sábado, noviembre 19, 2005
Hablemos (un poco) de fobal
El miércoles pasado me levanté a las 7 de la mañana, al igual que algunos cientos de miles de uruguayos, para ver como la selección celeste era incapaz de vencer o empatar a la discretísima selección australiana, quedándose nuevamente fuera de un campeonato mundial. Más que bronca, lo que me produjo el partido fue una gran tristeza al ver al equipo irradiar una notoria impotencia, una imposibilidad de hacer dos pases seguidos hacia adelante y tirar con un cierto peligro. Tal vez lo más triste es que esta selección tan incapaz era la mejor, por lo menos desde un punto de vista defensivo, que se había visto en varios años. Ni siquiera pude alegrarme de la derrota de Jorge Fosatti, DT llorón, chupacirios y bocón, porque su trabajo fue bastante bueno, más allá de este o aquel cambio, y su principal obstáculo fue tener que dirigir la selección de un país en que el deporte, como cualquier otra actividad joven, ha sido desvastado.
Pero bueno, veamos el lado positivo; uno, a pesar de no ser realmente futbolero, se hace mucha mala sangre con el fútbol, y la situación general del fútbol uruguayo es tan abominable que como buen leninista vale la pena pensar que "cuanto peor, mejor". De hecho, las cada vez más virulentas reacciones populares en contra de Tenfield y su monopolio en algún momento van a conseguir debilitar su omnipotencia, o al menos eso es lo que uno quiere creer. Pero ante todo lo que uno quiere es dejarse de joder con ese deporte imbécil y dedicarse a ver otras cosas.
Todo bien, hasta que el sábado a uno se le ocurre ver el super derby español y comprobar que, aún en sus formatos más comerciales y etnocéntricos, sigue siendo un noble deporte. Hacía mucho, mucho tiempo que no veía un partido tan perfecto, simbólico y épico. Empezando por Eto'o, que era la víctima de los odios de la fachísima hinchada del Real Madrid -que festejaba con banderas de águilas el aniversario de la muerte de Franco y que estaba decidida a demostrarle todo el rechazo posible al africanísimo y negrísimo delantero del Barcelona-, pero el negro no se asustó sino que más bien al contrario, después del genial pase de Messi definió de puntín, con una tranquilidad helada, haciendo el primer gol de visitante en pleno Santiago Bernabeu. Ya eso valía el ver el partido. Pero además estaba Ronaldinho.
Hace poco, hablando sobre Maradona, dije que el gaúcho podía aspirar tranquilamente a la corona del Diego puesto que ya tenía galardones similares y todavía le quedaba cuerda para rato. Algún argentino me puteó por la comparación pero las cosas parecen estarme dando la razón. El partido que hizo el sábado pasado fue una de las más asombrosas demostraciones de fútbol total que yo haya visto, no solo en los últimos tiempos sino en toda mi puta vida. Y si a la perfección de su juego se le suma la importancia histórica del partido, un superclásico ganado como visitantes frente al cuadro más caro de todos los tiempos, ya es hora de admitir que se está viviendo en el tiempo de un nuevo monstruo. Cuando terminó el partido, con la hinchada del Real aplaudiendo -y sin ironía ni furia, con simple admiración- el desempeño inhumano del brasileño, yo estaba tan emocionado como al final del partido en el que Uruguay se quedó nuevamente fuera de una copa mundial. Pero en esta ocasión era solamente esa emoción sin fidelidades que surge ante la contemplación de la belleza deportiva pura. De alguna forma quedé realmente agradecido de haber podido disfrutar de algo así.
Está bien, el modesto cuadro uruguayo no tiene -a pesar de tener dos cracks en potencia como Lugano y Forlán- nada que hacer en un campeonato en el que juegan monstruos así. Es otro deporte, otro juego, otra cosa. Me quedé contento, el año que viene va a haber un gran campeonato de fútbol, en realidad entre dos cuadros, uno con Tévez y Messi de delanteros y el otro con Ronaldinho y Robinho en los mismos puestos. Va a ser épico, va a valer la pena y va a ser imposible dedicarse a cosas más importantes.
Pero bueno, veamos el lado positivo; uno, a pesar de no ser realmente futbolero, se hace mucha mala sangre con el fútbol, y la situación general del fútbol uruguayo es tan abominable que como buen leninista vale la pena pensar que "cuanto peor, mejor". De hecho, las cada vez más virulentas reacciones populares en contra de Tenfield y su monopolio en algún momento van a conseguir debilitar su omnipotencia, o al menos eso es lo que uno quiere creer. Pero ante todo lo que uno quiere es dejarse de joder con ese deporte imbécil y dedicarse a ver otras cosas.
Todo bien, hasta que el sábado a uno se le ocurre ver el super derby español y comprobar que, aún en sus formatos más comerciales y etnocéntricos, sigue siendo un noble deporte. Hacía mucho, mucho tiempo que no veía un partido tan perfecto, simbólico y épico. Empezando por Eto'o, que era la víctima de los odios de la fachísima hinchada del Real Madrid -que festejaba con banderas de águilas el aniversario de la muerte de Franco y que estaba decidida a demostrarle todo el rechazo posible al africanísimo y negrísimo delantero del Barcelona-, pero el negro no se asustó sino que más bien al contrario, después del genial pase de Messi definió de puntín, con una tranquilidad helada, haciendo el primer gol de visitante en pleno Santiago Bernabeu. Ya eso valía el ver el partido. Pero además estaba Ronaldinho.
Hace poco, hablando sobre Maradona, dije que el gaúcho podía aspirar tranquilamente a la corona del Diego puesto que ya tenía galardones similares y todavía le quedaba cuerda para rato. Algún argentino me puteó por la comparación pero las cosas parecen estarme dando la razón. El partido que hizo el sábado pasado fue una de las más asombrosas demostraciones de fútbol total que yo haya visto, no solo en los últimos tiempos sino en toda mi puta vida. Y si a la perfección de su juego se le suma la importancia histórica del partido, un superclásico ganado como visitantes frente al cuadro más caro de todos los tiempos, ya es hora de admitir que se está viviendo en el tiempo de un nuevo monstruo. Cuando terminó el partido, con la hinchada del Real aplaudiendo -y sin ironía ni furia, con simple admiración- el desempeño inhumano del brasileño, yo estaba tan emocionado como al final del partido en el que Uruguay se quedó nuevamente fuera de una copa mundial. Pero en esta ocasión era solamente esa emoción sin fidelidades que surge ante la contemplación de la belleza deportiva pura. De alguna forma quedé realmente agradecido de haber podido disfrutar de algo así.
Está bien, el modesto cuadro uruguayo no tiene -a pesar de tener dos cracks en potencia como Lugano y Forlán- nada que hacer en un campeonato en el que juegan monstruos así. Es otro deporte, otro juego, otra cosa. Me quedé contento, el año que viene va a haber un gran campeonato de fútbol, en realidad entre dos cuadros, uno con Tévez y Messi de delanteros y el otro con Ronaldinho y Robinho en los mismos puestos. Va a ser épico, va a valer la pena y va a ser imposible dedicarse a cosas más importantes.
Suscribirse a Entradas [Atom]