sábado, diciembre 03, 2005

Miscélanea benitensis

Leo en Qué Pasa que un par de compañías aéreas de Nueva Zelanda y Australia, países que suelen poner de ejemplo nuestros gobernantes, han prohibido el sentar a menores al lado de hombres mayores que viajen solos. Se trata de una medida para prevenir abusos de lascivia pedófila, violencia y situaciones incómodas. Leo la noticia con el mismo asombro melancólico con el que leí una noticia que me mandó mvc y que consignaba que una pelotuda que se quebró un hueso tratando de colarse por la ventana del baño de un boliche, le había hecho juicio al boliche y se lo había ganado. Otra señal del apocalípsis o por lo menos del fin de la mente humana. Resulta que ahora para estas compañías de palurdos anglosajones sobrevalorados uno es un pederasta hasta que pruebe lo contrario, y cualquier contacto casual de un adulto con un menor está cargado de maldad y lujuria. Es Minority Report a la enésima potencia y la paranoia sexual llevada al rango de ley y derecho, es idiotez desesperante, la sobreprotección de los niños como estado policía. Es una forma muy sucia de ver la vida. Como si todos los hombres tuvieramos la cara de Luis Ventura.

Me quedo pensando en que todos los viajes largos de avión que he hecho los he hecho sólo y siendo un adulto masculino y soltero -según estas compañías un depredador más peligroso que un leproso-, y trato de recordar a quienes tuve de compañeros de asiento. No los recuerdo a todos -recuerdo a una monja polaco-yanqui y a un negro malhumorado, pero a nadie más en particular-, pero me doy cuenta de que nunca me tocó un niño o niña. Lo cual fue una suerte, no porque hubiera sucumbido al impulso irrefrenable de masturbarme sobre sus caras dormidas o cagarlos a trompadas como parecen creer estos idiotas, sino porque los niños, enfrentados a situaciones aburridas como un viaje en avión, suelen comportarse como unas ladillas del infierno. Pero cuando leo esto me ofendo, como hombre adulto solitario y como humano en general, y digo "tengo derecho a la compañia de butaca de un niño, no me importa si vomita todo el tiempo o no para de tararear canciones de Hillary Duff. No tengo por qué permitir que desconocidos me insulten y me traten tácitamente de degenerado. No puede ser que gente con una imaginación tan mugrienta esté regulando nada".

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Coriún Ahanorian publica, en la última Brecha, una columna en la que narra un desinteresado gesto de solidaridad del "Nano" Serrat cuando, en tiempos de la dictadura, entregó la totalidad de las ganancias de un concierto a la guardería de presos políticos del Penal de Libertad, gesto noble y secreto que en su momento no fue publicitado. Años después, ya sin el peso de las botas encima, Ahanorian lo hizo público, lo que está bien porque conviene conocer a los buenos. Pero ahora lo recuerda nuevamente sin que venga a cuento de nada ¿o sí? Aunque la columna no hace la menor mención sí viene a cuenta de algo, y es respecto a la principesca decisión del gobierno de conceder una exoneración de impuestos al próximo recital de Serrat a realizarse en nuestra capital. La lógica de Ahanorian, y suponemos que la del gobierno, es la de que ya que J.M.S. fue monetariamente solidario con nuestro país hace unas décadas, es justo que nuestro país le obsequie la carga impositiva que cobra a todos y cada uno de los espectáculos musicales. Un razonamiento por lo menos cuestionable y que sugiere además la novedosa tésis de que las donaciones materiales hechas de buena fe hay que devolverlas, al menos cuando se trata de un compañero, pero sobre todo cuando se trata de un compañero célebre, extranjero y adinerado. Pero bueno, si sienta un precendente, yo le hago llegar una lista de algunos miles (no muchos, ya que los compatriotas son bastante jodidos) de uruguayos solidarios, sacrificados, desinteresados, que tienen menos dinero que Serrat y más necesidades económicas y a los cuales no se le exonera un puto peso de nada. Y espero que sean tratados de la misma forma.

