martes, mayo 23, 2006

Vieja, me compré un DVD (hablemos de cine de una puta vez)

¿Por más que había avisado que los posts se iban a espaciar, en esta ocasión el motivo de demora fue que aborté un par de textos casi terminados antes de subirlo. Uno era una recriminación de la tibieza con la que la prensa se tomó, seguramente por antipatía hacia el periodista/conductor, el procesamiento con prisión de Gustavo Escanlar por haber dicho algo que todo el mundo piensa. Un caso fragrante de opresión que sienta un precedente abominable y ante el cual esa pasividad de sus colegas me parecía un delito. Pero cuando lo terminaba el gremio APU salió de su habitual mutismo cómplice e hizo una declaración adecuada y días después la propia SIP hizo lo suyo, volviendo anacrónico mi texto, y lo mandé a cagar (aunque el mutis por el foro de varios supuestos libertarios es una prueba -más- de la connivencia de parte de la intelectualidad local con F.F, el señor de las tinieblas grasas). Luego me encontré con unas declaraciones de los muchachos humildes de La Vela Puerca para La Nación, me broté y redacté un largo post ejemplificando la brutal lavada de manos que los tipos hacían al ser interrogados sobre el tema papelaras (motivando incluso una chicana por parte del notero). Pero luego en una entrevista similar en Clarín los tipos se la jugaron un poquito más (dentro de lo que puede "jugarse" una banda de marketing tan histéricamente cuidado como LVP), volviendo a mi post algo injusto. Me quedé con ganas de aclararles que algunos pensamos que LVP no inventó el trabajo ni son los primeros músicos que realizan algún esfuerzo (más bien me inclinaría a pensar lo contrario, ya que el suceso de LVP fue casi instantáneo), que no son unos trailblazers y que no se ejemplifiquen como alternativa lírica de la música tropical porque las letras de Sebastian Teysera siguen siendo una garcha irredimible, un ejemplo feo de poesía berreta y me quedo con "se te ve la tanga" toda la fucking vida. Claro que además sería el segundo post en el que me encarnizo con los apóstoles de los malabares, y la verdad es que no vale la pena. Nunca escribí un post sobre Psychic TV o Jesus Lizard y, ¿voy a dedicarle dos a LVP? No, es un mal karma.

Así que me dediqué a completar una especie de versión de mis discos de temporada (que le sigo debiendo al persistente reclamo del blogger Darío) que refleja parte de la filmoteca que me he venido haciendo mediante el recurso de bajar películas de la web, cosa que demoré en hacer por el profundo desagrado que me produce ver cine en el pequeño monitor de mi PC. Por suerte hace un par de meses tuve un pequeño superavit por el cual me pude comprar finalmente un lector de DVD barato, y tuve la suerte y/o previsión de elegir un modelo que leyera el formato divx/avi, formato bastante mejor que el tosco vcd/mpg de las copias truchas que se venden por ahí y en el que se encuentran cosas asombrosas en la web, cosas que puede quemar en un CD simple (o dos) y verlas en la pantalla razonablemente grande de mi televisor. Pero de hecho lo más interesante del bajar cine de la web no es el relativo ahorro monetario (para mí la ecuación calidad-dinero no cierra de cualquier forma) sino las rarezas y exquiciteces que uno se encuentra en ella. Este acceso, al igual que cuando uno descubrió el mp3, me permitió cosas que de otra forma me hubieran resultado virtualmente imposibles como acceder a la filmografía entera de Kenneth Anger o a un par de decenas de filmes de Takashi Miike. Y además la web es un reducto de gente fina, con distintas reglas y gustos, en el que es mucho más fácil encontrar las películas de Alejandro Jodorowsky que la mega-pija de Titanic. Un mundo más justo.

Seleccioné diez de las películas que me bajé y que más me impresionaron (o re-impresionaron) en estos meses, y sobre las que me calentaba escribir por distintos motivos. Y en algún momento vuelvo a escribir de música Darío, no infles.

