lunes, enero 23, 2006

El enemigo (en el espejo)

Hace muchos años, a mediados de los ochentas, un periodista de la Revista Humor (tal vez fuera Aquiles Fabregat pero tal vez no fuera el uruguayo) recogía en una nota una frase del cantautor oriental Daniel Viglietti. Al parecer Viglietti estaba leyendo en un diario argentino los puteríos clásicos del peronismo (o le estaban contando algo sobre la tradicional inconsecuencia del mayoritario Partido Justicialista, la verdad no recuerdo) y sorprendidos exclamó "¡Qué difícil es ser argentino!". En aquel entonces la frase era de lo más comprensible en labios de un uruguayo politizado como Viglietti: la política argentina con sus idas y venidas, con el indefiniblemente pragmático (por usar un término suave) peronismo marcando la cancha, con sus milicos genocidas, su oligarquía criminal, sus sindicatos corruptos y su democracia anémica, era ciertamente un cuadro desesperanzador para quién cantaba al hombre nuevo, ese hombre nuevo que parecía tener a Argentina como último lugar al que podía llegar. Re-examinando esa frase años después, se vuelve mucho más incómoda; ¿por qué un uruguayo dice algo así en primera persona, sin usar ningún condicional como "debe ser"? ¿se sentía Viglietti argentino? ¿era una observación aplicable en realidad a la condición de ser parte de cualquier nacionalidad, es decir, de cualquier convención política que delimite geográficamente a un conjunto de humanos con supuestas identidades culturales y sociales? ¿podía ser sustituída por un "¡qué difícil es ser parte de la Unión Soviética!" o "¡qué difícil es ser yugoeslavo!", frases que en los ochentas todavía tenía sentido y podía ser premonitoria? Lo que quiero decir es, ¿qué llevaba a Viglietti a pensar que podía afirmar eso (y a su interlocutor a considerarlo válido) cuando en realidad sólo había una nacionalidad de la cual Viglietti estaba realmente autorizado a afirmar su dificultad existencial? Sí, me refiero a la frase que me ronda la cabeza estos últimos días: Qué difícil es ser uruguayo. Y qué difícil es saber qué mierda quiere decir esa frase.

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Unos años antes yo era uno de los cientos de miles de niños uruguayos emocionados por el Mundialito, invento de la dictadura militar uruguaya hecho con la intención de imitar el suceso que le había significado a la dictadura militar argentina el Mundial '78. Uruguay ganó ese breve campeonato y fui a festejar a 18 de julio. Cuando la muchedumbre pasaba frente al Hotel Presidente, el mismo en el que 25 años después el Frente Amplio utilizó como cuartel estratégico (y cómo cábala) donde planear su triunfo electoral, alguien desplegó una bandera argentina en uno de los balcones. Por motivos de fixture Argentina no se había cruzado con Uruguay en ese torneo, había sido eliminada invicta por diferencia de goles y no había existido un mayor motivo de rivalidades. Sin embargo la manifestación festejante se detuvo y empezó a putear en coro a los dueños de las banderas, creo que escuché por primera vez muchas palabras en ese lugar. Como los adultos y los uruguayos tienen siempre la razón supongo que también coreé varios cánticos insultantes. Pero los muy guachos estaban muy arriba, muy lejos inclusive para apedrearlos, así que los hinchas patriotas empezaron a lanzar cañitas voladoras que explotaban contra las ventanas del hotel, lo que hizo que los dueños de la bandera la retiraran y cerraran las persianas. Evientemente para ellos, en ese momento, ser argentino era muy difícil.

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Antonio Tarragó Ros
compuso un más bien poco atractivo chamamé como protesta por la instalación de las fábricas de celulosa, en el mismo recurre a las inevitables imagenes naturistas y a un tono de súplica para que Tabaré no mancille ese Edén. Uruguay al parecer se ofende por el canto del compositor y las radios arden de llamadas criticando las rimas y la ignorancia (¡cómo va a hablar sobre Uruguay!) del argentino. Orlando Pettinati lo entrevista y le pregunta si no tiene miedo de que aquí quemen sus discos, y lo dice en serio. Una semana después dos compositores uruguayos cuyo nombre se me escapa sin demasiada pena envían a la radio una canción compuesta por ellos en la que le responden a Tarragó Ros. El tema, una composición folklórica más bien melosa, usa el mismo tipo de imágenes cursis y evocadoras del río, pero repite algo que debe quedar bien claro, que "acá no es igual". La gente desborda los teléfonos de la radio para felicitar a los compositores y preguntar donde pueden conseguir el tema.

