viernes, julio 07, 2006

Acerca de un post imposible

Come touch me here / so I know / that I'm not there

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Ayer de mañana me llama un amigo para hacerme una consulta de trabajo, le contesto todo lo lúcidamente que puedo, cuelgo y me voy a bañar. A los pocos minutos el teléfono me saca de la ducha, es otra vez el mismo amigo. Cuando voy a gruñirle acerca de qué carancho quiere ahora, me dice: "se mató Rebella".

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Hace unos días fui al minimarket a comprar algo que no necesitaba. Al tratar de pasar para el fondo me encontré las góndolas bloqueadas por una anciana tembleque que agachada intentaba ver el precio de algo. Me irrité de inmediato y en silencio la putée mentalmente; vieja de mierda, innecesaria, pobre estorbo estúpido que me retrasa porque no me ve. Finalmente me dejó pasar, fui hasta el fondo, agarré el producto X y volví a la caja solo para encontrarme que la anciana estaba ahí. Otra vez empecé a desearle las peores cosas sin mover los labios, esperando que un rayo la partiera de una vez, la eliminara y terminara con mi injusta demora, mi injusta incomodidad, la vieja se dio vuelta y sonriendo me dijo "pasá, pasá... que yo demoro mucho". Algo perplejo le agradecí y pasé a la caja, y mientras pagaba la vieja me preguntó "¿cómo está el perrito? hace tiempo que no lo veo en el balcón...". Me di cuenta de que la anciana era una vecina, y que actuaba como tiene que hacerlo una vecina, ante alguien que no la reconocía y le irradiaba odio silencioso. Me puse rojo de vergüenza secreta, como si me hubieran agarrado con la bragueta abierta y una svástica colgando hacia afuera. Porque esas son cosas que pasan cuando se vive con los ojos del corazón cerrados, cuando dejamos que le trepen bichos inmundos, cuando alguien nos cuenta lo feos que somos cuando nos descuidamos.

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Mientras iba hoy al trabajo caminaba en un barrio extrañado, hecho a nuevo de pronto. Mientras miraba esa rara geografía urbana me vino a la cabeza una canción de Laurie Anderson en la que hacía mucho tiempo que no pensaba. Se llama 'Ramon' y en un momento dice:

Some people walk on water
Some people walk on broken glass
Some just walk round and round in their dreams
Some just keep falling down.

So when you see a man who's broken
Pick him up and carry him
And when you see a woman who's broken
Put her all into your arms
Cause we don't know where we come from
We don't know what we are.

And you? You're no one
And you? You're falling
And you? You're travelling
Travelling at the speed of light.


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De noche dos amigos en común que teníamos con Juan Pablo, dos músicos argentinos cuyas venidas a Montevideo solían ser una fiesta de varios entornos a la vez, me preguntan incrédulos en el msn, qué pasó, qué pasó, qué pasó. Más o menos les cuento lo que puedo saber, que es más o menos lo que se puede saber sobre lo que no sabemos nada. Pero mientras les contesto a esos dos tipos de corazón gigante, pienso que por pereza no los fui a ver la última vez que estuve en Buenos Aires, por no hacer un par de llamadas y tomar un par de trenes. Y mientras ellos tipean palabras impotentes y llenas de dolor insonoro, pienso con qué facilidad relegamos encuentros hacia futuros fantasmas. En un mundo que cuando quiere aguanta la respiración, se vuelve inmenso y deja todo lejos, a la distancia del desconocimiento.

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Travelling at the speed of light. "No somos nada" es una frase hecha que suele escucharse en los velorios. No me molestan las frases hechas que se murmuran en los velorios, es mejor decir algo vacío que tratar de decir algo que signifique algo, porque uno nunca sabe que decir, porque todo es incorrecto, todo está equivocadísimo. Pero es lógico que "no somos nada" se haya hecho popular, porque no somos nada, y sabemos menos.

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El policía literario mira alrededor, mueve la grúa y pesca una frase de Thomas Burnett Swann en la que hacía mucho no pensaba y que dice que "la pena no es un vestido sino más bien una desnudez". Sí, es un poco eso.

Pero también está el sonido de la ficha que finalmente cae y te hace ver que el paisaje emocional por el que uno dribleaba inconciente ya no se puede hacer de memoria, que hay balnearios enteros que decenas de personas no van a poder mencionar sin sentir que les meten una mano en el pecho, apreciaciones de canciones que no van a ser defendidas apasionadamente en bares en los que ya no se fuma.

Y mientras apagás el lenguaje como un pucho, pensás en cómo sacarle algo bueno a lo que no tiene nada, y pensás en las escuadras, los semi-círculos y los compases con los que medimos las distancias sensibles, las diferencias entre los amigos y los conocidos, entre cómo deberíamos sentirnos y como realmente estamos, y como todas esas medidas no significan nada porque al final del día sólo queremos hablar de amor con la simple lengua del amor, la de los monos despulgándose para encontrar excusas para rozarse. El idioma simple del tacto, el que recuerda que todavía podemos tocar y que lo que sentimos acá es lo que no podríamos sentir allá.

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De noche escucho a un grillo porfiado cerca de la ventana. Debe estar confundido, no hay grillos en la zona de Palermo donde vivo y su esfuerzo es más bien inútil. Pero no me molesta, al contrario, le agradezco su vitalidad terca. Cierro los ojos y recuerdo el coro de grillos de las noches de Maldonado, celebrando con alegría vibrante el regalo único, el regalo magnífico.





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