The Prince of Darkness (John Carpenter, 1987): Había visto esta película hacía un montón de años, antes de haber visto ninguna obra de Lucio Fulci, en cuyo estilo dicen los puristas que Carpenter se inspiró. Si es así una vez más la imitación superó al original y conste que soy un fan de Fulci. The Prince of Darkness es una de las mejores películas de terror que existen y junto a The Thing la mejor película de John Carpenter. Es asombrosa lo efectiva que es, lo bien que funciona tanto como simple filme de horror –echando mano apenas de dos o tres efectos especiales atorrantes- como también en varios otros planos, construyendo un clima de belleza escalofriante y de un fatalismo apocalíptico que nunca deja de ser melancólicamente humano, como los mejores relatos de J.G. Ballard. Los sueños/transmisiones del futuro en los que se ve una siniestra figura saliendo de la iglesia mientras una voz entrecortada intenta relatar lo que está pasando, algo más que ominoso infinitamente triste, son de esos momentos cinematográficos que anulan cualquier discusión acerca de si el cine de horror puede ser arte.

The Brown Bunny (Vincent Gallo, 2003): Si, confieso, bajé The Brown Bunny para ver como Chloe Sevigny se la chupaba a Vincent Gallo, me entrego.

La verdad es que es una mujer terriblemente atractiva y la idea de verla hacerle un explícito fellatio a alguien –aunque fuera al cretino de Gallo- me sacó el voyeur que todos llevamos dentro y lo instaló junto al televisor y a la bolsa de Doritos. Sad but true. Ahora, también me autojustifiqué el asunto con el hecho de que Gallo puede ser un tipo bastante insufrible pero es un tipo talentoso, y había una buena chance de que la película fuera mucho más que la Sevigny en tan indecoroso trance oral.

Y lo es, es una película hermosa, triste, silenciosa y de una hipersensibildad asordinada en la que su famosa escena marca irrumpe abruptamente, marcando un cambio en el ritmo similar a aquellas grandes películas de Werner Herzog en las que no pasaba nada hasta que pasaba algo que dejaba knock-out. The Brown Bunny tiene algo de eso, y tiene algo del mejor Wenders, de Antonioni y de esa road-movie perfecta que todavía nadie llegó a filmar. Es una de esas películas que se hacen grandes porque le calzan todas las duras críticas que se le han hecho –morosidad, egocentrismo (de Gallo, obvio), efectismo, falta de originalidad, sorpresa exagerada- pero que supera esos reparos a fuerza de clima y pasión, validando su existencia. Inclusive la famosa escena de la mamada (me encanta ese galicismo) es totalmente explícita pero demasiado incómoda y emocional como para ser realmente sensual, y en una segunda mirada es ya excesivamente triste para siquiera verla como sexo. Se le ha dicho "basura" a The Brown Bunny por todas partes, para mí es una gran película solitaria.

The Legend of the Drunken Master (Chia Liang-Liu, 1994): Esta es la vision de Jackie Chan sobre la legendaria figura histórica del experto en artes marciales Wong Fei-Hong, un nacionalista chino de principios del S.XX que se convirtió en una de las figuras favoritas del cine de acción chino, dando origen a varias series de películas sobre sus supuestas aventuras, incluyendo la genial Iron Monkey y la serie de Once Upon a Time in China de Tsui Hark, protagonizada por el majestuoso Jet Li. Si en esta serie el Wong Fei-Hong es un príncipe, un filósofo guerrero, en la versión de Jackie Chan el gran Wong Fei-Hong es… Jackie Chan, y en pedo (su táctica de pelea consiste en tomar vino hasta adquirir la flexibilidad vacilante de un borracho). Hay un sinnúmero de absurdos en esta película en la que el cuarentón Chan encarna al Wong Fei-Hong adolescente, hijo de un comerciante interpretado por un actor diez años menor que la estrella china y de una actriz igualmente más joven. Cosas que nunca se perdonarían en una película occidental (como si fuera poco la película tiene un explícito mensaje anti-occidental), pero que son objeciones menores en una película de Chan porque se sabe que el hombre nunca va a interpretar a un personaje que no sea a Jackie, ese encantador acróbata que siempre se mete en problemas pero que nunca cae en las garras del odio, y con ser Jackie a medio mundo, incluyéndome, le alcanza. Esta película es tan disparatada que su duelo final dura veinte minutos de corrido, pero a uno no le importa porque está viendo a la mayor estrella del cine mundial.

