viernes, junio 23, 2006

Todo lo que tengo para decir sobre Pepsi Bandplugged

Hace seis años Naomi Klein publicaba el No Logo, un libro de carácter más bien periodístico pero que se volvió la biblia de los movimientos anti-consumo al poner el punto sobre la "í" de "sinergía", e identificar correctamente el que tal vez sea el principal motor del feroz neoliberalismo actual; la omnipresencia -y omnipotencia- de los estímulos de consumo. Pasaron seis años y el diagnóstico de la Klein no parece haber envejecido sino más bien haberse quedado corto.

Unos días atrás Osvaldo Bayer señalaba un escándalo mundialista que, al menos por estas latitudes, había pasado inadvertido. Como se sabe el principal auspiciante del campeonato mundial de fútbol es la cerveza Budweiser, marca que esos sabios bebedores de cerveza que son los alemanes menosprecian por maricona e indistinta. Pues bien, al parecer ocho hinchas decidieron ir a la cancha -por dinero o no, es irrelevante- con unos pantalones con el logo de otra marca de cerveza, por lo que fueron detenidos por las fuerzas de seguridad del estadio y obligados a entrar sin pantalones, es decir en calzoncillos, o no ver el partido para el que habían sacado la entrada. Es decir: una marca ya es capaz de decidir no sólo que su producto esté expuesto en cada rincón de lo que esencialmente es un espectáculo deportivo -con poco que ver con la cerveza- sino que también puede ya obligarte a que te vistas de acuerdo con sus intereses comerciales, o que tengas que ver el espectáculo deportivo casi en pelotas por no aportar tu esfuerzo a su publicidad.

Hay en el mundo una cantidad de concursos musicales que utilizan el sistema discutido en otros comments de convertir el propio proceso de preparación y selección de un cantante en parte misma del producto, optimizando los gastos de producción y orientandola al máximo posible de consumidores, a los que se involucra dándoles algo así como el cargo ficticio de gerente de recursos humanos y una pequeña porción de poder de elección -en el fondo ilusoria ya que solamente pueden elegir de entre un grupo ya seleccionado. Mediante una combinación de edición, participación directa del jurado oficial y sondeos permanentes de audiencia, se consigue además dirigir la votación hacia quién los productores prefieran a priori. Como esos juegos de cartas con los que los magos te convencen de que elegiste la carta que ellos eligieron.

Pero estos programas más bien abyectos tienen una ventaja: son explícitos, nadie espera que surja de ellos algo más que el próximo Chayanne o el próximo Diego Torres, o menos aún, porque estando el énfasis (y la ganancia) puesto en el proceso de selección importa luego poco si el ganador tiene éxito continuado como estrella pop o muere violado por un orangután. De hecho cabe suponer que lo segundo le es preferible a los productores, porque el éxito continuado termina volviendo caprichosa e independiente a la gente. Peor aún termina volviéndola valiosa, y con justicia porque es casi imposible mantener un éxito prolongado sin talento (recuerden que dije "casi" antes de cagarme a ejemplos).

Pepsi Bandplugged es otra cosa, es un concurso de características similares (voto combinado del público y un jurado, cobertura televisiva continua), pero que no está moldeada por Operación Triunfo sino por una cierta tradición de concursos de rock en Uruguay, tradición inaugurada por los concursos de los festivales organizados por la Intendencia pero que fue continuada principalmente por Canal 10 y sus concursos organizados en conjunto con Control Remoto (programa de rock del canal anterior al Va X Vos de Noelia Campo), X FM y Pepsi, claro está. En dicho concurso se dieron a conocer bandas como Peyote Asesino y La Vela Puerca, ganadores de las ediciones de 1995 y 1996 respectivamente. En el 2002 el concurso se identificó definitivamente con su principal sponsor y pasó a ser Pepsi Bandplugged, ganado por Lapso y Psimio (fallo dividido) en la primera edición y por Dobermann en la más reciente.

El problema no es en realidad la participación en un concurso organizado por una multinacional de las gaseosas, tampoco la cantidad de publicidad gratis que los participantes están en cierta forma obligados a realizar, ni la calidad de las bandas -en las que ha habido de todo-, ni el discutible proceso de selección, ni los jurados, que en ocasiones parecen haber sido elegidos por enemigos acérrimos de la música en general. No es eso ni un ataque de moralismo que olvide que 1.500 dólares en instrumentos no es un premio despreciable para cualquiera de las peladas bandas locales. El problema de Pepsi Bandplugged es que funciona, que legitima y, al hacerlo, hasta obliga.

Eso no es un problema de los participantes -entre los que ha habido muchos amigos míos y muchos no-amigos a los que respeto- y ni siquiera del concurso, es un problema de sus amplificadores: en el momento en que hasta los más herméticos recitales colectivos, hasta las radios más reacias a difundir música nacional, se abren de patas para exhibir a la nueva maravilla producida por el concurso -llámese Pepsi Bandplugged o Nix Enchufado, es lo mismo-, y desde que el público se ha negado a siquiera relativizar un triunfo de semejantes características, ya Pepsi Bandplugged es la cosa seria que no debería ser. El motivo de los comunicadores es simple y perezoso: esta selección oficializada en forma un tanto ridícula les ahorra la angustia infinita de tener que evaluar - o peor aún, buscar- algo por sí mismos. El motivo de los fans es otra de las rémoras de la futbolización del rock: en el fútbol lo que importa es ganar, no importa cómo, no importa si el único beneficiado es Paco Casal, no importa si lo que se está viendo es un espectáculo vacío y lamentable. Lo que importa es el fin, lo que importa es la copa, llena de Pepsi, claro.

Si a eso le sumamos el que dos de las bandas más influyentes de la historia del rock uruguayo, los ya mencionados Peyote y La Vela, hicieron sus primeras armas en dicho concurso, es lógico que para un músico joven el pasaje por el concurso se haya convertido en una prueba de fuego que puede decidir el futuro de la banda y su éxito. El camino del concurso es feo y hay que tomar mucha Pepsi en cámara y sonreirle a muchos chistes de Noelia, pero los otros caminos son larguísimos y a veces están cerrados por el propio concurso y sus consecuencias. En el post anterior me reía un poco del hecho de que 3 de 5 bandas se estuvieran presentando al P.B. por segunda vez, pero eso no es culpa de ellos, es culpa de que el P.B. siga siendo la mejor opción para hacer carrera en la música.

Los concursos de rock no son, supongo, únicos y exclusivos de Uruguay, pero dudo que en otro lugar se los tome tan en serio. Por una simple razón; no hay nada menos rock que un concurso de rock. En un Uruguay que ha logrado hasta reglamentar mediante concursos ese espacio de descontrol que se supone es el Carnaval, parece lógico que a nadie le rechine. Pero el Carnaval con todo ha podido generar sus anti-cuerpos con respecto al concurso y de última ha conseguido establecer esa gran alternativa que es, o fue, Murga Joven.

En la edición 2004 se presentó al concurso una de las mejores, tal vez la mejor, bandas de rock local, una banda realmente impactante de ver. No pasaron ni la primera rueda. Fue algo de apariencia absurda pero con fondo bastante lógico, porque año a año la calidad de las bandas ha sido decrecente y el último fue, con alguna excepción, una especie de pesadilla hard rock y da la impresión -tengo la esperanza- de que su propia dinámica va a terminar siendo su fin. Mientras tanto es una autopista que bloquea, corta y suprime los delicados caminos creativos vecinales, los proyectos artísticos hechos concierto a concierto, flete a flete, tugurio a tugurio. Ahí es donde hay vida, ahí es donde hay que hacer espacio para que respiren.





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