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En el kiosko me quedo estupefacto ante la portada de la satinada revista Caras & Caretas, publicación supuestamente progresista del ex acólito de Federico Fasano, Alberto Grille. Hace algunas semanas fui víctima de una clara estafa al comprar un número de esta revista al confiar en la tapa que prometía una nota central sobre el conflicto que Fasano y el diario La República mantenían con la mafia de la distribución de diarios. Parecía atractivo porque al fin y al cabo Grille podía manejar material de primera mano sobre el diferendo y, como actualmente está distanciado de su antiguo amo, señor y mentor, se podía esperar hasta algún atisbo de ecuanímidad y crítica. Al leer la revista no me encontré con ninguna nota de verdad sobre el tema sino con un editorial impresionista de Grille que concluía -no es joda, aunque parezca- proponiendo como solución al conflicto un arreglo que aumentaba el porcentaje a los distribuidores. Hay que decir que el asombro por leer un editorial que va, por motivos que Grille sabrá, claramente en contra de los intereses de todos los periodistas -posiblemente el gremio que perdió más puestos de trabajo en los últimos diez años y muchos de ellos por culpa de los precios extorsivos de la distribución- fue tan grande que hasta aplacó un poco la ira que me produjo el que me hubieran robado descaradamente el precio de la revista prometiendo una nota inexistente.
Pero el viernes Grille se superó a sí mismo y hasta diría que superó a la escuela Fasano con el siguiente titular, impreso en letras amarillas sobre una imagen en la que el intendente de Río Negro pesca una sirena con el torso de Natalia Oreiro: "Uruguay atacado por el extremismo ambientalista". La mierda... Debajo del titular una serie de colgados destacaban los items (que supongo) presentes en la nota. Uno de ellos preguntaba, y tal vez respondía en su interior -no lo sé porque no me van a afanar dos veces- por qué los "eco-terroristas" no protestaban por las industrias contaminantes de Argentina. Otro especulaba sobre quién estaba detrás de estos activistas. El punto final sugería, una vez más, a los ambientalistas ir a los cantegriles y los asentamientos a ver "el daño ecológico de la pobreza", interrogándose sobre los motivos por los cuales Greenpeace no lo hace. Y hablando de los niños y la malnutrición, claro. Por último, en la esquina izquierda otra nota alerta sobre un supuesto plan de los camioneros uruguayos para arruinar el carnaval de Gualeguaychú en represalia por los cortes de ruta, preguntándese jocosamente el "cómo van a sambar". Bueno, hay que reconocerle dos cosas a Grille, con una sola tapa consiguió superar en repugnancia el estilo de su antiguo ídolo pingüinesco. Y al mismo tiempo hizo la mejor imitación del estilo de Joseph Goebbels que yo recuerde.

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De noche aparece un spot en televisión en el que una serie de uruguayos con cara de uruguayos se declaran totalmente partidarios de la instalación de las plantas de celulosa, argumentando que van a dar trabajo y que Uruguay ya hizo los controles necesarios. Termina con una placa que se declara en contra de la prepotencia y anunciando quién financia dicho spot, el ICI (Instituto de Ciencias de la Investigación), lo cual es ideal: una fundación no gubernamental y además científica. A la mañana es entrevistado en la radio el director del ICI, con voz entrecortada por la emoción el hombre habla pestes de Busti, de Kirchner, de Greenpeace y del engaño que proponen. Le preguntan quién financia la campaña publicitaria y dice "miles y miles de personas". Ataca a Greenpeace pero aclara que estos ataques son de "Greenpeace ARGENTINA". Finalmente dice que él conoció a Greenpeace hace mucho, cuando era dirigida por ese hombre de ciencias que era Patrick Moore. Está bien, posiblemente también extrañe a la guerrilla urbana uruguaya cuando era dirigida por aquel gran hombre que era Amodio Pérez.

