viernes, mayo 05, 2006

Tres cosas, entre tantas

Veo en Canal 5 a un cura jóven, barbado y de no más de 35 años (es decir, con toda la pinta de un cura progre), hablando sobre la marginalidad del barrio donde está su parroquia (perdonen lo difuso de los datos pero agarré el programa empezado). Me doy cuenta de que está enojado por algo y supongo que es por las paupérrimas condiciones económicas de sus feligreses, pero cuando le presto atención me entero de que no, que con lo que está enojado es con uno de ellos, un menor que lo ha asaltado ya como siete veces y ha profanado la iglesia un par de veces más. El joven no lo hace por satanista sino porque simplemente no existe una figura legal que lo castigue con algo más que la devolución a su casa y a su madre, que lo suelta alegremente para que siga cometiendo sus fechorías. El cura cuenta que el menor tiene 205 entradas en la comisaría de la zona, que han llegado a agarrarlo con las manos en la masa y que sin embargo, al no haber mayores delitos que el hurto y el vandalismo, sale libre en el mismo día, todos los días.

Me hace gracia por dos cosas, una por lo incongruente que es el discurso del religioso con su figura, al fin y al cabo está reclamando medidas represivas, que no parece ser en absoluto parte de la cúpula católica religiosa uruguaya sino un buen hombre que decidió ir a dar una mano a un barrio carenciado y se ha dado de bruces contra la total falta de códigos del lumpen actual, que además está amparado por una de las pocas medidas liberales adoptadas por el gobierno de izquierda, el nuevo código del menor, código que exonera a los menores de cualquier tipo de pena a delitos que van desde la invasión de propiedad hasta la mayoría de los hurtos. La reforma del código, tal vez noble en sus intenciones, fue una de las piezas legales más a destiempo e inoportunas posibles, coincidiendo con una ola delictiva alimentada a pasta base, con un modus operandi criminal articulado alrededor de los menores y sus ventajas legales, con una minoridad con años acumulados en el mayor desamparo social, con una sociedad paranoica en relación a sus elementos más jóvenes, con la mayor crisis económica de su historia todavía ardiente como Chernobyl... es decir, el momento más equivocado para plantear una política de liberalización punitiva -que además no vino acompañada por ningún programa accesorio- que es el exacto equivalente a apagar un incendio arrojándole kerosene. Si la derecha actual no fuera tan irreductiblemente idiota, bailarían por las calles.

Pero uno que es un poco morboso no podía menos que ver el lado gracioso de este cura al que no le quedaban mejillas y al que no le faltaban ganas de decir "y que Dios me perdone, pero voy a terminar pegándole un tiro a ese pendejo endemoniado".

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Hace algunos meses me trabé en discusión con varios argentinos detractores del filósofo/opinator Tomás Abraham, con quién coincida o no siempre me pareció un hombre inteligente que tiene siempre algo interesante y no automático que decir sobre los hechos contingentes de la sociedad rioplatense. Pero tengo que cambiar de lado para decir que su artículo sobre el conflicto de las papeleras publicado en trabájos prácticos es una reverenda pelotudez, solo explicable por su deseo de ir a la contra y por la visión aún deformada (en nuestro beneficio) que se tiene de los uruguayos en la capital vecina.

Ya desde el principio le erra el biscochazo, asumiendo la tésis batllista de que la crisis uruguaya del 2002 fue producida por las anormalidades bancarias argentinas. No señor, Uruguay se ha fumado algunas crisis de arriba por insensibilidad o idiotez de sus vecinos, como la devaluación no consensuada del real brasileño o el contagio de aftosa a causa de la laxa política sanitaria del otro lado de la frontera, pero la crisis bancaria fue culpa exclusiva de la política local. Es cierto que el detonante fue la intervención de la sucursal (vaciada) del Banco de Galicia argentina, pero de hecho dicha sucursal jamás debió haber existido en Montevideo y la corrida bancaria se dió, más que por puro pánico histérico, porque esta intervención y la ola de inseguridad producida reveló hechos inexplicables como los vaciamientos realizados por los hermanos Röhm y Peirano en sus respectivos bancos. La crisis bancaria argentina lo único que hizo fue decir que el emperador estaba en pelotas, no lo desnudó. No nos equivoquemos.