La batalla de Argelia (Gillo Pontecorvo, 1966): No tengo mucho que decir sobre esta maravilla, que es una de mis películas favoritas de todos los tiempos, y que me bajé apenas pude para verla por enésima vez. Pero lo destacable es la situación borgeana de las influencias y el cambio de la lectura determinado por el contexto posterior, quiero decir, esta fue la primera vez que vi La Batalla de Argelia después de los atentados a las Torres Gemelas y después de la Guerra al Terror. Se sabe que esta era la película de cabecera de los Montoneros, que la veían como quién va a misa. Cuando fue re-estrenada después de la dictadura, los críticos descubrieron algo que no se había visto en su momento y que los jóvenes revolucionarios peronistas habían obviado: que la película, por más que toma partido claramente por el FLN, es sumamente crítica hacia los movimientos revolucionarios y a su violencia despiadada. Ahora, en el 2006, de alguna forma La Batalla de Argelia vuelve a correrse hacia la izquierda y de alguna forma cuenta la historia de la actualidad, se vuelve símbolo y metáfora evidente de algo que está sucediendo 40 años después de su estreno. Doy una vuelta por la web y me doy cuenta de que a muchos les pasó lo mismo y que hay muchos volviendo a examinar esta película en blanco y negro (en la pantalla, nunca en su ética) para ver qué luz puede aportar sobre el espanto de una lucha despiadada entre civilizaciones. No se me ocurre qué más evidencias podrían aportarse sobre el poder de esta película asombrosa.

La profesora de piano (Michael Haneke, 2001): No soy nada parcial con Michael Haneke ni me interesa serlo, el tipo es algo especial y punto, sin embargo le tenía una gran desconfianza a esta película, que me olía a priori como uno de esos productos arty europeos, con un poco de sexo, un poco de alta cultura y un poco de misterio, que ganan montones de premios en los festivales y duermen con más efectividad que un frasco de Rohypnol. Puro prejuicio ya que nada de lo que había visto de Haneke me hacía suponer eso, pero yo confío en mis prejuicios y por eso no fui a verla en el cine cuando la estrenaron (bueno, la verdad es que en esos meses había caducado mi pase libre y yo no iba NUNCA al cine). En cierta forma La profesora de piano sí es una película arty-erótica europea, pero de la misma forma en que Héroe es una película de kung fu china, y en verdad el tono glacial con que Haneke describe la mente perturbada de la profesora elimina hasta el potencial perverso de la película, convirtiéndolo en otra cosa, y una cosa que es cruel y humana a la vez. En cierta forma toda la película es como una extensión de la famosa escena de la cena burguesa sobre inodoros de Buñuel, pero acá no hay chistes, sólo espanto y repulsión. La actuación de Isabelle Hupert es, como mínimo, virtuosa.

Kiki’s Delivery Service (Hayao Miyazaki, 1989): Hace unos tres años vi El viaje de Chihiro y, literalmente, me cambió la vida, o por lo menos mi concepción del cine. Era la primera película de Hideo Miyazaki que veía y aunque sabia que la crítica la había considerado una buena película no me esperaba encontrarme con una película tan GRANDE, tan enorme en sus misterios, en su sentido de la aventura y la maravilla. Quedé simplemente deslumbrado. Recientemente volví a verla y el efecto fue prácticamente el mismo.