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Hace algunos días que escucho, de vez en cuando y en dósis no exageradas, el One Way Ticket to Hell and Back, el nuevo disco de The Darkness, que me parece lo basante musical como para tomárselo en serio, o por lo menos para tomárselo más en serio que Miranda! o Radiohead. Pero me llama la atención que mientras todo el mundo habla de lo influenciados que están por Queen o Def Leppard, se pasan por arriba una influencia clara y explícita desde el nombre. Quiero decir, si ignoran los excesos de falsete del cantante (que no son tampoco una característica del todo propia de Queen o Def Leppard, siendo sí más propia de Iron Maiden o Deep Purple), la música es un rock neo-glam con muchos puntos en común con Turbonegro. Y de hecho la banda se llama igual que uno de los conceptos esenciales de la banda noruega, el de "darkness" como metáfora difusa que puede significar tanto una predilección por lo luciferino como una referencia velada a la homosexualidad. Pero que a su vez tampoco es una metáfora creada por Hank & cía, sino que se la tomaron prestada (junto con el riff de I Got Erection, robado nota por nota de un tema de los gordos de Portland) a sus ídolos de la archinihilista banda punk Poison Idea y a su mejor disco, el Feel the Darkness. Que posiblemente a su vez haya estado inspirado en el oscuro clásico proto-punk de Pere Ubu, Heart of Darkness, que a su vez es un homenaje a la famosa nouvelle de Joseph Conrad y... bueno, en alguna parte se me cayó Freddy Mercury, pero en el disco no lo escucho. A veces se tiene las influencias que se puede, no las que se quiere.

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Vi en televisión un resumen del show que festejó los 10 años de La Vela Puerca. Consideraciones artísticas aparte, por lo que vi el show entronizó definitivamente una tendencia en ascenso en los últimos tiempos en el rock nacional y que es la de debe haber una relación proporcional entre la magnitud de un show y la cantidad de invitados presentes. Desde el Cuarteto Zitarrosa hasta el violero de Once Tiros, el recital metió prácticamente un invitado por tema, no tanto por una intención artística sino más bien para generar eso tan importante para La Vela Puerca que es la generación de un ambiente colectivo de buena onda y colectividad regida con mano generosa y paternalista por la misma banda. Buena onda que también conforma un canon bastante representativo y variado (al fin y al cabo hubo desde un gaitero hasta una murga encima del escenario) de lo que La Vela Puerca -y su cultura- consideran que es, y debe ser, la música uruguaya. Todo bajo la mirada paternalista y bonachona de quién está legitimado por el éxito. A mí, la verdad, me hizo recordar un poco en espíritu y gusto, a La noche del Diez, pero tal vez haya sido la similitud de sensaciones gástricas. Eso sí: si se va a consagrar una trayectoria y un canon artístico uruguayos hay que avisarle al enano que canta que no está bueno arrancar el show refiriéndose al público con un españolísimo y mal sonante "colegas".

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En la Rambla Sur, antes de llegar a la embajada de EE.UU. y frente a esa plazuela misteriosa que homenajea a la colcetividad galaica hay un enorme ejemplar de Agave Americana, o Century Plant -como le dicen los yanquis- o Pita -como le decimos nosotros-, una de las más robustas y carismáticas plantas suculentas originarias de América Latina, de México para ser exacto. Estos ágaves, de los que se extraen desde el hilo sisal hasa algunas clases de mescal, son resistentes, espinosos y porfiados y demoran entre 10 y 25 años en florecer. El agave al que refiero está -justamente- floreciendo, con una flor tan espectacular como suelen ser las flores de las plantas suculentas. A simple vista parece un árbol que estuviera creciendo en medio de la planta, de aspecto algo fálico y empezando a ramificarse en su punta con lo que será su floración completa. Es una visión poco frecuente, no sólo por la elevada edad que debe llegar la planta para florecer sino porque esta floración es la única: al terminar el verano la planta morirá en forma inexorable. Demoró unos veinte años en llegar a este momento y luego caera hacia un costado y empezará a pudrirse hasta que algún municipal arranque lo que quede y lo tire a algún basurero. No es una mala forma de terminar, si pasan por esa rambla dedíquenle una mirada a la apoteósis de esa planta fuerte y en otros tiempos venerada. Y guarden la metáfora que obsequia para tiempos de tristeza esperanzada.

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Leo esta noticia en Clarín, que sostiene que la más íntima de las características humanas, la soledad, podría ser también un mero defecto genético. Ni siquiera el deseo de estar solo, el menos natural de los deseos, sería nuestro e independiente sino que, según estos señores, sería otra de esas taras genéticas que nos impiden abrazar al mundo tal cual es. Me asombra como la ciencia cada vez se aproxima más al calvinismo y la teoría de la gracia necesaria, la teoría de la predestinación absoluta y la nula auto-determinación. Me pregunto para qué y para quién trabaja esta ciencia tan obstinada en liberarnos de toda responsabilidad y simultáneamente de toda autonomía. Parece que Dios y el Diablo tienen los mismos publicistas.





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