jueves, febrero 02, 2006
That's the story of my life
Sigo tentado a volver al tema papeleras, sobre todo después de leer a Gerardo Bleier marcar un nuevo mojón en la persistencia de su amor por las jerarquías y los poderes de turno -recordemos que el hombre es uno de los nombres y ejemplos de figura cultural que maneja el gobierno- y ensayar una genuflexión retórica que curiosamente termina siendo difícil de entender (¿elite? ¿porteños? ¿de qué está hablando, además de que el gobierno es lindo y que quiere que se sepa (que se sepa que él lo dice en publico)?
Pero no, me resisto por un rato y voy a un tema un poquito menos irritante: anoche ví Walk the Line, la película sobre Johnny Cash y June Carter (me niego a reproducir el penoso título en castellano que le pusieron). No voy a hacer la crítica de la misma, pongo acá el link de lo que ese trotsko fascinante de David Walsh escribió en la WSWS y digo que coincido de punta a punta. Pero quiero extenderme en algo que Walsh menciona y que me molesta terriblemente: entendemos que una persona entera es algo complejo de retratar en dos horas pero ¿por qué Hollywood piensa que lo más significativo y lo que mejor resume una vida es su derrumbe tóxico (reducido por supuesto exclusivamente a la ingesta de drogas, como si las personas no hicieran absolutamente nada más en los períodos en los que se están drogando)? ¿Se explica un Johnny Cash por su lejana relación con su padre y por su adicción a las anfetaminas? ¿los miles de adictos al speed que se llevan mal con el viejo son capaces de agarrar una guitarra y componer 'Folson Prision Blues'?
Pero es el mismo esquema que usaron para Ray y que en algunos aspectos no es malo: en lugar de contar toda la vida del artista, se elige los momentos cruciales, los momentos de trascendencia. Que siempre coinciden con su redención de un demonio que siempre termina siendo el de las drogas. No voy a hacer uno de mis discursos pro-aventuras-químicas en este lugar sino solamente destacar lo reduccionista del planteo, y lo mentiroso en algunos casos como el de Cash, al que la película deja totalmente clean y recuperado cuando su relación con las drogas tuvo muchas idas y venidas. Al parecer y a pesar de los lujos de producción e interpretación, el público yanqui (o lo que Hollywood cree que es el público yanqui) no puede entender ni apreciar el retrato de un artista que no cumpla con la montaña rusa vital a la que los han acostumbrado programas biográficos de cable como E-True Hollywood Story o Behind the Music, es decir: ascenso a la fama-caída (y casi destrucción)-redención espiritual, artística y económica. Lo cual reproduce el mito judeo-cristiano del hijo pródigo tan apreciado por la cultura norteamericana; el hijo querido que descarrila y se pierde en el lado oscuro del mundo para volver, nacido por segunda vez y purgado en forma definitiva, al camino correcto. Como se trata de un milagro de Dios no hay vuelta atrás (¡no van a pensar que Dios anda haciendo experimentos de acierto y error!) y todas las estadísticas de reincidencias y recaídas son explicables con el que en realidad nunca estuvieron curados-abstemios y nunca volvieron al buen camino. Y cuando termina realmente mal, como podría ser el caso de Gram Parsons -de quién también se anuncia bioepic, siempre puede funcionar como relato de advertencia.
Pero eso sigue sin explicarme por qué me gusta más la versión de 'One' de Cash que la de U2, ni por qué la creo más si en realidad no fue él quién la escribió. Ni tampoco me dice nada sobre el hombre que, tras haber hecho declaraciones violentas y vengativas tras el atentado a las torres gemelas, se aseguró de que su hija Rosanne explicitara en sus conciertos (Cash ya no tocaba en vivo) el rechazo de su padre hacia la invasión a Irak. Esa explicación religioso-mecanicista en realidad no se asoma siquiera al misterio, es sólo una causa-efecto del beso del diablo, es decir de las drogas.
Print the legend! diría el ciudadano Kane; no estoy particularmente en contra de eso, lo que me jode es que siempre sea la misma leyenda. La leyenda que repiten ciegamente los jóvenes cuáqueros que se van a pecar a la gran ciudad durante un año para luego volver a su pueblo y morir el resto de su vida considerándose salvados y extrañando ese único año vital. La que hace que toda la fucking película sobre Cash apunte al momento en que la encantadora Reese Whiterspoon, en su rol de June Carter, le dice emocionada a un Cash todavía con síntomas de abstinencia que "esta es tu segunda oportunidad". La misma que llevó a un imbécil ex alcohólico y ex cocainómano a ser elegido dos veces como presidente de la hiperpotencia y su capacidad de apocalípsis.