Kiki's Delivery Service es una película menor en comparación y una de las películas luminosas de Miyazaki, de las exentas de violencia o conflictos, de personajes buenos y malos. Pero a pesar de esta luz hay una melancolía extraña que sobrevuela la película sin que podamos ponerle el dedo encima: pueden ser los cambios anímicos de la brujita, puede ser la belleza imposible de sus vuelos, puede ser simplemente la humanidad de sus personajes y el equilibrio de la historia, pero hay algo conmovedor que nunca es explícito en esta historia. Como esas frecuencias tan graves que uno no puede escucharlas pero que se sienten en el estómago (dos días después de escribir este comentario estoy hablando con un baterista de barba puntiaguda acerca de otra película de Miyazaki y él me dice: “me pegó y no sé donde”).

Diganme puto si quieren, pero viendo Kiki... me sorprendí lagrimeando dos o tres veces, golpeado vaya a saber uno dónde por la tangible humanidad de una brujita dibujada.


Theremin, An Electronic Odyssey (Steven M. Martin, 1994): Para los amantes de la música moderna la historia de Leon Theremin es una gesta épica, para los amantes de los documentales es la pieza de oportunidad, buen gusto y gran tema más perfecta que se puede lograr, y para los amantes de los documentales sobre música es una combinación perfecta.
Steven M. Martin tenía un buen material a priori sobre el que trabajar; tenía la persona histórica extraordinaria de Leon Theremin, mezcla de científico loco, genio artístico, ideólogo estético, agente secreto y hombre generalmente impar. Sólo con contar su historia y describir el fabuloso aparato que inventó (el conocido theremin, el instrumento que se toca sin tocar) alcanzaría, pero Martin consiguió también el testimonio y el talento de Clara Rockmore, antigua discípula/amante de Theremin y música tan virtuosa que es capaz de tocar piezas de Bach en dicho instrumento, y consiguió también otros testimonios fascinantes como los de Robert Moog y Brian Wilson. Cuando parece que no puede ponerse mejor, aparece el propio L. Theremin, ancianísimo y encantador, en pantalla, y el documental consigue reunir y filmar a Theremin y a Rockmore en un re-encuentro que es una pieza de realidad tan conmovedora como puede llegar a ser un registro. Muy poco tiempo después Theremin murió, lo que convierte al documental en una despedida grácil a un gran hombre. Posiblemente sea junto al tristísimo End of the Century, el documental con mejor timing de la historia, pero además de esta suerte coyuntural, es una historia maravillosa de gigantes sensibles, de personas que deberían tener una plaza con su nombre en cada pueblo de más de 300 habitantes.

Behind the Green Door (The Mitchell Bros., 1972): Esta fue la primer película porno hardcore que tuvo una distribución comercial en EE.UU. por fuera del circuito exclusivamente pornográfico y es uno de los pocos ejemplos del tiempo en que algunos mercaderes de pornografía intentaron generar un poco porno que no hiciera sentirse muy culpables a los espectadores, dándole una cierta excusa artística para darse el gusto de ver gente garchando a diestra y siniestra. Behind the Green Door es sin dudas una película porno y desde el punto de vista cinematográfico tiene pocas cosas que vayan más allá de una serie de actividades sexuales protagonizadas por la joven Marilyn Chambers –una mujer tan fascinante que David Cronenberg la reclutaría, con excelentes resultados, para protagonizar la nada porno Rabid- , quien es secuestrada y sometida –sin que se resista mucho- a una serie de coitos en un misterioso teatro. Actos filmados con mayor o menor originalidad y alguna pizca psicodélica (hay una eyaculación solarizada y pasada por varios filtros de colores que alguna banda debería utilizar como fondo de algún concierto). No hay mucho más, pero misteriosamente es bastante.

