jueves, diciembre 01, 2005

Un montón de huesos

No hay nadie que crea más en la importancia de los gestos políticos simbólicos que yo. Cada vez que algún pragmático interesado salta a decir "ah, pero eso ¿en qué le sirve a la economía del país?" (o la excusa material que se necesite), me siento tentado -y a veces caigo en la tentación- de responder: "sirve como ejemplo, como información y como cemento moral, ahora, chupame la pija". Pero este reconocimiento de dicha importancia no impide, más bien me sensibiliza, ante la utilización interesada de dicho capital simbólico. Tal vez una de las virtudes de los hechos poderosamente simbólicos sea la de, justamente, revelar el carácter íntimo y político (en el peor de los usos de la palabra) de su entorno. Como si uno sacara una ristra de ajos en una convención de vampiros.

Muchos vampiros hubo y hay alrededor de la tumba descubierta en la chacra de Pando. De hecho los huesos emergen envueltos en la palabra "respeto", la más repetida en las últimas 48 horas, pero sin que dichos huesos sean en verdad respetados. En el imaginario popular, la aparición de una osamenta suele asociarse, simbólicamente, con la resolución de un misterio, el surgimiento de una pregunta y un reclamo de verdad y justicia. Hasta el hecho simple de ser "desenterrado" alimenta todas estas actitudes. Pero en este caso no hay resolución de misterios ni preguntas; se sabe de quién se trata -sólo habrá que esperar los análisis para saber si se trata de José Arpino Vega o de Ubagesner Cávez Sosa-, en qué circunstancias murió, quién lo mató y por qué. Y la principal consecuencia de su aparición ha sido el armado instantáneo del aparato que re-afirme y asegure lo que también se sabe: que ese muerto no va a tener justicia. Algo que repiten y repiten cada uno de los implicados, entre suspiro forzado y suspiro forzado de dolor. Dan ganas de decirles: "no hagan tanta fuerza muchachos, eso, como restos humanos, solo guarda valor simbólico emotivo para sus familiares y allegados íntimos. Para los demás son, si no hay justicia que los convierta en otra cosa, un montón de huesos".

Escuché la frase "dar vuelta la página" decenas de veces en la televisión de las últimas 48 horas. Habría que ser sincero y decir que esa página hay que darla vuelta encima de estos cadáveres, sustituyendo la cal y la tierra por el olvido y la satisfacción simbólica. Los medios, amontonados junto a la fosa, hacen esfuerzos desesperados por aparecer emocionados y sentirse parte de la Historia. Es justo que se sientan así: al fin y al cabo todo esto se está haciendo en su honor; pocas veces vi algo más patético e injustificable que las excusas de Tabaré Vázquez para explicar el por qué se le había comunicado el descubrimiento del cuerpo antes a la prensa que a los deudos de las víctimas. El orden de prioridades es evidente.

Y en el barro emergen excusas, discusiones y unas ganas bárbaras de decir "tarea cumplida". Tarea cumplida, antropólogos, periodistas, políticos de izquierda, políticos de derecha, militares colaboradores, militares porfiados, leguleyos, voceros, opinólogos y columnistas. Todo el mundo quiere ver saliendo de la tierra un sello, un candado que permita clausurar para siempre lo que debía haber sido justicia y ahora es sólo una discusión. Yo, y espero no estar solo, no veo ni sellos, ni mojones, ni mármol; veo huesos humanos, huesos de sindicalistas torturados hasta morir, huesos de civiles, huesos de comunistas. Yo que sé, yo me entiendo.





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