miércoles, junio 21, 2006

Fuck You Tiger cambalache

Leo con preocupación, y un poco de indignación, lo de las "Madres de la Plaza Fabini", un grupo de madres de adictos a la pasta base que al parecer han decidido reunirse una vez por semana en dicha plaza (que algunos ignaros conocíamos sólo como "la del Entrevero") para exigir mayor represión a las bocas de pasta.

La verdad me parece una falta de respeto hacia las otras madres, las de la Plaza de Mayo. No quiero disminuir el trance doloroso que debe ser el tener un adicto adolescente a una droga fea como la pasta en la casa, pero me parece que -no solo a ellas- a toda la sociedad se le ha ido la moto en relación a esta droga. Sin dudas que un joven puede matarse fumando pasta base o paco, una vez cada seis meses pasa, pero todos los fines de semana tres o cuatro se matan haciendo picadas en auto en alguna costanera y nunca vi a un grupo de madres protestando frente a las concesionarias de autos.

Pero bueno, los problemas son de la medida de nuestros dolores y entiendo que para estas mujeres en este momento no haya mayor pesar que el del descontrol voluntario de sus hijos, pero hay que tener al menos en perspectiva la imagen pública de dichos problemas. Por muy fea que sea una adicción a una droga berreta hay que estar muy pasado de rosca para presentar dicho problema como un símil de la desaparición, asesinato y tortura de un familiar. No es que haya dolores con coronita, de hecho yo creo que -antes de que el movimiento fuera co-optado por los más repelentes grupos de la derecha- la izquierda argentina hizo mal en apurarse a rechazar a los padres de hijos asesinados por la delincuencia o a los padres de los muchachos quemados en Cromagnon, como si su dolor fuera cualitativamente distinto que el de los padres de los muchachos muertos por motivos políticos. El dolor es el dolor y no sabe un carajo de partidos y causas, solo sabe de muerte y espacios imposibles de llenar.

Pero una adicción es otra cosa, aunque se la considere una muerte en vida el factor vida sigue siendo más fuerte que el de muerte -digan lo que digan las voces del Apocalípsis-, y es un problema complejo que posiblemente tenga más que ver con un vacío social que con unos desconsiderados dealers de drogas berretas que ensucian una noble profesión. Que posiblemente persista aunque todas las drogas del universo desparecieran en un infausto día. Que posiblemente tenga más que ver con lo que pasa dentro de las casas que fuera de ellas. Pero es más sencillo pedir represión.

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Acabo de ver Spun (Jonas Akerlund, 2002), una especie de Trainspotting atorrante sobre adictos al speed (a las anfetaminas, José, no a las bebidas energizantes), y que pasó más que desapercibida en su momento de estreno. Una película que tiene todo lo que odio en una película: edición de video-clip, animaciones de MTV al santo pedo, actores juveniles y clean haciendo de reventados, música de Billy Corgan, cameos al santo botón de rockeros famosos, silencios significantes sobre historias apenas delineadas... en fin. ¿Y saben qué? Sin embargo me gustó, me gustó mucho, porque a pesar de toda esa tontería es una película con corazón, algo que me excuso de explicar.

Pero lo que quería señalar no era esto sino que en la misma hago un descubrimiento terrorífico: el Mickey Rourke actual, algo envejecido y enorme, vestido de vaquero es el doppelganger de Jorge Nasser. No es joda, véanla y me cuentan.

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Estoy triste, no importa por qué, pero es un momento feo del año para entristecerse. Salís a la rambla y te cagás de frío, vas al boliche y no hay nadie, llamás a una ex para contarle y resulta que tiene un nuevo novio.

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Por motivos de trabajo, y por los caprichos del puto Tenfield, he visto poco del Mundial. Una lástima, no soy un gran futbolero pero me gusta ver los mundiales, especialmente cuando Argentina juega bien y Brasil juega mal. Pero el delirio desatado por el arbitraje de Larrionda -único uruguayo en el mundial- bate todos los récords de patetismo del desquiciado y maníaco-depresivo nacionalismo uruguayo. Una decena de periodistas haciendo lobby y cantando loas del desempeño de un árbitro... ¡y qué además arbitró como el culo e hizo de sacapartidos absoluto en Italia-EE.UU.!

Cuando uno piensa que se tocó fondo, nunca falta alguien de Tenfield que arrime una pala.

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De las muchas cosas que me molestan de Danilo Astori, la peor de todas es su insistencia en convencer a quienes sufren de sus medidas económicas de las virtudes morales de las mismas. Yo creo que es esto lo que lo vuelve en realidad un político de derecha, aunque esta voluntad surge de una costumbre de izquierda.

Me explico y ejemplifico: cuando Astori defiende a capa y espada la inversión extranjera (y sus privilegios), el pseudo-impuesto a la renta y el cumplimiento de las obligaciones con los organismo multilaterales de crédito, no se conforma con hacerlo desde un punto de vista pragmático. No, el tipo tiene que hablar de eso como lo mejor y lo más justo, pasándole por arriba al hecho de que son cosas fundamentalmente injustas para cualquiera de sus gobernados. Se sabe que el hombre es un apóstol del camino único de la economía (teoría de la que cada día tengo más dudas), pero no le alcanza con explicar que si no se le sigue las cosas van a ser empíricamente peores, sino que necesita dejar en claro que en ninguna otra circunstancia podrían ser mejores. Y que si uno establece reglas diferentes (cipayas) para los extranjeros está haciendo el bien. Y que si uno paga en fecha los intereses de una deuda contraída en forma ilegal, sacrificando para ello el dinero de maestros, jubilados y médicos, está haciendo una cosa decente.