Más allá de su encanto setentista y su anecdotario histórico, hay de cualquier forma varias cosas destacables en Behind the Green Door. En primer lugar el buen humor y hasta ingenuidad que impregna la película, en la que no hay prácticamente nada de la sordidez habitual en el porno actual o el de los 80 y sí mucho del hedonismo desvergonzado de la época; en segundo lugar tiene un ritmo despelotado en el que la creatividad parece haber sido más importante que el dejar espacios claros y prolongados para deleite de los valijeros. Pero, sobre todo, hay una escena –sin nada de sexo- en una terraza de un hotel que es una auténtica maravilla. Dos hombres están conversando en dicha terraza, entre un sinnúmero de mesas vacías y uno le está contando una anécdota al otro, casi inentendible por los altibajos del volumen ambiente. De pronto aparece Marilyn Chambers, hermosísima, vestida de invierno (el cielo está completamente gris) y con un gorro de lana, y se sienta en una mesa cercana junto a la baranda, frente a un lago, y se toma una cerveza. Los hombres siguen hablando en voz alta, ignorando a la chica, que cada tanto se tienta –tal vez por lo que dicen los tipos, tal vez por el simple hecho de estar siendo filmada- y mira al lago. En la banda de sonido irrumpe una melodía country COLOSAL, una de esas bandas de sonido simples y hermosas de los 70 –antes de que apareciera el imbécil indistinto de Danny Elfman (si alguien se cruza con él, mátenlo de mi parte)- que interrumpe la conversación y se mezcla con ella. La combinación entre la melancólica y angelical belleza de la Chambers (a quién minutos después vamos a ver ensartada como un pollo y lo sabemos, lo cual le da un morbo particular a la cosa), la aparentemente divertida conversación de los dos atorrantes, la terraza vacía, el cielo gris y la música sublime genera una de esas escenas que, bueno, es imposible saber si los hermanos Mitchell la filmaron como relleno o para aprender a hacer foco, pero estoy seguro que 9 de cada 10 directores independientes se cortarían parte del cuerpo por poder lograr una escena así.

Fudoh: the next generation (Takashi Miike, 1996): Esta no es ni remotamente una de las películas más inquietantes de Takashi Miike y decididamente no se le puede poner a la altura de la genial Audición o la perversa Visitor Q, ni siquiera tiene el grado de delirio de la asombrosa Dead or Alive o el gore desaforado de Ichi the Killer, siendo más bien una de sus arquetípicas historias de yakuza y criminales, con mucha violencia al cuete y algunos recursos un poco vistos de más. Pero es una de las historias con mejor ritmo de Miike y tiene algunas características tan deslumbrantes como chocantes (la persistencia del padre filicida, el inverosímil hermafrodita, la cerbatana vaginal), y en cierta forma es como una puerta de entrada perfecta para la obra de Miike, un tipo que por estar de moda no es menos brillante y que es absolutamente increíble que pueda hacer cuatro películas como esta en un año. Hay algo muy tarantinesco en Fudoh, mucho más que en otras películas de Miike, lo cual puede ser bueno o malo. Para mí es bueno. La escena en la que una de sus guardaespaldas utiliza la ya mencionada cerbatana vaginal olvidando de que se encuentra en el primer día de su menstruación es, como decirlo, diferente.

Tears of Kali (Andreas Marschall, 2004): Esta es un pequeño hallazgo, al menos para puristas de ese género catártico y valiente que es el horror. Tears of Kali es una película alemana de bajísimo presupuesto que hace de tripas corazón y parte de una cosmogonía totalmente distinta a la habitual en el cine de terror –el hinduismo y la new age- para llegar a resultados por momentos genuinamente aterradores. Aunque los alemanes generalmente (Ittenbach, Schnaas, el enfermo de Buttgereit) suelen intentar espantar e impactar de la forma más explícita posible, Andreas Marschall elige un camino diametralmente opuesto y oculta todo lo posible de los hechos, las monstruosidades y los crímenes hasta ofrecer una película llena de secretos, casi hermética, en la que la intuición de lo que pasa es mucho más escalofriante de lo que se ve en pantalla (a pesar de algunos toques muy creativos de gore –una chica que se corta los párpados con una tijera, por ejemplo- excelentemente administrados y de notoria dureza). La producción es, como dijimos, de lo más barata y en ocasiones se abusa de diálogos en lugar de ilustrar situaciones, pero esta pequeña colección de historias horripilantes protagonizadas por demonios muy inusuales es una de esas perlas escasas que le alegran el día a cualquier gorehound.

Sí, hay mucho cine de horror en esta selección. Que le vamos a hacer si nos cuesta identificarnos con cualquier otra cosa.





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