jueves, diciembre 01, 2005

Un socialista

Hoy renunció Guillermo Chifflet, representante del Partido Socialista, al senado de la República. Es raro ver a un anciano llorar por algo que no sea senilidad, llorar de bronca. Es algo muy violento de ver.

El motivo lógico fue la orden de votar en bloque la autorización del envío de fuerzas militares a las operaciones de UNITAS, motivo que ya había hecho a Chifflet votar por separado anteriormente. Ese es el pecado absoluto: la fidelidad a la palabra dada y la independencia de pensamiento en un gobierno al que lo único que le importa es la construcción de poder. La construcción de poder a futuro y perpetuidad, porque al parecer al FA de Vázquez no le alcanza con el poder popular inmediato, con la mayoría absoluta que tiene gracias al voto del 51% de los uruguayos pero que podría cambiar de opinión. No, hay que conseguir más poder, a cara de perro y siendo lo más pragmáticos que se puede ser. Siendo lo que el poder anterior quiere que sea el poder, meet the new boss... same as the old boss...

Hay cosas que no deberian sorprender a nadie: cualquiera que haya votado al FA con Danilo Astori como ministro de economía y que se esperara algo distinto a un continuismo en la política económica general, tiene que cambiar de drogas ya. Lo mismo que cualquiera que crea que el gobierno de un país pequeño como Uruguay tiene capacidad de autonomía económica. Pero bueno, eso es algo que podía esperarse y que en cierta forma podía llegar a tener un lado aceptable (no necesariamente bueno) en cuanto a la posibilidad de realizar algunas modernizaciones en áreas excesivamente rígidas del Estado. Y se podía pedir una política sindical decente -tal vez el área más exitosa del nuevo gobierno- y esperar tiempos mejores.

Lo que era evidente era que se iban a tragar muchos sapos en este plano, pero aún el más marxista de los materialistas podía consolarse conque en los demás planos sociales se optara por una política de izquierda que compensara décadas de injusticia , ignorancia y miedo. Es lo mínimo que cabía esperar, para eso se votó, se luchó y se utilizó tanta energía emocional y física durante los últimos veinte años.

Pero los sapos se empezaron a volver escuerzos bastante difíciles de tragar, y de pronto los escuerzos resultaron estar atados en la punta de una enorme verga. Y en algún momento alguno se tenía que preguntar cuántos sapos hay que tragarse antes de volverse un sapo, antes de dejar de ser un socialista. Puede ser el sapo de los chupacirios encaramados al poder y a los espacios públicos llenos de monumentos a la ultra-derecha religiosa, puede ser el sapo del manoseo de los derechos humanos para ganar ascendencia entre las fuerzas armadas sin jamás mencionar el concepto de justicia, o el sapo de los tratados imperiales de espaldas a la construcción latinoamericana con la que se llenaron la boca durante generaciones, o el sapo de la opresión individual en nombre de la salud, o el de la infiltración con intereses personales en la propia salud pública, o el de cagarse en la salud pública cuando hay intereses industriales de por medio, o el de la mano dura hacia los ambientalistas y los pueblos acostumbrados a la naturaleza sin emporcar y la mano blanda, masturbando fervorósamente, a cualquiera que traiga una valija de dólares, o el de los amigos y los compromisos necesarios. O el sapo de las excusas inverosímiles para los favores a Buquebus, o el de la represión indiscriminada a unos pobres pelotudos que ven demasiada televisión, o el del elogio permanente a un ejército que sigue igual de hijo de puta, o el de repetir una y otra vez la frase "ah, pero antes también se hizo" para justificar cualquier abuso y nepotismo, o el de los poderes invisibles y las contradicciones de intereses fragrantes, o el de el ojo tuerto para ver a los manejos pinguinescos de los medios amigos, o el de no poder siquiera debatir temas esenciales para muchos de su votantes como el derecho al aborto o a fumarse lo que uno quiera, o el significativo sapo de UNITAS y la claudicación a la concepción imperial del mundo por unos pesos... Hay una colonia de sapos, escuerzos, ranas, axolotes y pijas, uno tiene todo un muestrario para elegir cual es el que no se va a tragar. No al precio mediano de la necesidad ni al auténticamente miserable precio del poder.

Chifflet, un viejo luchador de las causas sociales que se merece ese calificativo, se encontró con el sapo que no se iba a tragar si quería seguir siendo un luchador. Su discurso de renuncia tal vez no sea retóricamente memorable (me gustaría saber quién era el imbécil que insistía en interrumpirlo sin darse cuenta de que era el último discurso de Chifflet en el senado) pero a pesar de lo emotivo que le significaba era asombrosamente lógico. En una sola frase rebatió el fantasma del divisionismo paralizante, diciendo algo tan simple como que no se podía apelar a la disciplina partidaria, al mandato imperativo (que en este caso connota en forma muy jodida), en TODOS los temas, menos cuando eran totalmente plausibles de tener distintas opiniones, y que de eso se trata la democracia con representación parlamentaria, de las diferencias de opiniones más allá de la presencia nefasta de cierto mascarón de proa obsesionado por la edificación de su autoridad.

Los deja en orsai con su renuncia, porque nadie puede acusar a Chifflet de ser un izquierdista "infantil" o de estar intentando crear un espacio de poder a la izquierda de la izquierda. Todos saben que Chifflet se va para su casa, a morirse en la suya, símbolo de un principismo al que todo el mundo va a tratar como un capricho senil cuando en verdad es un elemental deseo de identidad. Porque en una mala época para los gatos tal vez no convenga andar maullando y saltando de techo en techo, pero tampoco se puede empezar a ladrar. Chifflet no sólo tiene principios, también tiene razón y eso es lo importante.

Y yo a veces tengo razón y a veces no, pero lo que no tengo ahora es paciencia. No tengo ningún cargo ni militancia, más que un apoyo sincero y testarudo a lo largo de los años, de la que renunciar con una frase que suene a cachetada. Pero hasta acá llego, hasta el borde de las tumbas abiertas en Pando y regadas con lágrimas de cocodrilo, de un cocodrilo feliz por no tener que enfrentarse a ningún cazador ni convertirse en cartera. Hasta el intercambio de elogios a la decencia de un torturador que en el año 2005 sostiene que "algo habrán hecho", hasta ahí llego. Desde ahora, como decía una colega, cuéntenme afuera.





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