martes, marzo 28, 2006

Ley y ejemplo (parte uno y dos)

El arrogante y más bien antipático Esteban Silva acaba de ser condenado a 9 meses de prisión, en suspenso, por ahora. La terrible falta que tal vez deba pagar con casi un año de su vida: haber dicho que no habría que pagar impuestos, en protesta por la disposición que impide fumar en ámbitos comerciales cerrados, aunque estos sean privados, y que -como ha sido demostrado- ha menguado notoriamente la asistencia a dichos ámbitos.

Uruguay tiene una legislación un tanto curiosa con respecto a la libertad de palabra, una legislación que no sólo permite enjuciar, y hasta encarcelar, a quién escriba y/o diga algo que otro considere lesivo para su honor, aunque sea cierto. Esa misma legislación prohibe a rajatabla el proponer, sugerir o simplemente plantear la opción de no pagar los impuestos. Se pueden no pagarlos, como Botnia, por ejemplo, pero no se puede decir que no hay que hacerlo. Es una ley única en los estados democráticos del mundo, pero los uruguayos somos diferentes.

La ristra de artículos que le aplicaron a Silva era notablemente larga, lo que prueba el arsenal punitivo del código penal para quienes desafíen la voracidad impositiva del Estado. Seguramente muchos uruguayos se deben haber alegrado, molestos por la soberbia del dueño del restaurant Aranjuez, que había apostado con sus abogados que no iba a ser condenado y que al salir afirmó con tranquilidad (contestando con una seguridad casi admirable) que en su local se iba a seguir fumando. Muchos uruguayos se deben de haber alegrado y haber comentado que se lo merece, sin detenerse a reflexionar acerca de que un hombre puede ir a la cárcel casi un año por haber dicho lo que habría que hacer ante una medida estatal que considera injusta.

Pero hay que dársela a todos los bocones y a los uruguayos que no desafían a la ley, así nosotros, los uruguayos de bien, podemos seguir caminando libres por la calle. Caminar por la calle de los uruguayos que nunca diríamos que no hay que pagar impuestos, y nunca cometeríamos delitos de sedición en la Ciudad Vieja. Caminar por la calle silbando junto a la gente honesta, caminando junto a Bordaberry, a Bensión, a Pajarito Silveira, a Batlle, a Gregorio Álvarez, a Salomon Noachas, al Charleta, a Juan Carlos Blanco, al que mató al peón Báez, a Julio Luis Sanguinetti, a Victor Della Valle, a Gavazzo.

***
Pero ya sabemos que ley y justicia no son sinónimos, y lo mismo que hay leyes injustas, también hay ajusticiamientos fuera de la ley. En estos días me llama la atención un escandalete de la farándula argentina (seguro que F.Huidobro tiene razón y es mi interés en la superficialidad porteña lo que me ha llevado a comprender la posición argentina en lo de las papeleras) y es uno, cuando no, generado por Diego A. Maradona.

Resulta que el Diez, acosado y enfurecido por la amplificación que Intrusos estaba haciéndole a las protestas de Nazarena Vélez, quién aseguraba que Maradona la estaba cortejando en forma insistente a pesar de su rechazo, dejándolo no muy bien parado y revelando un fracaso de un hombre al que no le gusta perder a nada. Maradona montó en cólera y decidió -en lugar de aprender que no conviene hacerse el galante con una turra que convierte cada uno de sus trastornos digestivos en una noticia nacional- ir directo al responsable de esta intromisión en su vida privada y obsequiarlo con una de sus ingeniosas definiciones. Así que se bautizó a Jorge Rial como "huevo duro", ¿el motivo?, que Rial no puede tener hijos y sus hijas son adoptadas.