Pero luego Abraham hace un panegírico de la conciencia ambiental y progresista de los uruguayos, y su deseo de luchar para ingresar en el mercado productivo más allá de las prepoteadas del peronismo kirchnerista y los oscurantistas ambientalistas de Gualeguaychú. Está bien, todas las objeciones acerca de los motivos y currículums de los gobernadores argentinos involucrados son válidas, pero el creer en Uruguay como un heroico paisito que lucha por su derecho a la industralización munido de su racionalismo y su civilismo no es sólo un disparate desinformado sino que también es un disparate paternalista que idealiza al Uruguay como la versión reducida de la Argentina que quiso y no pudo ser. Uruguay y Argentina son básicamente el mismo país y con las mismas costumbres repugnantes. El hecho de que Uruguay no esté aún ambientalmente colapsado se debe exclusivamente a su método de producción agraria casi excluyente,método que fue razonablemente amigable con el medio ambiente hasta que los vientos de modernización empezaron a soplar. De hecho y en relación a su tamaño y a su escasa industrialización, la cantidad de desastres ambientales uruguayos es más que preocupante: se tienen sequías inéditas, producidas no solo por el cambio climático sino también por el secado de las napas a causa de la forestación, se tienen mutantes deformes naciendo en proporciones escandalosas en el norte del país a causa del uso bestial de agrotóxicos, se tienen reservorios ambientales como Cabo Polonio a la venta para que alguna empresa privada meta el basurero -de deshechos o de gente inmunda- que le parezca, se tiene el Canal Andreoni anulando algunas de las mejores playas de Rocha con los detritus de las plantaciones arroceras, se tiene un cultivo de transgénicos cada vez más extendido, en ocasiones sin control, a lo largo del país sin que haya siquiera el menor atisbo de control sanitario sobre los mismos, se tiene una producción de frutas y verduras totalmente exonerada de dichos controles. Se tiene a Botnia, Ence y Stora Enso -que va a colocar su fábrica sobre el Río Negro, un río límpido y ancho pero casi sin corriente- a punto de inaugurar sus monstruos industriales con apenas la anémica Dinama (4 inspectores para todo el país) como organismo de control que además no tiene poderes legales sobre dichas plantas. Así que, Abraham, hablemos de Foucault y no de cosas de las que no se tiene la más puta idea.

Sin embargo algo se rescata del artículo y es que es un ejemplo de cómo, aún, en la otra orilla hay lugar para el disenso y no el coro de unanimidades crédulas que es lo único que se escucha de este lado.

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Bajo a la playa Ramírez para que el perro Juan Carlos Benito estire un poco sus cuatro gigantescas patas. De pronto el can se acerca a un bulto sobre la orilla, lo olfatea y le levanta la pata con desprecio. Me acerco y me encuentro con una cabeza de carnero, colocada entre velas. Unos metros más allá hay dos cabezas de oveja, también decapitadas y dispuestas en forma ritual mirando al mar.

Ya me he cansado de encontrarme en dicha playa gallinas degolladas y demás animalillos sacrificados en aras de rituales de la umbanda o más bien de la quimbanda, pero evidentemente la ignorancia está en alza y se debe estar empezando a competir para ver quién hace el ritual más exagerado y repulsivo. Mi aversión a la Iglesia Católica, esa institución maligna, me ha llevado a veces a mirar con simpatía a las religiones africanas tan en boga, pero son también religiones verticalistas, mediadas por personajes más que dudosos y en definitiva oscurantistas. Algunos rituales -la playa cubierta de velas rojas en el día de Iemanjá, por ejemplo- me resultan atractivos por su componente luciferino (por supuesto que Exú es un orixá de lo más simpático), pero hasta el más retrógrado de los satanistas rechaza y abomina de los sacrificios animales y ese tipo de barbarie que no tiene lugar en una ciudad, en un espacio público. ¿Es posible coexistir con semejantes enfermos mentales?; al perro no le tengo de explicar nada pero ¿por qué mierda tienen que estar expuestos los niños a un espectáculo tan siniestro solo porque algún ignorante quiere que su pareja no le pegue o que su jefe no lo despida? Es una playa, un lugar al que los niños van a jugar y los adolescentes a apretar y fumar caño... todas cosas respetables y que no tienen por qué encontrarse con un mamífero eviscerado ¿no le parece importante esto a la policía de la salud? ¿o tendríamos que ser "tolerantes" hacia estas criaturas primitivas y sádicas? Tal vez sea el tipo de cultura de esquina que propone Mauricio Rosencof...

Lo que sí estoy decidido es a cagar a patadas a cualquiera que encuentre haciendo un display de animales mutilados en esa playa de la que soy vecino. Sea hombre o mujer, sea niño o anciano, sea negro o blanco, lo voy a cagar a patadas y dejar que el perro JCB ensaye distintas clases de mordisco en sus patéticas personas. Si quieren barbarie y oscurantismo, démosles un poco de ambas cosas sin adulterar.





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