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Las impactantes revelaciones de Página 12 sobre el informe sobre las papeleras del Banco Mundial (¿quién habrá sido la lumbrera argentina que decidió pedir el informe ambiental de un organismo cuyo cometido es defender los intereses de los grandes capitales? ¿por qué no pedir asesoría en derechos humanos a la CIA?), informe que sostiene entre otras cosas que en el Río Uruguay hay sardinas y que el viento sopla de Argentina hacia Uruguay, es totalmente ignorado por los medios uruguayos. En su lugar prefieren difundir un editorial de James Neilson en el que defiende los intereses de las empresas y del comercio. De hecho, Jaime Clara comenta en Radio Sarandí que es asombroso como la prensa argentina está unánimemente del lado de los uruguayos. Luego menciona algunos nombres de esa unanimidad: el diario La Nación, Radio 10, Clarín (una mención extraña porque la única columna de opinión sobre el tema de esta semana es muy contraria a la historia que se hace desde este lado), James Neilson... todos los buenos muchachos. Qué cosa con los medios de derecha argentinos, siempre termina tirando más la obediencia al capital que el nacionalismo grasa que uno esperaría de esa gente...

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Cuando voy a almorzar a la casa de mi madre ato al perro en el amplio jardín del fondo, generalmente le sirvo un plato de arroz de medio grano que el bicho se come con entusiasmo. El asunto es que muchos granos de arroz se le caen de la boca y quedan tirados alrededor de su plato, algo que los numerosos pájaros que habitan o merodean el jardín ya se dieron cuenta, por lo que se alborotan y acercan apenas aparece el perro. De hecho es sorprendente a veces ver como, antes de que le sirva su plato ya tiene -al alcance de la correa del can- una semi-círculo de pájaros esperando a su alrededor. Generalmente hay gorriones, chingolos, tordos y una belicosa paloma torcaza. De vez en cuando aparece algún hornero y un enorme benteveo. Cuando el perro termina de comer se queda mirando asombrado como los pájaros terminan con las sobras en unos minutos, ahorrándome el trabajo de tener que barrer y cerrando un círculo perfecto que siempre me fascina con su repetido espectáculo.

El Qué pasa publicó una declaración del parlamentario del MPP Gamou en la que orgullosamente sostiene que todos los cholulos (los ambientalistas) a los que se preocupan tanto por los pajaritos y su canto deberían escuchar el ruido que hace el hambre en la panza de los niños. Me gustaría hablarle al diputado Gamou acerca de lo necesarios que son los pájaros, no sólo para los ornitólogos y la gente al pedo sino también para esos mismos niños. Me gustaría decirle que un niño que no conozca a los pájaros es como un niño mutilado, lisiado en sus posibilidades de conocimiento de belleza y equilibrio, incapaz de desarrollar la fantasía del vuelo sin tecnología. No, miento como un chancho, en realidad no me gustaría decirle nada de eso a Gamou; me gustaría decirle que es un cipayo ignorante, un idiota terminal, un esbirro del mal y que se vaya a la concha de su madre, imbécil de mierda...

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Leo en el último número de La Mano una nota del defenestrado (pero en vías de recuperación) periodista montevideano Gustavo Escanlar. La nota se llama "Montevideo Bizarro" y recoge el relato sobre varios de los personajes sobre que Escanlar retrató en Zona Urbana (el tatuador de la pija tatuada, el pai travesti, alguna puta), rodeándolos de la habitual prédica anti-uruguayista del periodista y sosteniendo que esos ejemplos son en realidad el otro Uruguay, el Uruguay alternativo que los argentinos desconocen, embobados por el cuento del uruguayito amable, culto y humilde. Y yo disiento, no en el que el uruguayo humilde y razonable sea un mito -la construcción unilateral de un complejo contaminador en un río compartido es una prueba irrefutable de esto-, sino en que la única alternativa sean un montón de lumpen marginales, idénticos a los que se pueden encontrar en cualquier favela, villa o cantegril del mundo y que no son más que el lado oscuro del país de las postales. Yo creo que hay otro Uruguay, empequeñecido por la emigración que se llevó a muchos de sus mejores ejemplos; otro Uruguay autocrítico, conciente de su ignorancia y degradación nacional, y que muere con los ojos abiertos mientras ve a su alrededor a sus compatriotas convertirse en bestias que asierran partes de monumentos históricos de bronce para comprar pasta base. Mi punto de vista no es único con respecto a los hechos recientes, inclusive gente mucho menos sensible a lo ecológico que yo se asombran del impresentable manejo del gobierno, la casi unanimidad de la prensa en su distorsión de verdades que rompen los ojos y los oídos sordos que hacen a las advertencias que vienen de todas partes del mundo. Ese otro Uruguay es dónde yo vivo y me gusta vivir, pero se está volviendo un lugar existencial difícil, al menos cuando uno mira alrededor y ve la felicidad con que los supuestos compatriotas se convierten en rinocerontes.





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