. Recientemente Diego A. Maradona se perdió una gran oportunidad de establecer uno de esos contactos ante un Mike Tyson brillante y comunicativo al que no supo devolverle ni una pared. Todo lo contrario a lo que se vio en Puglia Invita el sábado pasado; evidentemente dos personas que se llevan realmente bien y se tienen estima mútua, Peña y Puglia mantuvieron una comunicación perfecta a lo largo de la hora y pico de programa, comunicación cuyo mayor mérito correspondió extrañamente a Puglia.

Contrariamente a lo que uno podía imaginarse, un Puglia imperturbable y comodísimo dejó a Peña hablar libremente sin confrontarlo ni exigirlo, apenas orientando y devolviendo dirección a la charla, y transmitiéndole a su entrevistado la misma comodidad que exhibía. Lo cual produjo un efecto notable; Peña, al no estar forzado a hacer de tirabombas, abandonó sus habituales costumbres de loca malediciente y puteando mucho menos que de costumbre se puso a hablar de cosas más íntimas que la mera sexualidad, hablando sobre su familia, su relación con su perra, con el arte y con su corazón. E inesperadamente en ese relajamiento casi doméstico y ante la complacencia de Puglia, consiguió tratar de temas realmente transgresores, no por su forma sino por la descarnada humanidad de su contenido. En un momento me di cuenta de que estaba viendo, en la televisión abierta del mediodía, a dos gays descarados hablando sobre el derecho a morir, sobre la soledad indestructible y sobre el miedo, es decir, sobre cosas prohibidas y excluídas de ese discurso televisivo que es como un sol radiante con la carita de "smile". Cuando Peña comenzó a hacer un tranquilo y razonable elogio de la imaginación y la pasión de Jeffrey Dahmer "el caníbal de Milwaukee", realmente me alegré de haber prendido la tele.

Al fin de la entrevista Peña reconoció explícitamente lo que de cualquier forma había sido evidente en el aire, el total confort y simpatía que se había establecido durante la nota y lo poco habitual que había sido hasta para un animal televisivo como él. Al hacer un brindis de despedida le reclamó a Puglia el que golpeara también el culo de la copa para terminar acotando un "pero como le cuesta dar el culo a este hombre" que les produjo un ataque de risas que terminó colapsando la entrevista, que terminó simplemente con dos tipos llorando literalmente de risa, festejando tal vez el haber logrado hacer de la televisión algo diferente por al menos una hora.





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