Es algo que me choca mucho, porque estoy dispuesto a ser convencido en forma pragmática (en ese aspecto el Pepe Mujica es irreprochable, aunque de vez en cuando exagere -o mienta- acerca de la inevitabilidad de algunas medidas), y no hay principios que valgan desgracias inmediatas de la gente con menor protección. Pero yo creo que Astori, como Vázquez, Rubio, Korzeniak y muchas de las principales figuras del FA, se han formado en una retórica en el que el deber ser es la principal reserva y fortaleza de una postura, formación debida tanto a la lectura de idealistas de izquierda como al acostumbramiento a la oposición moral, por lo que no les alcanza con hacer lo necesario, o lo que ellos consideran necesario, además hay que convencer de que es lo justo. Como en el 1984 de Orwell, digamos.

Es un ejercicio interesante el deconstruir cada una de estas medidas justas hasta su más vulgar materialidad, hasta que queda la regulación desnuda, uno puede arribar a sorprendentes conclusiones acerca de la moral de nuestros gobernantes.

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Tuve el dudoso placer de ver a los primeros cinco grupos de la nueva edición de Pepsi Bandplugged, ese concurso único en el mundo en el que una multinacional de las burbujas legitima a una banda de rock. Me dan algunos escalofríos cuando compruebo que de cinco bandas al menos tres ya participaron en dicho concurso en la edición anterior. Me imagino el pasar por toda esa ridiculez y perder, y al año siguiente volver a presentarse para perder (al menos dos de las tres bandas van a perder inevitablemente), la verdad hay que tener tesón. Y aquí vendría un párrafo acerca de lo enferma que está una escena musical en la que el objetivo más deseado es ganar una cocarda de Pepsi, pero ustedes pueden escribirla por mí.

Me llama la atención, sin embargo que, estando la cantante de la Tabaré Riverock Banda en el jurado, dos de las canciones presentada derrocharan una misoginia digna de Whitehouse pero sin gracia. Uno de los temas, de la banda Los Flanders, se llamaba 'Degenerada', y en su letra el cantante acusaba con desprecio a su chica de ser una, claro, degenerada. Señorita que sale con ese muchacho impresionable y moralista, es hora de cambiar de ambiente, hay bandas menos prejuiciosas por ahí dando vueltas.

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Tengo la impresión, o esperanza, de que el generalmente muy agradable diario británico The Guardian se han deshecho de Philip French, el peor crítico de cine que haya leído en mi vida y que por desgracia y al estar en un medio prestigioso, es de los primeros que a uno le saltan cuando escarba las "external reviews" de la IMDB. French (apellido que estimula mi poco aprecio a los galos) tiene todos los pergaminos y premios que puede tener un crítico, y es un imbécil terminal o, si me siento generoso, un crítico senil que debería dedicarse a criticar el puré de papas que le den en el asilo. The Guardian lo tenía como "policía malo" que hiciera la contraparte del insulso Peter Bradshaw, pero sus acumulaciones de adjetivos despectivos siempre se dirigían a lo mismo: a todo lo que fuera violento, tuviera sexo, drogas o diversión. Un amargo este Philip French que hace parecer por comparación a Roger Ebert, generalmente una abuelita escandalizada, el rey de la transgresión. Lo último que leí de French fue cuando destrozó la interesante The Devil's Rejects, de Rob Zombie, sin tener la más puta idea de lo que estaba hablando y concluyendo amenazador con un "no creo que pueda tolerar la compañía de alguien que haya disfrutado el ver The Devil's Rejects".

Ma, sí Franchute, andá a hacerte dar, amigos ya tengo.

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Yendo a la panadería me cruzo con una joven ciega, aunque no la miro mucho me parece algo desorientada. En ese momento pasa una señora a su lado, la ciega la escucha (supongo) y le pregunta algo. Cuando yo paso a su lado la señora le está diciendo que no, que le indicaron mal. Sigo de largo y camino unas tres cuadras hasta la panadería, mientras estoy allí veo pasar del otro lado del vidrio a la ciega, acompañada por la señora, que la lleva del brazo y va caminando con ella en dirección exactamente contraria a la que llevaba cuando la ciega interrumpió su camino. La cara de resignación de esta buena mujer es notoria. Lo mismo que mi asombro ante este pequeño ejemplo secreto de solidaridad.

Otro día estoy esperando a que el muchacho del minimarket, un tipo tan simpático que se le puede perdonar su habitual remera de Trotsky Vengaran, termine de atender a una chica que está adelante mío. Están hablando sobre algo que no es mi problema, pero escucho que él le dice "ah, debe tener unos diecinueve años" y agrega con total naturalidad "como vos". La chica le regala una sonrisa enorme, paga y se va. Es atractiva, pero tiene, como mínimo, diez años más de los que le especula con generosidad gratuita el flaco, que con una simple frase galante me demuestra cómo se merece a la hermosísima pendeja que tiene de novia. Yo tendría que practicar una semana entera para decir algo así sin sonar irónico o estúpido.

Hay gente que te da clases de bondad y gente que te da clases de clase.

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Y hay días en que empezás a escribir un post y este arrastra cualquier cosa.





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