La mierda... ni el vasco que le rompió la pierna le entró en su vida tan duro a alguien como Maradona a Rial, ni tan fuera de tiempo. Exceptuando una increíblemente idiota declaración que el Diego hizo sobre un futbolista suicidado, tratándolo de "cobarde", esta es la cosa más infame que el tipo, que no se caracteriza por su mesura, haya dicho en su vida. Tan feo estuvo que hasta el propio Rial tuvo respuesta lenta y cuidadosa ante semejante balinazo. De hecho la afectuosa relación con sus hijas adoptadas y lo franco que ha sido siempre al respecto deben ser las únicas facetas simpáticas de Rial, y además el acto de la adopción, que es la asombrosa capacidad de conceder amor a niños que no nos van a eternizar genéticamente, es tal vez la última cosa por la que puede atacar a un hombre. O para tratarlo de poco hombre, que es lo connotado en la feísima broma de Maradona.

De hecho el conductor de Intrusos decidió al parecer y tras comprobar el daño que las declaraciones maradonianas habían hecho en su casa, decidió demandar al astro futbolístico. Y es fácil creer que no se trata de una denuncia histérica sino que su familia realmente fue afectada en lo anímico por esto. No hay que ser muy genio para imaginarse que para dos niñas chicas una cosa es saber que son adoptadas y otra cosa es que el hombre más famoso y popular de la Argentina vocifere a los cuatro vientos dicha adopción como prueba de la escasa virilidad de su padre legal. Fue un acto de una crueldad y abuso de poder inauditos, y que deberían convertir a Maradona en un paria. Si no fuera por la naturaleza de su víctima.

Porque es justamente Rial el principal promotor público de esta suerte de incisiones canallas en la vida privada de los personajes públicos. Fue Rial el que decidió, cuando los payasos mediáticos que viven de ventilar su intimidad empezaron a perder rating, el meterse en plan topo en la vida de famosos y semi-famosos, en ocasiones con el permiso a medias que son las "reglas del juego" pero en ocasiones como si fueran los boqueteros del Banco Río de la intimidad mínima. Fue Rial el que inauguró salas nuevas en el palacio de la crueldad televisiva, convirtiendo a la caja boba en un aparato de chantaje desde el que se maltrataba a todo el que no seguía el juego o que simplemente era débil. Fue Rial el que presentó al más puro sadismo como periodismo de interés, logrando picos de crueldad inauditos como la trampa tendida al ganador del primer Gran Hermano, exhibiendo grabaciones de su trato con un travesti y aniquilándolo como figura pública. O la sórdida explotación que hizo de la progresiva locura depresiva de la ex mujer de Pipo Cipolatti y su trágico fin. O la brutal indecencia de la publicación de mails robados al también suicida Juan Castro y, ante la comprensible reacción de desagrado de todo el mundo, la crucifixión pública a la que se sometió al ex psiquiátra del conductor... Digo, nombro apenas algunos de sus grandes éxitos y de sus acciones más dañinas, pero en cualquier programa de Intrusos hay tres o cuatro acciones de puro sadismo y crueldad, por parte de Rial o de su repulsivo socio, Luis Ventura.

Y esta vez se encontró con un kamikaze verbal como es Maradona enojado y pasado de rosca, quién decidió embadurnarlo con la más apestosa mierda que se le ocurriera y, siendo Maradona un tipo hábil para acuñar fórmulas pegajosas (debería haber sido publicitario), va a ser mierda que Rial va a llevar encima por mucho tiempo. Sobre todo teniendo en cuenta de los miles o millones de gansos dispuestos a hacer de campana de cada pedo que el Diez se tira. No es justo, no es "justicia poética", ni siquiera prosa, pero hay algo atractivamente irónico en el que un tipo de facetas múltiples como Rial, que ha pasado de periodista de investigación aguda a crucificador de estrellitas y a chantajista televisivo sin grandes problemas, haya quedado tal vez inmortalizado por una maldad de otro hombre también experto en el herir con la lengua, con una lengua más tosca pero muchísimo más vigorosa e influyente. Tal vez ahora sepa lo jodido que es ser reducido a una sóla particularidad de nuestras vidas, a dos palabras despiadadas.





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