jueves, noviembre 10, 2005
That 70's Show (1)
Ya he hablado anteriormente en este blog acerca de mi pasión absoluta por el cine norteamericano de los años setenta, pasión que no tiene que ver con la nostalgia ya que mi temprana edad durante esa década no me permitió vivir el momento de gloria de las películas que hoy en día idolatro.
El otro día capturé en televisión abierta Contacto en Francia (William Friedkin, 1971), viéndola deslumbrado por enésima vez. La parquedad y la falta de moralina en un policial sobre drogas que exhibe esta película sin buenos ni malos, sin estruendos pero con una línea narrativa férrea, que mantiene a la película atadísima sin que jamás se vean las ataduras, es inimaginable hoy en día. Pero eso ya lo sabemos.
Pero en lo que me colgué esta vez -las grandes películas permiten que uno se cuelgue de sus distintas capas en forma infinita- no fue del personaje de Gene Hackman, ni del de Fernando Rey, sino de un enorme personaje, cientos de veces retratado por Hollywood pero que los directores de los setentas sabían como hacer brillar aunque la agarraran sin maquillaje: la ciudad de New York.
No conocí a New York hasta fines de los noventas, cuando había dejado de ser esa urbe peligrosa, creativa y carismática para convertirse en un símbolo turístico del poder estadounidense y su modo de vida, quedaban rastros fascinantes pero ya estaba claro que era otra cosa. Y otra cosa que Hollywood no podía captar: cuando veo películas filmadas en la ciudad en el período en el que yo estuve, de cualquier forma no se ve la ciudad -a pesar de ser películas llenas de exteriores como Contra el enemigo o Tienes un e-mail-, New York no está en ellas, tal vez porque New York ya no está en New York y porque Hollywood está ciega.
En cambio en Contacto en Francia... uno reconoce calles que tal vez no llegó a conocer, cada cara tiene una historia atrás y en cada esquina vive gente. Y no es una cualidad única de Friedkin, también pasa con otras películas neoyorquinas de la época, películas tan disímiles como Mean Streets, Looking for Mr. Goodbar, Manhattan,The Warriors, Saturday Night Fever, Shaft o Taxi Driver. Lo que me deja pensando en que, más allá del talento de aquellos directores, que tal vez en los setentas New York consiguió fundirse con su arquetipo, con la idea legendaria hecha de mugre, belleza y aventura que fuimos construyendo mientras escuchábamos discos de Richard Hell y nunca habíamos escuchado hablar de Giuliani.
El otro día capturé en televisión abierta Contacto en Francia (William Friedkin, 1971), viéndola deslumbrado por enésima vez. La parquedad y la falta de moralina en un policial sobre drogas que exhibe esta película sin buenos ni malos, sin estruendos pero con una línea narrativa férrea, que mantiene a la película atadísima sin que jamás se vean las ataduras, es inimaginable hoy en día. Pero eso ya lo sabemos.
Pero en lo que me colgué esta vez -las grandes películas permiten que uno se cuelgue de sus distintas capas en forma infinita- no fue del personaje de Gene Hackman, ni del de Fernando Rey, sino de un enorme personaje, cientos de veces retratado por Hollywood pero que los directores de los setentas sabían como hacer brillar aunque la agarraran sin maquillaje: la ciudad de New York.
No conocí a New York hasta fines de los noventas, cuando había dejado de ser esa urbe peligrosa, creativa y carismática para convertirse en un símbolo turístico del poder estadounidense y su modo de vida, quedaban rastros fascinantes pero ya estaba claro que era otra cosa. Y otra cosa que Hollywood no podía captar: cuando veo películas filmadas en la ciudad en el período en el que yo estuve, de cualquier forma no se ve la ciudad -a pesar de ser películas llenas de exteriores como Contra el enemigo o Tienes un e-mail-, New York no está en ellas, tal vez porque New York ya no está en New York y porque Hollywood está ciega.
En cambio en Contacto en Francia... uno reconoce calles que tal vez no llegó a conocer, cada cara tiene una historia atrás y en cada esquina vive gente. Y no es una cualidad única de Friedkin, también pasa con otras películas neoyorquinas de la época, películas tan disímiles como Mean Streets, Looking for Mr. Goodbar, Manhattan,The Warriors, Saturday Night Fever, Shaft o Taxi Driver. Lo que me deja pensando en que, más allá del talento de aquellos directores, que tal vez en los setentas New York consiguió fundirse con su arquetipo, con la idea legendaria hecha de mugre, belleza y aventura que fuimos construyendo mientras escuchábamos discos de Richard Hell y nunca habíamos escuchado hablar de Giuliani.
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