Por suerte todavía está Ozzy Osbourne para recordarnos lo patético, falso e impresentable que puede ser uno de estos supuestos redimidos. A ver... un dealer ahí...
Pero no, me resisto por un rato y voy a un tema un poquito menos irritante: anoche ví Walk the Line, la película sobre Johnny Cash y June Carter (me niego a reproducir el penoso título en castellano que le pusieron). No voy a hacer la crítica de la misma, pongo acá el link de lo que ese trotsko fascinante de David Walsh escribió en la WSWS y digo que coincido de punta a punta. Pero quiero extenderme en algo que Walsh menciona y que me molesta terriblemente: entendemos que una persona entera es algo complejo de retratar en dos horas pero ¿por qué Hollywood piensa que lo más significativo y lo que mejor resume una vida es su derrumbe tóxico (reducido por supuesto exclusivamente a la ingesta de drogas, como si las personas no hicieran absolutamente nada más en los períodos en los que se están drogando)? ¿Se explica un Johnny Cash por su lejana relación con su padre y por su adicción a las anfetaminas? ¿los miles de adictos al speed que se llevan mal con el viejo son capaces de agarrar una guitarra y componer 'Folson Prision Blues'?
Pero es el mismo esquema que usaron para Ray y que en algunos aspectos no es malo: en lugar de contar toda la vida del artista, se elige los momentos cruciales, los momentos de trascendencia. Que siempre coinciden con su redención de un demonio que siempre termina siendo el de las drogas. No voy a hacer uno de mis discursos pro-aventuras-químicas en este lugar sino solamente destacar lo reduccionista del planteo, y lo mentiroso en algunos casos como el de Cash, al que la película deja totalmente clean y recuperado cuando su relación con las drogas tuvo muchas idas y venidas. Al parecer y a pesar de los lujos de producción e interpretación, el público yanqui (o lo que Hollywood cree que es el público yanqui) no puede entender ni apreciar el retrato de un artista que no cumpla con la montaña rusa vital a la que los han acostumbrado programas biográficos de cable como E-True Hollywood Story o Behind the Music, es decir: ascenso a la fama-caída (y casi destrucción)-redención espiritual, artística y económica. Lo cual reproduce el mito judeo-cristiano del hijo pródigo tan apreciado por la cultura norteamericana; el hijo querido que descarrila y se pierde en el lado oscuro del mundo para volver, nacido por segunda vez y purgado en forma definitiva, al camino correcto. Como se trata de un milagro de Dios no hay vuelta atrás (¡no van a pensar que Dios anda haciendo experimentos de acierto y error!) y todas las estadísticas de reincidencias y recaídas son explicables con el que en realidad nunca estuvieron curados-abstemios y nunca volvieron al buen camino. Y cuando termina realmente mal, como podría ser el caso de Gram Parsons -de quién también se anuncia bioepic, siempre puede funcionar como relato de advertencia.
Pero eso sigue sin explicarme por qué me gusta más la versión de 'One' de Cash que la de U2, ni por qué la creo más si en realidad no fue él quién la escribió. Ni tampoco me dice nada sobre el hombre que, tras haber hecho declaraciones violentas y vengativas tras el atentado a las torres gemelas, se aseguró de que su hija Rosanne explicitara en sus conciertos (Cash ya no tocaba en vivo) el rechazo de su padre hacia la invasión a Irak. Esa explicación religioso-mecanicista en realidad no se asoma siquiera al misterio, es sólo una causa-efecto del beso del diablo, es decir de las drogas.
Print the legend! diría el ciudadano Kane; no estoy particularmente en contra de eso, lo que me jode es que siempre sea la misma leyenda. La leyenda que repiten ciegamente los jóvenes cuáqueros que se van a pecar a la gran ciudad durante un año para luego volver a su pueblo y morir el resto de su vida considerándose salvados y extrañando ese único año vital. La que hace que toda la fucking película sobre Cash apunte al momento en que la encantadora Reese Whiterspoon, en su rol de June Carter, le dice emocionada a un Cash todavía con síntomas de abstinencia que "esta es tu segunda oportunidad". La misma que llevó a un imbécil ex alcohólico y ex cocainómano a ser elegido dos veces como presidente de la hiperpotencia y su capacidad de apocalípsis.
Por suerte todavía está Ozzy Osbourne para recordarnos lo patético, falso e impresentable que puede ser uno de estos supuestos redimidos. A ver... un dealer ahí...
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