sábado, marzo 25, 2006

Nobleza obliga

Hace un par de post le rompíamos un merecido palo en el lomo de Leonardo Haberkorn, quién había publicado un editorial oscurantista y arrogante en el que metía a todos los fumadores y a todos los defensores de hacer con la salud y el espacio propio lo que se le cante en la misma bolsa. Hoy en cambio firma en el Qué Pasa una muy buena nota que cumple el justo trabajo de pasarle factura a un fenómeno mediático reciente: el aluvión de declaraciones del peor presidente democrático que haya tenido el Uruguay: Jorge Batlle.

Lo que hizo L.H. es muy sencillo pero a nadie había tenido la paciencia o el espacio para hacerlo: recopiló las declaraciones de Batlle en las últimas semanas y contrapuso algunas de las más ofensivas con sus propias acciones cuando era presidente. Es una nota redonda; amena, amarga e irritante, como todo lo relacionado con la política "divertida" del ex mandatario. Y tiene implícito el "callate" que la sociedad uruguaya entera tendría que hacerle a J.B. cada vez que abre su maligna boca, aunque tal vez se quede corto en ahondar en el simple hecho de que Batlle y Bensión deberían estar presos a causa de los contratos ilegales que firmaron con la banca extranjera.

Pero disiento con el final; L.H. cita en su editorial del mismo número un afortunado titular de Voces del Frente que colocaba la frase "Se busca oposición" debajo de una foto del desvanecido Alejandro Atchugarry, el más notorio caído de las purgas de la gerontocracia del Partido Colorado, y culmina su nota señalando que cada vez que el Partido Colorado tendría que sacarle el micrófono a Batlle porque cada vez que habla la gente tiende a ver con ojos comprensivos a Tabaré Vázquez, y no le arrima ningún simpatizante al partido de Rivera.

Bueno, eso es un problema del Partido Colorado, agrupación política que para mí es el equivalente a una camorra doméstica y cuyo fin no sólo me trae sin cuidado sino que deseo fervorosamente, pero L.H. sobre-estima la capacidad del pueblo uruguayo de recordar y discernir, y sub-estima el ego y el fanatismo ideológico de Jorge Batlle, un hombre que antes que colorado, uruguayo o batllista es jorgebatllista, y cuyo odio por algunos países y concepciones económicas es muy superior a su capacidad para diferenciar entre lo bueno y lo malo en términos nacionales. Después de su caída, cada vez que habla Batlle no hace más que enterrarse más en lo personal, pero es uno de esos personajes a los que la gente puede repudiar y sin embargo escucha. No importa la pelotudez que esté defendiendo, Batlle siempre va bien armado a sus entrevistas. Puede mentir como chorro en comisaría, pero nunca va a quedar en el aire y siempre va a tener un hecho -que puede ser totalmente falso pero siempre es verosímil- que corrobore su exposición. Y sabe lo que a la gente le gusta escuchar: de la misma forma que explotó el "que no se vayan los muchachos" para vender las reservas de oro del Banco Central (y los muchachos batieron todos los récords de emigración en su gobierno), de la misma forma que se hizo fuerte en el que no se iban a poner nuevos impuestos en su gobierno, a la inversa de en un gobierno de T.V., de esa misma forma ahora decidió hacerse fuerte en el anti-argentinismo visceral del vulgo uruguayo. Y a palabras dulces, oídos golosos. El tipo entrega la mercadería de la forma más grosera y xenófoba posible, y a la gente le gusta. Porque recordemos que Jorge Batlle "canta la justa".

Así que es totalmente cierto que el trabajo sucio que estuvo haciendo no sirve para realzar su para siempre caída imágen, y posiblemente no mine demasiado la popularidad de T.V., pero es sumamente efectivo en su objetivo último: el destruír la relación de Uruguay con el Mercosur y proponer al mismo como estado cipayo de EE.UU. Dicho así parece una paranoia izquierdista de algún semanario fotocopiado, pero es la dura realidad. Batlle es un bombardero suicida al que no le molesta el atarse veinte kilos de TNT verbal y lanzarse contra la sede del Mercosur de cabeza. Partamos de una cosa; se puede pensar lo que se quiera con respecto al diferendo de las papeleras y el lado sobre el que cae la razón, pero si hay algo innegable es que hay un hombre que no puede hablar en un diferendo entre Uruguay y Argentina. Ese hombre es, obviamente, Jorge Batlle, autor del mayor bochorno diplomático, y la mayor ofensa a un país vecino, del que se tenga memoria en estas latitudes. ¿Qué deberían pensar los argentinos viendo como se le da micrófono -y se repiten conceptos- de este hombre que los trató públicamente de ladrones "del primero al último"? Porque además no es un loco suelto: es un ex presidente del país. ¿Cómo es posible que no se lo llame a silencio, aunque sea por un mínimo de decoro?

La respuesta es sencilla: porque el discurso de Batlle, el sicario suicida, es útil para muchos intereses. Que no son los de los uruguayos, como ya quedó más que demostrado durante su patético gobierno. Así que el que ese hombre siga hablando y diciendo con respecto a un diferendo internacional no es un problema del Partido Colorado, es un problema de Uruguay entero, porque aún retirado sigue hablando como el hombre que los uruguayos eligieron para que los representara.

Que les quede claro a los que todavía piensan que fue inteligente el no haber sacado a esa lacra a patadas de la Casa de Gobierno en el 2002.





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